They used to love having so much to lose {Emma K. Swan}

No había tenido pesadillas. Hacía mucho que ya no las tenía. Esta vez no había soñado con monstruos ni dagas que la atormentaban, si no con castillos y bosques, y con el vestido dorado más bonito que había visto nunca. Se despertó con los rayos de Sol que se colaron por entre las cortinas, y con energía las descorrió, dando paso al día más resplandeciente, limpio y claro que había visto en Storybrooke desde que salió del psiquiátrico donde la habían tenido encerrada. Aquel Sol cegador la puso de buen humor, aunque a decir verdad, Bella siempre estaba de buen humor.

Cuando llegó a la cocina, la castaña se encontró una nota del señor Gold en la que decía que había salido temprano, y que no saliera de casa bajo ningún concepto. A veces el señor Gold hacía eso; salir temprano y volver casi al final del día. Él llamaba "hacer algunas gestiones".

Sola en la casa, Bella decidió curiosear un poco, como en otra vida hacía en el castillo de la Bestia, aunque ella no lo recordase. Y así, la mañana dio paso a la tarde. Esta vez, la castaña se encontraba leyendo aquel elegante libro de cuentos franceses cuando alguien llamó a la puerta. Gold siempre le decía que no abriera a nadie, porque él siempre llevaba llave, pero igual aquella mañana la había olvidado.
Cuán fue su sorpresa al encontrarse con una muchacha rubia, no mucho mayor que ella misma.
-Hola, ¿te puedo ayudar en algo?- inquirió un poco confusa y sorprendida de ver a una desconocida en la casa.