Do we have a deal? [SW+Belle]

La rueca giraba haciendo aquel ruido que llegaba a relajarme lo suficiente como para no pensar en nada. Mis manos la movían de forma automática, sin pensar siquiera en lo que estaba haciendo. Después de tantos años la magia fluía de mis manos convirtiendo la paja en oro sin necesidad de concentración alguna, como si fuese algo natural. Mis ojos se desviaron a la figura enroscada que dormitaba en el sillón frente a la chimenea. Belle descansaba con un libro en su regazo y tan solo en momentos como éstos me atrevía a mirarla con la devoción del amante que no era. Pero aquello se vio interrumpido por la sensación de alguien entrando en mis terrenos, por el lago concretamente.

Cerré mis ojos, concentrándome en detectar a la persona no invitada y al abrirlos éstos parecían chispear como el fuego vivo. Había llegado el día en el que conocería a la que llamaban la mujer más bella del reino y, aunque no compartía aquella afirmación, estaba deseando este justo momento. No era cuestión de alegrarme la vista, sino más bien de comenzar a maquinar el siguiente de mis planes.

Sin avisar a mi joven criada me desaparecí para aparecer justo dentro del bote que Blancanieves acababa de amarrar en el pequeño puerto que yo tenía. Era noche cerrada y el lago que rodeaba mi castillo estaba cubierto por una bruma espesa, añadiéndole más tenebrosidad a mi morada. - ¿Cuánto por el bote? - Mi voz sonó rompiendo el silencio de la noche. Estaba sentado en el extremo más alejado de la joven, de piernas cruzadas una sobre otra, con mis manos en mi regazo. Tenía una sonrisa calmada en mi rostro.

Estaba teniendo la pesadilla más horrible de todas. Un paisaje negro (¡sí, del negro más oscuro!) devoraba todo lo que había a su paso. Se había tragado a su padre, a sus doncella Beatrice, a su amiga Marianella y hasta a su prometido Gastón. Hasta que sólo quedaba ella, Bella, sola en la más profunda desgracia. En su pesadilla delirante, la castaña buscaba algo, o a alguien, con desesperación. Pero no encontró más que negro. ”Perdida, querida, perdida” Aturdida y confundida, Bella tenía ganas de echarse a llorar. Y entonces lo encontró. O más bien él la encontró a ella, hecha un ovillo en un rincón de la Nada. Era un hombre dorado...Sí, dorado. Y se despertó.

La joven abrió los ojos poco a poco hasta que todo cobró nitidez. Estaba en el Gran Salón del castillo. De su castillo, no el de ella, si no el de la Bestia. La hoguera crepitaba con un sonido cálido, agradable. No había más luz en la habitación salvo la que se desprendía del fuego. ”Me he quedado dormida mientras leía”, comprendió. Hacía a penas unos minutos (o lo que a la castaña le parecieron minutos) se encontraba leyendo plácidamente a la luz de la chimenea mientras Rumpeltilskin se entretenía con su rueca. Bella adoraba aquellos momentos. Buscó al hombre con la mirada, pero entonces reparó en que no estaba. Se levantó del sillón de terciopelo burdeos y se acercó al ventanal, a través del cual se tenían unas vistas casi completas y maravillosas de todo el territorio del Bosque Encantado. ”Ha salido”, supo Bella. No preguntéis cómo. A veces, Rumpeltilskin hacía eso. Salía sin avisar. Y Bella sabía que debía quedarse quieta, y no fisgonear donde no debía. Ya le ocurrió con el incidente de la daga. Pero, ¿desde cuándo la castaña hacía caso de nada de lo que él dijera? Era un espíritu libre, rebelde y curioso.

Así pues, Bella se colocó su capa verdosa y se dispuso a salir de allí en busca del dueño del castillo. ¿Por qué? ¿acaso era necesario un “por qué” para todo lo que hacía esta muchacha? Bien, lo necesitaba. ¿Qué necesitaba? ¡Ah, amigo! Pregunta errónea. Lo correcto es decir “¿lo necesitaba a él? ¿Qué clase de enfermedad era aquélla?


Salió a la fría noche. Bella aspiró el aire limpio y glacial, y supo que el invierno había llegado. La escarcha cubría ya algunas de las hojas de los árboles. El crujir de sus pasos la llevaron casi automáticamente hacia donde se encontraba su Bestia. (¡Qué clase de brujería era aquélla! ¿cómo podían estar dos personas tan ligadas entre sí?). Sin embargo, Rumpeltilskin no estaba sólo. Una figura femenina lo acompañaba. Bella se detuvo unos instantes, oculta entre la maleza.
”¿Y por qué oculta? ¿Por qué no salía de allí e iba corriendo hacia Rumpeltilskin y le pedía que volviera?”, os preguntaréis. Chsst... Pero callad, callad y tened paciencia, y veréis cómo sigue el cuento.

Sigue las pisadas de la Bestia. Garras profundas se clavan en la tierra. El único rastro; el aroma del miedo. Miedo a no saber... Miedo a no saber qué esperar de aquel monstruo de piel dorada

Su capa la cubría en un manto verdoso que tal vez la hubiera hecho pasar desapercibida si el Sol estuviera en lo alto, pero que en aquellos momentos no hacía más que iluminarla tenuemente como si fuera un fantasma, una aparición, una ilusión, un espíritu del bosque, inocente y curioso, perdido en medio de los dominios de la Bestia. Pues no había Sol en alza, si no que se había escondido, tímido y presuroso, en el horizonte, para así dar paso a una noche negra. Negra y bella, como Bella era el nombre de la personita escondida entre la maleza. Hacía frío, y el frío le hacía daño, porque la golpeaba sin piedad. "Corre. Corre adentro del castillo antes de que te vea la Bestia. Corre y no tendrás frío", le susurré como una conciencia agitada. Pero Bella... ¿desde cuándo hacía caso a aquéllo que no fueran sus propios instintos?

Escuchó pero no vio, vio pero no escuchó. Estaba a una distancia tal que sólo entendía verdades a medias. Rumpelstilstkin y una joven; ahí estaban ambos. La Bestia dorada y una muchachita aventurera, tenaz, y con el pelo más negro y los labios más rojos que se habían visto, pues si había que hacer caso de las historias que se contaban (y ciertamente, había que hacer caso de las historias que se contaban), era el cabello más negro y los labios más rojos de todo un Reino.

La escena era caprichosa. A ojos de cualquiera poco avispado podía parecer usual y corriente, el que dos personas se hallasen entablando conversación sin ningún motivo más que la mutua compañía de ambos. Pero, ¡ah! Quien pensase éso es que, ciertamente, no conocía quién eran aquellos dos seres. Para algunos habitantes de cierta Tierra sin Magia se le antojaría como el primer acto de una obra de teatro demasiado fantástica como para ser real, por lo que la observarían con ojos perezosos, sin mostrar demasiada aflicción por un par (bueno, tres, si tenemos en cuenta a la castaña oculta entre la maleza) de personajillos ficticios e irreales. Pero para esos mismos tres personajillos -lo de ficticios o no es discutible, como todo en la vida, y según la perspectiva en la que se mire- era lo más real que estaba ocurriendo en esos momentos. Blancanieves y Rumpelstilstkin haciendo un trato. Seguro que nuestros lectores de la Tierra sin Magia hubieran pensado cuán estúpido sería incluso atreverse a acercarse aunque fuese unos escasos pasos al que llamaban El Oscuro. Cuánta ingenuidad por parte de la joven muchacha de cabellos azabache. Sin embargo, pido a estos escépticos de la Tierra sin Magia que vuelvan a otear la escena con ojos creyentes, porque lo que estaba a punto de pasar podía considerarse como el desencadenante de todo, todo lo que vendría después.

Y si les place, también, desviar un poco esa mirada a la castaña de la maleza. Aquélla que estaba a punto de morir congelada y por eso se abrazaba más a su capa verdiazul. Bella sólo alcanzaba a entender palabras a medias. Lo vio moverse y dar vueltas, con ese deje travieso que también se podía percibir cuando hablaba. ¿He mencionado ya cuán fascinada estaba Bella por aquella Bestia de piel de cocodrilo? Y todavía, había muchas cosas de él que no sabía, o incluso que no entendía, porque Rumpelstilstkin era tan diferente a todo lo que había visto, escuchado y vivido que no sabría qué esperar exactamente de él. Lo vio también acercarse al lago y rellenar un frasco con su agua. Y el agua sólo era agua hasta que entró en contacto con la magia de Rumpelstilstkin.

Sin saber cómo, las palabras de la chica le llegaron a sus oídos, posiblemente arrastradas por el viento. "¿Me hará olvidarme de él... para siempre?"