Primer encuentro {1x01} [Emma&Henry]

Venga, venga, venga. ¿Por qué no van más deprisa los autobuses? Con el libro aferrado contra mi pecho, aguardo pacientemente mientras balanceo las piernas al borde del asiento, provocando alguna que otra mirada airada de la señora que se sentaba justo delante mío. Capto otra vez sus ojos, intentando alertarme de que debería parar, y resoplo por debajo de mi flequillo, levantándolo un poco con el aire, y dejo quietos y en reposo los pies. ¿Nadie puede entenderlo? Voy a conocer a mi madre. A mi madre de verdad. Sonrío de nuevo ante la expectación, y separo momentáneamente el gran volumen de mí, abriéndolo para ojear de nuevo los cuentos que, en tan poco tiempo, me he aprendido de memoria. Entre las hojas, hay dos páginas sueltas. La primera, la información que obtuve de la página web que me ayudó a localizar a Emma. Emma... me gusta el nombre. Parece nombre de buena persona. Aunque no es demasiado difícil que alguien sea mejor persona que Regina. Puede fingir todo lo que quiera... pero yo sé que es la Reina Malvada. Frunzo el ceño, y asiento con determinación. Tengo que encontrar a mi madre para romper la maldición que pesa sobre Storybrooke y que todos vuelvan a ser felices. Ruby, la señorita Blanchard...

Al pensar en la señorita Blanchard, me mordí el labio, sintiéndome algo culpable, y observé la segunda hoja impresa que tenía delante. El recibo de una tarjeta de crédito. De su tarjeta de crédito. Sé que al volver me voy a meter en un buen lío por habérmela llevado, pero un niño de 10 años no llega a ninguna parte sin una de estas. Así que no puedo lamentarlo. Al oír el anuncio que dice que hemos llegado a donde se supone que me tengo que bajar, casi pego un salto del asiento, y me apresuro a correr hacia las puertas, bajando el primero una vez que estas se abren. Y de ahí, me voy a la parada de taxis, a buscar uno. No me cuesta demasiado encontrar a un conductor dispuesto a llevarme a la dirección que tengo apuntada: nadie puede resistirse a la mirada de una tarjeta de crédito. Y al final, llego. Llegamos. Tras pagarle el viaje, salgo del vehículo, de nuevo corriendo, y observo el edificio con cara de asombro. Vaya... tiene la vida muy bien montada. Todo tiene pinta de lujoso. Justo cuando me dispongo a llamar al botón de su piso, una señora mayor sale por la puerta, y aprovecho para entrar sin tener que pasar por el trance de explicárselo todo a mi madre a través de un interfono. Mejor. Subiendo las escaleras de dos en dos, llego rápidamente frente a su puerta, y espero un momento para recobrar el aliento antes de levantar un dedo, algo vacilante, y pulsar el timbre. Y en ese momento, me asaltan las dudas. ¿Reaccionará bien? Quizás no tendría que haber venido...

Regina siempre dice que soy demasiado impaciente. Pues bueno, es verdad. En este momento, estoy mirando a mi alrededor de manera constante, arriba, abajo y a ambos lados, mientras espero a que la puerta se abra. Si es que llega a abrirse. Todavía no las tengo todas conmigo. Puedo oír los suaves repiqueteos de mi zapato contra el suelo, a un ritmo quizás demasiado rápido. A ver, tengo 10 años, es normal que no sepa esperarme tranquilo. Chasqueo la lengua. Seguro que no está en casa. Ya me veo sentado en las escaleras de delante hasta que vuelva. Jo, así no es como había planeado hacerlo. Y si no consigo hacerlo... si no consigo encontrarla, o que venga conmigo... todos los líos en los que me voy a meter cuando vuelva a Storybrooke no servirán de nada.

Y entonces, va la puerta y se abre. Así, de golpe. Empiezo a esbozar una sonrisa cuando veo a la mujer que se encuentra delante mío, y sin ser consciente de ello, mi cerebro le busca similitudes con la gente del pueblo, y también con el reflejo que veo todas las mañanas en el espejo del cuarto de baño. Es alta, más que la señorita Blanchard, y rubia, a diferencia de ella... pero es obvio que tienen la misma barbilla. Cuando por fin se da cuenta de que la persona que ha llamado a su puerta está justo debajo suyo, yo ya he acabado de asimilarlo todo, y en mi rostro se forma de nuevo esa expresión de impaciencia. Por favor, que sea ella, que sea ella, que sea ella... Paso por alto su pregunta, sabiendo que acabará en excusas que luego no me acordaré de repetir, y voy directamente al grano, a lo que me interesa. - ¿Tú eres Emma Swan? - Ese es el nombre que me había dado la página web que he pagado con la tarjeta de la señorita Blanchard, al menos. Así que tiene que ser ella. Llevo de manera inconsciente una mano hacia la parte de atrás de mi espalda, donde descansa la mochila, y dentro de ella, el libro. Si de verdad es la persona que estoy buscando, podría arreglar tantas cosas... y también tantas vidas...

Observo la sorpresa dibujada en su rostro mientras me muerdo el labio, preocupado. Quizás no he debido abordarla de esta manera tan directa... seguro que se ha asustado. Y eso es lo último que me conviene ahora mismo. ¿Y si decide no venir conmigo? No... mejor no pensarlo, no vaya a ser que me ponga nervioso y la fastidie todavía más. En vez de eso, sonrío con decisión y entro corriendo en su piso en cuanto me da permiso, antes incluso de contestar a su pregunta. Si le tengo que explicar todo lo que he venido a contarle, mejor que lo haga entre cuatro paredes, quitándole la posibilidad de cerrarme la puerta en las narices y dejarme con la palabra en la boca.

Sin embargo, cuando intento juntar las palabras para empezar a hablar, veo como coge el teléfono y dice nosequé de la policía, y de mi madre. No. No, la policía no, me va a meter en un lío, y eso sin darme tiempo a explicarme. Automáticamente, salto y me abalanzo en su dirección, tratando de quitarle el teléfono. ¡No puede llamar! - ¡No! No... porfi, no llames a la policía. Déjame que me explique primero. - Tengo que llamar su atención de alguna manera, o si no me veré de vuelta a Storybrooke mucho antes de lo que me hubiera gustado, con un castigo cerniéndose sobre mí, y sin resultados que hicieran que este valiera la pena. Y entonces, antes de pensarlo, la frase escapa de mi boca, como si la hubiera tenido ensayada. - Además... no creo que puedas llamar a mi madre. - Una vez pronunciadas las palabras, me quedo un momento congelado, sin saber cómo reaccionar, pero después sonrío con suficiencia. Desde luego, Regina no es mi madre, así que ni hablar de llamarla a ella.