At the end of the day (Gerhardt)

Desde que la maldición se había roto habían habido muchos cambios, el primero fue mi cuerpo. Cuando la maldición cayó mi castigo fue envejecer. Pero gracias a Belle, la pediatra y madre soltera de tres hijos, me había hecho crecer como persona. En cualquier caso ahora con mi cuerpo habitual de vuelta era una mezcla de Belle y Campanilla.

En el hospital no me reconocían al haber cambiado, me tocó volver a hacerme la documentación de todo para poder seguir en mi trabajo porque a pesar de todo me gustaba. Siempre había estado cuidando niños, aunque con el resto de la gente fuera algo borde y tuviera un humor ácido los críos se me dan bien.
Peter y Eren, o Wendy habían empezado de nuevo el uno junto al otro. La mayoría de mis hermanas, las hadas, servían ahora a Dios. Por una parte me alegra que Regina no me hubiera metido en un convento. Las hubiera llevado a todas de cabeza. Poco a poco las cosas iban volviendo a la normalidad, dentro de lo que cabe, habían pasado unas semanas y se notaba la diferencia de los primeros días que era todo un auténtico caos.


Había finalizado mi turno en el hospital, así que me cambié y salí a la puerta a fumarme un cigarro antes de volver a casa. Me senté en una barandilla mirando al cielo pensativa, no hacía frío, pero tampoco hacía calor. Era agradable estar en la calle. Ya empezaba a anochecer, aunque no estaba oscuro, un momento precioso en el que se fusionan el día y la noche.

Durante la maldición no me atrevía a salir de casa, a penas me relacionaba con la gente y solía ser una persona cerrada y poco sociable, todo lo contrario a lo que realmente soy, pero no muy diferente a como era cuando era un monstruo.
Decidí salir a pasear a reorganizarme las ideas, no las tenía todas conmigo, puesto que mis único familiares aun temían que pudiese ser el monstruo de antaño, así que decidí conocer gente nueva.
Pasé frente al hospital, ya no tenía miedo de éste ni intentaba evitarlo.
Ya estaba ocultándose el sol, algo precioso desde el punto en el que estaba, hacía mucho que no me paraba a mirarlo y a perderme en mis pensamientos. Cuando vivía con mis padres solíamos quedarnos mirando la caída del sol desde el balcón, eso me hizo recordar lo solo que me encuentro en este momento...
Cuanto más me acercaba al hospital, la imagen de una joven se hacía cada vez más reconocible, hasta mostrar una hermosa chica de más o menos mi edad fumándose un cigarrillo, perdida en el atardecer.
-Bonito, ¿eh?- Me miró, sorprendida. Probablemente no esperaba que un completo desconocido llegase e interrumpiese su momento a solas, sonreí y continué.-Soy un maleducado, mi nombre es Gerhardt,ya sé que parezco un estúpido hablando contigo sin conocerte, pero en realidad no conozco a demasiada gente, y la mayoría desconfían de mi...-Sonreí y me devolvió la sonrisa, se quedó un rato analizándome mientras se terminaba su cigarro.

Me sobresalté un poco cuando escuché que alguien me hablaba, pero me quedé en mi sitio y le dí una nueva calada al cigarro. Esbocé una pequeña sonrisa algo ácida cuando me dijo su nombre. Era el hermano de Whale, mi compañero de trabajo. También conocido como Viktor Frankenstein. Y yo me encontraba ante el hombre que tras el más famoso experimento del doctor había regresado de la muerte, en efecto, estaba ante el monstruo de Frankenstein.

-Si, es un momento precioso del día -comenté con tranquilidad -no es de día, pero tampoco de noche, es una bonita mezcla de contrarios -di otra calada y expulsé el humo lentamente, con tranquilidad. -Gerhardt... -murmuré y lo miré con media sonrisa y una ceja levantada -el moderno Prometeo - sinceramente, quedaba mejor ese nombre que "el monstruo de Frankenstein" monstruo era una palabra demasiado fea y no era plato de buen gusto para nadie ser llamado monstruo. -Un placer conocerle. -No me extrañaba que la gente desconfiara de él, puesto que la gente siempre desconfía de los que son diferentes.

Me encogí de hombros y di un saltito para bajar de la barandilla. -Yo soy Belle -me presenté con uno de mis juegos de sonrisas ácidas e irónicas. -aunque puede que me conozcas más por el nombre de Campanilla -le tendí la mano para formalizar la presentación -la oveja negra de la familia de las hadas -si bien monstruo era una palabra demasiado fea para nombrarlo a él la palabra hada era un término demasiado cursi para nombrarme a mi.... pero tristemente no habían sinónimos.

La miré, algo confuso.-Temo que el Moderno Prometeo es mi querido hermano Viktor, yo solo soy el monstruo, tristemente sólo hay otro nombre para describirme, Gerhardt.-La miré sorprendido cuando me dijo quién era...-Un hada...Quién lo diría, todas en un convento y tú fumando un cigarrillo. Nunca he conocido al hada azul pero su reputación la precede, es bastante estricta.-Sonreí y me senté junto a ella, aunque el humo de su cigarrillo me resultaba molesto, su compañía me hacía sentir mejor, por lo menos alguien entiende lo que es ser distinto.
Estuve un rato observando la nada, mirando de un lado para otro sin saber qué hacer, no recordaba el tiempo que había estado solo, ahora que estaba con alguien no sabía cómo reaccionar.
-Bueno, "oveja negra", cuéntame algo sobre tu fascinante vida, la verdad es que nunca me interesó Peter Pan, aunque ahora que he conocido a Campanilla creo que me va a interesar mucho más. -Reí, aunque la verdad es que no mentía, me resultó bastante atractiva, y su rebeldía hacía que me interesase más por ella que por cualquier otra.
Seguimos sentados un rato hasta que me atreví a seguir hablando, aunque la timidez se había apoderado de mi, no sabía cómo invitarla a salir, así que me armé de valor y lo dije sin pensarlo dos veces.
-Oye, empieza hacer un poco de frío, ¿te gustaría que diésemos una vuelta para entrar en calor? O...tal vez tomar algo en Granny's...-Temía que me dijese que no y haber hecho el ridículo, aunque algo en su sonrisa me decía que merecía la pena intentarlo.

Esbocé media sonrisa de disculpa cuando me respondió que en realidad el moderno Prometeo era Whale y no él. -Hay veces que las palabras pueden ser algo crueles a quienes son asignadas. Es el nombre que te han dado, pero yo no veo monstruo alguno -No tenía ni idea de donde había salido lo que acababa de decir, puede que fueran restos de la maldición que me había vuelto algo diferente, una diferencia que no sabía a día de hoy si era buena o mala... pero creo que me decantaría por el lado bueno.

Reí cuando hizo referencia a todas las demás de mi especie metidas en un convento. -Ni siquiera Regina tiene tanta mala leche como para meterme a mi en un convento, por mucho que no recordara quien era dudo que mi personalidad algo indomable fuera capaz de cruzar las puertas -bromeé. -Y tampoco fumo tanto, un paquete puede durarme dos semanas o tres. -Era agradable conversar con alguien que no te conocía de nada. Di una última calada y apagué el cigarro en la papelera.

-En realidad no hay mucho que contar. Viví en Neverland más tiempo del que puede contarse o recordarse. La fiel compañera del niño que no quería crecer y cuidando como una madre de los niños perdidos. Tuve un pequeño -ironicé en esa palabra -roce con la reina cuando me enteré de la maldición que pretendía lanzar-que Garfio no tuviera ni idea de que cuando volvió de Neverland yo iba escondida en el Jolly Roger tampoco era culpa mía -y me castigó con la edad. Me metió en el cuerpo de una mujer de unos cuarenta años, madre soltera de tres hijos y pediatra -di un suspiro... -y para hacer honor a la verdad esa hada tan rebelde se ha calmado un poco gracias a eso... una vez rota la maldición volví a mi cuerpo, Wendy y Peter se han vuelto a reunir pero seguimos todos juntos. -¿Todo eso había pasado? Antes de haberlo contado no me parecía tanto pero finalmente todo marchaba bien. -¿Y a ti que tal te ha ido? -puede que fuera una pregunta algo peliaguda pero me arriesgué.


Le regalé una sonrisa cuando propuso ir a dar una vuelta porque empezaba a refrescar. Puede que a cualquier otro le hubiera dejado con un palmo de narices y con la palabra en la boca. Pero a ese hombre rubio de extraños ojos azules le sonreí y asentí. -Me parece que es una genial idea.

Me preguntó sobre mi, la verdad, no sabía qué decir ni cómo explicar mi historia, así que pensé bien durante unos segundos cómo debería empezar, miré al cielo, ya oscurecido y empecé...
-En mi mundo provenía de una familia de militares bastante reconocida y adinerada, no teníamos problemas de ningún tipo, hasta que mi padre descubrió que los intereses de mi hermano no eran exactamente los mismos que los de mi padre,pero intentó hacerse a la idea de que Viktor quería ser científico y no militar, pero nunca lo llegó a entender. Mi padre me quería en especial por el hecho de que seguí sus pasos, y me trató como a su único hijo, aunque nunca lo aprobé, por lo que intentaba apoyar siempre a mi hermano.No supe cómo reaccionar cuando le encontré en el cementerio, el día que me mataron...Y bueno, supongo que el resto de la historia la conoces, lo único que podría remarcar es que fue un época sombría en la que deseaba morir por encima de todo, no me avergüenza decir que era un monstruo, porque realmente eso es lo que era.-Su cara cambió un poco, debí dejarla impresionada, la verdad es que era una historia no muy bonita, más bien era un cuento para no dormir.
Nos levantamos del banco y comenzamos a dar una vuelta, sin rumbo fijo, aunque en realidad me daba igual a dónde ir, solo quería pasar un rato agradable con alguien que no me juzgue por quién soy o lo que he hecho en un pasado...
Parecía que llevábamos una eternidad andando en silencio, en realidad me había quedado muy cortado después de lo que le había contado, no me sentaba bien hablar sobre ese tema, aunque debía hacerlo de vez en cuando, pero no me atreví a soltar ni una palabra sobre mi madre, creo es algo que jamás podré superar.
Me sentía como un acosador, pero no podía dejar de mirarla, su pelo brillaba con la luz de las farolas, haciendo que me resultase aun más hermoso y...mágico. No era por el hecho de que fuese un hada, pero había algo en ella que era mágico, algo que me hacía sentir diferente, me hacía sentir bien, y hacía mucho que no me sentía así...
-Hacía mucho que no me sentía tan incómodo estando en silencio...-Reí, aunque algo nervioso, no sabía qué más decir.

Le regalé una sonrisa pequeñita cuando terminó de contar su historia, tampoco podría esperarme una historia menos dramática viniendo del monstruo de Frankenstein. Pero si algo había aprendido en mi larga vida era que no había que quedarse pendiente de las desgracias pasadas, era mejor mirar hacia delante y pensar en lo bueno que está por llegar. Puede que ese optimismo fuera lo único que había heredado de las hadas, junto a la capacidad de volar.

Caminé a su lado en silencio, aunque el hecho de ser silenciosa era algo normal en mi, prefería escuchar antes que hablar como una cotorra, y normalmente casi siempre que abro la boca en exceso suele ser para soltar alguna palabra arisca sobre algún comentario poco coherente. Normalmente un silencio suele ser algo incómodo, en el que no sabes si callar para seguir prolongándolo o decir alguna chorrada para arreglar la situación, si eso.

Pero aquella situación no era para nada incómoda, miraba de reojo al hombre guapo, atractivo y atlético que paseaba a mi lado, sin rumbo alguno y que también me miraba, puede que eso formara parte del atractivo que provoca un hada en un ser humano normal, aunque yo normalmente producía ganas de salir corriendo, dado a mi peculiar carácter... que también era cierto, se había suavizado en los últimos 28 años, ¿Dónde acaba Campanilla y donde empieza Belle? O en este caso ya empieza a ser al revés, la que se está terminando es Belle, vuelve Campanilla ¿pero que cosas de Belle se quedan dentro de mi?

Sonreí y me mordí el labio inferior cuando por fin Gerhardt rompió el hielo -Es cierto... -dije bajando un poco la mirada para luego observarlo con algo de picardía tras unos mechones rubios de mi flequillo que hacían cortinilla delante de mis ojos. -No ha resultado un silencio incómodo -sonreí -de esos en los que uno puede ser capaz de hablar sobre cucarachas con tal de no tener que escuchar el sonido del silencio -dije con una sonrisa aquella pequeña broma.

Reí ante el comentario -Además de guapa e interesante, graciosa- me atreví a decirlo, aunque al instante bajé la mirada para ocultar lo rojo que estaba, me sentí ridículo y rogaba a la tierra que por favor me tragase, así que solo esperé su reacción, y que, por favor, no me mandase a freír espárragos por mi insolencia.
La verdad es que desde que se rompió la maldición no había reparado en quién soy en este mundo, sólo he pensado en mi antigua vida, ni siquiera recordé mi nombre hasta que me paré a pensar que había sido alguien muy distinto durante todo este tiempo, pues Adam W. Munster era muy distinto a Gerhardt Frankenstein, y aun conservaba un poco de él.
Volví a mirarla, sus adorables rizos rubios se había interpuesto entre su bella mirada y la mía, así que suavemente los aparté después de haberme arrepentido lo suficiente por mi comentario, para después sonreír e intentar no volver a ponerme rojo como un tomate y explotar de vergüenza a cada gesto que me dedicaba.
Volví a centrarme en un punto fijo, esta vez sus zapatos, sencillos, pequeños... Todo en ella me resultaba especial y adorable, y no había visto jamás nada parecido, o tal vez sí, pero era distinto.
Sonreí otra vez como un idiota intentando articular cualquier palabra, porque sentía que no me iba a salir nada.
Si no lo has pensado ya, vas a pensar que soy un idiota, porque he olvidado a dónde íbamos...-Reí nerviosamente intentando no parecer completamente estúpido, no sabía si lo que me pasaba era fruto de no haber estado con nadie en 28 años o es que ella tenía algo que me hacía ponerme nervioso, y, fuera lo que fuese, no me gustaba, pero a la vez rezaba porque eso no acabase.

Reí y me mordí el labio inferior mientras lo miraba divertida. Lo veía tan tierno y tan tímido que me llamaba la atención. Nunca había conocido a un hombre tan agradable con el que pasear, o simplemente un hombre al que no le daría un leñazo por mirarme embelesado como lo estaba haciendo él, ese pensamiento me hizo reír. De todo lo que me podía esperar de este día lo que estaba haciendo ahora mismo. Pasear sin rumbo alguno con un hombre al que acababa de conocer.

Lo miré con dulzura y con una sonrisa en mis labios al verlo rojo cual tomate, competiría incluso con la famosísima caperuza de Roja. -No -dije con una risa -en ningún momento he pensado eso... Hice una negación con la cabeza algo cómica-Lo cierto es que... -dije refiriéndome al rumbo que habíamos tomado. Noté como me ruborizaba un poco, no como para parecer una bombilla pero estaba segura de que podría notarse un pequeño colorcillo en mis mejillas -creo que hablamos de ir a Granny's pero tampoco estoy segura -dije con una ligera risa. Hacía tiempo que no reía tan seguido, incluso me atrevería a decir que era la primera vez en mi vida que reía con ese entusiasmo.

Sin duda alguna aquello solo podía indicar algo bueno, siempre me había gustado reír pero no solía encontrar motivos para hacerlo. Sonreí a mi acompañante y me encogí de hombros con una mirada pícara.

La miré, divertido por su sonrisa juguetona y me quedé pensativo durante unos segundos...De acuerdo, si dijimos Granny's, vamos a Granny's, allí te invito a lo que quieras, mientras me concedas unos 20 minutos más de tu compañía.-Reí y divisé la calle, Granny's no estaba muy lejos de allí, así que me puse en marcha, yendo siempre al lado de mi nueva compañera.
Hacía mucho que no me sentía tan tranquilo y a la vez me fijaba en absolutamente todos mis actos para no parecer un idiota, seguí caminando y divisando Granny's para no volver a olvidarme de adónde íbamos, pero tampoco podía evitar lanzarle miradas a la preciosa chica que tenía al lado, ¿sería cosa de hadas la belleza?
Se volvió a hacer un silencio incómodo, pero tampoco quería estropearlo, ella parecía tener el mismo pensamiento, pues cada vez que uno de los dos abría la boca la cerraba en seguida, y así, en un silencio incómodo pero casi romántico, llegamos a la puerta de Granny's.
Abrí la puerta, haciendo un gesto con la mano indicándola que pasase dentro, y después entré yo, observando cómo brillaba su pelo con el sol.
-Buenas tardes.-Saludé a la anciana que estaba revisando cuentas, la que, supuse, era Granny.
No conocía a casi nadie de Storybrooke, los 28 me los pasé encerrado buscando trabajos y en un gimnasio, reforzándome día a día, así que no solía tener tiempo para conocer gente. Adam es un hombre cerrado y muy serio, además de borde algunas veces, pero también tenía sus virtudes, aunque nunca las solía sacar a la luz.
Corrí una silla para que se sentara y me quedé paralizado mirándola a los ojos, por primera vez me atrevía a mirarla fijamente, me había hechizado.