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Voces en la oscuridad [Mary Margaret]
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Voces en la oscuridad [Mary Margaret]
Él estaba flotando en la oscuridad, y lo había estado durante un tiempo muy largo. No estaba seguro de cuánto. Al principio, había habido dolor. Su hombro y su abdomen le habían molestado profundamente con cada respiración, con cada latido de su corazón. Pero lentamente, el dolor se había disuelto, hasta que al final solamente dejó un ligero malestar a lo largo de todo su cuerpo, a pesar de que él no se había movido en mucho tiempo.
De manera ocasional, algunos destellos de sonido atravesaban la oscuridad. Él nunca podía entender lo que oía. Los sonidos eran a un nivel bajo, y distorsionados. Aunque se esforzaba por intentar escucharlos con más claridad, nunca lo lograba, lo cual era desesperante. A veces, percibía una presencia cálida, confortable, pero sólo era un momento, antes de que esta desapareciera y él fuera dejado de nuevo en la oscuridad, dejado completamente apartado del mundo, y en cierta manera de sí mismo. No podía recordar nada anterior a esto, anterior a la oscuridad. Y sin embargo, en cierta manera, tampoco sentía ningún deseo de abandonarla.
Entonces, algo cambió. No podía situar el momento exacto, pero supo que había pasado, de algún modo. Empezó a sentir la ropa y las sábanas que descansaban sobre su piel. Podía oír pitidos a intervalos regulares donde antes no escuchaba nada. Comenzó a sentir el latido de su corazón en el pecho, y el peso de su cuerpo sobre el colchón. Por primera vez, en mucho tiempo, empezó a sentirse, de alguna manera anclado al mundo. Y en ese momento, empezó también a preguntarse por qué estaba atrapado en la oscuridad. No recordaba qué le había dejado ahí. Probablemente tenía algo que ver con el dolor que había sentido al principio, pero no estaba seguro. Y la idea de que necesitaba salir de la oscuridad empezó a tomar consistencia en su cabeza, la idea de que él no debería estar ahí, pero simplemente, no sabía cómo escapar. Estaba cansado, y la oscuridad parecía ineludible.
De manera ocasional, algunos destellos de sonido atravesaban la oscuridad. Él nunca podía entender lo que oía. Los sonidos eran a un nivel bajo, y distorsionados. Aunque se esforzaba por intentar escucharlos con más claridad, nunca lo lograba, lo cual era desesperante. A veces, percibía una presencia cálida, confortable, pero sólo era un momento, antes de que esta desapareciera y él fuera dejado de nuevo en la oscuridad, dejado completamente apartado del mundo, y en cierta manera de sí mismo. No podía recordar nada anterior a esto, anterior a la oscuridad. Y sin embargo, en cierta manera, tampoco sentía ningún deseo de abandonarla.
Entonces, algo cambió. No podía situar el momento exacto, pero supo que había pasado, de algún modo. Empezó a sentir la ropa y las sábanas que descansaban sobre su piel. Podía oír pitidos a intervalos regulares donde antes no escuchaba nada. Comenzó a sentir el latido de su corazón en el pecho, y el peso de su cuerpo sobre el colchón. Por primera vez, en mucho tiempo, empezó a sentirse, de alguna manera anclado al mundo. Y en ese momento, empezó también a preguntarse por qué estaba atrapado en la oscuridad. No recordaba qué le había dejado ahí. Probablemente tenía algo que ver con el dolor que había sentido al principio, pero no estaba seguro. Y la idea de que necesitaba salir de la oscuridad empezó a tomar consistencia en su cabeza, la idea de que él no debería estar ahí, pero simplemente, no sabía cómo escapar. Estaba cansado, y la oscuridad parecía ineludible.
David Nolan*- #.Prince
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Re: Voces en la oscuridad [Mary Margaret]
Aún no sabía como había cedido, como había sido capaz de aceptar la "misión" que Henry me había encomendado: tenía que pasar tiempo junto a esa persona en coma del hospital, leerle, hablarle, estar a su lado. En resumen, pasar el mayor tiempo posible junto a él. Y ¿para qué? según Henry, para que el desconocido despertase. Dicho así parece muy simple, extraño, pero simple. Pero, aquí no acaba la historia. Ese pobre hombre que esta en coma desde quien sabe cuanto, es nada más y nada menos que el Príncipe James, el marido de Blancanieves. ¿Y qué tengo yo que ver en todo esto? bueno pues que yo soy la protagonista, si, si... Blancanieves.
Supongo, que yo solita me lo había ganado tras regalarle aquel libro de cuentos al pequeño. No podía decirle que no a Henry. Según Emma, mi alumno pasaba por un momento delicado, ella ya había hablado con su psicólogo (al que identificaba como Pepito Grillo) y su respuesta fue simple: que le siguiésemos la corriente en la medida de lo posible. Emma y yo llegamos a la conclusión de que esto era posible, es decir, no le hacía daño a nadie y a mi no me importaba lo más mínimo llevar a cabo esta tarea. Era una locura sí, pero había algo en ese hombre que me resultaba extraño. No sabría describir la sensación, quizás simplemente era esa "compasión" que sentía por cada persona en aquel hospital, en el cual trabajaba de voluntaria.
Así que allí estaba. Sentada en el único sillón que decoraba la habitación de aquel completo desconocido. Él sumido en un profundo sueño y yo con un gran libro de cuentos en mi regazo . Abrí el libro por la primera página que encontré y comencé a leer, con toda la dulzura de la cual disponía ya que, al fin y al cabo, era un enfermo y yo, una voluntaria, debía hacerlo lo mejor posible, porque era mi deber. Comencé a leer y a leer, haciendo en ocasiones pequeñas pausas, pensando en lo que estaba haciendo, y mirándole. Mirándole. Quizás eso lo hacía demasiado. Me resultaba tan extraño y sentía tanta curiosidad que era como si realmente estuviese despierto, porque leía cada línea mirándole con la loca esperanza de que en algún momento podría abrir los ojos o hacer un gesto, decir una palabra, un murmullo que me impulsase a no irme de allí jamás.
Supongo, que yo solita me lo había ganado tras regalarle aquel libro de cuentos al pequeño. No podía decirle que no a Henry. Según Emma, mi alumno pasaba por un momento delicado, ella ya había hablado con su psicólogo (al que identificaba como Pepito Grillo) y su respuesta fue simple: que le siguiésemos la corriente en la medida de lo posible. Emma y yo llegamos a la conclusión de que esto era posible, es decir, no le hacía daño a nadie y a mi no me importaba lo más mínimo llevar a cabo esta tarea. Era una locura sí, pero había algo en ese hombre que me resultaba extraño. No sabría describir la sensación, quizás simplemente era esa "compasión" que sentía por cada persona en aquel hospital, en el cual trabajaba de voluntaria.
Así que allí estaba. Sentada en el único sillón que decoraba la habitación de aquel completo desconocido. Él sumido en un profundo sueño y yo con un gran libro de cuentos en mi regazo . Abrí el libro por la primera página que encontré y comencé a leer, con toda la dulzura de la cual disponía ya que, al fin y al cabo, era un enfermo y yo, una voluntaria, debía hacerlo lo mejor posible, porque era mi deber. Comencé a leer y a leer, haciendo en ocasiones pequeñas pausas, pensando en lo que estaba haciendo, y mirándole. Mirándole. Quizás eso lo hacía demasiado. Me resultaba tan extraño y sentía tanta curiosidad que era como si realmente estuviese despierto, porque leía cada línea mirándole con la loca esperanza de que en algún momento podría abrir los ojos o hacer un gesto, decir una palabra, un murmullo que me impulsase a no irme de allí jamás.
Invitado- Invitado
Re: Voces en la oscuridad [Mary Margaret]
De nuevo, aquella presencia, tan diferente a las que acompañaban al resto de pasos que entraban y salían de la habitación, tan distinta. Tan... agradable. Se sentía diferente, con ella allí. Se sentía bien, y no sabía por qué. Porque seguía sin poder recordar a qué venía esa sensación de familiaridad, y no quería indagar mucho en el asunto, sabedor de que, si lo hacía, quizás no pudiera volver a abrir los ojos. Vagaba en su mundo de neblinas y penumbra, y hasta cierto momento había estado bien, pero ya no lo sentía como su lugar. Cada vez estaba más despierto, y cada vez era mayor la parte de él que quería abrir los ojos, o al menos, intentarlo. Aunque perdía las ganas de hacerlo cuando se quedaba solo. ¿Para qué malgastar esfuerzos en algo que no estaba seguro de que fuera a salir bien si parecía que nadie iba a preocuparse por él? No, el hombre tumbado en la cama de aquel hospital estaba cansado, a pesar de no moverse de ahí.
Sin embargo, esa vez fue distinto, fue diferente. La persona que fuera que le visitaba no desapareció al cabo de unos segundos, sino que seguía allí. Podía notarlo. Y, como si aquel cambio no fuera suficiente, por 'primera vez' oyó una voz. El primer pensamiento que le vino a la cabeza fue que, para no haberla escuchado antes, le sonaba terriblemente familiar. Y pensó también que, por aquella voz, él habría hecho cuanto hiciera falta. Un impulso que no comprendía, ya que la falta de recuerdos lo hacía imposible de entender, pero que existía, en lo más hondo de su corazón. La voz, una voz suave, delicada, empezó a hablar, a contarle una historia. Una historia que no reconocía, que no recordaba, porque la parte de él que la había vivido estaba enterrada en lo más hondo de su conciencia -o de lo que quedaba de ella, más bien- sin posibilidad alguna de reaccionar.
El que sí podía reaccionar era él. 'Tengo que poder', pensó. Una idea empezó a reflejarse en su mente, aunque no se sentía con fuerzas suficientes como para llevarla a cabo. Y aún así, el sonido de la voz de la mujer en la habitación le bastaba. De modo que trató de cerrar los puños, con menos éxito de lo esperado debido a los músculos entumecidos por la falta de uso. De manera inconsciente, frunció levemente el ceño, apretando los párpados. Tenía que hacer un segundo intento. Y, por primera vez en veintiocho años -aunque ninguno de ellos era consciente de que había pasado tanto tiempo-, el paciente conocido como John Doe trató de darse la vuelta, de orientarse en dirección a la voz de aquella que le contaba una historia de príncipes y chicas guerreras que asaltaban caravanas. No lo consiguió: apenas había conseguido girarse un poco cuando su espalda cayó de nuevo sobre el colchón, sin fuerzas para hacer nada más. Un quejido amortiguado, sin palabras salió de una garganta no acostumbrada a emitir sonido alguno. - Ugh. - Si moverse le costaba tanto, quizás debería volver a quedarse tumbado. Así que eso hizo, tratando de recuperarse. Del esfuerzo, sentía a mitad de músculos del rostro doloridos, a pesar de que no había llegado a abrir los ojos, igual que los de las manos. Sí, quedarse ahí parecía una opción más recomendable.
Sin embargo, esa vez fue distinto, fue diferente. La persona que fuera que le visitaba no desapareció al cabo de unos segundos, sino que seguía allí. Podía notarlo. Y, como si aquel cambio no fuera suficiente, por 'primera vez' oyó una voz. El primer pensamiento que le vino a la cabeza fue que, para no haberla escuchado antes, le sonaba terriblemente familiar. Y pensó también que, por aquella voz, él habría hecho cuanto hiciera falta. Un impulso que no comprendía, ya que la falta de recuerdos lo hacía imposible de entender, pero que existía, en lo más hondo de su corazón. La voz, una voz suave, delicada, empezó a hablar, a contarle una historia. Una historia que no reconocía, que no recordaba, porque la parte de él que la había vivido estaba enterrada en lo más hondo de su conciencia -o de lo que quedaba de ella, más bien- sin posibilidad alguna de reaccionar.
El que sí podía reaccionar era él. 'Tengo que poder', pensó. Una idea empezó a reflejarse en su mente, aunque no se sentía con fuerzas suficientes como para llevarla a cabo. Y aún así, el sonido de la voz de la mujer en la habitación le bastaba. De modo que trató de cerrar los puños, con menos éxito de lo esperado debido a los músculos entumecidos por la falta de uso. De manera inconsciente, frunció levemente el ceño, apretando los párpados. Tenía que hacer un segundo intento. Y, por primera vez en veintiocho años -aunque ninguno de ellos era consciente de que había pasado tanto tiempo-, el paciente conocido como John Doe trató de darse la vuelta, de orientarse en dirección a la voz de aquella que le contaba una historia de príncipes y chicas guerreras que asaltaban caravanas. No lo consiguió: apenas había conseguido girarse un poco cuando su espalda cayó de nuevo sobre el colchón, sin fuerzas para hacer nada más. Un quejido amortiguado, sin palabras salió de una garganta no acostumbrada a emitir sonido alguno. - Ugh. - Si moverse le costaba tanto, quizás debería volver a quedarse tumbado. Así que eso hizo, tratando de recuperarse. Del esfuerzo, sentía a mitad de músculos del rostro doloridos, a pesar de que no había llegado a abrir los ojos, igual que los de las manos. Sí, quedarse ahí parecía una opción más recomendable.
David Nolan*- #.Prince
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