A sus órdenes {Regina}

Aún no había llegado la media noche, y Graham seguía en la oficina. No tenía nada que hacer, el papeleo estaba hecho, no había demasiadas novedades, pero en casa solo le esperaba un sandwich y su cama, así que prefirio quedarse allí un rato más, jugando a los dardos. Siempre se le había dado particularmente bien aquello, su puntería rara vez fallaba, pero estando allí solo no tenía mayor incentivo que superar sus propias marcas. A pesar de eso, no se le hacía aburrido. Pensar en la trayectoria del dardo le hacía envadirse, alejar sus pensamientos de todo lo demás, de cada pequeña preocupación que pudiese haberle surgido durante el día.

Sin embargo, y a pesar de aquella especie de trance en el que se veía sumergido, un sonido repentino proveniente de su escritorio captó su atención. Dejó los dardos clavados en la diana y se alejó de allí para recoger su movil, que ya había dejado de sonar. Era solo un mensaje. Tocó la pantalla para ver quien se lo había enviado, y cerró los ojos lamentando haber olvidado aquello. No era la primera vez que Regina requería su presencia durante la noche, y sabía que no le gustaba que la hiciesen esperar. La idea de la pizza le pareció buena, pues empezaba a sentir en su tripa la ausencia de una cena. Así pues, llamó al servicio a domicilio para que le llevasen una a la oficina mientras él se dedicaba a dejar todo preparado, trabajo que se ahorraría a la mañana siguiente. Cuando ya tenía todo ordenado, alguien llamó a la puerta. Cogió su chaqueta del perchero, las llaves y el movil, y abrió la puerta mientras se sacaba la cartera del bolsillo.

- Son 13,35 -dijo el repartidor, tendiéndole la pizza con evidente gesto de cansancio. Lo entendió, teniendo en cuenta la hora.
- Ten. Quédate con el cambio -respondió entregándole dos billetes, uno de 10 y otro de 5 dólares- Gracias, Brad -añadió dándole una palmada en el hombro antes de echar a caminar, cerrando la puerta tras de sí.

No había demasiada gente por la calle, menos aún por la zona del ayuntamiento, la cual tenía claramente más vida durante las mañanas, por lo que no le fue difícil hacer caso a la petición de Regina de que nadie le siguiera. Iba a pie para no llamar la atención, aunque tampoco estaba tan lejos como para desplazarse conduciendo. La entrada principal estaba abierta, pero él prefirió evitarla, y decidió entrar por una entrada secundaria. Las temperaturas solían caer en cuanto se escondía el sol, y cuando entró sintió una reconfortante ola de calor, unida al efecto que provocaba el calor que emitía la pizza. Recorrió los pasillos hasta llegar finalmente a la puerta del despacho de la alcaldesa, y llamó a la puerta con los nudillos un par de veces, esperando a que le diesen paso.

No tuvo que esperar mucho más tiempo al otro lado de la puerta, pues la mujer que estaba en el interior de la sala no tardó en acercarse a abrirla. Graham saludó con una sonrisa, y caminó hasta el interior que tan bien conocía ya, dejando la pizza sobre una mesa baja y tomándose la libertad de sentarse en el sofá de piel que había junto a esta. Pudo percibir con relativa facilidad aquel tono de regañina con el que Regina se dirigió a él, y le alegró saber que lo dejaba pasar. No le gustaba discutir con alguien con quien no tenía la más mínima opción de salir victorioso. Era así como se sentía con ella, aunque no se aventuraba a pensar en un motivo diferente a su cargo. Aunque Graham representase una autoridad en la ciudad, solamente era quien se encargaba de hacer cumplir lo que ella decretaba.

Esbozó una sonrisa ladina al escuchar las palabras de la alcaldesa, y abrió la tapa de la caja, dejando la pizza al descubierto. Aún humeaba.- Espero que se note en mi sueldo, aunque no creo que a la gente le haga demasiada gracia que suban los impuestos para que la alcaldesa desfrute de reparto a domicilio -bromeó. Saber que por estar allí no estaba desatendiendo ninguna responsabilidad hacía que se encontrase de buen humor.

Cogió una de las porciones y se la llevó a la boca sin más dilación, echándose hacia atrás, sobre el respaldo del sofá, sobre el que apoyó el brazo mientras miraba a su acompañante- Siento haber tardado... -dijo cuando hubo tragado. No iba a soltar ninguna excusa barata que Regina no creería.

El sheriff alzó una ceja y dejó que una sonrisa ladina se dibujase en su rostro al escuchar las palabras de Regina, aunque no le sorprendían. Sabía perfectamente cual era su cometido en aquel lugar a aquellas horas, el mismo que cada noche que la visitaba mientras Henry dormía. Nunca se había preguntado qué era exactamente lo que le llevaba a hacer eso, lo que le empujaba a pasar casi todas las noches en aquella compañía. Pero él no dejabaa de ser un hombre, y Regina una mujer atractiva, así que tampoco hacía demasiado por impedirlo.

Le divertía esa actitud en la alcaldesa y más aún, ser la unica persona de Storybrooke que solía verla de ese modo- Lo sé - respondió ante su amenaza, asintiendo. Algo le decía ue aquellas palabras no eran una mera broma, así que se esforzaría por mantener el sofá lejos de cualquier mancha de pizza- Descuida, no tengo intención de compartirla con el sofá - añadió sonriente dando unos golpecitos sobre éste con la palma de la mano que aún le queda libre, antes de terminar con el trozo que le faltaba para terminar con esa poción.

Se echó después hacia delante y se sacudió las manos sobre la caja. Apoyó los codos sobre rodillas y dirigió su azulada mirada hacia la de Regina.- Y, a riesgo de parecer impaciente, ¿cuándo crees que se me hará el pago? -preguntó con voz pausada, subiéndose hasta el codo las mangas de la grisácea camisa que llevaba bajo su chaleco.

Siguió con la mirada el movimiento de las manos de Regina, y continuó mirándola mientras se acercaba a él, volviendo a echarse sobre el respaldo del sofá. Sonrió ante tal acusación, aunque su sonrisa se vio interrumpida al recibir los labios de la alcaldesa sobre los suyos, besándola con lentitud. Sonrió satisfecho ante su segundo comentario, aunque la experiencia le ayudaba a saber que había pocas cosas que Regina no pudiese evitar- No está bien decir mentiras -fue todo lo que tuvo tiempo de decir antes de la llegada de un nuevo beso.

Era consciente de qué era lo que sucedía allí, de los sentimientos que no existían, pero estaba de algún modo acostumbrado a ello. Siempre había sido incapaz de experimentar un sentimiento mínimamente profundo por cualquier persona, y llevaba haciéndole ese tipo de visitas a aquella mujer desde que sus recuerdos alcanzaban. Era una costumbre, y Graham apenas se imaginaba haciendo otra cosa que no fuese aquella.

Llevó las manos a su cintura y la hizo sentarse sobre él, a horcajadas, mientras continuaba besándola. Luego las subió rozando su cuerpo, y las dejó sobre sus hombros, echando hacia atrás la chaqueta que llevaba hasta sacarla por sus brazos. La lanzó después al sillón que había junto a ellos, antes de comenzar a besar su cuello.

Quizás en muchos momentos en los que me encontraba en compañía de Regina me daban ganas de evaporarme, de encontrar una vía de escape, pero en aquel preciso momento no era así. Pero el universo sí quiso que ocurriera. El sonido hueco de unos pasos retumbaron desde el piso superior, haciendo que ambos se separasen. El mentón del Sheriff se elevó al mirar al techó, como si allí fuese a encontrar la respuesta, y asintió cuando Regina le preguntó si lo había oído. Se le daba sorprendente bien rastrear, y eso incluía que sus sentidos estaban bastante bien desarrollados. Sin embargo, no hizo falta un oído demasiado agudo para escuchar aquello.

Esperó a que Regina se apartase de encima para ponerse de pie con presteza, y esperó un par de segundos por si escuchaba algo más. No fue así.- Sí -dijo en respuesta a aquella especie de orden que le acababa de dar- Voy a ver. Quédate aquí -añadió con voz autoritaria, aunque era perfectamente consciente de que ella terminaría haciendo lo que quisiera. Al menos él cumplía eso que juró sobre proteger a cada uno de los habitantes de Storybrooke.

Cogió una linterna pequeña que solía llevar a mano consciente de la oscuridad del resto del edificio y caminó con paso firme hasta la puerta, e instantes después ya estaba fuera, dirigiendo sus pasos hasta las escaleras. Subió todo el tramo hasta llegar a la planta superior y encendió la linterna, comenzando a caminar por uno de los pasillos.

Y tal y como esperaba, apenas había avanzado cuando escuché la puerta del despacho de Regina abrirse y cerrarse de nuevo, indicándome que ella me seguía. No era de sorprender que Regina Mills ignorase un consejo, más aún si lo tomaba como una orden, la cual no obedecería por ningún motivo. A excepción de ella y de mí, aquello parecía desierto, y no era de extrañar, dadas las horas. Algunos miembros del servicio de limpieza hacían su ronda en la blanta baja -Graham los había tenido que evitar al subir-, así que descartaba esa opción.

No hizo falta que caminasen mucho más. Graham abría la puerta de una de las habitaciones cuando escuchó la voz de Regina una vez más. Henry. ¿Henry? Se giró para mirarla, y la encontró observando un botón, imaginaba que lo habría encontrado allí.- ¿Estás segura? -frunció el ceño, observando el objeto- ¿Qué hace Henry aquí a estas horas? -preguntó, alumbrándola con la linterna para poder verla, aunque no directamente para evitar deslumbrarla.

Si alguna norma había en aquella especie de relación que mantenían era mantener la discreción para que nadie, especialmente Henry, supiese nada. Norma impuesta por su madre, pues a Graham poco le importaba, aunque no le desagradaba la idea de mantener el secreto. No le hacía demasiada gracia ser descubierto por un crío de once años, más aún si pensaba en las represalias que Regina podía tomar, en las que no le extrañaría verse afectado. Y entonces pasó por su cabeza la imagen de Emma. Que Henry supiera de aquello podía hacer que ella también lo hiciese, correría a contárselo, y no supo por qué motivo, pero no quería por nada que fuese así.

Pude ver fácilmente por cómo me miró que Regina no aprovaba demasiado mi primera pregunta, pero no me importó. No era la primera vez que una madre creía conocer a su hijo mejor de lo que lo hacía, pero aún así, no me pronuncié, y supuse por su mirada que sí estaba segura de sus palabras, por lo que no insistí. El hao de luz de la linterna que llevaba en la mano alternaba entre las manos de Regina, con el botón, y su rostro. Podía adivinar por sus gestos que estaba pensativa, y supuse que estaría repasando el motivo que había llevado a Henry a altas horas de la noche a visitar el Ayuntamiento.

Esperé pacientemente a que se pronunciase, dejando que fuese ella quien tomase una decisión. Al fin y al cabo no había ningún indicio que pudiese sugerir que Henry se encontraba en peligro, por lo que no entraba dentro de mis obligaciones seguirle el rastro hasta allá donde hubiese ido, y en caso de que anduviese solo por la calle no habría problema, pues ser el hijo de la alcaldesa hacía que estuviese completamente vigilado por cada uno de los ciudadanos, aunque fuese algo que no estuviese premeditado. Estaría seguro, así que decidí que Regina decidiese.

Al escuchar su decisión me limité a asentir con la cabeza. Aunque no fuese mi obligación, cualquiera le llevaba la contraria a Regina en lo referente a Henry, así que asumí que me tocaría bajar la pizza recorriendo las calles. Debí haber llevado el coche.- Vamos, entonces -dije desandando mis pasos y bajando de nuevo las escaleras que llevaban a la planta anterior, y entré después en el despacho de la alcaldesa una vez más. Cerré la caja de la pizza y la cogí del mismo modo que la había llevado momentos antes, para no dejar demasiados rastros de mi presencia.

Al salir de nuevo a la calle, Graham notó de nuevo el cambio de temperatura, aunque de manera inversa. Los cristales de los coches estaban empañados del relente de la noche, y las copas de los árboles de la plaza se mecían al compás del frío viento del otoño. Apenas había viandantes, pues todos parecían hacer acogido los primeros días fríos resguardándose en sus casas. El Sheriff miró a su alrededor, centrando su atención en cualquier movimiento que pudiese percibir, pero no. El único niño que consiguió ver fue a uno de los compañeros de clase de Henry, pero no a él, por lo que tendrían que seguir buscando.

- Deberías ir a casa -dijo, volviéndose hacia Regina, en quien pudo ver un inusual gesto de preocupación, aunque comprensible ante aquella situación. Quizás sonó autoritario, pero ahora era él quien tenía que llevar el mando. Él era el sheriff, y aunque ella fuese la alcaldesa y madre del crío, aquel último hecho podía fácilmente nublar su juicio, y no era eso lo que necesitaban.

- Mira si está allí, quizás ya ha vuelto. Yo caminaré hasta la comisaría, el coche está allí. Daré algunas vueltas por las calles a ver si veo algo. Si está en casa, avísame -dijo, mostrándole el móvil- Y si no está allí, hazlo también. Pasaré a por ti y le buscaremos juntos -no le dio opción de quedarse en casa a esperar noticias, pues de sobra sabía que ella querría sentir que mantenía el control de la situación.- Estamos en contacto -agregó antes de echar a caminar en dirección a la comisaría, esperando que su móvil sonase, deseando poder resolver cuanto antes aquel asunto.