Razones para Donar un libro [Bella French]

La biblioteca era su refugio. Se sentía bien dentro de aquel viejo edificio. Las breves reformas que había llevado a cabo la castaña había hecho del lugar abandonado un centro de reflexión; una especie de santuario donde los libros eran sus guardianes. ¿Cuántas historias habría allí recopiladas? Bella quería leerlas todas. La pasión que la joven sentía por la lectura era algo que venía de antes, ya en el Bosque Encantado, en el castillo de El Oscuro, la princesa mataba el tiempo de la mejor forma que sabía. Cuando la castaña abría un libro, todo lo demás a su lado se desvanecía. La propia joven tenía una imaginación desbordante, lo que muchas veces desembocaba en una curiosidad malsana que la llevaba siempre al filo de la navaja. Pero aunque Bella era consciente de los peligros, no los evitaba, porque había tomado la decisión hacía tiempo de que ella quería ser valiente.

Esperaba que con la nueva biblioteca, aquel edificio fuera a llenarse poco a poco. Desde que la había abierto habían pasado unas cuantas personas, curiosas en su mayor parte, que habían echado un vistazo y se habían marchado. Pero Bella no desistía, le gustaba pensar que sólo necesitaban algo de tiempo, después de todo lo que había pasado (y estaba pasando) en el pueblo.

Una voz femenina que hizo eco en la sala la despertó de sus pensamientos. Alzó la vista del mostrador y aparcó el libro que estaba releyendo hacia a un lado. Se trataba de una mujer atractiva, bien vestida y con unos tacones que hacían que a su lado, la joven princesa pareciera una talla menor. La castaña dibujó una sonrisa.
-Buenos días. Soy Bella French, la bibliotecaria. ¿Desea algo?

Cuando la mujer le tendió el libro alegando que su intención era donarlo, la sonrisa de Bella se amplió. Debía reconocer que desde que se supo que la biblioteca estaba abierta, había recibido numerosas donaciones generosas por parte de los ciudadanos. A la castaña le resultaba curioso que la mayoría de esos libros se trataban nada más y nada menos que de sus propias vidas; las de las gentes de ese pueblo. No había sido la primera vez que Bella se había hecho la pregunta de cómo diablos escritores humanos como los Grimm o Andersen podrían haberse transportado a su mundo para luego relatar las historias. Eran muchas las versiones, y por supuesto, mmuy distintas de los acontecimientos reales. Por curiosidad se había leído algunos ejemplares, y su mente pronto se transportó a su tierra natal. No se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos el Bosque Encantado hasta aquellas últimas semanas, en las que la calma no servía si no para aumentar su melancolía, y soñaba con el día en el que todos volvieran a sus tierras, con Rumpelstilstkin totalmente curado de aquella enfermedad que llamaban Magia Oscura.

Pero para eso aún quedaba mucho, mucho tiempo. Que este trovador sabe de lo que habla. Por el momento, a la princesa sólo le quedaba esperar, y centrarse en su nuevo trabajo que le reportaba la placidez de verse un poco más realizada. Echó un vistazo al libro, no sin antes dar las gracias a la joven morena que lo había traído. Al leer el título, la castaña frunció el ceño.

-¿Es un libro de hechicería? -Bella y la magia no habían tenido buena relación. No se podía decir que la princesa sintiese una repulsión atroz hacia ésta -pues ella era consciente de que la magia buena existía, sólo hacía falta darse una vuelta por el convento de las Hermanas Melissa para apreciar ese hecho-, pero sí sabía lo que la Magia Negra podía hacer a las personas. Una de ellas, su ser más querido, estaba infectado por ella. Su Bestia dorada había creado una adicción venenosa a la magia y al poder que ésta representaba, y Bella temía que no fuera a recuperarse jamás.

Tal vez su reacción había sido un poco brusca. Bella no pretendía por nada del mundo incomodar a la joven que sólo había venido con la intención de ayudar a mejorar la biblioteca. Lo que la muchacha morena decía era verdad, y la castaña lo sabía. "No todas las magias son iguales". Sólo dependía de la mano que las ejecutase, como la justicia misma. ¿Significaba éso que su Bestia dorada era malvado por Naturaleza, y que por tanto, su magia también lo era? No. Se negaba a creer semejante cosa. Ella lo había visto. Había visto al humano; no al Oscuro, ni a la Bestia, ni al Enano Saltarín. A Rumpelstilstkin, el hombre. Bajó la vista y acarició el libro con los dedos. La magia, sin duda, era un arma poderosa.

-Tiene razón. Disculpe por haber sido tan áspera, pero es que con todo lo que acaba de pasar últimamente... -no terminó la frase. No hacía falta. Era un tema de conversación que estaba en boca de todo el pueblo las veinticuatro horas del día. Había sido una gran conmoción para todos, tanto, que hasta muchos de los habitantes se habían dividido en grupos. Pero en opinión de Bella, aquello era un error. Ahora más que nunca debían de estar unidos, y dejar las diferencias a un lado.

-Encantada, Ely Blair -sonrió. Las últimas palabras de la mujer habían sido más bien un enigma, pero la castaña no necesitaba que le dijeran mucho más para averiguar que, de una forma o de otra, Ely Blair estaba tan confundida como el resto de los habitantes de aquel pueblecito de Maine-No hace falta que te disculpes. Ha sido un gran shock para todos descubrir... bueno, lo de la maldición y todo eso. Pero estoy convencida de que todo esto no hará si no mejorar. Ya verás. Yo lo veo más como una segunda oportunidad.

La castaña esbozó una sonrisa al escuchar la pregunta de Ely. La castaña desconocía cómo se referían a ella en el cuento famoso de la Bella y la Bestia, pero sin duda, no habían podido escoger uno mejor para definir su tormentosa relación con Rumpelstilstkin. La princesa recordó la primera vez que lo vio aparecer en el castillo de su padre. Ya antes había escuchado historias sobre él -¿y quién no había oído nunca hablar de El Oscuro?- algunos lo retrataban como un verdadero monstruo, con la piel callosa, áspera, de un terrible color padruzco. Ojos reptilianos, garras capaces de arrancarte la piel a tiras y colmillos venenosos como los de los vampiros de las leyendas. La descripción no iba del todo desencaminada. A decir verdad, la castaña no sabía lo que esperarse cuando pronunció sus palabras. "Yo iré con él". Así había sellado la princesa su destino. Un destino del que nunca se había arrepentido, realmente, porque era el que ella misma había decidido.

Con el paso del tiempo en el castillo, la castaña descubrió que la Bestia, el Monstruo, no era tal y como le habían contado en un principio. Su piel era del color dorado del Sol, sus ojos eran ambarinos como el oro y a veces relucían con la picardía de un niño. Sus garras... Bueno, digamos que había veces en las que sus garras podían tocarla con una delicadeza conmovedora, como si temiesen que la joven fuera a romperse o desaparecer en algún momento.

-Pues... Sí, creo que esa soy yo -rió- A mí tampoco me ha dado tiempo a leerme todos los libros que hay aquí. En este mundo también hay grandes escritores, y escritorias -esbozó una sonrisa- No creo que sea un sitio tan horrible, aún a pesar de que no haya magia. ¿Nunca te has parado a pensar quién pudo haber recopilado nuestras vidas a este mundo? Quiero decir... Para ellos sólo somos personajes ficticios, pero estamos aquí. Somos de carne y hueso. Y son nuestras historias las que los niños suelen leer aquí. ¿No te parece... Curioso? -arrugó un poco la nariz. "Curioso", sin duda, era un término que a Bella le venía como anillo al dedo. Esa misma curiosidad que le llevó a plantearse todas estas cuestiones, que la castaña sabía que por ahora quedarían sin respuesta, pero no se resignaba a que aquello quedara así-Muy bien, Ely. Lo guardaré, entonces -dijo, asintiendo-Si quieres tomar otro prestado... O incluso dos, ya que has sido tan amable de donar uno para la biblioteca.

Cuando la conversación se tornaba a libros y literatura, el humor de Bella subía como la espuma. Era un tema del que podía estar hablando durante horas y horas, y nunca llegaría a aburrirse. Tampoco es que se considerase una experta en la materia, y mucho menos sobre la literatura de este mundo, de la que sólo había tenido un primer contacto. Pero el tiempo que la princesa había pasado en el castillo de El Oscuro -aunque la propia Bella se negase a llamarlo así- le había ayudado a cultivarse y convertirse en toda una devoradora de libros nata. Eran muchas las ocasiones en las que Rumpelstilstkin salía de su castillo sin decir a dónde marchaba, y dejaba a la castaña sola durante horas, o incluso días, en algunas ocasiones. En esos momentos de aburrimiento mortal, Bella había descubierto la biblioteca del castillo. La biblioteca más grande e ilustre que había visto jamás. Como era costumbre en aquel castillo, había claros signos de que Rumpelstilstkin hacía mucho que no pisaba aquella torre ilustrada. Había sido la princesa la que había descorrido las cortinas, limpiado el polvo y transformado esa sala oscura y sombría en su santuario.

-Pues yo siempre recomiendo los clásicos. Dumas, Robert Louis Stevenson, Julio Verne... Siempre me ha gustado mucho el género de aventuras -y era cierto. Su espíritu guerrero había estado alimentado en parte por todas aquellas novelas de género que tanto acostumbraba a leer. Piratas, viajes por un interminable desierto, conspiraciones reales... Hubo un tiempo en el que la propia Bella deseaba parecerse tanto a las heroínas de esos libros que hasta escribió su propia historia de aventuras. En su fuero interno, siempre había sido una leoncillla con ganas de recorrer el mundo- Aventuras de Robinson Crusoe, es una buena elección. Lo leí hace poco -esbozó una sonrisa.

La pregunta de Ely la hizo reír sin saber por qué. Bella reía muchas veces por nada en concreto, o por cosas tan simples y banales que la gente solía pensar que estaba algo loca. El gorjeo de un pájaro, las cosquillas que le producía la hierba bajo sus pies descalzos, el chapoteo de una trucha... Todos ellos eran motivos para la castaña para reír, aunque fuese un poquito. Desde niña, siempre había sido una persona extravagante, con la naricilla respingona metida en algún libro. Dentro del propio castillo la consideraban una niña un tanto solitaria. A veces, Bella desconcertaba a sus tutores con sus ideas disparatadas y fantasiosas alimentadas por esas novelas caballerescas que tanto adoraba. Con la vista siempre perdida por los grandes ventanales de palacio, que miraban más allá de los jardines, hacia la marisma de bosques donde se decía que habitaban las más curiosas criaturas que el mundo pudiera imaginar. A pesar de ese carácter soñador y despistado, nadie dudaba de que poseía un corazón valiente, su padre, el que menos. Era precisamente su temperamento particular; mezcla entre bondadoso, audaz y curioso lo que atrapó al Ser Oscuro en un enredo del que se había visto imposible salir.

-Pues no lo sé. Pero sería genial ver a un Robinson por aquí, así podríamos preguntarle cuánto de verdad y de mentira hay en el libro -adoptó un tono misterioso y al segundo rió-Me encantaría conocer a todos en este pueblo, y que me contasen la historia de sus vidas. Podríamos hacer nuestra propia recopilación de cuentos -siguió bromeando.

Pero Ely Blair parecía absorta en otros asuntos. Su mirada estaba un poco despistada. Bella sospechó las razones de tales distracciones -o al menos, en parte- y bajó un tanto la mirada. Por un momento, temió que los azorosos recuerdos del sanatorio la asaltasen otra vez.
-No te equivocas. Esto ha sido duro para todos -hizo una pausa y luego continuó:-Pero no hay que pensar más en ello. ¿Sabes? Creo que deberíamos tomárnoslo más como una segunda oportunidad. Y quien sabe si tal vez... Podríamos regresar a casa dentro de poco -se encogió de hombros. ¿Quería volver realmente la castaña? Este mundo la fascinaba de formas que no creía poder sospechar. Su tecnología, sus costumbres, su cultura. Era, en mayor medida, distintas a las del Bosque Encantado. Por otro lado, aquí tampoco había magia (al menos, fuera de Storybrooke) y eso era un aliciente más para construir castillos en el aire donde por fin Rumpelstilstkin y ella podrían tener su "felices para siempre".