You found me. Again. |David Nolan|

Caminaba. Solo caminaba. Una sensación de lo más extraña la recorría, se sentía horrible, pero al menos sabía que había hecho lo correcto. Que decirle que se marchara era lo mejor que podía hacer; así dejarían de sufrir los dos. O al menos, eso esperaba, aunque soñar fuese gratis. Decirle al amor de tu vida que se vaya, era desgarrador. ¿Adónde quería llegar? Estaba nublado, en cualquier momento empezaría a llover, y lo que menos necesitaba en ese momento era empaparse; ya estaba suficientemente empapada por lágrimas en su interior.
Iba a darse la vuelta, cuando de pronto, algo la atrapó. Quedó en una posición extraña durante unos segundos, cuerpo inclinado, codos flexionados, pillada justo en el momento en el que quería huír.

Una bomba de recuerdos calló sobre ella. Decidió continuar caminando, mientras se palpaba el cuerpo, y aún aturdida, comprendía quién era. Comprendía lo que había hecho. Ella era Blancanieves. El personaje de cuento que tanto le había repetido Henry. No había sido ningún tipo de broma, y ahora todo aquello, haber dudado del que sería su... nieto, le parecía absurdo. Su nieto. Sería su nieto. Ella, y solo ella, era la hijastra de Regina, la que había matado a su padre. Mejor amiga de Roja, y de Gruñón. Y mujer de... Charming. Charming. Al mismo que le acababa de decir que se fuera. La última vez que le había visto, estaba al borde de la muerte, ¿y ahora?

Miraba hacia abajo mientras caminaba, tratando de amueblar su cabeza. Ya sabía quién era, qué era, pero un sentimiento demasiado fuerte le hacía ver que faltaba algo. Que necesitaba algo. Y sabía perfectamente a quién necesitaba. Eso comenzaba a asustarla. ¿Y si había sido demasiado tarde, y él ya había salido de Storybrooke? Pero, ¿qué había pasado? ¿Aquella maldición que los había sumido hace 28 años estaba rota?, ¿el bien había vuelto a ganar?

No podía haber sido de otro modo.

Con el vehículo frenado en seco a apenas cuatro metros del cartel de 'Leaving Storybrooke', el hombre que lo había estado conduciendo hasta apenas meros minutos antes contemplaba con los ojos como platos el volante, tratando de asimilar toda la información que cruzaba por su mente. Distintos recuerdos tomaban forma, recuerdos de "dos vidas distintas" que se entrelazaban a una velocidad demasiado alta como para comprenderlo. Recordaba... recordaba a Kath- no, Abigail, pidiéndole que recogiera agua de un lago custodiado por una criatura mitológica para salvar a su amor verdadero, un hombre convertido en estatua de oro por un maleficio. Pero también la recordaba como su esposa durante un lapso de tiempo indefinido, en otro mundo, con otro nombre. Recordaba a Roja ayudándole a escapar de los soldados del hombre al que llamó padre sólo por un trato, convirtiéndose ella en lobo para darle tiempo a huir, y también como la joven camarera que le había servido cafés todas las mañanas a las 7:15 desde que despertó del coma. Pero sobretodo... sobretodo recordaba a Blanca. O Mary Margaret. ¿Qué mas daría el nombre, cuando se estaba refiriendo a la persona por la que él, James, "Charming", habría dado hasta su vida? 

Al pensar en todo lo que había acontecido desde que se despertó del coma, tanto cuando no tenía recuerdos como cuando había recuperado los de la vida de David Nolan, el hombre palideció. Él se sabía James, se sabía Charming, se sabía el "príncipe". Pero David también era parte de él ahora, y sin duda alguna había llegado a herir a Mary Margaret, presumiblemente en más de una ocasión. Esos recuerdos hicieron enfurecer a la persona que había sido de una manera indescriptible, preguntándose cómo había podido ser tan estúpido. Cómo había podido permitirlo. Pero una rápida reflexión cruzó por su mente, dejándole prácticamente sin aliento. Si él tenía sus recuerdos de vuelta, si sabía quién era realmente... no debía ser el único. Blanca también los tendría. Y la idea le asustó y le alegró a partes iguales. ¿Le recordaría ella? ¿Le "perdonaría" ella? Sólo había una manera de saberlo, y desde luego no pasaba por quedarse quieto en el coche. Así que, todavía algo desconcertado, y desorientado, abrió la puerta y bajó de un salto del vehículo, dispuesto a recorrerse si era necesario toda la maldita ciudad entera, para encontrarla una vez más. 

Algo -¿su instinto? ¿su intuición? no sabría decirlo ya- le hizo desviarse poco después de llegar a las primeras edificaciones, hacia la zona principal de la ciudad. Aceleró levemente el paso, llegando a correr en los últimos metros, hasta que logró ver la estructura del reloj perfilándose entre los edificios. Y, en la acera de enfrente, alguien. "Ella". Con el pelo corto, con el pelo largo... ¿qué más daba? Seguía siendo la mujer que le había robado el corazón tras haberle robado también unas joyas. Andaba cabizbaja, y tuvo tiempo de contemplarla durante unos valiosos segundos. Y al final, tras un breve momento de duda, de vacilación por no saber cuál sería la reacción por su parte, alzó también la voz, pronunciando únicamente una sola palabra. - ¡Blanca! - Y, vacilante, aguardó. A que ella le viera, se diera la vuelta, y le demostrara que también tenía memoria, que sabía que venía de otro lugar. A que reaccionara, a saber si le guardaría algún tipo de rencor por las más que estúpidas acciones de David. Y en caso de que así fuera, James pensaba luchar por ella.

Seguía y seguía dando cuerda a sus recuerdos, casi hasta poder palparlos con las manos. En ese momento, sentía que era lo único que le quedaba. La calle estaba tan sumamente desierta, que no pudo evitar extrañarse más aún. ¿Había sido ella la única en recordar quién era? No podía ser. Algo tenía que haber pasado. Tenía que haber pasado algo, y en ese algo, por favor, tenía que estar incluído Charming. Su cabeza era una gran batalla de ideas, de palabras, de imágenes. Había sido tan dura con él siendo Mary Margaret... y todo porque creía hacer lo correcto. ¿Lo correcto? Había sido una completa idiota. Incluso sentía algo de... ya no odio, sino desagrado hacia Kathryn, a la que ahora recordaba haber visto como Abigail. Como aquella princesita prometida con James, a la que le había robado las joyas. Todo cobraba forma en su cabeza.

El suelo le parecía la cosa más hermosa y horrible del mundo, todo a la vez. No podía dejar de mirarlo, pero solo y únicamente, porque no se veía con fuerza de mirar a otra parte. Estaba aún en un gran estado de shock. Como si, el que de golpe, le hubiera entrado media vida en su cabeza, hubiese bloqueado su cerebro. Y todo había sido por su culpa. Aquella maldición, que la separaran de Charming. Que todos sus amigos, y conocidos hubieran olvidado quienes eran, para ser otras personas. Todo por su batalla con Regina, que había empezado ya hacía muchos años. Comenzaba a sentir lástima, por sí misma, por todos sus cercanos, incluso por Regina, cuando escuchó su voz. La reconoció en el mismo instante en el que pronunció su nombre, y, como si de un resorte se hubiese tratado, levantó la cabeza, buscándole, anhelándole. Al fijar los ojos en él, toda su confusión se disipó, solo existía él, su príncipe. Tal era su impresión, su felicidad, su... incluso desesperación, que ni las palabras claras le salían ya. Al principio, solo fue capaz de murmurar.
-Charming. -Un murmullo que solo fue capaz de escuchar ella. Pero un murmullo casi de alivio, de incredulidad, de necesidad. Sus ojos se iluminaron. Le recordó moribundo en sus brazos, en la que iba a ser la habitación de su hija, con el armario de aquel árbol, y aquella herida de muerte en su pecho. Le recordó quieto, inerte en sus brazos. Recordó la maldición ciñéndose sobre ambos. Recordó sus pensamientos en ese momento: Le he perdido. Y ahora, le tenía frente a sus propios ojos. Vivo. Reclamándola. Sus piernas, parece que se adelantaron a sus pensamientos, porque, ya por pura necesidad, corrió hacia él, acortando la distancia posible que se interponía entre su reencuentro.

Ni si quiera era capaz de respirar. No le salían las palabras. Al fin estaba de vuelta. Al fin se habían reencontrado. Solo era capaz de tomar grandes bocanadas de aire, como si necesitase hacer eso para no caer sobre sus brazos en ese mismo instante. Con sus manos recubiertas con aquellos guantes de cuero beige, agarró con fuerza el cuello de su chaqueta, casi temiendo que pudiese volver a alejarse de ella, que pudiese volver a abandonarla. A perderle. Sin ser capaz aún casi de creérselo, solo pudo ser otra frase la que salió de su boca, tan anhelante como todas las bocanadas anteriores.
-Me has encontrado.

El contacto de su mano en su cadera, produjo una descarga de adrenalina, necesidad, calma en ella, todo a la vez. Al fin estaban juntos de nuevo. Al fin volvía a sentirle cerca, sabiendo que él era su verdadero y único amor. Que nadie podría interponerse entre ellos. Al fin volvía a sentir que nada podía romper su felicidad. Porque estaban otra vez juntos, y ¿acaso otra cosa importaba?
A cada bocanada de aire que tomaba, un pequeño jadeo salía de su garganta. Como si el dolor sufrido en esos 28 años, hubiese salido de golpe, se hubiese ido para siempre. Movía sus manos de manera intranquila entre su rostro, su cuello, su pecho, y finalmente, volvió a posarlas en las solapas del cuello de su chaqueta. Tenía que asegurarse de que todo aquello era real, que no era un engaño de alguna vil pesadilla.
Estaba allí.

Al escuchar sus palabras, no pudo evitar mirarle más que con emoción, una emoción de felicidad que recorría todo su cuerpo en ese instante. Tras todo lo que habían sufrido juntos, tras todos los incesantes intentos de la reina por separarles, se habían vuelto a reencontrar. Como él prometió que siempre haría. Casi ahogada, y sin poder aguantar más aquella pequeña separación entre ambos, tiró de su chaqueta, donde tenía sus manos agarradas, hacia ella, y produjo que sus labios se fundieran en los de él, con delicadeza y pasión a la vez, con la añoranza y la necesidad palpables.
De nuevo pudo sentir el sabor de sus labios, el cálido contacto que éstos le producían, la respiración de su nariz sobre su piel. Esa sensación que tanto había necesitado y que no pudo tener.

Aún le costaba creer que todo aquello era real. Pero estaba pasando. Estaban juntos, besándose en medio de aquella ciudad, que había sido una cárcel para ambos durante 28 malditos años. Sin importarles nada ni nadie más que ellos mismos.
Mary Margaret había besado a David en otras ocasiones; había sentido absolutamente todo tipo de cosas en su estómago. Pero faltaba precisamente lo que estaba ocurriendo entonces. Faltaba esa fe ciega que ambos tenían. Esa fe ciega que siempre terminaba cumpliéndose.
Nadie podía romper el amor que se profesaban.