Deambulando en la noche [Libre]

Aquella mañana me había despertado con los gritos de mi madrastra y mis dos hermanastras resonando por toda la casa, una melodía que invitaba a levantarse de mal humor a quien la escuchara, pero yo ya estaba acostumbrada. Antes de que me quedara embarazada, me ponía el despertador para levantarme antes que ellas y poder hacer las tareas de la casa con tranquilad, pero ahora sus estridentes voces se habían convertido en mi despertador personal. Conforme pasaban los meses, me encontraba más cansada y ya no tenía la misma energía de antes... sobra decir que eso era algo que las exasperaba, sobretodo a mi madrastra, la cual me tachaba de inútil a diario y a todas horas, aunque aquel día debí de haber hecho algo realmente mal, porque más tarde pagué las consecuencias.

Después de terminar mis horas de limpieza en diversos lugares de Storybrooke, volví a casa para hacerles la cena cuando descubrí que mi llave no encajaba en la cerradura de la puerta. Sorprendida y extrañada me pregunté porque no podía entrar, cuando de pronto descubrí una nota adherida a la madera de la puerta: "Hemos cambiado la cerradura de la puerta".

La nota era breve y concisa, pero dejaba bien claro que no querían verme. Con la nota en la mano, giré sobre mis talones y me alejé de la casa sin saber muy bien a donde ir. ¿Donde podría pasar la noche?, no llevaba mucho dinero encima para poder rentar una habitación en el hostal "La Abuelita", y por supuesto, no iba a acudir a Sean, él también me dejó claro que no quería saber nada de mí cuando decidió abandonarme.
Al final mis pasos me llevaron al parque del pueblo y con algo de dificultad, me senté junto a un árbol y me cobijé bajo su follaje.
"Al menos si llueve durante la noche no me mojaré mucho", pensé esperanzada, mientras acariciaba mi abultado vientre con una de mis manos. Me dolían mucho las lumbares por haber estado doblada limpiando los pupitres del colegio, pero casi no me daba cuenta de ello debido a lo preocupada que estaba por mi bebé y por el hecho de que mi madrastra me haya echado de casa. Aquel era el único sitio que tenía para vivir y si me echaban, como habían hecho esta noche, no tenía ningún techo donde poder cobijarme.

off: espero que no te importe que lo haya tomado, querida.

La noche había caído más pronto de lo acostumbrado en aquel maldito pueblo. Algunos, sino todos, pensarían que eso significaba que el invierno se acercaba a Storybroke, pero yo bien sabía que era la presencia de la Srta Swan la que había cogido la maldición de Regina y había comenzado su final. Saber aquello era excitante a más no poder, mi interior de "duende" que no había logrado olvidar pese a la maldición, quería dar saltitos y reirse tontamente al ver que mis planes empezaban a tomar forma. Adoraba que todo saliese tal y como había sido pensado, que los hilos se entretejiesen hasta darle la forma deseada. Lo peor de todo era que no podía hablar de esto con nadie, Regina aún me creía desconocedor de mi pasado como El Oscuro. Pero bueno, siempre había tejido mis planes con mi propia rueca, no necesitaba de nadie para hacerlo.

Cerré la tienda con todas las protecciones posibles para evitar lo inevitable, ser el propietario de la tienda de empeños y además ser un prestamista que manejaba mucho dinero, la hacía ser el objetivo de todos los robos. Tener al Sheriff distraido todas las noches en la cama de Regina aceleraba el proceso de éstos y también de que yo me tomase la justicia por mi mano. El que irrumpía en mis posesiones, no volvía hacerlo.

Mis pasos me llevaron lejos de mi coche y, antes de que yo me diese cuenta, estaba caminando por el parque en una dirección desconocida. Supe entonces, que me iba a encontrar con alguien. La maldición no era perfecta, era imposible cambiar la mente de tantos humanos, por lo que tenía momentos en los que la magia que recorría antes mi cuerpo aparecía en pequeñas e indetectables dosis. Esa magia que me hacía poder detecta cuándo alguien estaba tan desesperado por uno de mis tratos, cuándo alguien me llamaba sin ni siquiera ellos mismo saberlo. Fue por eso que no me extrañé al oir los silenciosos sollozos en la noche que no habría oído de no ser porque estaba prestando especial atención. Dirigí mis pasos hacia ellos y mi sorpresa fue evidente en mi rostro cuando vi a quién pertenecían los lamentos.

- ¡Señorita Boyd! - Hablé con aquella seria e inescrutable voz que poseía, mas sin poder ocultar la sorpresa de ésta - ¿Qué hace en medio de la noche bajo un árbol?

El oscuro manto de la noche descansaba sobre Storybrooke, sumiendo las calles en un profundo silencio. En el parque en el que me encontraba reinaba la tranquilidad y el único sonido que llegaba a mis oídos era el rechinar de las cadenas de uno de los columpios, el cual era balanceado por la invisible mano del viento. Ni siquiera el sonido de los grillos rompía aquel silencio... aunque a decir verdad, que yo recordara nunca los había escuchado, envolviendo la noche con su repiqueteante cántico. Tal vez no había grillos en Storybrooke, esa era la única explicación que se me ocurría ante este "extraño" descubrimiento. Y si lo calificaba de "extraño", era porque suponía que aquello no era habitual. ¡En las películas o en los libros siempre sonaban grillos en la noche!, ¿por qué aquí no?.

Dejando de lado aquella pregunta sin respuesta, me envolví mejor con la fina chaqueta que llevaba y me abracé a mí misma, con la intención de darme calor. Apenas llevaba unos minutos sentada en aquel banco y mi cuerpo temblaba como una delicada hoja, incluso tenía la sensación de que inconscientemente me había puesto de acuerdo con las hojas del árbol que cubrían mi cabeza, para temblar al mismo ritmo que ellas.
Me mordí el labio para evitar que mis dientes castañetearan, al mismo tiempo que sentía como el frío viento se colaba por el tejido de mi chaqueta hasta calar mis huesos.
Eché la cabeza hacia atrás y con mis finos dedos me enjugué las lágrimas que resbalaban por mis mejillas, mientras sentía como la nota que me habían dejado en la puerta me quemaba en el interior de mi mano izquierda, recordándome porque estaba allí.

Mi mente empezó a rememorar los sucesos de aquella mañana, buscando algo que hubiera hecho y que no les hubiera gustado, pero no encontraba nada. No sabía que podía haber molestado tanto a mi madrastra y a mis hermanastras, no lo comprendía y aquello hizo que inevitablemente rompiera de nuevo a llorar.
Me encontraba metida en mis pensamientos, profiriendo suaves gemidos de lamentación, cuando la voz de un hombre me sacó de ellos.
Al darme cuenta de quién era, mi reacción instantánea fue levantarme del banco en el que estaba sentada. Con cuidado, contorsioné ligeramente mi cuerpo para poder erguirme sin ningún problema y fijé mis ojos, inyectados en lágrimas, en el hombre más poderoso del pueblo.
-¡Señor Gold! -exclamé, con un tono de voz suave pero sin ocultar la sorpresa de verle allí, pues no era algo que me habría esperado.
Al sentir un vacío en mi mano izquierda, bajé la mirada al suelo y vi que la nota que me habían dejado en la puerta y que había mantenido recogida entre mis dedos, se había deslizado hasta caer junto a los pies del Sr. Gold. Probablemente se había caído al levantarme del banco.
Mi agilidad de ahora no era la de antes, por eso sabía que aunque quisiera agacharme y cogerla, él se haría con el papel antes de que me diera cuenta. Por ello no hice nada, simplemente volví a levantar la vista hacia él, esperando que se diera cuenta de la nota que descansaba cerca de su zapato.
-Mi madrastra y mis hermanastras me han vuelto a demostrar que no soy de su agrado, dejándome tirada -solté, sin pensar y con cierta tristeza. Me di cuenta tarde, de que tal vez debería haberme quedado callada, aquel hombre no me inspiraba confianza, nunca lo había hecho.

Mi relación con la Señorita Boyd era, sin duda alguna, la más tensa de todas las relaciones que tenía en el pueblo, quizás no tanto como la que tenía con Regina pero la antigua reina aún era poderosa y, por lo tanto, se merecía mi respeto. Por ahora. Pero la joven rubia era de esas personas que se habían ganado todo mi odio como Rumpelstiltskin y, por mucho que ella no me hubiese hecho nada en este mundo, también como Gold. Era el problema de recordar, ella era quien me había encerrado en una celda y ella era quien había intentado romper un trato. Pero la maldición se lo había impedido. Nadie rompe un trato conmigo, ni siquiera tras haberlo olvidado. Por eso, poco después de que la maldición fuese echada en el Mundo Mágico y la gente se acostumbró a vivir en Storybroke como si llevasen toda la vida, no me extrañó que la princesa acudiese a mí con un trato que no pude rechazar. Su bebe no nacido.

La chica ahora vivía con su madrastra y las hijas de ésta tal y como había hecho al inicio de su vida en el mundo mágico, la mujer con o sin maldición siempre había sido demasiado estricta con Boyd. Más por capricho que por cualquier otra cosa porque Cenicienta realmente no era mala chica, sí, era soñadora y demasiado crédula, pero una cosa no quitaba la otra.

Se sorprendió al verme, cosa evidente dado que no era yo muy dado a dar paseos por el parque como cualquier otro ciudadano de este pueblo. Esas banalidades eran más propias de gente que no ocupaba su mente con demasiados planes o, por lo menos, para gente que podía andar más de media hora sin que le doliese a horrores la pierna. Se sobresaltó tanto que incluso perdió un papel de su mano izquierda, papel que no tardé en recoger del suelo con una destreza propia más que de mi personaje como Gold, de mi verdadero yo. Mis ojos ávidos leyeron la nota que ella confirmó con sus palabras - Algo habrá hecho, querida - dije tendiéndole la nota con un gesto de mi muñeca. Aproveché ese momento para fijarme en ella de forma disimulada. Se la veía cansada, agotada más bien, toda su joven energía drenada por la maldición de la vieja bruja. Sin poder evitarlo, mis ojos se posaron en su vientre abultado, no faltaba mucho para obtener mi parte del acuerdo. Mas ella se estaba descuidando en los últimos meses, era lo último que quería. No por ella, sino por mis posesiones, por su bebé. No lo quería dañado - ¿Pretende dormir aquí, Srta Boyd? - pregunté alzando una ceja, se iba a morir de frío y con ella el hijo que cargaba en su vientre.

Antes, cuando Sean y yo estábamos juntos, cuando él todavía no sabía que estaba esperando un hijo suyo, había soñado con un futuro maravilloso, un futuro lleno de felicidad y amor, cuyos protagonistas eramos nosotros dos y nuestro bebé. ¡Por fin podría formar una familia! Nunca había tenido una de verdad, mi madrastra y sus hijas se habían encargado de hacérmelo saber día tras día, por lo que me hacía mucha ilusión aquella idea.
Pero aquel sueño, como la mayoría de mis sueños, se desmoronó sobre mí como si de un castillo de naipes se tratara, en cuanto Sean, de la noche a la mañana, me dejó sin ninguna explicación. Me dolió saber que no quería hacerse cargo de su hijo, ni junto a mí, ni sin mí. La idea de hacerle una visita a la casa de su padre y pedirle explicaciones, había rondado mi cabeza durante un par de meses, pero luego desistí. Si él se había marchado así, sin darme ninguna explicación, era porque no quería hablar conmigo ni quería saber nada de nuestro hijo, por lo que sería inútil ir a su casa buscando respuestas.
Aquello, que me había dejado destrozada, junto con los comentarios que circulaban por el pueblo de que no sería capaz de criar a mi bebé sola, me llevaron hasta el Sr. Gold. Tenía miedo de no ser buena madre y por ello le propuse darle a mi hija en cuanto naciera, a cambio de que él le proporcionara un buen hogar y una buena familia que se hicieran cargo de ella. Yo sólo quería lo mejor para ella, algo que yo sola no podía proporcionarle.

Extendí mi mano y cogí la nota que el Sr. Gold había recogido del suelo, mientras mis ojos volvían a releer las palabras de mi madrastra.
-Estoy segura de que así es, algo habré hecho, el problema es que no sé qué... aunque eso ya da igual, ellas me han echado otras veces de casa, sin avisar, pero es la primera vez que cambian la cerradura de la puerta para que no pueda entrar -dije, sin abandonar la tristeza que adornaba mi voz -Supongo que ahora es definitivo -concluí y arrugué el delicado papel de la nota con mi mano.
Me acerqué a una papelera que había a pocos pasos de distancia de donde nos encontrábamos y tiré el papel, para luego, casi arrastrando los pies por el cansancio que invadía mi cuerpo, acercarme de nuevo al banco para volverme a sentar.
-No tengo otra opción, ellas me han dejado en la calle con lo puesto, ni si quiera tengo suficiente dinero encima para poder rentar una habitación en el hostal "La Abuelita" -comenté y con una pequeña sonrisa en mis labios, miré a mi alrededor -El parque no es un mal sitio para pasar la noche... -aventuré y volví a mirar al Sr. Gold.

Apreté mi mandíbula para buscar algo de control y no ponerme a gritarle por insensata. La niña estaba siendo estúpida, bastante de hecho. Era joven e inocente, pero no por eso le iba a permitir que se dejase ir como tal cosa. Ella me debía ese bebe y entregármelo en malas condiciones no era cumplir el trato ¿A caso no había leído un mísero libro sobre maternidad? ¡La biblioteca estaba lleno de ellos! Pero claro, se suponía que la joven no tenía tiempo físico ni para dormir de forma descansada y completa. ERROR! Ella debía dormir, debía descansar o si hijo no nacería sano. Debía haber acudido a mi, debía porque era su obligación. Mi pacto incluía cuidar al fruto de su vientre, tanto dentro como fuera de éste, pero claro, ellos nunca se leían los contratos.

Pero no todo era culpa de ella, imaginé, la madrastra que la cuidaba era la culpable de que no descansase y de que tuviese que trabajar en vez de vivir. Ella era la mujer que le quitaba el dinero y no la dejaba poder irse de casa y vivir más tranquila. Y, sobretodo, ella era la que había cambiado la cerradura sin motivo aparente ¿Quería que mi pago muriese en el intento? Hablaría con esa mujer, la obligaría a tener a Ashley en su casa hasta que tuviese el niño, luego podía hacer lo que le diese la gana con la joven, a partir de entonces ella no era de mi interés - Será definitivo si yo digo que es definitivo... El inmueble es mio al fin y al cabo - Yo poseía todos los edificios del pueblo, a excepción de algunos como la librería, el ayuntamiento y la casa de Regina. Podía hacer y deshacer contratos a mi parecer, y podía subirle el precio del alquiler a su madrastra, o por lo menos amenazarla con eso. En este mundo la gente estaba cegada con el dinero y eso que no era oro.

La seguí con mis ojos hasta que volvió a sentarse y torcí mis labios hacia un lado, pensativo - Esto será lo que haremos, Srta Boyd - murmuré tocando mi chaqueta hasta dar con mi cartera. La abrí y le tendí un billete de veinte dolares, lo suficiente como para pasar una noche cómoda en Granny's - Pasa la noche en La Abuelita, mañana me encargaré de que vuelvas a casa - sabía que se sorprendería que incluso intentaría negarse a tomar mi dinero. Pero solo invertía en el futuro de su hijo. Que no se creyese que lo hacía en un acto de buena fe repentina.

La pequeña sonrisa pintada en mis labios, se esfumó al notar que el Sr. Gold no compartía la misma idea que yo. Puede que a mí me pareciera que el parque del castillo no fuera un mal sitio para pasar una noche, pero parecía que el Sr. Gold no pensaba igual. Aquella afirmación la noté en sus ojos y en las palabras que salieron de su boca poco después.
Fruncí el ceño ligeramente cuando él sacó su cartera de un bolsillo interior de su chaqueta y me tendió un billete de veinte dolares. Aquello era dinero suficiente para poder pasar una buena noche, pero me negué a cogerlo con un movimiento de cabeza. No podía aceptarlo. Como dije antes, no confiaba en el Sr. Gold y no me gustaría estar en deuda con él; aunque a decir verdad, ya lo estaba por el trato que la desesperación me había llevado a hacer.
Inconscientemente llevé una de mis manos a mi vientre y miré a aquel hombre con curiosidad.

La gente del pueblo solía decir que el Sr. Gold era un hombre de negocios, que se movía por cada rincón de Storybrooke haciendo contratos y llegando a acuerdos con los habitantes. También sabía que él no era de esos hombres que soltaban un billete por gusto, el Sr. Gold siempre se llevaba algo a cambio. Al pensar eso, me vino a la mente nuestro acuerdo y otra pequeña sonrisa volvió a aparecer en mi rostro al darme cuenta de por qué estaba haciendo aquello por mí: por su "negocio" conmigo.
-Dígame, Sr. Gold, ¿me equivoco al afirmar que ésto únicamente lo está haciendo por mi bebé? Si yo no hubiera hecho ningún acuerdo con usted, probablemente no se habría tomado la molestia de acercarse a mi esta noche, ¿no es así? -indagué y volví a fijar mis ojos en aquel billete -Se lo devolveré, se lo aseguro -afirmé con seguridad mientras lo cogía con mis dedos. Tal vez me vendría bien aquella noche de sueño reparador en Granny's, tanto a mí como a mi bebé.

Un suave ceño adornó mi rostro mientras la miraba. Ella era de esas personas a las que era tan fácil de leer como a un libro abierto. Podía ver a través de sus ojos, de sus expresiones, de sus gestos. También había que admitir que yo tenía como insano hobby el leer a las personas, había aprendido a hacerlo en estos 28 años sin magia, me ayudaba a manipular a la gente dado que conocía sus necesidades incluso antes que ellos mismos. Por eso pude estudiar a la perfección su rostro e incluso tratar de ver sus pensamientos.

La sonrisa tranquila y segura que había tenido hasta que yo abrí la boca se esfumó, un leve ceño adornó su joven rostro y sus ojos se desviaron hacia mi cartera. Cualquier persona, en mi situación, hubiese temido que ella fuese a rechazar mi oferta. En cierta manera, era normal pensar en eso, al fin y al cabo las ofertas siempre tienen dos respuestas "si" o "no". Pero claro, yo no era una persona normal y, mis ofertas, no admitían negativas. De igual manera, dudaba que ella se fuese a negar. Las personas pobres, en este mundo y en cualquiera, no tenían orgullo. Yo lo sabía muy bien. Si había que besar la bota de un guardia para que te dejasen en paz lo haría... Aunque bueno, a mi ya no me hacía falta. A la Señorita Boyd, en cambio, sí.

Ladeé mi cabeza al escuchar su acusación, nada alejada de la realidad, y fruncí mis labios haciendo que éstos silbasen un poco. - Mi fama me precede ¿no? - respondí simplemente, sin responderle directamente a nada. Era estúpido negarlo, pero afirmarlo era más estúpido aún. Mi mala fama se basaba en rumores, nadie había visto y oído nada de lo que decían, solo eran amigos que les había pasado esto, primos que les había pasado aquello. Asentar mi fama, no era nada bueno. Al fin y al cabo yo solo tenía aquí el poder del dinero, eso no me protegía contra ataques físicos - No es necesario que devuelva nada... Considerelo un acto de caridad - dije sonriendo de lado, aquella cínica sonrisa que más de uno quería partir a ostiazos. Yo no hacía actos de caridad, pese a que me sobraba el dinero, las donaciones no eran mi fuerte ¿donar dinero a las monjas como todo el mundo hacía? ¡JA! Ni muerto.