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Your voice tears me asunder {Rumpelstiltskin} [Terminado]

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Mensaje por Bella French Vie Sep 07, 2012 7:05 pm

"However cold the wind and rain
I'll be there to ease your pain
However cruel the mirrors of sin
Remember beauty is found within"


Beauty and the Beast (Nightwish)


Era una sensación extraña la que siempre la embargaba en aquel castillo. No iba a mentirse diciendo que no echaba de menos a su padre, pero dentro de esos muros se sentía...protegida. ¿Cómo podía ser eso posible? El castillo estaba siempre oscuro, era tétrico, siniestro, frío, igual que su dueño. Y sin embargo, sin embargo...

Parecía que las vidrieras cobraban vida por sí solas, y el fuego de la chimenea era de un color tan brillante que a veces Bella creía que la cegaba. Irónico, ¿no? Que la calidez de ese elemento contrastara tanto con la crueldad del anfitrión (¿Anfitrión? ¿cuándo dejó de ser captor?). Y hablando de tal personaje, a Bella, como al resto de las gentes, se le antojaba un ser huraño, raro. Pero no se podía decir que la tratase mal. Simplemente hacía como que no estaba, que no era consciente de su presencia. La muchacha se preguntaba muchas veces si lo hacía a posta, o era en verdad una persona tan particular que casi no era consciente de los seres que habitaban a su alrededor.

Sólo con el tiempo, Bella comprendió que ese comportamiento se debía a una tristeza infinita. La tristeza de alguien que ha perdido algo importante. Ni la misma Bella sabría cómo explicarlo bien. Era nostalgia, sí, debía de ser eso. Pero la muchacha no se atrevía a preguntar el motivo de esa nostalgia, tan sólo imaginaba alguna que otra historia. El protagonista siempre era él, pero el objeto de su desgracia cambiaba: ¿un padre? ¿una madre? ¿un hermano? ¿una hermana? ¿tal vez una esposa? ¿Quién era realmente Rumpelstiltskin y cómo se había convertido en lo que era?

Y Bella imaginaba historias disparatadas. ”Pájaros en la cabeza”, le había dicho muchas veces su padre. Pero ella...¡ah!, Bella nunca escuchaba más que a su propio corazón.

Ocurrió en una de esas tardes que a Bella se le hacían infinitas. Rumpelstiltskin le había advertido que no saliera de sus aposentos. A veces hacía eso, Bella no sabía muy bien por qué. Al principio no ponía objeción ninguna. ¿Por miedo, tal vez? ¿Desconfianza?. Pero no, Bella no escuchaba, ¿no os lo he dicho ya antes? Que para la joven no existía más latido, ni más sonido que el de su propio destino, el que ella se forjaba. Y aquella tarde le había dicho que tenía que salir de esas cuatro paredes.

Sus pasos la querían guiar hacia la biblioteca; ese sitio mágico, absorbente y conmovedor, donde se guardaban las más grandes historias con las que Bella había soñado jamás. Leyendas, cuentos, amores imposibles y algún que otro final demoledor. Era el sitio de sus fantasías. Pero, ¡que malaventurado fue el Destino al quererla llevar por otros lares! Que aunque ella no creyese en esas historias del Hado, algún ser o espíritu tuvo que encaminarla hacia ese lugar. Ese rincón que era sólo de él, de la Bestia. Y al que no se le estaba permitido el paso a nadie.

Conforme entraba en el Ala Oeste, la oscuridad se iba cerniendo sobre sus pasos, las cortinas caían desvalidas y no dejaban paso a ningún rayo de Sol. La penumbra tomó protagonismo hasta que Bella fue casi incapaz de ver el fondo del pasillo. Los espejos estaban tapados, algunos retratos desgarrados. No había nada más que polvo, tristeza y desolación en aquella parte del castillo.
Bella casi creyó perderse por allí, y pensó en volver, pero algo la mantenía firme. ¿Curiosidad? ”La curiosidad mató al gato”, como dicen.

Una puerta entre abierta. Y como no podía ser de otra manera, que el ser humano parecía tener debilidad por ellas, la joven de pelo castaño la empujó con fuerza hasta que estuvo del todo abierta.
Fue consciente entonces de que estaba en una de las habitaciones de las almenas del castillo, pues desde el cristal opaco y sucio pudo ver cómo se alzaba majestuoso los bosques del reino.
La habitación en sí no estaba en mejores condiciones que el resto. ”Tristeza”, fue lo único que Bella pudo pensar en esos momentos. ”Tiene una tristeza enorme en el alma”. Y justo allí, en el centro, en una de las mesas auxiliares de madera, con las patas en forma de león ya carcomidas por el tiempo, había una daga de oro, con el filo ondulado y mortal. Bella hizo un ademán de cogerla, movida por su curiosidad nata, pero algo la retuvo. ”La curiosidad mató al gato”, repitió por segunda vez una voz en su cabeza.


Última edición por Bella Andersen el Sáb Sep 29, 2012 6:19 pm, editado 1 vez
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Your voice tears me asunder {Rumpelstiltskin} [Terminado] Empty Re: Your voice tears me asunder {Rumpelstiltskin} [Terminado]

Mensaje por Mr. R. Gold Vie Sep 07, 2012 10:10 pm

Miré la espalda de la muchacha mi rostro estaba tranquilo mientras mentalmente había iniciado una cuenta atrás. Tres... dos... uno... Sus pasos se detuvieron y no tardó mucho más en darse la vuelta y mirarme. Luché, mucho, con mis ganas de sonreir abiertamente, con prepotencia. Mis tratos eran una oferta que pocas veces la gente rechazaba. Ella lo había hecho, pero no por mucho tiempo. Su jóvenes labios se movieron para pronunciar aquellas palabras que siempre habían sonado a música en mis oídos "Trato hecho". Esta vez aquella risita nerviosa que siempre tenía cuando me salía con la mía adornó el ambiente silencioso que había reinado en el bosque cuando ella había hablado. Mis ojos brillaron maliciosos y mi cuerpo se movió, comido por los nervios. Me acerqué a ella y le tendí lo que había pedido haciéndolo aparecer de la nada, un frasco de color semitransparente con un líquido verde en su interior. Veneno. A cambio la chica me dejaba hacer con el cadáver de su futuro difunto esposo lo que quisiera. Sería una bonita marioneta para añadir a la colección. La chica cogió el frasco y se internó, con paso digno, en el frondoso bosque. De repente, mi magia me alertó de algo, había problemas en el castillo y eso solo podía significar una cosa: Belle.

Mi joven criada me siempre me suponía un dolor de cabeza, tanto cuando estaba dentro del castillo como cuando mi "trabajo" me exigía marcharme de éste y dejarla sola dentro de la fortaleza. No, no me preocupaba porque alguien pudiese entrar y llevársela, era fisica y mágicamente imposible irrumpir en mi castillo. El problema era ella. Había descubierto con el paso del tiempo que se suponía que compartíamos juntos, que ella era una persona demasiado curiosa para su salud. La primera vez la había pillado explorando en mi laboratorio cuando le había dicho que no debía traspasar los límites que conducían a él. Si hubiese tocado algo de allí podría haberse transformado en rana o, lo que es peor, podría haber muerto. Su inocencia le jugaba una mala pasada y, a mí, me traía de cabeza. Mi preocupación por ella era completamente normal, me obligaba a pensar en eso, simplemente no quería perder a mi custodio. Solo eso... ¿verdad?

Sin la necesidad de un chasquido o cualquier movimiento, con tan solo pensarlo, mi magia me transportó en meras décimas de segundos a mi castillo. El silencio reinaba en él y me vi obligado a cerrar los ojos para concentrarme en situar a Bella entre las paredes. No en el laboratorio, gracias a los dioses, no en las cocinas y no en su habitación. Mis ojos se abrieron de golpe al poder notar donde estaba. Y en otro parpadeo estaba allí, tras su espalda, en el quicio de la puerta por donde ella no debía haber entrado. La observé por unos instante, solo por mera curiosidad, sabiendo hacia dónde se iban a dirigir sus atenciones. Justo cuando ella alzó la mano para tocar la daga, MI daga, yo alcé mi mano y mi magia la detuvo en el aire. Chasqueé mi lengua - Tsk... tsk... ¿De nuevo haciendo ronda en el castillo, querida? - mi voz no sonaba tan cantarina como siempre, haciéndola notar mi evidente molestia ¿A caso creía que podía irrumpir en la habitación de la daga y no tener consecuencias? ¿A caso esa niña no aprendía?


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Mensaje por Bella French Sáb Sep 08, 2012 6:15 pm

Esta vez el gato tuvo más suerte y la curiosidad no lo mató, no. No era ese el destino que le esperaba, sino otro un tanto más cruel y retorcido, porque no siempre el cuento tenía que acabar con un “felices para siempre”. Pero tiempo al tiempo, tiempo al tiempo... Volvamos al principio de la historia.

El gato fue pillado con las manos en la masa. Bella percibió la presencia de Rumpelstiltskin un poco antes de que éste hablara. Su muñeca quedó inmovilizada en el aire, a tan sólo unos centímetros de rozar el frío metal del arma. La muchacha se giró entonces, un tanto avergonzada. Y allí estaba de nuevo él. Ese ser extraño. Su piel era de un color amarillento, casi dorado. Sus labios siempre estaban torcidos en una sonrisa torva, desquiciada, y daba la sensación de que no quedaba ni una brizna de humanidad en él. Ni una sola. Sólo sus ojos (¡esos ojos brillantes y ambarinos!) los que decían que todavía, tal vez, quizá... cabía la posibilidad de que dentro de aquel ser tan peculiar quedase algún rasgo del hombre que fue. Siempre que lo miraba a los ojos, a Bella se le encogía el corazón. ¿Qué diablos significaba aquéllo?

-Yo... lo siento, no pretendía... Bueno, estaba buscando la biblioteca y me perdí. Siento si me he metido donde no debía, no volverá a pasar -se la notaba azorada. Quizá estuviese pensando en lo que el brujo era capaz de hacerle por haber irrumpido en su lugar. Pero no, no era eso lo que le asaltaba la mente, había algo más. Estaba esa daga. Desde el momento en que la vio, Bella supo que no era un cachivache más de los muchos que habían desperdigados por el castillo. Y lo supo por la manera en la que estaba dispuesta y guardada, como si fuera algo realmente valioso para él.

Bella se moría por saber qué ocultaba. Aquel hombre tenía esa habilidad sobre ella. Su cabecita castaña siempre estaba a rebosar de historias fantasiosas, y la peculiaridad de su anfitrión no hacía más que acrecentar ese sentimiento. Tal vez fue así como empezó todo. Si Bella hubiera sabido a qué estaban destinados ambos, no hubiera regresado jamás junto a él. Pero otra vez este trovador se está adelantando en el tiempo. Continuémos, continuémos...

La muchacha no dijo nada más. No mencionó la daga, ni los cuadros, ni los espejos tapados. No preguntó por qué siempre aquel lugar estaba tan oscuro, y parecía abandonado. ¿Temía la respuesta acaso? No, si bien Bella temía a muchas cosas, luchaba por ser fuerte. Sólo ella decidía su destino. Entonces, ¿por qué callar? Tal vez por el dolor que transmitía aquella parte del castillo. Un dolor del pasado; el que más heridas dejaba.

-Será mejor que me vaya -ladeó una media sonrisa que pretendía reducir la tensión de la situación. Se dispuso a salir de allí, y abocar esa sensación de zozobra que le estaba comiendo el pecho. La sensación de que había hecho algo horriblemente mal, de que había invadido lo más privado y valioso de la Bestia. El sentimiento de pérdida podía palparse en toda el Ala Oeste, palpitante en cada uno de los recuerdos que, estaba segura, eran todas aquellas reliquias destrozadas y polvorientas. Y sólo una pregunta fue capaz de formularse en ese instante. ”¿Qué es lo que le hace tanto daño?”. Pero una vez más, decidió guardársela para más adelante.
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Mensaje por Mr. R. Gold Dom Sep 09, 2012 8:13 pm

Estaba cabreado ¡Claro que lo estaba! La niña insensata no tenía ni la más mínima idea de lo que podría haber desatado su curiosidad. Si ella hubiera tocado esa daga, si hubiera puestos sus deditos pálidos y suaves en ella, el poder de tener a su merced al mago más oscuro del mundo, la habría dominado. El mero recuerdo de verme a mi alzando la daga al cielo, sintiendo cómo el poder me recorría de los pies a la cabeza, sintiendo cómo la corrupción, como la oscuridad avanzaba en mi cuerpo. Pero ella no me hubiera matado, ni siquiera era capaz de pensar en lo que podría haberme pedido hacer de haberla tocado. La había conocido un poco en este tiempo y, Belle, tenía un corazón tan puro que dudaba que me hubiese pedido hacer algo malo pero ¿Y si me hubiera pedido su liberación? ¿Y si me hubiera obligado a dejarla marchar? Sí, eso sería más lógico de pensar. Era consciente de que la chica debía echar de menos a su familia. Estar viviendo con un monstruo no era deseable ni confortable para nadie.

Nuestros ojos se encontraron al girarse y, como si hubiera sentido la quemadura de una vela en mi piel, mi enfado se esfumó con su disculpa. Ni siquiera había sido consciente de haber dejado de controlarla con magia, demasiado perdido en mis cavilaciones, tal vez. Traté de volver a molestarme, de intentar hacer volver el enfado a mi cuerpo. Pero, una cosa que era tan fácil cuando no estaba en presencia de la castaña, se volvía tremendamente difícil con ella. - Esto se está convirtiendo en una costumbre ¿no cree? - pregunté irónico y ácido, pero sin molestia ahora. Ella había ganado esta batalla, como siempre.

Justo entonces al escucharme decir aquella frase recordé que en su última incursión me había preguntado cómo, mi mágico castillo, le había abierto las puertas necesarias a ella para llegar allí. Mi castillo estaba tan embrujado como yo, le proveía comida, bebidas, ropa y todo lo que a ella se le antojase. Eso se lo había comentado el primer día de su llegada o, más bien, el primer día que la habia dejado salir de su celda en mis mazmorras. Pero también le había dicho que el castillo le cerraría puertas, todas aquellas puertas por las que ella no debía pasar. El pasillo a mi laboratorio, en el sótano, era una de esas puertas. Y, sobretodo, lo era el pasillo del Ala Oeste. Mas su pequeño y delicado cuerpecito estaba aquí. El castillo le permitía la entrada, le permitía deambular como si perteneciese a él, sin límites, como si no fuese una invitada, como si no fuese una inquilina tampoco sino... la dueña.

Aquella revelación debió verse reflejada en mis ojos porque ella no tardó en querer irse de la oscura y tenebrosa sala que compartíamos. O quizás era porque tenía miedo de esta sala, completamente comprensible, era la sala más terrorífica de todas las que tenía el castillo. - Sí... Espero que no vuelva a pasar... - gruñí repentinamente, un gruñido que no podía haber asustado ni a un pequeño cachorro. No había castigo, no era capaz de castigarla y sabía que ella adoraba eso. - Dado que no puedo prohibirte mágicamente entrar en esta habitación confio en que no volverás a entrar ¿De acuerdo, Belle? - pregunté acercándome a ella y clavando mis ojos ambarinos en los dos océanos que ella tenía por ojos. Pude ver las preguntas en ellos, preguntas que nunca salían de sus labios por miedo a que tal vez yo me pusiese a gritar como la bestia que era y la encerrase de nuevo en el calabozo. Algún día ella preguntaría y yo, simplemente, evitaría las respuestas.
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Mensaje por Bella French Mar Sep 11, 2012 11:36 am

Esos ojos color del oro la escrutaban, la estaban perforando, le sondeaban el alma. Y Bella pudo sentirlo a través de ellos. Era una especie de ira, una cólera desatada a raíz de su pequeña incursión, pero iba más allá. La rabia de Rumpeltilskin era algo mucho más complejo, complicado..agotador. ¡Sí, eso era! Rumpeltilskin parecía agotado. Aunque sus palabras estuviesen cargadas de tóxica ironía, Bella, que tenía la extraña habilidad de descifrar los códices del corazón apesadumbrado de aquel hombre, supo que él estaba tremendamente consumido por algo. Una lucha de sentimientos estaban empezando a florecer entre ambos, y aunque todavía ninguno de los dos sabía de qué se trataba, no tardarían en averiguarlo; de la manera más cruda y descarnada posible. No sólo se trataba de esa daga, se trataba de lo que aquéllo significaba. Y a la joven castaña le daba miedo, y no, no era temor por su captor. Se trataba del desasosiego y el anhelo de desear algo, con todas tus fuerzas, y no saber el qué.

-No volverá a ocurrir, de verdad -afirmó, con un convencimiento que en realidad no tenía. Y salió de allí como una estela azulada. Rápida, veloz. No quería estar en el Ala Oeste ni un minuto más porque sentía que, si se quedaba más tiempo en esa parte del castillo, ese dolor la crucificaría a ella también. ¡Pobre ingenua! Que no sospechaba si quiera que su destino ya estaba atado a aquél que llaman Rumpeltilskin, el Oscuro, el Enano Saltarín...La Bestia.
Pasaron varias horas desde el incidente. Bella pudo contemplar desde el ventanal de su aposento cómo el Sol iba cayendo, derrumbándose por detrás de las estepas de aquel reino que la muchacha no tenía por seguro que estuviera en los mapas que había estudiado con su tutor. La noche fue abriéndose paso hasta que llegó, oscureciendo todo a su paso, menos el corazón de la castaña, porque ése...¡ah, ese corazón siempre estaba vigoroso, preparado para cualquier aventura que se le cruzase en el camino! No había nada ni nadie que pudiera opacar esa alegría y ganas de vivir natas que la muchacha tenía.

Casi olvidando lo acontecido aquella tarde en el Ala Oeste, Bella bajó a cenar con su sonrisa y buen humor característicos. ¡Cualquiera diría que estaba allí casi secuestrada! Aunque la joven echaba enormemente de menos a su padre, no se arrepentía de su decisión. Con aquel gesto había demostrado a su pueblo cuánto lo amaba, y sobretodo, había querido demostrar que era ella la que tomaba las riendas de su propia vida. Pero había cosas que nadie puede controlar mas que el propio destino, por mucho que la joven castaña se empeñase en lo contrario.

El comedor del castillo era una sala de dimensiones apoteósicas. Y aunque Bella debería estar acostumbrada a tales lujos, pues se había criado en un castillo, a la castaña no dejaba de sorprenderle la magia particular que se respiraba en aquella fortaleza. Rumpeltilskin le había advertido el primer día de su llegada de que el castillo estaba encantado, y que todo lo que necesitara, se le concedería. Aquéllo había sido suficiente para seguir alimentando su cabecita fantasiosa con historias y leyendas acerca del origen de aquel hombre, que la fascinaba de una manera que casi rozaba la locura.

Cuando llegó al salón comedor, la mesa ya estaba provista de todo los alimentos que pudiera desear. Los platos estaban perfectamente colocados, el vino en las copas, la manzana en la boca del cerdo. Todo desprendía un olor exquisito. Pero lo primero que hizo Bella al entrar en la sala fue abrir los pesados cortinajes para dejar paso a una noche completamente estrellada.
-Hace una noche estupenda -repuso con una sonrisa y una vitalidad contagiosas, cuando percibió la presencia del dueño del castillo detrás de ella-. Deberías descorrer las cortinas más a menudo, las vistas son preciosas. No había visto nunca nada igual, ni si quiera en mi reino -repuso en un intento de iniciar una conversación cordial y dejar de lado la incómoda situación vivida aquella misma tarde.
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Mensaje por Mr. R. Gold Miér Sep 12, 2012 6:52 pm

Normalmente, incluso cuando no era el mago más poderoso del mundo, siempre me había resultado fácil leer a las personas. Los ojos de la gente eran como ventanas abiertas para mi, ventanas que me permitían adivinar más o menos sus pensamientos o sus siguientes movimientos. Disfrutaba viendo la cara de sorpresa de los pobres campesinos cuando adivinaba como por arte de magia lo que habían estado pensando. Siempre había sido bueno para el negocio. Y ahora, siendo El Oscuro, era mucho más bueno, más fácil también. Tan solo aquellos ojos azules que me miraban con sorpresa se me resistían. Y no tenía ni idea de cómo lo hacía. Ni siquiera usando la magia para desenmarañar los pensamientos y sentimientos de su cabecita, podía averiguar nada de ella. Eso me frustraba. Ella me suponía un misterio que deseaba demasiado descubrir ¿Había mencionado ya que me daba continuos dolores de cabeza?

Finalmente se marchó, huyó dejando a la bestia sola en la guarida donde guardaba su arma más poderosa, el arma que le había dado la vida y también le podía dar la muerte. Tomé aire profundamente y lo expulsé con lentitud, tratando de calmar aquellos nuevos sentimientos enfrentados que ya tenía más bien como olvidados. Aquella niña, aquella princesa, estaba causando en mi cosas que no debía. Cosas que nadie podía pensar que causaría. Y sí, eran... Cosas... ¿para qué ponerle un nombre que me gustaría mucho menos?

Pasaron horas, ni siquiera supe cuantas ni era capaz de contarlas. Me había sentado frente a la rueca después de estar casi una hora completa perdido en la habitación de la daga. Mirando el lugar frente a ésta donde había estado Belle. La paja se convertía en hilos dorados en mis manos mientras miraba distraido el girar de aquella tosca y vieja rueca, mi rueca, el único objeto del castillo que había pertenecido a mi antes de la maldición.

El ruido de sus pasos bajar por la escalera me anunció su presencia antes de que ésta entrase en el comedor. No supo darse cuenta de que estaba allí o quizás me ignoró a consciencia. Yo no la seguí con la mirada hasta que escuché ruidos donde no debía. Torcí mi rostro y la miré curioso. No tardé en levantarme y acercarme a ella. Fui a preguntar pero ella se me adelantó - Ya avisé que tenía una gran hacienda - contesté con un deje de orgullo en mi voz. Mas era absurdo, esa hacienda que ahora era mia era más una fachada que otra cosa. Era El Oscuro, se suponía que necesitaba un castillo y una gran hacienda. Que la usase era otra historia. - Un villano siempre necesita espacio suficiente para guardar los cadáveres - bromeé, con aquel humor extrañamente gore y retorcido que yo tenía. Mis labios se doblaron en una sonrisa traviesa, dándole a mi rostro el aspecto de un duende malvado más que el de un humano.

- ¿Es la hora de cenar? - pregunté echando un vistazo a la mesa del comedor que, mágicamente, estaba repleta de alimentos. Yo apenas comía, ahora lo hacía más dado que ella estaba allí y a veces compartíamos el tiempo de la comida, siempre que yo no estuviese fuera. Pero, pese a eso, un mero muslo de pollo saciaría mi hambre, si es que tenía. Toda esa comida era para ella.
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Mensaje por Bella French Jue Sep 13, 2012 5:58 pm

Y allí estaba, otra vez con su rueca. Tejía con cuidado y esmero, como si los hilos dorados que salían de aquella vieja máquina fuese lo más delicado del mundo. No era la primera vez que Bella lo veía hacer eso. Cuando Rumpeltilkstin tejía, parecía que se dejaba llevar, y su rostro se relajaba. Le profesaba un extraño amor a esa rueca destartalada, y a la joven castaña le gustaba observarlo mientras lo hacía. Qué estupidez, ¿no? Pero curiosamente, a ella también le provocaba una sensación de serenidad y calma. Podía pasarse horas los dos en la misma habitación, él con su rueca y ella, simplemente, leyendo. Era... era... agradable, ¡sí, agradable! ¿No era de locos?

La magia del momento duró unos pocos minutos, y cuando Bella habló, el Oscuro dejó de tejer y se acercó a la joven, que parecía todavía absorta en los paisajes que se divisaban desde el ventanal. El castillo, y todas sus tierras colindantes, era enorme. Bella se atrevería a decir que más incluso que el de su padre. Pero Rumpeltilstkin vivía solo hasta que llegó ella. Nunca le había hablado que tuviera familia, ni sirvientes, ni mozos de cuadra... ”¿Cómo ha podido soportar tanta soledad?”

A su comentario maquiavélico le siguió una risa estridente, un tanto chiflada. Era singular, insólita y extraña. Una risa que Bella no había escuchado jamás en un ser humano. Era una risa especial. Y aunque pareciera raro y de locos, Bella siempre quería escucharla. ”¡Pájaros en la cabeza!”. Otra vez esa voz insidiosa.

-No creo que seas un villano -le respondió, correspondiendo a su sonrisa con otra sonrisa. Una sonrisa sincera, como la sinceridad con la que había pronunciado aquellas palabras, porque Bella siempre decía lo que sentía, y no trataba de enmascarar los sentimientos. Para ella, eso era de hipócritas, de cobardes. Y Bella no quería ser cobarde, no. Ella quería ser valiente.

Sin que esa sonrisa -sincera- se le apagase del rostro, Bella asintió y tomó asiento, esperando a que Rumpeltilstkin hiciera lo mismo. Le gustaba pasar tiempo con él, le gustaba compartir todas las horas libres (y no tan libres) con aquél que se hacía llamar su captor, pero que para Bella se estaba convirtiendo en algo más que eso (o tal vez nunca lo fue).
-Algún día podríamos ir al bosque a recoger rosas. Estoy segura de que unas flores alegrarían el castillo, ¿no te parece? -siempre hablaban de cosas banales, sin importancia. Conversaciones coloquiales. Al principio, a Bella le costaba hacer que Rumpeltilstkin se sintiese cómodo en su presencia, y la miraba de manera extraña. No se podía decir que fuese una mirada amenazadora, ni inquietante, ni si quiera maligna. Era una mirada de...¿tristeza? ¿Acaso de alguna manera, podía ser, era posible que... la Bestia se hubiera apiadado, en cierto sentido, de su cautiva? Estaba claro que entre ambos había florecido algo, un entendimiento que estaba más allá de las palabras. ¿Era posible que Bella significase la liberación para la Bestia?

-¿Puedo preguntarte una cosa? -repuso la joven castaña, mientras se servía un poco cerdo adobado en el plato. Su tono de voz era pizpireto, alegre, risueño. Y Bella se sentía así sólo porque estaba compartiendo aquellos minutos con Rumpeltilstkin, ¿no era éso la contrariedad más encantadora del mundo? Ni si quiera esperó a que él contestase-¿Por qué... por qué siempre estás tejiendo?
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Mensaje por Mr. R. Gold Jue Sep 13, 2012 6:56 pm

Mis ojos se desviaron de los suyos para evitar que viese la confusión en mí, ¿Cómo no podía ver al ser malvado que la tenía capturada? ¿A caso había olvidado que ella no había sido más que el precio de un trato? ¿A caso no recordaba la semana completa que la había tenido encerrada en mis mazmorras? Ella era demasiado alegre, demasiado comprensiva, demasiado cariñosa. Siempre tenía una sonrisa para mí, una sonrisa que no se merecía ni el hombre más santo de la tierra, pero era yo quien la recibía. No su principe, no su amor verdadero. Sino la bestia, el diablo, el duende malvado, el Oscuro, el hilandero, el monstruo... Alguien que, sin duda alguna, no merecía ni el aire que respiraba.

- Eres demasiado inocente - respondí volviendo mi mirada a ella, apartándola de la ventana, de contemplar la solitaria inmensidad de mis tierras y posándola en sus brillantes ojos azules. Ella no sabía de lo que hablaba, ni siquiera sabía con quién hablaba. Nunca había visto la verdadera maldad en mis ojos porque nunca me había visto haciendo un trato con nadie. Algún día vería el monstruo dentro de mi y estaba seguro que le faltarían tierras para correr.

La seguí hasta la mesa, tomando asiento en el extremo contrario a ella. Era una mesa demasiado grande para dos personas, ella en un extremo y yo en el otro se veía absurdo, demasiado solitario incluso. Pero nunca me había atrevido a decirle que se acercase a mi, que se pusiese al menos a mitad de la larga mesa. Con tanto poder y aún tan cobarde, muy triste por mi parte - ¿Rosas? ¿Cultivo rosas? - respondí con confusión aparente, mentía claro está, una absurda broma que nunca implicaba una respuesta directa. Ir a recoger rosas con ella era un acto... impropio de mi, demasiado cercano.

Estaba sirviéndome una taza de té, que parecía ser el único alimento que me entraba ahora mismo, si es que se podía considerar aquella bebida un alimento, cuando su voz volvió a sonar en la solitaria sala. Mis ojos se alzaron para mirarla y simplemente esperé que continuase. Siempre lo hacía, preguntaba si podía preguntar pero antes de que yo dijese nada... preguntaba. Me divertía eso. - Me ayuda a olvidar - le respondí simplemente. Mis respuestas debían frustrarle, la verdad, nunca respondía nada claro. No era su culpa, llevaba tanto tiempo viviendo solo, sin tener que responder ante nadie, sin que nadie se interesase en mí, que ya había olvidado cómo comportarme frente a una persona.
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Your voice tears me asunder {Rumpelstiltskin} [Terminado] Empty Re: Your voice tears me asunder {Rumpelstiltskin} [Terminado]

Mensaje por Bella French Lun Sep 17, 2012 5:22 pm

”Eres demasiado inocente”

Sonaba a advertencia, puede que lo fuera. Quizá Rumpeltilstkin no era bueno. Quizá era un ser despreciable, un monstruo oscuro, con el alma más oscura aún. Él se consideraba un villano; quizá lo fuera. Quizá tenía razón, y Bella, efectivamente, era demasiado inocente. Demasiado inocente para amar a una bestia como él. Rumpeltiltskin no se merecía ser amado, pero el corazón de la muchacha era tan puro que le resultaba incapaz de mirar los dorados ojos de aquel hombre y no ver en ellos una aflicción tan grande, que la castaña sentía que debía paliarlo de alguna forma. Debía ayudar a Rumpeltilstkin a no caer en el abismo. ¡Ah, si la joven supiera lo que ahora sabe este trovador de historias!

Como si hubiera leído los pensamientos de su compañero, Bella se colocó al lado de Rumpeltilstkin en la mesa. Nunca le había gustado la distancia que quedaba entre ambos, como si un abismo de madera les impidiese estar uno al lado del otro. Y la castaña quería estar cerca de él. Se había convertido en algo vital para ella, necesitaba oírlo hablar...¡lo necesitaba! Por Dios, ¡¿qué disparate era aquél?! ”¿Disparate?” No, era otra cosa. Algo que Bella todavía no le había puesto nombre porque nunca había experimentado tal sensación. Ella era ajena a eso que algunos llaman...

-Bueno, puede que yo empiece a cultivar rosales. Después de todo, soy algo así como tu ama de llaves... Supongo que me darás permiso -rió, con esa risa cristalina y casi infantil. No. Bella no veía a Rumpeltilstkin paseando por el bosque recogiendo flores silvestres. Pero mentiría si dijera que la escena no le resultaba divertida. Lo único que quería la castaña era pasar todo el tiempo del mundo con ese hombre, porque estaba empecinada en rescatarlo de la negrura a la que parecía haberse resignado. Sin embargo, él parecía no querer dejarse. ¿Qué era lo que le ataba a esa melancolía?

Su respuesta a la pregunta de Bella la dejó un tanto desconcertada, si bien ya debería estar acostumbrada a esas evasivas por parte de Rumpeltilstkin. Pero esta vez no era exactamente una simple excusa para dejar el tema en paz. Rumpeltilstkin era una persona enigmática y por regla general no le gustaba hablar de su pasado. Y Bella sabía que era porque había algo o tal vez alguien que todavía le hacía daño. Cuando la Bestia pronunció aquellas palabras, había una melodía nostálgica en su voz. Por un instante Bella pensó que era mejor dejarlo estar, porque no quería hacerle recordar viejas heridas. ¡Si Bella hubiese imaginado en aquel momento cuán profundas eran...! Pero la joven castaña juzgó mejor que lo que necesitaba Rumpeltilstkin en ese momento era una mano amiga, que lo consolase en su desgracia. ¡Pero es que la muchacha no entendía que no se podía ayudar a quien no quiere!
-A mí puedes contármelo, si quieres. No sé si podré ayudarte, pero siempre... siempre es bueno desahogarse con un amigo -en un acto afectuoso, Bella deslizó su mano y acarició la de él. Nunca antes había tenido su tacto tan cerca.


Última edición por Bella Andersen el Lun Sep 17, 2012 11:59 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Mr. R. Gold Lun Sep 17, 2012 5:58 pm

off: q linda eres! deja de darme reputaciones positivas! No lo merezco! jaja

Me sorprendió tremendamente que ella pudiese adivinar mis deseos y se sentase a mi lado. Realmente me fascinaba la facilidad que ella tenía para hacer las cosas mientras que yo parecía que todo lo hacía de forma forzada. No lo hacía, en serio que no, pero era dificil para mi volver a acostumbrarme a tener a alguien a mi lado. Llevaba demasiado tiempo solo, demasiado tiempo repartiendo odio que ahora repartir amor me resultaba complicado ¿Amor? Oh, querido, acababa de darle un nombre. Ahora si que estabamos en problemas. Mi mente se rió de mi, aquella parte malvada y oscura en mi interior se burlaba de su dueño. "Pobre y viejo, Rumpelstiltskin, enamorado de su joven esclava."

¿Rosas? Ah sí! Ella había mencionado aquellas flores, y yo había estado demasiado absorto en mi lucha interna como para prestarle suficiente atención. - Puedo crear rosales con magia, querida... No es necesario que te ensucies las manos - le dije añadiendo magia siempre a todas las soluciones. Pero no era más que cierto lo que decía, ella tenía hermosas manos, delicadas, de princesa. Sus tareas se habían ido reduciendo a solo prepararme té todas las tardes y limpiar el polvo del castillo. Las tareas duras habían sido sustituidas por libros, aquellos cuenta-cuentos que a ella le encantaban. Algún día, le pediría que me leyese sus favoritos. Envidiaba la paz que le podían proporcionar aquellas páginas, envidiaba su rostro feliz al leerlos. Yo nunca, ni por asomo, podría conseguir en ella tanta paz y felicidad.

Llevé la taza de té a mis labios y bebí un trago observando su rostro contrariado. Estuve a punto de soltar algún comentario burlón, pero entonces ella hizo algo que me dejó tan tieso como una piedra. No estaba seguro si mi tensión era por sentir su mano en la mia, el calor filtrándose por cada uno de mis poros haciendo que mi piel ardiese como si fuese lava, o el hecho de que me había llamado "amigo". La taza se había congelado en el aire, a punto de ser depositada en la mesa y mi ojos estaban ahora fijo en donde nuestros cuerpos se habían unido por voluntad de ella. Aquella unión era todo un contraste de colores. Su piel pálida, perlada, perfecta. La mía con un color enfermizo, tonos dorados que desprendían magia, callosa, arrugada, fea. Parecía tan poco merecedora de la piel que la rodeaba que me entraron ganas de arrancar mi mano de la suya, gritarle que no me volviese a tocar, que no quería violar su piel perfecta. Mas no lo hice, me contuve, por puro egoísmo, por la pura necesidad de sentir su calor ¿Era ella consciente de la cantidad de años, por no decir décadas, que hacía que nadie me tocaba de aquella forma? Oh, a ella le podía parecer casual, un toque infantil incluso. Pero no lo era para mi - No sabía que éramos amigos - Mi voz sonó unos decibelios menos aguda que de costumbre. Quizás incluso parecía humana, y se podía captar a la perfección la sorpresa en mi tono, la incredulidad también.
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Mensaje por Bella French Miér Sep 19, 2012 6:00 pm

OFF: Anda ya! xD Claro que sí, si lo hago es porque me gustan tus posts y creo que captas bien la esencia del personaje *O*

Bella aún no lo sabía, pero este trovador ya podía aventurar lo que iba a suceder. Él era la pena, ella la alegría; él era su propia sombra, ella la luz; él era el villano, ella la heroína; él era la desdicha y ella su felicidad. Y como todo el mundo advierte, a la pena no le gustaba la alegría. Y como todo el mundo sabe, la sombra rehúye de la luz. Y como todo el mundo intuye, el villano siempre muere en la función. Y como todo el mundo entiende, la desdicha no quiere ser feliz. ¿Qué calamidades podían salir, pues, de aquéllo?

Si este trovador tuviera que elegir un nombre para este romance abocado a la desgracia, lo titularía “la Bella y la Bestia”. Sólo había que contemplarlos a ambos. ¡Míralos! Uno al lado del otro dibujaban un cuadro insólito y excepcional.

Él, ¿qué era? Un mago oscuro, un ser con la piel y el alma deformadas. Un duende maligno, al que le producía un inmenso placer tener las vidas de los demás pendientes de un hilo. El hilo más fino de todos, que se puede romper con una simple ráfaga de viento. Y ella, ¡oh, pero si sólo había que observarla un momento para darse cuenta de la pureza de su corazón! Joven, bella, resuelta y encantadora. Con el espíritu en alza, lleno de deseos y sueños. ¡Si era prácticamente una niña!

-A mí me gusta plantar rosales. No me importa ensuciarme -respondió, encogiéndose de hombros. Con soltura, Bella extendió los brazos para coger el plato de sopa a la Bouillabaisse. El crepitar de la hoguera al fondo de la sala era un sonido cálido y agradable, y el rumiar del viento de la noche lo hacía más confortable aún. Se acercaba el invierno, y fue entonces cuando Bella calculó que llevaba en el castillo de Rumpeltilstkin casi un año. ¿Un año? Bella se mareaba sólo de pensarlo. Un año desde la última vez que vio a su padre Maurice, un año desde que decidió abandonar su hogar por voluntad propia. Un año desde que conoció al hombre que estaba destinado a cambiar los esquemas de su existencia por completo.

En el fondo, la entristecía. No iba a mentir. Deseaba ver a su padre, pero nunca se había atrevido a pedírselo a Rumpeltilstkin. Irónico, ¿no? Tan valiente para las situaciones más difíciles y tan pusilánime para lo más sencillo. Pero, ¿no se atrevía realmente o es que no quería? ¿acaso le daba miedo dejar a Rumpeltilstkin solo de nuevo? ¿acaso temía que al volver a su castillo, el de su padre, se diese cuenta de que en realidad no lo necesitaba tanto como ella pensaba? ¿o quizá era que le espantaba la idea de que todo ésto fuera una mentira, como un sueño, de que ese hombre que ahora mismo estaba a su lado no era real, que era producto de algún tipo de sueño provocado por todas las leyendas y fantasías que su mente no paraba de segregar a todas horas? De locos.

-Nunca me has enseñado cómo haces magia -el tema de la magia, como muchos tantos otros, le era prácticamente vedado. Rumpeltilstkin nunca le había contado el motivo de sus poderes. Si había nacido con ellos, o si los había adquirido de alguna manera. Lo esquivaba con la rapidez de una culebra. O simplemente no le respondía. Pero claro, ¿por qué iba a tener él que compartir sus secretos con ella? Después de todo, para él, ella no era más que su sirvienta.

Aquel contacto no debería de haber significado nada para Bella. Nada más de lo que pretendía ser; un consuelo. Tal vez fuera por su inocencia casi infantil, o porque jamás consideraba las segundas intenciones. Pero sólo este trovador percibió la zozobra de la Bestia cuando la suave piel de ella entró en contacto con la brillante piel de él. Y no quiero entrar en detalles, porque yo no conozco ni sé lo que piensa o siente una Bestia, pero en sus ojos se vio perfilada la sombra de una duda, de un sentimiento de no ser del todo digno de tal afecto. Porque, amigos, ¿quién iba a ser capaz de amar a una Bestia?

La respuesta de él pretendía ser desconsiderada, establecer y sellar con plomo las barreras que los diferenciaban a ambos como amo y esclava. Dejar constancia de que no había, ni habría jamás posibilidad de un sentimiento más allá de aquél. ¡Ja! Pero pobre e ilusa Bestia. ¿No ves que ya has caído? Los dos habían caído.
-Lo somos. Claro que lo somos -estaba siendo sincera-. Sólo quiero que sepas que puedes contar conmigo -separó su mano de la de él, y por unos instantes se sintió extraña.
-. Tiene algo que ver con... con esa daga, ¿verdad? Lo que te ocurre. El motivo de tu tristeza. Tiene que ver con la daga-dijo de pronto, sin previo aviso. Sabía que aquél era un tema díficil, duro y prohibido. Sabía que no debería haber formulado esa pregunta. Y estaba preparada para cualquier reacción por parte de su acompañante. Sabía que ese arma, por el motivo que fuese, le hacía mucho daño. Sabía que debería haber callado. ¿Entonces? Simplemente, Bella no podía soportar ver a Rumpeltilstkin sumido en tanto... odio.


Última edición por Bella Andersen el Miér Sep 19, 2012 11:26 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Mr. R. Gold Miér Sep 19, 2012 8:54 pm

off: yo ya te he pedido matrimonio pero después de ese post de arriba no sé si hacerte un altar de oro o un templo de mármol... o ambas! xD

Era consciente, demasiado tarde a mi pesar, que cuando estaba en la misma habitación que ella, tendía a evadirme en mis pensamientos y acababa pensando en lo hermoso que le sentaban los vestidos que le habia comprado en mi ultimo viaje, o lo increible que se veía con aquel collar nuevo o lo hipnotizante que era su sonrisa cuando se reía de mis gracias irónicas y sádicas. No solíamos conversar mucho, no más que simples frases sueltas, frases que en un día podíamos llamar diálogo y en una semana conversación. Las palabras eran demasiado traicioneras, las palabras llevaban a preguntas, a exigencias de historias que no debían conocer sus oídos. Ella vivía en una mentira sobre mi persona, en una burbuja que yo no quería explotar con la verdad. Aquello solo la alejaría de mi lado y, por muy egoísta que sonase, pese a que era lo mejor para ella no era lo mejor para mí. La quería a mi lado, si eso consistía en mentiras ¿cuándo había sido yo un hombre de palabras ciertas?

¿Seguíamos hablando de rosas? Mi mente, por fortuna bastante independiente, había logrado captar su frase y ya estaba obligando a mis labios a responderle antes de que yo me recuperase de aquella declaración a la que acababa de llegar - Pero eso solo te dará más trabajo... - comenté levemente confuso. En cierta manera, no había llegado a pensar que quizás ella necesitaba nuevos hobbies. Sabía que la biblioteca que había encontrado en una de las miles de salas no usadas de mi castillo, debía haber servido para distraerla durante unos buenos meses. Pero ya estaba a punto de hacer un año aqui ¡UN AÑO! Y quizás los libros no leídos comenzaban a escasear. O quizás simplemente quería salir del castillo y tomar algo de aire fresco, aunque fuese dentro de la finca a la que estaba esclavizada de por vida. - Además... No tengo semillas - dije mirándola de reojo, burlón. Era mago, el más poderoso de toda la tierra. Evidentemente podría chasquear mis dedos y tener una montaña de semillas de rosa encima de la mesa. Mas adoraba fastidiarla, uno tenía sus propios hobbies ¿No podía tener como hobby fastidiar a mi bella y adorada criada?

Desvié mi mirada al plato de salchichas, haciendo que una volase a mi propio plato con tan solo pensarlo. Quizás ese gesto la impulsó a preguntar sobre mi magia o, simplemente, era otra de las tantas preguntas que se tenía guardada desde siempre. Era normal en ella, siempre las guardaba cuando me creía relajado. El problema era que yo nunca bajaba la guardia. Me había vuelto un viejo desconfiado con el paso de los años como El Oscuro - Claro que lo he hecho, constantemente te muestro mi magia - contesté torciendo su propia frase y dándole el sentido que a mi me pareció oportuno. Como ejemplo práctico llevé un solo dedo a su sopa y ésta se volvió de un colo azul chillón, nada apetecible ahora. Aquella risilla nerviosa, de duende, tan característica en mi cuando hacía maldades, se escapó de mis labios sonrientes. - ¿Ves? Ya te la mostré.

Era evidente que hoy estaba de buen humor, sin embargo, yo bien era conocido por mi extrema bipolaridad. Y no sabía si era porque ella había roto el contacto de su hermosa y suave piel conmigo o por la insistencia en conocer el significado de esa daga, pero en menos de un segundo mis pupilas se habían dilatado volviendo mis estrambóticos ojos casi negros consumidos por la oscuridad y la ira se había apoderado de mi cuerpo - ¡Olvidate de esa daga, niña! - gruñí acercando mi rostro al suyo desprendiendo una peligrosidad por cada poro de mi cuerpo a la que ella no estaba acostumbrada. Y de repente, siendo consciente de mi arrebato de rabia me levanté ruidosamente de la mesa y ocupé el gastado asiento frente a mi rueca. No me había cabreado cuando la había visto con la daga, había estado a punto pero me había relajado. Que ella volviese a tocar el tema solo había logrado que mis defensas saltasen. Ella, menos que nadie, debía conocer que aquella daga era mi punto débil. Me aterraba la idea de que la tomase y me obligase a dejarla marchar.

¿Amigos? ¿Ella seguía considerándonos amigos? Lo dudaba. La rueca a la que estaba dado vueltas era mi única compañera. Aunque pronto me di cuenta que esta vez mi nerviosismo estaba haciendo que el hilo dorado se formase de forma extraña, rústica y con demasiados nudos. ¿Habría ella dejado la habitación? No, podía notarla... dolorosamente, aún podía olerla.


Última edición por Mr. R. Gold el Mar Sep 25, 2012 4:03 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Bella French Sáb Sep 22, 2012 12:54 pm

OFF: xDDD Graciaaas! La verdad es que me está encantando esta partida. Es tan bonito todo que voy a potar arcoiris *_* En serio, NECESITAMOS la segunda tempo ya, con más escenas Rumbelle xD

El invierno, sí. La Naturaleza ya suplicaba por él. Los árboles ya querían verse cubiertos de ese manto blanco, las hojas buscaban camuflarse con la escarcha de la mañana. Las golondrinas ya empezaban a huir en busca de climas más cálidos, mientras los osos comenzaban su período de hibernación, y las liebres se cubrían con sus primorosas pieles. Ah, era el invierno. La estación más romántica y taciturna de todas.

Pero para éso aún faltaban algunos meses. Fuera todavía se podía respirar el otoño, con su olor a lluvia y sus fuertes vientos que chocaban contra los cristales de las ventanas. Justo como en aquel momento, convirtiendo así el interior del castillo en el lugar más acogedor del mundo, o lo haría si no fuera por la escena que dentro estaba a punto de vivirse. Pero primero sigamos donde lo habíamos dejado.

Con un simple gesto de su dedo huesudo y amarillento, la sopa de Bouillabaisse, antes humeante y de aspecto apetitoso, se tornó de un azul tan fuerte como el vestido de la castaña. Bella no pudo por más que esbozar una sonrisa. O puede que nunca se le hubiera borrado del rostro, siempre tan risueña y con ese carácter tan afable que tenía y que chocaba tanto con el huraño Rumpeltiltskin.
-Vaya, es genial. Pero ahora tendrás que servirme otro plato. No pretenderás envenenar a tu único miembro del servicio, ¿no? -arqueó una ceja, divertida. Sabía de sobra que él jamás haría nada para lastimarla. Conocía el interior de aquel hombre. ¡Si después de un año no hubiera aprendido a confiar en él, ¿qué le quedaba entonces?!Confianza. Menuda palabra. La gente suele pronunciarla a diestro y siniestro, cada dos por tres suplican “confía en mí”. Pero estoy seguro de que ninguno de ellos conoce realmente su significado. Es una palabra poderosa. ¿Cómo, pues, podía Bella confiar en el hombre que la había mantenido cautiva durante un año, y lo que le quedaba de vida? Supongo que la palabra cautiva tampoco se ajustaba del todo a lo que ella sentía respecto a él.

Y como presagio de lo que iba a pasar, el Sol se escondió entre las llanuras, dando paso a la noche. Conforme avanzaba, el viento y el frío se hacía palpable en el exterior, y acompañaban, claro estaba, al desconcierto, la furia y la rabia de la Bestia cuando Bella hizo su impertinente pregunta.

Los ojos de Rumpeltiltskin se volvieron negros, tan negros como el cielo de allá afuera. Bella nunca lo había visto así. Jamás. Ahora parecía más Bestia que nunca. ¿Tenía miedo? Sí. ¿De él? Esta vez, puede que también. Puede que esta vez, Bella temiese que le hiciese daño. ”¿Y la confianza? Confianza es una palabra demasiado poderosa como para soltarla a la ligera”, ¿véis lo que pretendía explicar antes?

Tal vez vio el miedo en los cristalinos ojos de la castaña y Rumpeltiltskin comprendió que se le estaba yendo de las manos. Se levantó de su asiento con una fuerza tal que la silla de madera tallada cayó al suelo con un potente estruendo. Bella ya sabía lo que haría a continuación.

Se sentó en la rueca, dándole la espalda a la joven, sin ni si quiera dignarse a mirarla y empezó a tejer. Bella recordó las palabras que había dicho hacía un rato; ”Me ayuda a olvidar”. En ese momento, Bella podría haber huido de allí. Podría haberse retirado a su habitación. Podría no haberse dignado a salir de allí nunca. Podría haberse propuesto morir de hambre en aquel castillo inmenso custodiado por esa Bestia parda. Pero no. No hizo ninguna de esas cosas. Bella no se dejó amedrentar por el carácter arisco y esquivo de Rumpeltiltskin.
-¡Sólo pretendo ayudar! -dejó escapar, con un tono más alto del que hubiera pretendido y con la amargura presa de su voz. Quizá también ella estaba un poco alterada. No le gustaban las discusiones. No le gustaba sentirse así con él.

Y puede que por eso, y por segunda vez aquel día, se acercó a Rumpeltiltskin.
-No me gusta verte así. No me gusta ver cómo te...destruyes -se puso de cuclillas, a su lado para quedar a su altura. Le tomó del mentón para obligarlo a mirarla, y lo tuvo más cerca de lo que lo había tenido nunca-. He visto... he visto lo que guardas arriba, en el desván. Hay ropas de niño.-calló unos instantes, no vio la necesidad de añadir nada más al respecto de ese tema-Sólo quiero que sepas que estoy aquí, ¿vale? -acarició su mejilla dorada, la mirada de él era tan intensa, tan profunda que la mareaba, y tuvo que apartar sus ojos de los suyos, y dejó caer su suave caricia de nuevo a su regazo. Quizá fuera hora de marcharse.
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Mensaje por Mr. R. Gold Mar Sep 25, 2012 5:59 pm

off: xDD sii... necesitamos dosis de rumbelle u.u ¿has visto los sneak peeks?

Llevaba algo más de dos siglos viviendo en este mundo, había conocido a tantas personas que apenas era capaz de recordar todos sus rostros, muchas de ellas habían sido mujeres, cada una con una personalidad diferente, cada una de ellas tan complicadas como sus compañeras de género. Tras todo ese tiempo, tras todas esas personas, nunca había llegado a comprender a las mujeres. Había estado casado con una, que se había ido de mi lado sin yo apenas ser consciente de el por qué. Ahora vivía con otra mujer que... era mucho más dificil de comprender que todas las mujeres juntas. La joven Belle era un completo enigma para mi. Su actitud conmigo, su positivismo, su alegría... su hermosa y arrebatadora sonrisa que siempre tenía el privilegio de ofrecerme.

- Solo el cambiado el color... Ahora parece más divertida de comer
- respondí encogiéndome de hombros, con aquella sonrisa traviesa y aniñada que a veces adoptaba mi rostro. Con ella era tan fácil ser aquel duende travieso y saltarín que apenas me acordaba de que debía aparentar ser El Oscuro, aquel mago tenebroso cuyo poder no alcanzaba límites.

Mas no todo en mi castillo era color de rosas, de hecho no había nada de ese color, mucho menos mi repentino mal humor. Pude ver el miedo en sus ojos, una intensa sensación de odio hacia mi mismo me hizo sentirme enfermo. Nunca había visto aquel miedo reflejado en sus orbes color cielo, ni siquiera cuando se ofreció a ser mi sirvienta de por vida, ni siquiera cuando la metí en las mazmorras como habitación. Indignación, valentía, fuerza, felicidad... Había visto de todo en estos días que ella llevaba aquí. Pero miedo hacia mí, nunca. Por eso necesité huir, necesitaba olvidar mi arrebato. Y, tal y como le había dicho, la rueca me ayudaba a ello. Me mantenía distraido pese a que el hilo no salía demasiado bien cuando hilaba en tanta tensión. Quería que se marchase, lo más sensato era irse a su habitación y no salir de allí en los siguientes siglos. Sin embargo, si ella lo hubiera hecho así, no sería MI Belle.

"¿TU Belle?" El tono irónico de mi propia mente me enfureció más aún. Mas no tuve tiempo a darle más vueltas porque pude escuchar como se acercaba, me tensé al ver su figura a mi lado y aquella tensión se hizo evidente cuando me tocó ¿Por qué se empeñaba en tocarme? ¿A caso no temía por su propia vida? Mis ojos la miraban, de vuelta a su color "natural", con una intensidad que parecía querer devorarla. - Nada puede destruirme, ni siquiera yo mismo, querida - le respondí con un tono amargo que pretendió ser algo altanero pero que no llegó ni a la mitad de eso. Ella estaba demasiado cerca, seguía tocándome, seguía hablándome de cosas que no debía y, esta vez, me era imposible gritarle por invadir mi privacidad. De hecho, me era imposible hablar. La miraba, con los labios entreabiertos y la respiración pesada. Ya no solo se había atrevido a tocarme sino que, además, sus dedos suaves y cálidos estaban pasado por la piel tosca de mis mejilla como si pudiese borrar así todo rastro de mi enfado. Y lo borraba, o más bien, lo sustituía por otro sentimiento que estaba seguro que le haría menos gracia.

- No es como si pudieras ir a ninguna otra parte ¿no? - respondí cuando ella dejó de acariciarme, luchando por las ganas que tenía de tomar su mano y volverla a posar en mi rostro. Mi voz sonó ronca, dejando atrás aquella vocecilla cantarina y burlona que siempre me acompañaba. Había obviado el tema de la ropa de Bae, con total probabilidad, ella volvería a sacarlo en otro momento.
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Your voice tears me asunder {Rumpelstiltskin} [Terminado] Empty Re: Your voice tears me asunder {Rumpelstiltskin} [Terminado]

Mensaje por Bella French Vie Sep 28, 2012 7:24 pm

Off: Que si los he visto? El de Rumbelle unas tres o cuatro veces ya e_e Venga, que ya queda poquitooo

-Tienes razón -apenaba. Esta vez su voz sonaba apenada-. No puedo ir a ninguna parte.
¿Dónde podía ir Bella? Por un momento, se había olvidado de que estaba allí presa, capturada. Que ese hombre al que estaba intentando consolar de alguna forma, no era si no la persona que le había arrebatado su libertad. ”La quiero a ella”, había dicho ese día en el castillo. Y Bella, ¿qué pretendía con esa...esa...pantomima? ¿de verdad había sido tan ingenua? Demasiado inocente. ¿Se había estado riendo de ella todo este tiempo?

Le dolía algo y no sabía exactamente el qué. Tal vez fuera por esa coraza que no podía romper, o tal vez fuera por la impotencia que le provocaba verse tan alejada de él. Rumpeltilstskin se había obcecado en crear una pared, hecha de un material que ni si quiera Bella estaba segura de poder atravesar: el del odio y la soledad. Bella no entendía sus palabras. ”Nadie puede destruirme, ni si quiera yo mismo, querida” Pero sabía que eran mentira. Y así se lo dijo.
-Mentira -repitió en voz alta, para que Rumpeltiltskin pudiera oírlo-. Lo que pasa es que tú no te das cuenta. No ves lo vacío que estás, y cuando alguien trata de acercarse más de la cuenta, lo apartas.-¿Era un reproche? Tal vez. Pero Bella no pretendía herirlo con sus palabras, ni mucho menos-. No sé qué te ocurrió para estar así de dolido. Pero espero que algún día sientas que puedes confiar en mí. -clavó su mirada azulada en los pardos ojos de él.

Un pinchazo.
"¿Dónde?"
"En el pecho"

Era hora de irse. Se puso en pie, con un movimiento que pareció durar días, con delicadeza y suavidad. Fuera, el viento golpeaba los cristales, con un silbido amargo que denotaba que hasta él estaba triste por el destino que aguardaba a la pareja. Bella no tenía nada más que añadir. Tal vez hubiera estado equivocada desde el principio. Tal vez sólo eran sirvienta y amo. Tal vez ella no significaba nada para él. Y se había condenado a aquella situación de por vida.

Cruzó la sala y lo dejó allí. Lo dejó allí solo, con su rueca y con sus demonios internos. Subió entonces a sus aposentos. Recordó los primeros días en el castillo y en la mazmorra. Estaba fría, húmeda, era incómoda y sucia. Nada que ver con aquella habitación de ahora, tan magnífica y amplia que incluso en aquellas horas de la noche parecía emitir una luz propia. Pero, ¿por qué se sentía como si hubiera vuelto al calabozo más profundo?

Se tumbó en la cama. Al lado, en la mesita de mármol blanco y ribetes dorados, se encontraba un libro, el libro más triste que había leído nunca.

Desde allí, Bella juraría que podía escuchar el sutil traqueteo de la vieja máquina de Rumpeltilstkin.

TERMINADO
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