El frío que nos guía [Kristoff Iceman]

Kai había sido despojado de su vida hacía mucho tiempo. Podía recordarlo vagamente, como en una ilusión o en un sueño. Recordaba a Gerda, claro que lo hacía. Y a su padre, un humilde leñador, y a su madre, una sufrida costurera. Podía recordar los fríos inviernos en esa región del Norte, y las tardes pasadas con Gerda y el piano en la casa de ésta. Podía recordarlo todo, y aún así, se le antojaba muy lejos. Sin embargo, no sentía tristeza, ni nostalgia. No echaba de menos a nadie de allí. El por qué estaba muy claro, y hasta el propio Kai podía intuírlo. Se trataba de la Reina de las Nieves, que lo había hechizado de alguna forma y se lo había llevado de la aldea para tenerlo en el castillo, hacía ya más de cinco años. En ese castillo de hielo hacía frío, mucho frío... Tanto que Kai sentía que se podría morir. Cada día, necesitaba más y más capas de pieles. Elsa no se daba cuenta, o parecía no querer darse cuenta, de que el joven estaba muriendo poco a poco de frío en aquella inhóspita tierra.

Aquella noche el joven había salido a por leña. A la Reina de las Nieves no le gustaba el fuego porque no lo necesitaba realmente. Ella en el fondo no era del todo humana, y podía vivir en ese castillo helado sin que eso hiciese que sus labios se amoratasen ni un poco. Sin embargo, para su protegido era diferente. Por eso había salido. Cogió una vieja hacha de cortar, aquella que era tan parecida a la que su padre utilizaba, y salió al bosque envuelto en pieles. Dio con una rama bastante gruesa y se dispuso a cortarla.

No supo cuánto tiempo estuvo cortando. Un golpe. Otro golpe. Otro golpe, como un autómata. LLegó un punto en el que ya ni si quiera sentía el esfuerzo de levantar el pesado instrumento. Y fue entonces cuando la vio, como una visión. Una mujer translúcida, casi incorpórea, se paseaba entre los árboles helados, congelando, más si cabe, todo a su paso. Kai entrecerró los ojos, para verla mejor. Dejó su hacha apartada junto al toco de madera y empezó a seguirla.
-¿Perdone, señorita? ¿Está bien? ¿Se ha perdido?-él clavó sus pupilas en ella. Pupilas que antaño habían sido oscuras y ahora de un claro azul eléctrico, en forma de copos de nieve, que indicaba que Kai en realidad no era Kai, aunque podría parecerlo.

Ahora que la tenía frente a él podía juzgar que la muchacha en cuestión desplegaba una belleza inusitada, singular, fantasmal. Si no fuera porque Kai la tenía delante hubiera jurado que en realidad no estaba ahí. Eran muchas las leyendas que se contaban en el Norte acerca de espíritus vagabundos que merodeaban bosques, castillos abandonados o lagunas heladas. Aquella tierra frívola estaba plagada de pobres almas en pena, arrebatadas por el frío de una vida inusualmente corta. En la aldea en la que antaño había vivido se contaban muchas historias como ésas. Kai podía recordarlas, pero ya no le transmitían ninguna sensación; ni miedo, ni pena. Era parte del hechizo al que la Reina lo tenía sometido. Y él no se preguntaba ni se preocupaba por nada en especial. Sólo... estaba ahí, y tocaba el piano para ella todas las noches oscuras.

-No... en realidad, bueno, me preguntaba si tenía frío. Podría dejarle una de mis capas de lobo -murmuró no muy seguro. ¿Con quién estaba hablando? No era una muchacha normal y corriente que se había perdido en el bosque, no. Su voz sonaba fuerte, poderosa, con la convicción de quien sabe quién es y qué hace ahí. Y aún así... era como un bendito eco melodioso de otro mundo; hasta se podía decir que tenía un tinte de crueldad en él, así como su mirada fiera- No soy un leñador. Sólo estaba cortando madera para mitigar el frío -se preguntó si hablar de la Reina de las Nieves sería sabio o no. No había ninguna cabaña ni aldea a cincuenta kilómetros a la redonda del Palacio de Hielo, pero todos sabían y conocían quién era Elsa- Vivo en el palacio... En el palacio de la Reina de las Nieves -dijo al fin.

Las últimas palabras de la joven misteriosa lo dejaron pensativo unos instantes. Sí, ¿en qué posición estaba él? Kai no era consciente de que se estaba muriendo. En realidad, bajo el hechizo que le había arrojado la Reina de las Nieves, Kai era consciente de muy pocas cosas. O al menos eso es lo que pretendía creer. Él había acudido a la Reina porque... Porque había querido. La necesitaba, de alguna forma. Y no sabía que en realidad era al revés; ella lo necesitaba a él. La fría Reina se había enamorado de su música, ¿quién lo diría?. Para Kai, todo lo que necesitaba estaba en ese castillo. Él no se daba cuenta de que el frío lo estaba matando poco a poco, pero la Reina sí lo sabía. ¿Lo ignoraba, entonces? Al principio no le dio importancia. Pero lo evidente no se puede negar durante demasiado tiempo, a no ser que seas un necio. Y la Reina podía ser muchas cosas menos necia.

-Vivo con ella porque ella así lo quiso. Toco para ella todas las noches, en su piano de hielo -dijo sin más, encogiéndose de hombros. Kai tenía la sensación de que aquella muchacha sabía cosas. Cosas acerca de esas Tierras inhóspitas que el joven ignoraba, o que el hechizo le obligaba a ello. Pero Kai estaba muriendo, y con él también el encantamiento. ¿Sería entonces la muerte por el frío lo que lo liberaría? Oh, muy poético. Pero nunca se sabrá, no al menos en esta vida, ni este mundo-Entonces, ¿conoces a la Reina? ¿acaso eres una de sus súbtidos? -inquirió, no muy seguro de lo que decía, porque aquella muchacha parecía de todo menos súbdita de nadie.

Kai entendía, pero a la misma vez no lo hacía. Las palabras de la joven del hielo eran enigmáticas, como ella misma. Lo que Kai no podía entender era que ella había descubierto lo que le ocurría mucho antes de que él se llegase a dar cuenta. El hechizo de la Reina bloqueaba todos, o casi todos sus sentidos, hasta el punto de que la mayoría de sus acciones o comportamientos estaban sujetos a los deseos de Elsa. La mujer de las nieves lo había definido como "juguete", y tal vez ése fuera el mejor adjetivo para él en aquellos momentos. Sin embargo, el poder de la Reina de las Nieves no había sido capaz de llegar hasta su corazón, y era esa parte de él la que todavía poseía el último halo de esperanza para que Kai volviese a ser Kai de nuevo.

-No entiendo lo que quieres decir -pronunció en un tono que indicaba que esperaba una explicación a las palabras de la mujer, que, seguramente, no vendría. Pobre y desgraciado Kai, sin saber cómo iba perdiendo la vida poco a poco. ¿Era eso malo, después de todo? Sin saber que estaba muriendo, la ignorancia lo protegía de un destino cruel.

Ella hablaba de sufrimiento y liberación, palabras vacías para Kai, porque él no comprendía por lo que estaba pasando.
-No necesito ser liberado de nada, no estoy atado. Estoy aquí porque así se lo debo a la Reina -murmuró, y esta vez sí que se pudo entrever a ése autómata que caminaba y hablaba como Kai, pero que no sentía como él-¿Acaso vas a ser tú quién me libere? Ni si quiera sé tu nombre.