Once again feel the rain (Graham Humbert)

Esta historia que os voy a contar ocurrió antes de la Bestia, mucho antes de toda esa pena. Pero no por eso va a ser un cuento más alegre y con un final feliz. Después de todo, también hay cuentos tristes. Pero no es ese el tema que ahora nos atañe. Veamos...

Bella quería ser valiente. Eso era algo que tenía claro desde hacía mucho tiempo. Nunca se había colocado una armadura, como los valerosos guerreros de su padre. Tampoco sabía manejar una espada. Pero habían muchas formas de ser valiente.

La guerra había asolado el reino de Maurice. A pesar de los esfuerzos y las alianzas, los ejércitos de la Reina Malvada estaban ganando terreno. Y eso sólo se podía interpretar de una manera: Gente inocente sufriendo. Normalmente, Bella era tratada con displicencia cuando intentaba aproximarse a algún tema político. Pero eso no la amedrentaba, pues los corazones audaces no se dejan acobardar. Así pues, si no le daban la oportunidad de participar abiertamente, tendría que hacerlo por su cuenta.

Sin pensárselo demasiado, se vistió con ropas de calle y se colocó una capa negruzca encima, obviando cualquier tipo de lujos en su vestuario. LLegó a las cuadras para montar su yegua albina. Iba cargada con enormes víveres y cestos. Pero antes de salir del castillo, se topó con una figura conocida, de porte gallardo, caballeresco... Todo un príncipe digno de una princesa, en opinión de su padre. En el rostro del hombre se veía dibujado un ictus algo más bravucón y altanero de lo habitual.
-¿A dónde vas, Bella? -le interrogó Gastón.
-Creo que no es de tu incumbencia, dado que aún no estamos casados -respondió, educada pero mordaz.
-Quizá no estemos casados todavía, pero sigo siendo tu prometido.
-Si tanto interés muestras... Voy a la aldea, a llevar estos víveres al pueblo. Puedes decírselo a mi padre.
-Pero la ciudad está cercada. Hay soldados de la Reina por los alrededores. Si te atrapan...Eso no es trabajo de princesas. Tu misión... Tu destino es estar aquí, en el castillo. A salvo.
Bella ladeó una sonrisa, sincera (todas sus sonrisas lo eran)
-Sólo yo decido mi destino -espoleó a su yegua y salió disparada. Sin mirar atrás.


El camino del castillo a la aldea no era especialmente largo, pero sí peligroso para los tiempos que acontecían. El bosque era un lugar perfecto tanto para pasar desapercibido como para una emboscada. Bella lo sabía, sabía el peligro al que se exponía. Pero también sabía de dolor (¡Ay, si ella supiera!), y sabía del dolor de las gentes. Por eso quería ser valiente. Como las heroínas de sus libros, esos que tanto amaba.

Ya hacía tiempo que sus dias se habian vuelto agotadores. Recordaba aquellos tiempos en los que era libre, en los que podía permitirse pasarse el día en el bosque sin la necesidad de dañar a nadie. No le importaba aquella guerra, no le importaba quien coneguía el territorio que se disputaba en cada batalla. Pero luchaba, no podía hacer otra cosa. Hacía algún tiempo que se había convertido en una especie de mascota personal de la reina, la que ella usaba para satisfacer sus propios fines, y él ya no encontraba la fuerza para oponerse desde que su pecho se habia quedado vacío.

- Hey. ¿Hay alguien ahí? -dijo una voz seguida de una risotada. Alguién empujó su hombro, ayudando a hacer que aquel pensamiento melancólico se disipara, alguien que no era más que otro soldado que, como él, había sido enviado a matar. Le dolían los muslos de cabalgar; eso tampoco le gustaba. Se sentía cómodo cuando se desplazaba caminando, manteniendo el control, decidiendo qué camino tomaban sus pies sin depender de las emociones del equino que le llevaba en su lomo.

Durante la mañana no había luchado, sino que había permanecido con Regina hasta que ésta dispuso que tomase parte en la batalla, en lo que, a ojos del ahora soldado, no era más que la satisfacción que le producía verle hacer algo que era consciente que él no deseaba hacer.

Pero empezaba a asumir su papel, se había vuelto algo más frío, y había comprobado que sus sentimientos ya no florecían como antes. Había pasado de derramar lágrimas al matar a un animal por necesidad a mostrarse inalterable cuando asesinaba a una persona por la sola obligación de matar. No le gustaba, pero poco podía hacer por evitarlo. Ahora no era él quien controlaba sus sentimientos, no era él quien podía decidir si mostraba compasión o no ante hombres que ni siquiera estaban armados, que tan solo habían tenido la funesta suerte de encontrarse con ellos, de haber estado en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.

En aquellos pensamientos siguió mientras se separaba del grupo sin darse cuenta, tomando por un sendero diferente al que llevaba el resto. Iba tan absorto que apenas se dio cuenta de que un caballo, cuyo jinete ni siquiera vio, se le echaba encima, haciéndole caer al camino de tierra.

El bosque estaba sumido en un profundo silencio. Ni los ruiseñores ni los cuclillos cantaban ya, no había ardillas en las ramas, ni conejos por los arbustos. El ejército de la Reina había traído muerte consigo. A Bella se le encogió el corazón de pensar en la situación de la aldea. Guerra. A la castaña le recorría un escalofrío siempre que escuchaba esa palabra salir de la boca de su padre. Él lo decía con calma y tranquilidad, como quien saluda o despide a alguien.

Su padre siempre le solía reprochar que era demasiado ilusa, que vivía en un mundo de fantasías, pero que en el mundo de los adultos, la guerra existía, devoraba todo lo que había a su paso y le daba igual si era amigo o enemigo, porque al fin y al cabo, tanto vencedores como vencidos siempre perdían algo. Para Maurice la guerra era real, inevitable y necesaria. Y puede que tuviese razón, porque, después de todo, él era el rey y estaba curtido en estrategias y tácticas, pero Bella no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados mientras su pueblo sufría. ¿Era esa una acción valerosa o insensata? Dejémos que eso se decida al final de esta estrofa.

Bella aceleró su yegüa. Un mal presentimiento le removía el estómago desde que puso un pie en aquel bosque, y quería llegar cuanto antes al pueblo más próximo. Los víveres eran pesados, pero su caballo era fuerte, fornido y robusto. No hubiera escogido otro que no fuese a su amada Ceniza. La yegüa albina ya le había demostrado en muchas otras ocasiones lo noble y leal que era. Podría aguantar todo el camino. Debía aguantar todo el camino. Ambas.

Pasó un tiempo más, sumisa y serena, hasta que, de pronto, se encabritó. Ceniza empezó a relinchar y cocear, y a echar la cabeza hacia atrás para volver. Bella intentó serenar al animal.
-Chss... tranquila, bonita. Ya queda poco. Ya queda poco... hay que ser valiente, ¿recuerdas? -le acarició las crines con suavidad, y le susurró despacio en la oreja. En ese momento, otro caballo salió al paso desde la ladera del bosque, y se puso entre medias. Ceniza alzó las pezuñas y casi estuvo a punto de tirar a su jinete al suelo, pero por suerte, Bella era buena amazona, y le tensó con las cuerdas para que no se moviera.

Pero el otro jinete no tuvo tanta suerte, y una masa de ropa, metal y carne cayó sin remedio al camino. "Un soldado", fue lo que primero pensó. Pero, ¿de quién? ¿de su padre o de la reina? Por unos momentos, Bella se quedó paralizada, sin saber qué hacer. ¿Continuar adelante, o acudir en ayuda del hombre? ¿Y si era de los ejércitos enemigos? ¿y si descubría quién era? No tendrían compasión con ella.

Finalmente, tomó una decisión, y espoleó a su yegüa para que se acercase al hombre tirado en el suelo. Lo apuntaba con un arco. Bella no sabía emplear armas, ninguna. Pero no había sido tan atolondrada como para adentrarse en el bosque sin un armamento que, al menos, le diera la oportunidad de, si no salir victoriosa de un enfrentamiento, sí evitarlo.
-¿Maurice o de la Reina? -inquirió, sin más presentaciones. Su labio inferior temblaba de puro miedo, agobio y nerviosismo, al igual que la flecha de su arco. Pero intentaba no proyectar eso a su compañero. "Tienes que ser valiente, tienes que ser valiente, tienes que ser valiente..." ¿Qué haría ahora después? ¿qué haría si le decía que era de la Reina? Podría mentir, podía huir, podía...ser valiente, ser valiente

Quizás fue aquella la primera vez que agradecí llevar esa molesta armadura. Acostumbrado a vestir con pieles y materiales naturales, el acero me hacía sentir particularmente incómodo, no me dejaba moverme con soltura y parecía no estar hecha a mi medida, pues me rozaba en zonas como rodillas y hombros cuando me movia o montaba a caballo. Pero en aquella ocasión, las rígidas piezas de acero amortiguaron la caída, e hicieron que solo notase la presión al chocar con el suelo. Esperaba que no hubiese sido la propia armadura la que me hubiese magullado el cuerpo; era lo que me faltaba para terminar de despreciarla. Fea, incómoda y ahora también dañina, lo tenía todo.

Estaba aturdido por culpa del casco. Se me habia movido al caer y no veía bien, aunque en vez de recolocármelo terminé sacándomelo y arrojándolo hacia un lado. Apenas era consciente de donde me encontraba, o de cual había sido la persona causante de mi caída de aquel condenado caballo, cuando adiviné una figura femenina frente a mí, apuntándome con un arco. Una punzada de nostalgia me golpeó el estómago como una patada al ver aquella arma. Desde que había entrado a formar parte en la guardia de la Reina había tenído que adaptarme a los métodos que me imponían mis superiores, quienes preferían las armas de corta distancia como espadas o puñales. Continuaba practicando de vez en cuando, pero no me bastaba con eso, y ver a otra persona sostenerlo me hacía envidiarla.

Escudriñé a la joven de pies a cabeza cuando escuché sus palabras. Quizás en ellas podía verse seguridad, pero no hacía falta ser un arquero experto para saber cómo no sostener un arco. Si lo mueves, no das en el blanco, y la inseguridad de aquella mujer se hacía fácilmente visible. La punta de la flecha bailaba frente a mí, y aquello hizo que esbozase una media sonrisa, sin burla, tan solo de compasión.- No creo que todos los soldados lleven eso en la cabeza -dije desde el suelo, señalando con un movimiento de cabeza el casco con plumas de cuervo que yacía cerca nuestro. Empecé a levantarme con lentitud- He crecido con un arco en las manos. Puedo quitarte ése y hacerte probar la punta de la flecha antes de que tengas tiempo de reaccionar, o puedes bajarlo y seguir tu camino. -comenté con voz pausada- ¿Que me dices?

Su flecha bailoteaba, y apenas era capaz de sostener el arco, y por mucho que sus palabras intentasen sonar convincentes, su mirada huidiza la traicionaba. Ceniza todavía se movía encabritada, zapateando y agitando la cabeza. Bella sentía cómo se le hacía un nudo en la garganta y el estómago, de pura preocupación. "Tienes que mantener la calma. La mente serena", se obligaba a repetirse.

El soldado estaba tirado en el suelo, y Bella no llegaba a ver dónde había huído su montura. Aquello tal vez le diera una ventaja sobre el soldado si las cosas se ponían demasiado feas. El hombre se deshizo de su casco, dejando ver un rostro joven y algo maleado por las batallas. La joven castaña desvió la mirada hacia el casco que había indicado el soldado. Plumas negras. Eso sólo podía significar una cosa, y por un momento, Bella deseó haber hecho caso a los consejos de su prometido. Entonces, las palabras del soldado la aturdieron más que la propia situación en sí. ¿Había escuchado bien? ¿Estaba insinuando...? El hombre estaba dispuesto a dejarla marchar si bajaba el arma.
-Está bien, está bien... -dijo, mientras bajaba el arco, lentamente por si al hombre le daba por hacer algún movimiento brusco.

Bella estaba dispuesta a marcharse de allí y seguir su camino, pero no hubo dado ni dos pasos cuando otros dos soldados más salieron al camino. Iban ataviados exactamente con el mismo uniforme y el mismo casco que el otro con el que se había cruzado. Éstos se acercaron a Bella como lobos rodeando a una presa, y Bella tensó las cuerdas, dispuesta a azuzar a su yegüa si hacía falta.
-Vaya, vaya. ¡Pero qué tenemos por aquí! -comento un primero mientras reía. No tenía casi dientes.
-¿Para qué es eso? -interrogó el segundo señalando los víveres que cargaba Bella en los costados de su animal.
-Comida. Para el pueblo -"que vosotros destrozásteis", quiso añadir. Pero se contuvo la lengua, no quería empeorar la cosas.
-Lo siento, pero no se permiten entradas y salidas. El pueblo está cercado, y hay que pagar tributo a la Reina para pasar.

Bella los miró con el mentón erguido. "No pagaré tributo a ninguna reina que toma lo suyo por la fuerza", pensó. Pero tampoco lo dijo. En su lugar, trató de razonar con los dos hombres, que juzgó que eran compañeros de partida del soldado que se había encontrado hacía apenas unos minutos.
-Esa gente está muriendo de hambre, debe dejarme pasar. Si aún le queda corazón -repuso, tal vez más mordaz de lo que pretendía.
-Y... Dígame, muchacha, ¿de parte de quién viene tanta generosidad? ¿quién la manda? -volvió a interrumpir el que no tenía dientes, con una mirada inquisitiva. Bella en ese momento empezó a balbucear cosas sin sentido, todo su cuerpo en tensión. No podría con dos hombres; tres, si el otro soldado decidía ayudar a sus compañeros.

Clavó su mirada en sus ojos, tratando de hacerle comprender que era posible lo que le decía. Pudo comprobar cómo sus palabras provocaban en ella algo de sorpresa, y algo le decía que era más por la opción que le dio de marcharse que por su alarde de cualidades. Aquella situación era fácil solventarla, y de haber insistido en apuntarle con su arma, aquella chica no habría mostrado más que cabezonería y una innecesaria estupidez. Pero su inseguridad pareció hacerle un favor, y comprobó satisfecho tanto por ella como por él mismo que la punta de la flecha terminaba apuntando al suelo de aquel camino terroso sobre el que se erguían.

Asintió para asegurarle que estaba haciendo bien, y volvió a él la intención de seguir su camino y reunirse con el resto de soldados de la reina. Pero pareció no ser necesario. Mientras se sacudía el polvo que había quedado en su vestimenta, formando a su alrededor una espesa nube blanquecina, escuchó unas voces que le resultaron familiares. Subió la mirada, y fue entonces cuando se encontró con la escena: la joven a la que había dejado marchar, montada de nuevo sobre su yegua, era interceptada por dos soldados a pie, que sujetaban las riendas de sus caballos, de los que tiraban. Suspiró. Parecía ser que su intervención no había servido de nada, y si no dejaba de balbucear frases imposibles de traducir no haría otra cosa que empeorar la situación. Con ellos no servían las explicaciones, así que, decidido a mantener su palabra con ella, intervino finalmente.- Ahí estáis -dijo abrazando el casco con un solo brazo, sin intención de volver a ponérselo. Si podía evitarlo, lo haría.- He estado buscándoos, pero todos los árboles empezaban a parecerme iguales -mintió. Había crecido entre árboles, riachuelos, aldeas y claros, los lobos le habían enseñado cómo orientarse, y jamás se había perdido. El más mayor y desdentado de los dos, quien antes había estado intentando que despertase mientras hacían ronda sobre sus caballos, mostró sus numerosas mellas al sonreír.

- ¿Perdido? Te he estado sobrevaorando, niño lobo -gritó con aire divertido. Parecía que aquella incoherencia le había provocado más gracia que desconfianza.

Pero Gareth era más joven y despierto, y fue a quién el Cazador se dirigió. Dio una palmada sobre su hombro y movió el mentón para señalar a la chica, que parecía luchar por tragarse su miedo.

- ¿Qué más da quién sea? -dijo con aire despreocupado, mirando a los dos soldados, respondiendo a la pregunta del primero.- Es tan solo una cría con ganas de ayudar a esta pobre gente. Demasiado les hemos hecho pasar ya, podemos darnos por satisfechos. -intentó sonar tan desalmado como pudo para convencerles de la veracidad de su argumento, pero por si no era así, no tardó en tomar medidas.- Yo la escoltaré. Y tranquilos, no dejaré que hable con nadie, tan solo irá, dejará lo que lleva y volverá con mi aliento en su nuca. Si desobedece, tomaré medidas. -asintió, echando la mano hacia la empuñadura de su puñal- Sois curtidos soldados de la Reina -añadió, fingiendo admiración- Dejad estas nimiedades para los novatos.

Ambos le miraron, inquisitivos, pero finalmente Gareth tomó una decisión- Espero que no termines acobardándote como la última vez -lanzó con tono de burla, aunque con completa seriedad. Aquello hizo que tragase saliva. Como soldado, aquello no le había ofrecido buena fama, pero se enorgullecía por lo ocurrido, aunque no lo expusiera- Que este tiempo te haya servido de algo -añadió con desprecio, antes de dar un tirón de las riendas y pasar por al lado de ambos, seguido por el otro, que se conformó con mirar a la joven de forma lasciva una vez más antes de darles la espalda.

Observó la escena muda, callada, sumida en un silencio producto del asombro. Porque aquel soldado no sólo le había dejado marchar hacía menos de un minuto, si no que ahora también salía en su defensa delante de sus compañeros de patrulla. Por un momento, Bella temió que, a pesar de los intentos del soldado por ayudarla, sus camaradas se siguieran oponiendo. Pero no fue ese el caso y pasados unos minutos que a Bella se le antojaron eternos, el desdentado y su acompañante siguieron camino arriba, dejando a Bella y a su "escolta" en mitad del sendero terrenoso. Y así, sin más, desaparecieron.

-Gracias -musitó cuando los dos cascos de plumas negras hubieron desaparecido en medio de la humareda y el polvo de los caballos.

Bella se sumió en pleno silencio porque no sabía qué decir. A la castaña le parecía que cualquier cosa que dijera podría revelarle su identidad al soldado. El hombre tampoco parecía demasiado hablador, por lo que pasó el tiempo sin que ninguno de los dos dijese nada. La castaña se tomó ese tiempo para inspeccionar al soldado e intetar averigüar qué lo había llevado a ser tan generoso con ella. ¿Podría ser un espía de su padre Maurice? ¿era todo esto una trampa? ¿o simplemente era posible que el joven hubiese sido simplemente...bueno con Bella? Le miró las manos, su padre solía decir que las manos de un hombre revelaban la verdad acerca de él; si estaban callosas es que pertenecían a un simple pueblerino, pero si eran suaves y limpias, eso significaba que eran las manos de un noble rey o aristócrata. "Pero las manos callosas también son dignas de los hombres honrados. No todas las manos suaves y limpias son buenas". Recordó cuando le preguntó a su padre, "¿y cómo son mis manos?" Maurice se rió con la ocurrencia de su hija. "Las manos de las princesas siempre tienen que ser suaves y bonitas. No se pueden ensuciar" Pero a Bella le encantaba ensuciarse las manos, jugando con el barro o con la nieve cuando se acercaba el invierno.
¿Y las manos del soldado? ¿cómo eran? La castaña no pudo saberlo porque las llevaba enguantadas.

-Me llamo Diana, por cierto -comentó de pronto. Utilizar su segundo nombre le resultó extraño. Diana fue el nombre de su abuela, la madre de Maurice. Decían de ella que fue una monarca implacable pero justa. Bella no la llegó a conocer, aunque su padre siempre le repetía lo mucho que se parecía a ella-¿Por qué has hecho eso? No tenías por qué hacerlo. No tenías por qué escoltarme hasta la aldea -le desconcertaba la idea. Le desconcertaba la idea de pensar que en el bando de la Reina Malvada pudiese haber hombres honrados (si es que éste lo era, claro). "No todos los hombres tienen la suerte de elegir su destino, Bella", se recordó. Era algo que había leído en alguno de sus libros. Y pensó en cuán simple pero verdadera era aquella afirmación.

Si la reina se enteraba de aquello, no iba a hacerle gracia. No estaba en su naturaleza ayudar a personas de forma desinteresada, y el Cazador suponía que aún menos aprobaría que lo hiciese él, que engañase a sus guardias y ayudase a alguien a llevar provisiones al pueblo enemigo. Pero a pesar de que su corazón pertenecía a ella ahora, en él había quedado algo de determinación, y fue ésta la que usó para tomar la decisión de echarle una mano a la joven.

- No me des las gracias. Ya van dos veces que hago que puedas seguir tu camino -dijo a medida que se acercaba a su caballo, que afortunadamente no había salido a la carrera en cuanto su jinete cayó al suelo- Así que prefiero que me lo agradezcas con alguno de los alimentos que llevas. Ha sido un día agotador y aún no he comido -agregó en tono firme.

No quería que sintiese que la obligada a darle comida, pero lo insinuó esperando que el temor de la joven jugase en su favor. Pero había aprendido de su familia que ante todo se ha de ser noble y honrado, así que sus labios no tardaron en escupir algo más- Por favor -musitó, maldiciéndose a sí mismo por no poder sonar rudo por una maldita vez. No le costaba mantener esa actitud ante personas que se habían ganado su desprecio, pero aquella chica no lo había hecho. Al menos, no de momento.

Se alzó entonces, y volvió a montar sobre el lomo del animal. Instantes después ya avanzaban, manteniéndose junto a ella para poder mantenerla vigilada. No quería darle la opción de salir al galope y desaparecer, y que después llegase a oídos de los hombres a los que acababa de mentir de forma descarada. Si ya era poco el respeto que le tenían, aquello haría que la situación fuese aún peor. Al escuchar el nombre de la joven, tragó saliva, cayendo en la cuenta de que él carecía de uno. Los animales no usan nombres para distinguirse de los demás por motivos obvios, y nunca había estado en la necesidad de poseer uno. Los humanos le llamaban Cazador, pero no quería que le asociasen con eso, así que prefirió callárselo- A mí... puedes llamarme como quieras -al fin y al cabo, eso era lo que hacían todos. La miró al escuchar su pregunta, pensativo.- Sí tenía que hacerlo, si es que realmente tenías intención de llegar. Esos hombres no son demasiado afables, y solo iban a ceder si pensaban que es uno de ellos quien mantiene el control. No quieras saber lo que te habían hecho de no haber hablado en tu favor -dijo, dando con el talón de su pie derecho al caballo para hacerle girar en una curva- La próxima vez que quieras hacer algo así, no titubees. -añadió. Sus ojos azulados se desviaron al saco de comida- ¿Y qué interés tienes en ayudar a esa aldea? ¿Tienes familia allí?

Aquel joven desconocido acababa de salvarle el pellejo. Por segunda vez. Y lo único que pedía a cambio era alguna de las frutas que llevaba en las alforjas. Bella no pudo evitar ladear una sonrisa. La joven no era una persona desconfiada, es más; todo lo contrario. Y su inocencia a veces le había jugado malas pasadas. No sabía si en aquella ocasión estaba pecando de incauta, pero sentía que podía fiarse de aquel soldado. Algo en él le decía que no era como los demás, y sin duda, no era como sus otros dos compañeros. ¿Acaso no podían existir soldados de la Reina valerosos de corazón?

-Acabas de salvarme el pellejo por segunda vez y lo único que pides es un trozo de fruta. La Reina os tiene que tener muertos de hambre -repuso, casi en broma. Mientras el soldado se acercaba a su montura (que afortunadamente no había dejado a su jinete en la estacada) Bella deslizó la mano en uno de las alforjas, sacó una manzana y se la arrojó en el aire a su compañero.

El soldado prefirió guardarse su identidad para él mismo. A Bella tampoco le importó demasiado, ya que ella tampoco había sido del todo sincera con su propio nombre.
-Muy bien, pues ya que tu compañero te ha llamado "chico lobo", "chico lobo" te llamaré yo también -era un mote singular, y la curiosidad innata de la princesa le empujaba a preguntar a qué se debía tan llamativo apelativo- Es un mote original, ¿se debe a algo en especial?

"No quieras saber lo que te habían hecho de no haber hablado en tu favor" Pero Bella ya se lo podía imaginar, y eso sin contar con que había logrado mantener oculta su verdadera identidad con éxito.
-Sí, mi prometido ya me había avisado -se encogió de hombros. Pensar en Gastón siempre le traía sentimientos confusos. Después de numerosas discursiones con su padre acerca de su boda concertada, Bella había aceptado por fín a casarse con él. "El reino necesita a los aliados de Gastón y su padre". Y Bella haría cualquier cosa por su pueblo. Hasta casarse con un completo desconocido. Gastón no era del todo un mal hombre, a veces pecaba de ser demasiado arrogante, de no tener en cuenta sus fallos, algo presuntuoso tal vez. Estaba convencido de que él tenía que salvar a Bella de todo y de todos, de protegerla contra cualquier amenaza. Y eso agobiaba a la castaña. Él todavía no había llegado a comprender que la esencia de Bella no era pasarse la vida encerrada en los muros del castillo. No. La castaña tenía aspiraciones, sueños, deseos... Quería vivir mil aventuras, y conocer mil mundos. Y quería, quería... encontrar el amor verdadero. "Esos libros sólo te meten pájaros en la cabeza", le decía su padre. Pero Bella...Bella nunca escuchaba.

-Descuida, la próxima vez que quiera hacer algo así vendré más preparada -porque posiblemente volviese a salir al camino. Porque posiblemente volviese a llevar más comida a las gentes de la aldea. Porque aunque su padre no creía que Bella debiera meterse en asuntos de política, la castaña había encontrado otra manera de ayudar. La princesa negó con la cabeza ante la pregunta del joven- No. No tengo familia allí. Pero la guerra afecta a todos por igual. Simplemente hago el trabajo que otros no pueden hacer. Por miedo, tal vez -esta vez dirigió una severa mirada al soldado. "Por el miedo que vosotros les infligís"