Comenzando de cero [Kristoff Iceman]

Los acontecimientos que siguieron a los días posteriores a que todos recuperaran sus memorias fueron muy complicados. Llevaba demasiado tiempo dándole vueltas a demasiados asuntos en su cabeza, y Lexie decidió que si quería dejar atrás la vida que había llevado hasta que conoció a Kristoff lo primero que debía hacer era marcharse de casa. No fue una decisión fácil, ya que, en su vida anterior a la Maldición había sido huérfana, y tras romperse esta seguía considerando a Selenna su madre, pero sabía que para que ambas pudiesen poner en orden sus prioridades deberían estar separadas. Y esa fue la razón que llevó a Lexie a una habitación de Granny's.
Los primeros días de su estancia fueron realmente dolorosos. No podía dejar de tener sueños sobre su vida antes de ser Lexie, y de sentir remordimiento de conciencia tanto de haber decidido seguir con esa identidad, borrando todo su pasado, como por el hecho de haber "abandonado" a su madre. Intentó, sin éxito, localizar a quien había sido su hermana, pero no había tenido noticias de Felicia desde la llamada en la que la informaba de que el pequeño Henry, el hijo de Emma y por tanto nieto de Blanca y David; estaba a las puertas de la muerte. El día que se rompió la Maldición. Aquello no hacía más que darle la sensación de que se había estancado en ese momento, de que todo lo que vivía giraba en torno a ese día.

Y aquella noche volvió a tener la misma pesadilla. Una pesadilla sacada de un recuerdo real. Se volvió a ver atada, medio desnuda y a punto de morir asfixiada cuando la quisieron quemar por bruja. Seguía sintiendo el calor abrasador del fuego acercándose a su piel, el humo que la envolvía y la debilitaba, ese instante en el que sabes que vas a perder la consciencia. Y despertó. Siempre despertaba en el mismo momento del sueño. Del recuerdo, de lo que quiera que fuese. Lloró largo y tendido, preguntándose su había hecho la elección correcta. Estrechó el colgante que su antaño esposo le había regalado, una pequeña esmeralda engarzada en oro, contra su pecho antes de arrancárselo del cuello en un ataque de rabia, lanzándolo lo más lejos que pudo de donde ella se encontraba.
Tan solo eran las tres de la madrugada, pero se atrevió a coger el teléfono y llamar.

-Kris, he vuelto a tener la misma pesadilla. Por favor, no quiero estar sola, por favor, por favor, ven conmigo.

La tempestad había pasado. Storybrooke estaba en calma. O en supuesta calma, pues nadie se hacía una idea que a lo lejos, en el puerto de Storybrooke, se encontraba amarrado el barco de Cora Mills y el capitán Garfio, oculto por brujería a los ojos de los demás pueblerinos, que trataban de seguir con su día a día después de la ruptura de la Maldición. Emma y Mary Margaret habían regresado de su aventura por el Bosque Encantado. Curiosamente, Kristoff se había sentido bien cuando le habían confirmado que, a pesar de todo, todavía quedaba algo de la tierra que los había visto nacer. El Kai de su interior todavía confiaba en que Gerda, su eterna amiga de la infancia, todavía estuviese viva, rehaciendo su vida, casada, tal vez con algún niño... Sólo le deseaba lo mejor, estuviera donde estuviese.

Kristoff también estaba a punto de rehacer su vida. Una vida compartida, con Lexie Greene. Extrañamente, no le había costado realizar tal paso. Por una vez, estaba seguro. Ahora que había recuperado la vista, sus recuerdos, ahora que sabía por fin quién era, y qué hacía allí, ¿qué mejor momento que ese para aventurarse? Además, no lo haría solo. Lexie estaría con él.

Era tarde, pero Kristoff seguía despierto. No había vuelto a pisar el Conservatorio desde que la maldición se rompió, así que ahora ocupaba sus horas como voluntario en el hospital, ayudando al doctor Whale. No era un trabajo pesado, y llegaba al final del día con algunas energías reservadas. Energías que gastaba buscando casas en Storybrooke y adecentando el piso -ya que Jared era un completo desastre en ese aspecto-... Es más, su compañero en aquellos momentos ni estaba por ahí. "Habrá salido al Rabbit Hole, a alguno de sus monólogos". Kris se sentó en el sofá, con Golfo a los pies, y pensó en ver un rato la tele hasta caer rendido. Sin embargo, optó más por la lectura, cogiendo prestado un libro de su compañero ya que los suyos estaban casi todos en braille, cuando sonó el móvil. Era Lexie, y se la notaba muy angustiada.
-Tranquila. Voy para allá, ¿de acuerdo? -salió del apartamento y llegó a Granny's andando, ya que la distancia no era demasiada. Subió las escaleras, allí estaba la Abuelita haciendo el turno de noche. Lo miró con desaprobación, pero finalmente lo dejó pasar.

-Shh... No te preocupes, ya estoy aquí -la estrechó entre sus brazos y le apartó uno de los mechones del rostro-¿Ha vuelto a ser lo mismo? ¿La del fuego? -Lexie le había contado cómo habían intentado quemarla en la hoguera por bruja, allá en el mundo mágico. Aquello todavía la conmocionaba hoy día.

Se acurrucó en una esquina de la enorme cama de matrimonio intentando en vano controlar el llanto. Creía tenerlo superado desde el momento en que decidió dejar atrás su vida como Esmeralda para hacer de Lexie su única identidad. Pero la vida que había tenido como Esmeralda había sido demasiado dolorosa, había estado demasiado llena de ira y miedo, y había acabado. Sin embargo los recuerdos se sucedían: sus escapadas por las calles de París, bailando y robando a los transeúntes; su amistad con el encantador Quasimodo, la obsesión del Juez Frollo por ella que la había llevado a la hoguera, Frollo, su amor, sus ansias de ser padres que habían derivado en incontables abortos... Todo ello la perseguía, como si el hecho de querer empezar de nuevo una vida sin esa clase de pesar fuese lo peor de todo.

Escuchó pasos en el pasillo, y cuando esos pasos se detuvieron frente a su puerta supo que era Kristoff. Se levantó de la cama de un salto y le abrió la puerta, echándose en sus brazos sintiéndose así mucho más protegida. Él era delicado y cariñoso con ella, por eso sabía que si en algún momento ocurría algo, lo que fuese, él estaría con ella. No quiso separarse de él cuando llegó la pregunta, obvia para ella, sobre el sueño que había tenido. No pudo más que asentir con la cabeza y cerrar los ojos, pero cuando los cerraba, parecía que el recuerdo era más vívido, y por un momento creyó estar otra vez allí. Abrió los ojos muerta de miedo y, volvió a tumbarse en la cama, haciéndole un gesto a Kristoff para que se acercase a ella.

-Llevo teniendo este sueño o recuerdo o lo que sea desde que la Maldición se rompió. Quería hablar con el que entonces era mi esposo, pero sin saber cómo, desapareció sin más. Aparte, me informé y, como nos casó una bruja gitana hace más de cien años, al no haber nada que certifique ese matrimonio, legalmente nunca ha existido. Pensaba que eso iba a hacer que me sintiese más liberada, pero por el contrario me ha dado más pesadillas, y ya no sé qué hacer.

Lanzó una larga mirada a los oscuros ojos de Kristoff, pensando que tal vez él pudiese ayudarle a encontrar la respuesta que necesitaba. Sin embargo, siempre había creído que cuando le pedía algo a Kristoff, por mucho que fuesen pareja, algo dentro de ella le decía que estaba mal, como si estuviese aprovechándose de él. Pero tenía que pedirle algo y con urgencia.

Pensaba que tal vez mi madre o alguna de las diosas tuviesen la forma de bloquear esos recuerdos, pero después de pensarlo me doy cuenta de que sin esos recuerdos no sería la misma persona.-se dejó caer sobre el mullido colchón-Estoy hecha un lío. Sé que debe de haber algo que pueda ayudarme a empezar de cero. Ya he dejado mi casa, así que tendré que alquilar una, y mientras deberé buscar un trabajo. Sé que puede parecer raro, pero, ¿podría irme contigo y con Jared un tiempo? Hasta que encuentre un sitio donde vivir.

Hablaba atropelladamente y con ansiedad en la voz. No era la primera vez que Lexie se despertaba con aquellas pesadillas y Kristoff acudía con ella. Acudiría siempre que ella lo pidiese, eso no le importaba en absoluto. Pero verla tan frágil y quebradiza le rompía el corazón. Kristoff no sabía qué era el fuego. En su aldea del Bosque Encantado casi no existía. El fuego, para él, era un bien demasiado preciado. "Pero también es peligroso". Dejaba marcas, y, para bien o para mal, las de Lexie no eran físicas si no interiores.

-Tal vez no necesites liberarte de tus recuerdos. Simplemente... Algo que te ayude a superarlos y verlos con perspectiva. Las diosas, el señor Gold, o incluso el doctor Hopper. Ya verás, encontraremos la solución a tus pesadillas -le cogió la barbilla y sonrió. Lo había pensado detenidamente, mucho, a decir verdad. Le había pedido consejo a Jared, y, extrañamente, hasta a él le había parecido una buena idea -aunque tuviese que encargarse él sólo del alquiler-, y Kristoff creía que ya estaba listo para dar el paso. O, al menos, un paso; el primero de muchos que vendrían. Desde la ruptura de la Maldición, parecía que tenía las cosas más claras. Había cesado su búsqueda de Gerda, y aunque todavía quedaba el asunto con Elsa, Kris no podía esperar más. La vida seguía. Y seguía en Storybrooke. Cuando Lexie preguntó, casi tímida, si podía quedarse a vivir una temporada con él y con Jared, Kristoff supo que era el momento oportuno.

-Claro. Por supuesto que puedes, así entre los dos podríamos hacer presión de grupo para que Jared pague sus facturas a tiempo -rió, nervioso por lo que venía a continuación-Pero... ¿sabes? He estado dándole vueltas. Tal vez sería mejor buscar una casa para nosotros dos -era una proposición arriesgada. Aunque, bueno, no tanto si tenía en cuenta que conocía a Lexie Greene desde hacía veintiocho años. "Es ella". Era la adecuada-Si quieres, claro. No quiero obligarte a nada. Y sé que puede ser una decisión importante, así que si quieres tomarte el tiempo necesario para pensarlo... Lo entenderé, no quiero presionarte ni nada -ahora era él el que hablaba atropelladamente, como un adolescente torpe-Pero, bueno, lo he estado pensando, y creo que sería lo mejor. Yo todavía tengo mi trabajo en el Conservatorio, tal vez, si hablo con Elsa... Podría darte algún lugar allí. ¿Querrías? -el Conservatorio era el lugar donde se habían conocido, antes de que Lexie tuviera que dejar su carrera como bailarina por el asunto de la pierna. A ella le gustaba aquel lugar, pero no estaba seguro de si querría volver, o de si el recuerdo le haría todavía más daño aún.

En un principio había creído que proponerle a Kristoff el vivir juntos iba a ser demasiado arriesgado, por tanto había surgido la idea de vivir con él y Jared, para que al principio fuese como una especie de prueba de si estaban o no preparados para dar el siguiente paso. Lo que no imaginaba era que, como contraoferta, él propondría tener una casa para los dos, y después de mucho darle vueltas al asunto, Lexie se decidió a hablar.
Sabía que habían pasado unos minutos, minutos que otra persona podría haberse tomado como un insulto por el hecho de no haber contestado a la primera de cambio.

-¿Estás seguro? Quiero decir, ¿estamos preparados para un paso tan grande? Ya sé que todo lo que ha pasado ha dejado claro que lo que vivimos con otras personas antes de llegar a Storybrooke no era nuestro auténtico destino, y que lo que sentimos es amor verdadero. Ya sé que puede sonar a cuento, pero, al fin y al cabo en el lugar del que venimos el amor verdadero es el que triunfa. Si lo que quieres es que vivamos juntos te digo que sí, pero quiero ir un paso más allá. Quiero casarme.

Aquellas palabras brotaron de su boca pero Lexie se sentía como si no las hubiese pronunciado ella. Sonaban atropelladas en un inicio, pero se había armado de un valor desconocido hasta entonces para ella y le había confesado a Kristoff lo que llevaba bastante tiempo pensando.
Se tapó la boca en el momento en que se dio cuenta de que seguramente había metido la pata, y terminó metiéndose entre las sábanas y hundiendo la cabeza en la almohada, esperando que aquello no fuese más que parte del sueño.

-Dime que no he metido la pata, porque ahora mismo me siento idiota.

Lanzó un profundo suspiro y se internó lo máximo que pudo bajo las sábanas. Se sentía en uno de esos momentos en los que deseas que la tierra te trague y no te devuelva a la superficie. Pensaba que ya habría superado la fase, pero se sentía como una adolescente de película, de esas que van de seguras por la vida y en realidad tienen miedo hasta de su propia sombra. No quería ofender a Kristoff, y estaba completamente segura de que se habría quedado de piedra al hablar ella de matrimonio.

Entonces pensó en su madre, en las ganas que tenía de que ambas fuesen lo más felices que pudiesen, y en el hecho de que, si llegaba a celebrarse una boda, ella estuviese presente. Tenía claro que debía hablar con ella y cuanto antes mejor.

La proposición de Lexie lo dejó sin aliento. Mentiría si dijera que no se había planteado aquello mismo en otras ocasiones, hasta lo había comentado con Jared. No lo había hecho; por miedo, por inseguridad. Porque era, en realidad, lo único verdadero que podía ofrecerle a Lexie y no estaba seguro de que fuera suficiente. Su trabajo en el conservatorio iba bien, pero sabía que sólo podía ser temporal, porque no estaba seguro de estar preparado para compartir más espacio con Elsa.

Había muchas razones por la cual no era una buena idea. Pero había una que valía más que todas ellas; la amo, comprendió.

Vio sus mejillas sonrosadas, y cómo se había ocultado entre las sábanas, muriendo de vergüenza. Kristoff no pudo por más que sonreír. Ahí estaba. Ahí estaba la mujer con la que quería compartir su vida, definitivamente. Sin trabas. Como había dicho Lexie, ¿eran o no eran personajes de cuento? "Merecemos nuestro final feliz"

-Si no sales de ahí no podré contestarte -repuso, tratando de aguantar la risa. Le quitó todas las sábanas de encima y la agarró por la cintura mientras le daba un suave beso-Nos casamos -afirmó, con su rostro todavía cerca del de Lexie-Aunque ahora me has hecho quedar mal. Debería haber sido yo quién te lo propusiera. Tenía pensado traer violines y todo. Hasta había empeñado una pierna con el señor Gold para que nos diera algo para poder salir de aquí sin perder los recuerdos y hacer la pedida en París -bromeó. Kristoff era una persona clásica en algunos aspectos de su vida. "Venimos de un mundo de cuentos de hadas... Supongo que somos unos cuentos de hadas muy modernos"

Mientras se encontraba bajo las sábanas, la cabeza de Alexandra funcionaba a demasiada velocidad. Se veía a sí misma compartiendo un hogar con Kristoff, trabajando como profesora de ballet en el conservatorio, empezando desde cero la vida que tenía claro que quería vivir. Sin embargo la sombra de su pasado no hacía más que cernerse sobre ella a cada paso que daba, por mucho que ella quisiese ponerle un punto y final.
Había sido una niña de grandes ojos verdes, a la que le habían rapado el pelo para hacerla pasar por pobre y enferma, había robado, había crecido y comenzado a bailar, había sido objeto de la más oscura ambición de un hombre de la Iglesia, y había acabado en la hoguera por bruja.

Oír la voz de Kristoff la había sacado de sus pensamientos, y la había devuelto al momento que vivía. Notó como le apartaba las sábanas de encima y se vio a sí misma gritando como una niña e intentando zafarse de él para seguir en su escondite. Pero por mucho que intentase escapar de él al final se vio al descubierto y con Kristoff encima agarrándola de la cintura para sacarla de entre las sábanas.
Se dejó atrapar y besar con ternura, y al escuchar la respuesta de él, no pudo evitar soltar un gritito de sorpresa. Se tapó la boca con las manos como si se hubiese avergonzado del agudo sonido que había salido de su garganta, pero en realidad era un gesto común en ella cuando estaba realmente sorprendida.
Extrañamente, no sabía qué decir. No esperaba la frase ingeniosa que él pronunció después, pero al oírlo mencionar París, supo que debía dejar las cosas claras con ese asunto.

-Si hubieses querido hacer una propuesta forma fuera de Storybrooke, si hubiese sido en París, lo siento, habría dicho que no. No quiero tener que volver a poner un pie en esa ciudad en lo que me quede de vida. Y perdona si lo que digo suena brusco, pero, aunque esté cambiada la ciudad, para mí siempre será un foso de odio y muerte. Yo lo que quiero es empezar una vida contigo, lejos de mi vida anterior. París no entra en mi vida ahora, ni volverá a entrar nunca.

Se levantó apesadumbrada de la cama, y, acercándose a la ventana, contempló las vistas nocturnas del pueblo. No era gran cosa, pero era su hogar, su auténtico hogar. Sabía que sus palabras habían entristecido lo que debía haber sido un momento muy feliz para ambos, pero su realidad no contemplaba el hecho de volver al sitio en el que estuvo a punto de morir. Quería vivir, vivir siendo Alexandra, enseñando ballet, vivir donde tenía una madre que la quería, vivir lo que en París no había podido.

Kristoff se había dado cuenta: Lexie no era Esmeralda. Es más, no quería ser Esmeralda. Y mientras los demás habían asumido sus dos personalidades, la extraña sensación de nostalgia que a veces se apropiaba de los habitantes de aquel pueblo de Maine no estaba en ella. La mayoría quería volver a su hogar; Lexie no. Porque para Lexie, Storybrooke se había convertido en su hogar. Kristoff supo que él iría donde ella fuera. No le importaba tener que quedarse en aquella tierra extraña, o al menos, en aquel momento estaba convencido de que no le importaría lo más mínimo. A él tampoco le quedaba demasiado en el Bosque Encantado. "Sólo Gerda". Sí, sólo Gerda.

Se acercó a Lexie por detrás, consciente de que sus palabras la habían aceptado más de lo que había imaginado. "Eres un bocazas, Kristoff Iceman". No podía hacerse una idea de qué horrores habría tenido que soportar estando a merced de la cruel París medieval. Escuchó su propia voz salir de sus labios de manera torpe:

-Lo siento, Lex... No sé... No sé qué tipo de horrores habrás vivido en París, pero lo que sí sé es que no dejaré que te pase nada malo nunca más -alzó la vista mientras hablaba, y contempló la figura de Lexie al contraluz de la ventana. El viento mecía un poco sus cabellos. Le pareció la imagen más bonita que había visto hasta ahora. Y agradeció otra vez porque le hubiesen permitido recuperar la vista para, al menos, poder grabar aquel momento en su mente-No tengo mucho que ofrecer, en realidad. En el Bosque Encantado sólo era un leñador, y aquí sólo soy un simple afinador de pianos, pero si eso se te sirve pues, quiero que sepas que... aquí estoy -dijo simplemente. dejando caer sus hombros. De pronto, el tiempo se le hizo pesado, eterno, mientras esperaba alguna contestación por parte de Lexie-Bueno, y por lo visto tampoco soy un buen orador -terminó por bromear.

Notó sus pasos a medida que se iban acercando a ella. Estaba haciendo todo lo posible por no llorar, por no volver a sufrir por algo que había quedado muy atrás. Sabía que para él seguía siendo frágil, seguía teniendo demasiadas cosas mezcladas en la cabeza. Su realidad era completamente diferente a la de prácticamente todos los demás habitantes de Storybrooke. Ella no quería vivir los recuerdos de aquella vida anterior, no quería seguir sufriendo lo que vivió entonces. No quería volver a ser la gitana.
Pero aquello era algo que no podía evitar. Seguiría siendo gitana el resto de sus días, seguiría llamándose Esmeralda, pero sería una Esmeralda nueva, diferente a la anterior. Aceptaría su nombre porque sabía que mucha gente prefería llamarla así que llamarla Lexie o Alexandra. Se dejaría llamar Esmeralda, pero seguiría siendo Lexie.

A medida que Kristoff hablaba se daba cuenta de que él sabía tan bien como ella lo que pasaba por su cabeza en aquellos momentos. Al notarlo tras ella agarró sus manos y le hizo rodearle la cintura, en un abrazo cariñoso. Sus palabras le hicieron sonreír, pensar en por qué había terminado enamorándose de él. Por lo sencillo que era todo. Con Kristoff no había medias tintas, ni tampoco demasiadas cosas que pensar. Todo era espontáneo, cariñoso, y, sobre todo, sencillo.

Se giró, cuando él terminó de hablar, sin quitar las manos de él de su cintura. Apoyó sus brazos alrededor de su cuello y pegó su frente al pecho de Kristoff. Le hubiese gustado apoyar su frente en la de él, pero su escasa altura no le dejaba llegar más arriba del cuello. Respiró lentamente, sabiendo que él esperaba una respuesta por su parte. Pero no quería hablar, no quería separarse nunca de él. Pero sabía perfectamente que tenía cosas que decirle, cosas verdaderamente importantes.

-Kris, para mí no es importante a qué te dediques. ¿Crees que si te hubiese conocido cuando eras leñador ahora no te querría? Yo tampoco tengo mucho que ofrecer, por no decir que no tengo nada. No tengo trabajo, y vivo en esta habitación desde hace demasiado tiempo. Lo único que necesito saber es que siempre estarás ahí. Y eso ya lo sé.-se puso de puntillas y le dio un suave pero sincero beso en los labios-Lo sé porque yo también estaré ahí. Porque te amo. Y jamás dejaré de amarte.

Había tenido miedo de dar un paso en falso. Con Lexie siempre lo tenía, porque por nada del mundo quería herirla. Sabía que sus palabras, a veces, inconscientemente podían hacer más daño que cualquier arma encantada, como había ocurrido hacía unos momentos. Por fortuna, Kristoff también tenía la virtud (o, al menos, eso le gustaba pensar a él) de que siempre sabía corregirse a tiempo. Por supuesto que Lexie no se lo tomaría en cuenta, pero para él había sido un golpe irreflexivo. Sin embargo, ya no se trataba de las palabras, si no de las acciones. No había hecho falta que ella lo dijera para que Kris supiera que la morena no quería volver, ni oír hablar nunca más, del Bosque Encantado, ni de París, ni de nada de aquello. Había tomado la decisión, puede que todavía inconsciente para ella misma, de quedarse para siempre en Storybrooke.

-Ya... bueno. Bien mirado el trabajo de afinador no está tan mal. No hay riesgo de que me corte un dedo o algo así. Y a mi siempre me ha gustado la música. Supongo que es una de las pocas cosas que he de agradecerle a Elsa -[/b ]soltó una risa cínica, que no iba para nada con él. Ahora que podía, recordaba la primera vez que escuchó un piano. Fue en casa de Gerda, cuando ella tocaba esplendorosamente para su señor padre, y él no era más que un niño de la calle, un simple hijo de leñadores, que tenía al menos las agallas suficientes como para mirar por la ventana de la gran casona. Supo entonces que aquel sentimiento del "no ser suficiente" ya lo acompañó desde niño. Desde la primera vez que se dio cuenta de que no iba a ser nunca para la muchacha del pelo rubio. Y ahora, casi más de veintiocho años después, lo comprendió mejor. No había sido para Gerda porque él estaba destinado a otra persona. Y tuvo que ocurrir una maldición espantosa para ello. En cierto modo, no lo sentía. No lo sentía lo más mínimo.

Sintió el calor de Lexie contra su cuerpo y la rodeó con los brazos. Con cuidado, casi como si se fuera a romper. A pesar de que Kristoff sabía que Lex era más fuerte de lo que aparentaba. Su voz, sus pisadas firmes... Todo ello le indicaba a sus ciegos ojos cómo era Lexie en verdad, y no necesitó [i ]verla[/i] realmente para saber el tipo de mujer que era ahora. En la que se había convertido, forjada en las adversidades de una infancia dura en las calles de París, y una adolescencia y juventud dormidas bajo una maldición. Y aún así, Kristoff no podía evitar sentir esa puntada protectora y guardiana, receloso de todo lo malo que pudiera volver a saludar las -por ahora- tranquilas vidas de los habitantes de aquel pueblo mágico perdido en los mapas.

[b]-Me alegra oír eso, porque creo que ahora viene lo peor. Si conseguimos pasar todo el trance de la pre boda, y conseguimos que ninguna pirada o pirado irrumpa en la iglesia, creo que habremos ganado diez puntos extras en nuestra relación -continuó bromeando mientras correspondía a su beso-Pero bueno. Por ahora puedes empezar a hacer las maletas porque te vienes con Jared y conmigo. Y bueno, con Golfo también. Así podrás poner un poco de paz entre ambos -soltó una carcajada. Desde que Jared sacó su parte felina a relucir, las rencillas con el canino se habían convertido en el pan de cada día.