Taking memories [Kristoff Iceman]

La gente solía pensar que los ciegos no tenían imaginación ninguna. O eso le habían dicho en contadas ocasiones. Kristoff siempre se lo tomaba a bien, porque no había nada en este mundo capaz de cabrear o enfadar al joven Iceman, y porque él era el primero en bromear acerca de su estado. No tenía sentido ocultarlo, no tenía sentido avergonzarse de ello; porque éste era Kristoff Iceman, un ciego que tocaba y afinaba pianos, y para bien o para mal, ése era un rasgo que formaba parte de él desde que nació.
"Permite que te dé un consejo. Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte"

¿Dónde lo había escuchado antes? ¿o quizá lo habría leído en algunos de esos libros que contaban las historias más maravillosas del mundo a través de puntos y del tacto? Fuera como fuese, Kristoff se había tomado aquellas sabias palabras al pie de la letra. De manera que la gente que pensaba que los ciegos no podían tener imaginación ninguna, se equivocaba, porque Kristoff siempre estaba imaginando.

Ahora mismo, de hecho, estaba imaginando cómo serían las hojas del árbol que estaba a su derecha, o de qué color eran las flores cuyo aroma podía sentir tan fuerte como penetrante, o cómo de frío estaría el agua de la fuente que podía escuchar deslizándose por las canaletas. Hacía sol, porque aunque no podía verlo, sí que podía sentir su calor, y era un día maravilloso porque... bueno, para Kristoff cada día lo era.

Decidió sacar a pasear a Golfo, su perro lazarillo. Sus padres le habían dicho que con el bastón guía era más que suficiente, que no tenía por qué comprarse un perro. Pero Kristoff no podía separarse del animal. Dejó a Golfo corretear y olisquear a sus anchas mientras él hacía uso del bastón, hasta que percibió (con el instinto que sólo los ciegos poseen) que Golfo se había separado más de la cuenta.
-Golfo, chico -silbó para llamarlo. Lo escuchó ladrar a menos de un kilómetro de distancia, que calculó con la máxima precisión. Avanzó unos cuantos pasos tanteando el terreno con el bastón guía, hasta que el ladrido de su lazarillo se escuchó más cerca que nunca-¡Ey, chico! Aquí estás -obediente, el perro corrió junto a su amo, y le saludó de la manera en la que sólo los perros lo hacen; con un lamentón en toda la cara. Kristoff sonrió, y entonces supo que había otra persona más allí. Lo supo porque el crujir de una rama se lo dijo. Podía haber sido cualquier otro animal, pero el sonido no hubiera sido el mismo-Siento si le ha molestado. A veces es un perro demasiado entusiasta -"en eso se te parece a tí, Iceman", pensó, y cualquiera podría haber visto la diversión en sus ojos bajo aquellas gafas de sol negras.

Adivinó por la voz que se trataba de una mujer. Y en seguida intentó imaginarsela. Era algo que siempre hacía. Se construía conceptos y representaciones de todos aquellos que lo rodeaban con las pistas que sus otros sentidos le proporcionaban. A veces, claro está, eran cuadros que nada tenían que ver con la realidad, pero eso a Kristoff no le importaba lo más mínimo. Se podía decir que él recreaba su mundo como a él le gustaba. Así, se imaginó a la mujer desconocida con unos 20 y tantos años, vestida con ropa casual. Por el tono de su voz, supo que era una mujer seria. No, seria no. Más bien melancólica. Algo debía haberle ocurrido en el pasado. Algo que la había marcado profundamente.

-Ah, no pasa nada. Está bien. ¿Es fotógrafa? -inquirió, todavía acariciando a Golfo, que no dejaba de sacar la lengua y babear-¿O tal vez aficionada? -ladeó una sonrisa. Y acto seguido se puso en pie y se acercó más a donde supuso que estaría la joven, guiándose con el bastón para no tropezar con algún obstáculo-Soy Kristoff. Kristoff Iceman. Un placer -repuso. El joven Iceman siempre hacía lo mismo. No le daba reparo en presentarte siempre ante cualquier desconocido, pero ése era precisamente su carácter; abierto y desenfadado. Tanto era así que todos lo vecinos de su barrio lo conocían. Siempre que podía o tenía ocasión, Kristoff regalaba un saludo a cualquier conocido, aunque sólo lo hubiera visto una vez-Espero que Golfo no le haya llenado el objetivo de babas, es un baboso -bromeó, volviendo a acariciar a su perro.

La mujer dijo que se llamaba Aysha. Aysha. Era un nombre extraño, curioso, singular. Que él recordase, no había conocido nunca a nadie con un nombre así. Era, en cierto modo, especial, y aquello le dio nuevas pistas para configurar la imagen que se estaba creando de la desconocida. Una imagen que todavía no estaba acabada, y tal vez nunca lo estaría. Aunque al joven Iceman le gustaba pensar que sí. Kristoff siempre iniciaba una conversación con cualquier desconocido con la esperanza de que todo acabase en una bonita amistad. Porque Kris no era el tipo de figura de que se crease enemigos, si no todo lo contrario; se mantenía siempre alejado de los problemas. Sin embargo, a veces los problemas acababan por acecharle a él. De una forma u otra, todos estábamos sometidos a ellos, y Kristoff no era tan necio como para pretender negarlo. Todo aquéllo le hizo pensar en Lexie, y en su encuentro de hacía unos días. Debía arreglarlo. No. Iba a arreglarlo.

-Puede darme la mano. No muerdo -Kris guiñó un ojo bajo sus gafas negras y le tendió la mano a la muchacha como si le hubiera leído sus pensamientos. El joven Iceman sabía, por experiencias pasadas, que la gente a veces no sabía cómo actuar con él. Pero éso era algo que a Kris no le importaba, ni tampoco le incomodaba.

-Aysha no es un nombre muy común. ¿De dónde es? -sabía que era una pregunta un tanto estúpida, porque Kristoff todavía no había conocido a nadie que no fuese autóctono de Storybrooke, el pueblo donde había nacido y crecido, y el pueblo que le había brindado también la oportunidad de dedicarse a la música. Su profesión era una de las más extrañas para una persona como él, aunque no era el primer ciego que se ponía delante de un teclado que no podía ver. Kristoff dejaba que el tacto de las teclas y las posiciones dictaminaran el curso por el que se deslizaban sus dedos, así hasta producir melodías variadas, y dar con el tono adecuado para que el piano pudiese dar el sí bemol adecuado y lógico que debía dar-Profesional, ¿eh? Entonces debe sacar unas fotos magníficas. Espero que haya dado con mi perfil bueno y el de Golfo en esas fotos de antes -Golfo ladró como si se hubiese enterado de que hablaban de él. Era curioso cómo los perros se emocionaban por hasta la más sencilla de las cosas. En ese punto, Kristoff se asemejaba un poco a ellos; cualquier cosa, por pequeña que fuese, era capaz de hacerlo feliz-¿Lleva mucho tiempo en el oficio de la fotografía? -no había cosas que Kristoff envidiase de otras personas, o si lo hacía era sólo envidia sana, como en aquel momento, donde Kris hubiera dado un poquito de su alma por poder ver todo lo que aquella mujer retrataba con sus lentes.