I hear you call my name, and it feels like... home. [Mary Margaret]

Desde que le habían dado el alta del hospital, David había dado más bien pocos paseos él solo por el pueblo. Su memoria ni había vuelto, ni daba señales de mejoría, y por tanto, sabía que si se aventuraba a ir por calles por las que todavía no había pasado con el coche, o con Kathryn, se arriesgaba bastante a perderse. Pero quedarse encerrado en casa era algo bastante aburrido, y más o menos reconocía las cuatro calles principales. Además, si se perdía, siempre podía preguntar a algún ciudadano. Y podría tomar el aire y despejarse un poco.

Porque David estaba harto de las visitas que pasaban por su casa día sí y día también a decirle que se alegraban mucho de que estuviera bien, y que esperaban que se recuperara pronto, más que nada porque no recordaba a ninguno de ellos. Y por mucho que Kathryn le dijera los nombres una y otra vez, y ya fuera capaz de relacionar algunos con las caras de sus respectivos dueños, no tenía ni la menor idea de cómo había conocido a todos ellos, o de si realmente eran amigos. Por lo que a él respectaba, podían hasta haberse peleado a puñetazos antes del accidente, que no se acordaba, y no parecía que fuera a hacerlo temprano, por mucho que dijera el doctor Whale. Le habían dado miles de pequeños detalles, y su mente seguía sin querer funcionar. Así que no. Más visitas no. Además... no le costaba admitir para sí mismo que le ensombrecía ligeramente el pensar que ninguna de las visitas era Mary Margaret, a quien apenas había visto desde que había salido del hospital.

Así que, un día, acabó saliendo de la casa que compartía con Kathryn, dejándole una nota para que no se preocupara, y simplemente salió a pasear un rato. Tratando de seguir caminos que sí conocía, acabó en la plaza del reloj. Tras mirar a su alrededor, se guardó las manos en los bolsillos y suspiró. Tampoco podía ir a demasiados sitios más, porque al final sí que acabaría perdido. Así que se decidió por quedarse ahí un rato, para no tener que estar tan temprano de vuelta.

Mirando a su alrededor con aire crítico, David intentaba percibir si algún cambio se producía en su memoria, si algún recuerdo aparecía de la nada como por ensalmo, pero nada. Ni siquiera tenía consciencia de haber paseado a su supuesto perro por aquellas calles. Resopló, ligeramente frustrado, y cansado ya de no saber siquiera las cosas más sencillas de su pasado, se pasó una mano por el pelo, dejándola al final en su nuca, sin saber qué más hacer. ¿Se atrevía a ir más allá de la plaza, y arriesgarse a perderse de un momento a otro? Dio un par de pasos en aquella dirección, visiblemente indeciso. Había desconectado el teléfono móvil y lo había dejado en casa antes de salir, ya que no quería recibir ninguna llamada preocupada de su esposa. Ya le había dejado una nota diciendo que iba a volver, y debería confiar en que así sería. Pero, al mismo tiempo, se había quedado sin su último recurso para encontrar el camino de vuelta en caso de desorientarse. Rió, sarcástico, al darse cuenta de que, de alguna manera, había quemado sus propias naves.

Iba a dar media vuelta, y a darse por vencido para vagar durante un rato más por los lugares conocidos antes de regresar, cuando un movimiento captado por el rabillo del ojo le llamó la atención. Extrañado, se giró de nuevo hacia el edificio de la torre, y frunció el ceño, desconcertado al no ver a nadie. Habría pasado por alto el detalle, convenciéndose a sí mismo de que no era sino otra mala jugada de su mente, cuando distinguió un objeto en el suelo. Con curiosidad, se acercó hasta el lugar donde estaba, y se agachó a recogerlo. Entre sus manos se encontraba ahora un gorro de lana, que ya había visto antes junto con su propietaria. - Pero... ¿qué...? - De nuevo, levantó la vista, y giró sobre sus pies, mirando a su alrededor, y sin ver a nadie, lo cual todavía le desconcertó más. Tenía muy claro que el gorro no había estado allí momentos antes, y sin embargo, no parecía que hubiera nadie a quien se le pudiera haber caído.

Casi siguiendo una corazonada, porque tampoco estaba seguro de que realmente hubiera visto algo -igual se había centrado demasiado en intentar recordar cualquier cosa, y se le había pasado por alto el gorro, aunque le parecía altamente improbable-, miró a su alrededor antes de alzar un momento la voz. - Eh... esto... ¿Mary Margaret? - Bajó la vista, y se rió de lo que acababa de hacer. 'David, pareces estúpido hablándole a la nada'. Planteó seriamente la opción de guardarse la pieza de ropa en el bolsillo, y así tener una excusa para ir a verla a su apartamento... pero antes tenía que asegurarse de que realmente no había nadie en la plaza. Así que esperó.

Iba ya a dejarse de tonterías y a irse a casa, cuando el sonido de unos pasos le sacó de su ensimismamiento. Giró la cabeza hacia la zona de la torre de nuevo, hacia las columnas que habían en la parte inferior, sujetando el edificio, y cuando vio que Mary Margaret se acercaba a él, sin reparar en que lo hacía con la mirada algo gacha, esbozó una gran sonrisa. Sólo con verla, se sentía bien. Le había pasado desde que ella le había salvado la vida tras escaparse del hospital nada más despertar, y no había hecho apenas esfuerzo para ocultarlo, porque lo sentía así. No recordaba qué era lo que le había ligado a Kathryn en su momento, pero se encontraba extrañamente atraído hacia Mary Margaret, desde el momento en el que había conseguido moverse por primera vez desde que estaba en coma, y cogerle la mano.

Cuando la tuvo cerca, a una distancia suficiente, le tendió el gorro con una media sonrisa en su rostro, momentos antes de que ella lo cogiera de vuelta. - Eh... bueno, estaba ahí en el suelo, y pensé que se te habría caído. No hay de qué. - Lo que no entendía David, y que le empezó a rondar en aquel momento por la cabeza, era por qué se habría quedado detrás de la columna, en vez de ir a recuperarlo. ¿No se habría dado cuenta? ¿Habría estado... atándose el zapato, o algo por el estilo? Por un momento se le pasó por la cabeza que hubiera intentado evitarlo, pero su mente descartó la idea rápidamente, incapaz de pensar semejante cosa. Simplemente, esa posibilidad le parecía absurda, porque no veía que hubiera hecho nada para merecer semejante trato.

Viendo que si no hablaba, la conversación acabaría incluso antes de empezar, ya que Mary Margaret no había separado la vista del suelo, y no queriendo perder la oportunidad de pasar algo de tiempo con ella, David hizo la primera pregunta que se le pasó por la cabeza, sin perder aquella sonrisa que ella le había arrancado con su mera presencia, pero sintiéndose algo incómodo, por no saber realmente de qué hablar. - Bueno, pues... ¿qué tal estás? Hacía bastante que no... te veía. - Un par de encuentros esporádicos, como aquel, pero nada más. En cierto modo, era lo único que echaba de menos el hospital, las horas que había pasado charlando con la voluntaria, o simplemente pasando el rato con ella.

¿Que había estado ocupada? Bueno... era lo normal para todo el mundo menos para él. Kathryn tenía su trabajo, Mary Margaret, a pesar de haber renunciado al voluntariado, era profesora de la escuela de Storybrooke... David era el único que tenía que quedarse en su casa, sin salir prácticamente a la calle porque podía volver a perderse. Se guardó el resoplido de fastidio para sí, porque Mary Margaret no se merecía que él pagara con ella su frustración de no poder hacer nada por sí mismo, y asintió con la cabeza, comprensivo a medias. ¿Estaba él bien, realmente? Sí, y no. - Bueno... no tengo muchas oportunidades como esta de salir a dar una vuelta, pero sí. Se podría decir que estoy bien. No te han mentido. - Sonrió, sin querer darle importancia. No tener memoria era algo bastante desesperante, porque la mitad de la vida que llevaba en aquel momento, o que le habían dicho que debía llevar, estaba basada en decisiones que no recordaba haber tomado, y en personas a las que no recordaba haber conocido.

Quizás fuera por ello por lo que se sentía tan extrañamente atraído hacia la maestra: a excepción de ella, nadie del pueblo se había molestado en intentar forjar con él una relación desde cero, ni de amistad, ni de ninguna otra cosa. Todos presuponían cosas, daban por hechos años de convivencia que David no entendía, y mucho menos recordaba. Y sin embargo, sin conocerle de nada, sin aparente motivo, Mary Margaret había tenido mucha más paciencia con él que ningún otro desde que despertó, incluso desde antes de que despertara.

Sinceramente, la pregunta por Kathryn le cogió completamente desprevenido, y le sorprendió, provocando que levantara un poco ambas cejas, ya que no se la había esperado en absoluto. Sin saber exactamente qué contestar, se encogió de hombros, y se guardó las manos en los bolsillos, buscando una manera de ganar tiempo para pensar algo que decir que no fuera... indebido. - ... Supongo que... bien. No sé, quitándole todo el asunto de que apenas sí recuerdo nada de ella, y se supone que estamos casados... - Porque esa era otra de las partes que más le costaba. Compartía casa, y supuestamente vida también, con una mujer de la que sabía el nombre, la edad... y cuatro datos más que había aprendido rápidamente durante los últimos días, en la frenética desesperación de todo el mundo por tratarle de ayudar a recordar algo. No era, en absoluto, normal. Y normalidad era lo que David más deseaba en aquel momento. A toda costa.

Al serle recordado lo que sucedió la noche en la que él despertó del coma, David ladeó levemente la cabeza, con algo de desconcierto, y frunció el ceño de una manera prácticamente imperceptible, extrañado. Sus recuerdos de aquella noche, a pesar de existir -a diferencia de los anteriores al accidente de coche-, eran bastante borrosos en su gran mayoría, debido a la desorientación que había nublado su mente. - No tengo esa noche muy clara en mi memoria. Pero sí recuerdo que tú me salvaste, a pesar de que no sabías quién era. - Sabía que se había levantado, se había ido del hospital y había obedecido a una necesidad casi imperiosa de buscar algo. ¿El qué? Eso ya era más difícil. Y cómo había acabado tirado en mitad del riachuelo cuando le habían fallado los músculos de las piernas después de tantos meses sin ser utilizados... A partir de ahí, flashes borrosos iban y venían de su memoria. La resignación de no poder moverse más; la sorpresa cuando se encontró de repente fuera del agua y respirando de nuevo, mientras sus pulmones ardían al expulsar el agua; el regreso al hospital...

Quitando el hecho de que ahora podía valerse por sí mismo para la mayoría de las cosas, exceptuando todo aquello que implicaba memorias anteriores, como lo era el pasear sin perderse a los quinientos pasos, y de que al menos reconocía ahora algunos rostros y lugares de los últimos días, seguía estando igual de desorientado que aquella noche. Lo único que tenía claro, por absurdo que fuera, era que quería pasar más tiempo en compañía de Mary Margaret. Que quería... estar con ella. Y no tenía las oportunidades suficientes para ello, y eso le frustraba.

El gesto de ella, de colocar la mano en su hombro y sonreírle, lejos de animarlo le descolocó todavía más. Porque había algo que no encajaba, alguna cosa en esa sonrisa que no sólo no le calmaba, sino que le dejaba intranquilo. Y tampoco podía discernir qué era. - Se supone que sí, que es por algo. - ¿Problema? Que no tenía ni puñetera idea de ese algo. En aquel momento, Kathryn no le parecía una persona... diferente, especial. Le caía bien, cómo no, ya que se preocupaba por él, y le había cuidado desde que se enteró de dónde estaba. Pero, aparte de eso... nada. - Es curioso, ¿sabes? Porque... no sé, ahora, por ejemplo, estoy más cómodo contigo de lo que he estado con ella en... dos semanas. - Por decir un lapso de tiempo. Era cierto, y no tenía motivos para ocultarlo. No era culpa suya si no veía a Kathryn como su esposa, o si ni siquiera recordaba por qué le había pedido que se casara con él. Era una sensación muy extraña, pero negarlo era absurdo.

Extrañamente, y sin saber por qué demonios le estaba pasando, David se sentía culpable. Empezaba a tener la sensación de que sus palabras estaban teniendo el efecto contrario al que él deseaba, y que no hacían sino alejarla de él. Y no entendía por qué. ¿La había engañado? No. ¿Había intentado dañarla, de algún modo, a conciencia? No. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? No tenía ni la menor idea. Y aún así, Mary Margaret le rehuía la mirada, y la situación en general parecía haberse vuelto bastante incómoda. Y David no tenía ni la menor idea de cómo había pasado. La incomprensión era claramente visible en su mirada, ya que el hombre no veía motivo alguno para ocultarla, y menos a ella. Ladeó levemente la cabeza, tratando de bajar el nivel de su mirada y alcanzar sus ojos, pero sin lograrlo.

Su comentario sobre los árboles probablemente le hubiera hecho reír, de no estar tan ocupado intentando descubrir qué era lo que había hecho mal, para poder arreglarlo. De ahí, que su respuesta estuviera teñida con un matiz de ausencia, como si en realidad no estuviera pensando demasiado en lo que decía. Que no lo hacía. - Árboles. Hm. Claro. Estábamos en el bosque. - Respuesta más obvia, y de hecho, más estúpida, no había otra. Pero no le salió otra cosa, metido como estaba en intentar descifrar el enigma que se presentaba ante él. ¿Qué había hecho mal? No tenía, ni por asomo, la más remota ocurrencia de lo que podía estar pasando.

Boquiabierto es poco, para describir cómo se quedó con sus palabras. Casi con incredulidad, se la quedó mirando, con la boca entreabierta, incapaz de asimilar lo que acababa de oír. ¿Planes de futuro? ¡No recordaba haberse casado con Kathryn, haberla conocido siquiera! ¿Y le estaba diciendo que tenía que volver con ella, en base a hipótesis. - Si te lo digo, es porque lo siento. - No había rastro alguno de enfado o similar en su voz, solamente el intento, casi a la desesperada, de hacerse entender. - Por lo que a mí respecta, ahora mismo te conozco a ti de antes que a ella. Y si veo más a Kathryn, es porque me dijeron que vivía con ella. - Si hubiera seguido en el hospital, y Mary Margaret no hubiera renunciado al voluntariado, quizás las cosas habrían sido al revés. Pero a él le habían dado el alta, y había ido donde le habían dicho que tenía que ir. Y ella había renunciado a su puesto de voluntaria, muy probablemente por su culpa.

Y cuando le dijo que se iba... se le cayó el alma a los pies, directamente. La culpabilidad se acrecentó de manera crítica, y algo en su interior le pedía, casi a voz en grito, que arreglara lo que acababa de hacer inconscientemente. Ni siquiera sabía qué o por qué lo había provocado, pero no quería que se fuera. Así que, en un primer instinto, sin pensar, alargó el brazo para sujetarle la muñeca, con cuidado, y evitar que se alejara de él. Cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer, sin embargo, la soltó de golpe, como si se hubiera quemado. 'Estupendo. Ahora seguro que se va.' Nervioso, ahora fue él, quien bajó la vista hasta sus zapatos, y cambió el peso, incómodo de una pierna a la otra, un par de veces. - No te vayas por lo que yo he dicho. Por favor. - Podría haber aguantado cualquier excusa, porque era tan ingenuo que probablemente ni se habría dado cuenta de lo que realmente era, pero aquello le había sentirse... mal. Muy mal. Y aquello no le pasaba con nadie más. Había dicho la verdad: podría conocer a Mary Margaret de hacía poco tiempo, pero se sentía más cómodo con ella que con ninguno de los demás. Se sentía más tranquilo, más a gusto. El problema, la pregunta, era que no sabía por qué.

David levantó un poco la punta del pie izquierdo, observando ese movimiento como si fuera lo más interesante del mundo, como si no lo estuviera provocando él, buscando encontrar una manera de evadirse rápidamente de la estupidez que acababa de cometer. ¿En qué momento se le habría ocurrido tratar de detenerla de aquella manera? Estaba total y completamente seguro de que había cruzado un límite invisible del cual se suponía que no debía pasar, y no dudaba de que se había excedido con aquel movimiento. El doctor Whale había descartado ya otras lesiones cerebrales que no fueran las relacionadas con su memoria, pero en aquel momento, David se planteó seriamente si no le habría aumentado la estupidez. Quizás... quizás debería haberla dejado marchar, si era lo que realmente quería. La alegría que se había llevado al verla no podía medirse con palabras, pero en ningún momento había parecido un sentimiento mutuo. Quizás se había dejado llevar por las ganas que tenía de salir de su casa de una vez por todas.

Todavía se miraba los zapatos cuando ella habló, e internamente, agradeció que no pudiera ver la pequeña mueca de decepción que acudió a sus labios. Él no creía, ni por un momento, que fuera eso lo que pasaba. Se negaba a creer que todo aquello que sentía, que experimentaba en su interior, toda la calma y la tranquilidad y el bienestar, fueran simplemente productos de su ya de por sí estropeada mente. - Supones mal. Yo sé que no es eso. - Apenas fue un murmullo, como el de un niño obsesionado con una idea que no se puede quitar de la cabeza cuando alguien intenta demostrarle lo contrario. Estaba más convencido de ese hecho, de ese sentimiento, que de muchas de las cosas que le habían contado durante los últimos días, y que técnicamente debería dar por supuestas. ¿Por qué quería Mary Margaret tratar de hacerle creer lo contrario? David no lo entendía, y aquello le frustraba más que el no poder salir de su casa, porque realmente pasaba ratos agradables en compañía de la mujer de pelo negro. Ella era, en aquel momento, una de las únicas partes de las que formaban su realidad que realmente encajaba.

No se esperaba, en absoluto, notar de repente un suave contacto en su barbilla, pero su cuerpo obedeció automáticamente a él, alzando la vista de nuevo prácticamente sin oponer resistencia. La incomprensión se leía claramente en su mirada, al no haber notado cómo Mary Margaret se acercaba de nuevo. Incomprensión que se vio acentuada ante sus palabras. ¿Problemas? ¿De qué estaba hablando? Convencido por completo, negó con la cabeza de manera vehemente, con el ceño levemente fruncido. - No, ni hablar. Tú no podrías causarme problemas. Estoy seguro de que no podrías. - No le encajaba la idea en la mente. Ella, que siempre se había portado tan bien con él... ¿qué problemas podría traerle, qué molestia podría causarle, permaneciendo a su lado? Ni pensarlo, podía, de lo irreverente que sonaba.

Con la confusión escrita en su mirada, en su gesto, en su rostro, y puesta de relieve en cada facción de su cuerpo en aquel momento, David observó cómo reaccionaba la mujer que tenía delante. La vio apartar la mirada de nuevo, otra vez, y después dar una vuelta, y no lo entendió. Porque él tampoco había pretendido en ningún momento molestarla, o hacerla sentir mal. Simplemente le había dicho aquello que sentía, aquello que, desde que había salido del hospital, era una de las únicas cosas que tenía por seguras en aquel pueblo. ¿Y todo cuanto obtenía era aquella reacción? ¿Qué estaba haciendo de manera errónea, para provocarle semejante nerviosismo? Lo último que quería era causarle pesar a alguien más: ya tenía bastante con Kathryn y sus esfuerzos, inútiles por el momento, para devolverle la memoria, y también con el resto de sus conocidos, que intentaban devolver su vida a una normalidad que, en aquel momento, parecía inalcanzable. Nadie parecía entender que, sin recuerdos, las cosas no podían encajar en su sitio. Y la única que parecía hacerlo, la única que le hacía sentir... bien, súbitamente era la que aparentaba estar más fuera de su alcance.

Falto de palabras que pudieran expresar cuanto le pasaba por la cabeza en esos momentos, asintió con la cabeza a las de ella. ¿Cómo iba a causarle problemas, cuando hasta el momento parecía que era la única que se había esforzado por entenderle, aunque fuera un poco? - Pues no sé por qué. - En su tono de voz dejaba traslucir todo el desconcierto que le embargaba. No sabía cómo repetírselo, no sabía cómo hacérselo entender. Y se puso a pensar, en todos los encuentros que habían tenido, esporádicos o no. ¿Había hecho algo, en algún momento, que hubiera provocado semejante... rechazo? Porque así era como se sentía. Rechazado por la única persona que había parecido entenderle. No era una sensación agradable.

Y después, esa frase, que tampoco entendió. ¿Se iba a causar problemas a sí misma? ¿Se los iba a causar él? No, no. ¿Pero qué estaba diciendo? - ¿A ti? ¿Pero, por qué? - Bajó la cabeza, inclinando el cuerpo, buscando su mirada, tratando de forzar el contacto visual, sin enterarse de por qué le estaba intentando esquivar. - Eh. Yo no permitiría que... sucediera eso. - Lo dijo con toda la seguridad que fue capaz de reunir, cuando ni siquiera se planteaba que la situación pudiera llegar a darse. Estaba tan o más perdido que en el bosque, y el problema que tenía era que de allí no tenía manera de salir sin ayuda, mientras que entre los árboles podía vagar. Y eso le ponía nervioso.