[NNJ] - {Chocolate caliente} - {August}

Estaba perdido en el bosque. Tenía frío y hambre. Había despertado en un sitio extraño; era como una casa pero más... Extraña. "Una casa de las de aquí". Por supuesto, no tenía nada que ver con las esplendorosas edificaciones del Bosque Encantado. Con el castillo imponente que observaba todos los días  a través de la ventana de su humilde cuarto. "¿He llegado ya?". Entonces, ¿dónde estaba Emma? ¿Dónde estaba la princesa? Algo había salido mal, pero estaba tan cansado y confuso que no pudo pensar en ello. Salió de la caravana y estuvo cavilando unas horas, hasta que se topó con la civilización. Las calles estaban casi desiertas, pero eran extrañas; grandes bestias de metal permanecían dormidas a los lados de un sendero de color grisáceo. "¿Estoy en Oz, acaso?". Muchas veces había escuchado a su padre Gepetto hablar de ese camino de adoquines amarillos. Pero no. Pinocho sabía que no era Oz donde estaba. "Es más peligroso"

Encontró un edificio que desprendía un olor a tarta y zumo de naranja. Involuntariamente, sus tripas rugieron. Se llevó las manos al estómago, y decidió entrar. Allí no había nadie salvo una chica. Una joven muy bonita, de cabellos rubios que portaba un instrumento; Un violín. Se preguntó si ella sabría donde estaría Emma. "Emma, Emma. Tengo que encontrarla. Mi padre me envió para protegerla"

-Perdone, esto... Señorita... -le tiró de la camiseta. No pretendía ser grosero, a su padre no le parecería bien, pero estaba perdido y hambriento-¿Tiene algo para comer? -quería preguntarle por Emma, pero no se atrevió. "¿Y si ella no ha atravesado el armario?". La duda empezó a atenazarlo, pero tampoco dejó que eso se trasluciera. No quería causar más problemas a la joven rubia-...Vengo... Vengo del bosque. No sé cómo he acabado allí -de pronto, sintió ganas de echarse a llorar, pero se contuvo. "No puedes llorar, hijo", escuchó la voz de su padre desde la lejanía, "ahora es cuando tienes que ser fuerte".

Pinocho tomó asiento, tal como le había pedido la mujer. No sabía si debía confiar en ella porque su padre ya le había advertido que en este nuevo mundo encontraría muchos peligros. Sin embargo, estaba demasiado cansado y perdido como para pensar en eso ahora. Además, la muchacha parecía buena persona y estaba siendo muy amable con él. Tenía una voz demasiado melodiosa y dulce como para ser una enemiga.

Abrió los ojos cuando la chica hizo aparecer una taza de chocolate caliente. La agarró y dejó que el calor le acariciase las manos durante unos minutos. Luego tomó un sorbo, y la comisura de los labios se le llenó de chocolate.
-¿Tú también eres mágica? ¿Como mi amigo Pepito? -Pinocho no había tenido demasiado contacto con la magia, salvo lo que su padre le permitía. Muchas veces le había preguntado a Pepito cómo era el Hada Azul, qué sintió cuando ella lo convirtió en grillo. Y él respondía que su magia no hacía daño, que era buena. Pero que, sin embargo y por desgracia, la magia oscura también existía. Una parte de él quería saber también cómo sería aquella magia oscura, pero Pepito siempre le disuadía de la idea, alegando que era demasiado, demasiado peligroso.

-¿Cómo sabes mi nombre? -inquirió, frunciendo las cejas en un gesto que quedó más cómico que otra cosa. ¿Acaso aquella mujer sería amiga de su padre o del príncipe y Blancanieves y la habían enviado para ayudarlos una vez estuvieran en ese otro mundo extraño?-Storybrooke... -murmuró para sí mismo-Así que, ¿ya he llegado? ¿No estoy más en el Bosque Encantado? Pero Emma... Emma no está. Se supone que debía estar conmigo en el árbol, pero allí no estaba -empezó a hablar de manera acelerada, preocupado todavía por la princesa y por haber fracasado la misión incluso antes de haberla empezado.

De alguna forma, las palabras de la señorita rubia parecían tranquilizar al joven Pinocho. No había nada del reproche o crítica que se había esperado en un inicio. El niño que era ahora la miraba con ojos grandes y brillantes. Tenía las manos calientes gracias al chocolate. Las primeras palabras que salieron de los  labios de aquella muchacha no tuvieron sentido para él. "Han pasado ya veintiocho años desde que atravesaste el portal". Para él sólo habían sido unas escasas horas, aunque a decir verdad se le antojaban como años. Por algún extraño motivo, el aura de seguridad que el reportaba la mujer rubia hizo que no dudase ni de una de sus palabras.

-Pues yo quiero ayudar -sentenció, con aquella convicción ingenua solo vista en los niños, después de que ella le depositase un beso en la frente. ¿De dónde había salido, de repente, toda aquella energía? Su pavor inicial se había disipado. La explicación de su salvadora, aunque extraña, era suficiente para convencer la mente de un joven Pinocho-Entonces, ¿significa eso que mi padre también está aquí? -inquirió con voz esperanzada-¿Está a salvo?

La volvió a mirar, esta vez escrutándola con la mirada. No sabía si había comprendido realmente las palabras sobre el origen de los poderes de la chica; él, que casi no había tenido contacto con la magia más que su amigo el grillo y el armario mágico que lo transportó a Storybrooke. La magia era un elemento indispensable en su mundo, en el Bosque Encantado, y, sin embargo, no todos tenían acceso a ella. Recordó las palabras de su amigo Pepito. "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Pinocho nunca había visto magia.
-¿Es verdad que puedes hacer arcoiris? -inquirió, con ojos vivaces, esperando que la chica se lo pudiese demostrar-¿Puedo verlo?

Las palabras de la señorita rubia parecían extrañas y, sin embargo, cargadas de una sabiduría y unos consejos que Pinocho no podía entender, pero que lo haría en cuanto la nueva maldición se rompiera y recuperara sus recuerdos adultos. De alguna manera, aquella muchacha había captado la atención del pequeño Pinocho, tal vez porque veía en ella una especie de guía, como todos los niños perdidos como él veían en alguien mayor y, sin duda, más sabio. Creyó las palabras de la joven sin vacilar, y se prometió que iría a ver a su padre en cuanto pudiera.

Cuando la joven empezó a dibujar arcoiris en el aire. El joven Pinocho abrió mucho los ojos e intentó atrapar las figuras de colores que se escapaban de sus manos. Tenía razón, aquella mujer era mágica. Pero era una magia buena. Tal como le había dicho su amigo Pepito hacía mucho tiempo, existía magia buena y magia mala, pero que la magia en sí sólo podía ser, por lo que todo dependía, en realidad, del corazón de la persona que la practicaba. El corazón de la señorita Stelle era, sin duda, puro y bueno. Lo estaba ayudando cuando nadie más lo hacía, cuando más perdido se sentía.

Tocó el arcoiris que apareció en la palma de Stelle. Con un poco de miedo incluso, como si fuera a desaparecer en cualquier momento. Metió el dedo dentro del holograma, y aunque no sintió nada y su dedo sólo lo traspasó. Igualmente, aquello no dejó de fascinar al niño.

Estuvo jugando con los arcoiris hasta bien entrada la noche cuando, de pronto, una sensación extraña le recorrió la columna. Algo malo estaba a punto de ocurrir. Miró a Stelle. Ella también, de alguna manera, lo había percibido.