I am not a monster [Cazador]

Llevábamos ya do días instalados en el castillo del rey George. No me gustaba tener que acompañar a Regina en sus viajes, pues lo veía como el modo perfecto de tirarme de la correa que parecía haberme puesto al cuello. Mi capacidad de decisión estaba mermada, mis sentimientos, y solamente podía guiarme por mis impulsos, siempre que la reina me lo permitiese. Había pasado todo el día con ella, siendo su sombra, aunque hubo un momento en que exigió quedarse sola con el rey, dejando claro que los asuntos a tratar no eran tan limpios como para ser expuestos ante oídos ajenos. No protesté cuando me ordenó salir de la sala, pues poco me importaba aquella conversación.

Fuese cual fuese el tema, el resultado fue favorable para la reina, pues aquella noche disfrutaba de un particular buen humor que no dudó en demostrar en compañia de su mascota personal. Me sentía utilizado, detestaba a aquella mujer y lo que me obligaba a hacer, pero el hecho de que mi corazón fuese arrancado le hacía más fácil soportarlo, hacía que fuese más sencillo abstraerse de determinadas labores que Regina me hacía llevar a cabo, cumplir con sus deseos y volver después a las habitaciones que habían dispuesto para la guardia de la reina.

El castillo estaba en silencio mientras recorría los pasillos que le llevaban a mi habitación. La noche hacía horas que había caído, y el castillo parecía haberse ido a dormir al completo. En el patio, algunos guardias hacían ronda para mantener la vigilancia, pero no había más movimientos. Una sonrisa asomó en mis labios al ver sus indumentarias, feliz por no tener que vestir como ellos. No me gustaban la armadura, el casco y otros complementos que solía llevar, pero afortunadamente, aquella noche solo me vi obligado a llevar el tradicional atuendo de piel, negro de pies a cabeza, mucho más cómodo que portar todo aquel acero.

Pero toda esta tranquilidad nocturna se vio perturbada de un momento a otro. No prestaba atención a los guardias, y fue por eso por lo que tan solo oí cómo uno de ellos ahogaba un grito. No corrí, no huí. No me moví. Me quede clavado en el suelo, viendo cómo un animal de un tamaño descomunal destrozaba a aquellos hombres, que no pudieron encontrar refugio en la contundencia de sus armaduras. Mi ceño se frunció, y fue cuando el animal se acercó hasta mí. Era un lobo, sin duda, pero no era como ninguno que hubiese visto, a pesar de haber crecido rodeado de ellos. Me mantuve sereno, rechazando el miedo a pesar de saber que podía desmembrarme si era lo que quería, pero mi curiosidad no me dejaba huir, y mi honor me hacía incapaz de intentar apresarlo o dañarle, así que le miré a los ojos, intentando contactar con él como ya había hecho tantas veces. Y lo conseguí, o eso pareció. Sus ojos eran lobunos, pero su mirada era humana. Me acercaba lentamente a él cuando su aullido me hizo retroceder. La llamada de los lobos. No quería ni pensar en las repercusiones de una manada de lobos de aquel tamaño entrando en el castillo. Miré a mi alrededor, esperando verme rodeado, pero no fue así, aunque no tardé en escuchar los pasos metálicos de los guardias a la carrera, desplegándose- Tienes que irte de aquí. Márchate -dije mirándole a los ojos. Si por algún motivo conseguían apresarlo, lo debilitarían hasta poder manejarlo y tenerlo a su merced. En cierto modo, era eso lo que habían hecho conmigo.

Hice un amago de retroceder cuando aquel inmenso animal acercó la cabeza a mi pecho. Era grande y, aunque yo estuviese armado, era obvio que no tendría nada que hacer teniendo en cuenta aquella cercanía, pues no tenía tiempo de reacción si decidía atacarme, como ya había demostrado con creces con los demás guardias, cuyos cuerpos mutilados yacían aún en el lugar en que había sudecido todo. Pero pese a mi clara inferioridad de condiciones, no tenía miedo. Sabía que podía arrancarme la cabeza de un mordisco si lo deseaba, pero en sus ojos podía adivinar cierta humanidad. Pasar una vida rodeado de ejemplares de aquel animal -aunque ninguno de esas dimensiones- me había hecho aprender a interpretar sus miradas, sus gestos, gruñidos y, por supuesto, el aullido de los lobos, y por ese motivo podía aventurarme a pensar que aquel no iba a atacarme, o quizas era solamente un intento por guardar la esperanza de salir de allí con vida.

Los pasos acelerados de los guardias del castillo se escuchaban cada vez con más fuerza, delatando su cercanía, pero hubo un instante en el que dejé de oírlos, pues lo que tenía ante mis ojos llego a captar mi ccompleta atención. El lobo había agarrado una caperuza y se la colocaba por encima ayudándose del hocico y movimientos de su lomo. El pelaje comenzó a desaparecer, su tamaño se hizo menor, y lo hicieron hasta formar a una chica que se levantaba poco a poco. Mis ojos se abrieron como platos, y mi mandíbula cayó, obligándome a abrir la boca. Yo conocía a aquella joven- ¿Roja? -dije con voz titubeante, atónito.

Siempre había habido algo que me atraía de ella. No solo atracción física, o sentimental. No. Era un vínculo especial, como una conexión que no había llegado a sentir con ninguna otra persona durante toda mi vida, y nunca supe porqué. Nunca supe qué era exactamente lo que me había unido a ella en cuanto la conocí, pero ahora podía hacerme una idea, aunque me preguntaba cómo podía no haberlo sabido antes.

La seguí con la mirada, observando cómo se me acercaba. Parecía mareada, asi que no dudé y la rodeé con los brazos, intentando que recuperase el equilibrio. Aquellas palabras me abrían roto el corazón si aún lo conservase- Por supuesto que no -murmuré confuso antes de abrazarla. Yo habría dado cualquier cosa por haber podido ser como ella. Cuando empecé a tomar consciencia de mí mismo me sentía desubicado entre lobos, me sentía diferente, y habría hecho cualquier cosa por ser uno más, aunque comprendió más tarde que no necesitaba cola o pelaje espeso para ser un miembro más de la manada. No sabía si ya estaba estable del todo, pero aun así la tomé de la mano y tiré de ella, llevándola a un rincón libre de los ojos de los guardias, que comenzaban a invadir el pasillo. Escuché sus voces alarmadas al ver los cuerpos de sus compañeros.- ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Quieres que te maten? -la cogí de la cara para que me mirase y no pensase en los comentarios de aquellos hombres- ¿Por qué no me has hablado nunca de esto? De... lo que eres... -pregunté.

Cuando vi una lágrima correr por la mejilla de Roja me apresuré a detenerla con uno de mis dedos, intentando comprender cómo se sentiría en aquel momento. Ser un lobo, poder andar sobre cuatro patas, tener los sentidos tan desarrollados y estar tan unido a la naturaleza... eso debía ser maravilloso, pero no aquello, no perder el control de esa manera. Asentí ante la opción de fingir que simplemente había visto lo ocurrido, pues nadie podía imaginar que aquella chica había sido la causante de semejante masacre. La escuché con atención, alucinado por lo que me contaba, en especial por el poder de aquella caperuza, mientras frotaba sus brazos con calma, para tranquilizarla y reconfortarla en lo que estuviese en mi mano, aunque parecía que su conciencia iba a ser más fuerte que yo.

En cuanto percibí el cambio de su mirada, tragué saliva, consciente de lo que venía a continuación y temiendo no encontrar una respuesta. Bajé la mirada mientras hablaba, asumiendo sus palabras, pero al sentir su caricia en mi rostro me vi con fuerzas de mirarle a los ojos- Las cosas cambian, Roja. Las personas cambian, quieran o no -suspiré.

Aún no había tenido que explicarle a nadie lo ocurrido, y eso me había ayudado a sobrellevarlo de algún modo. Podía evitar el tema, incluso decir que estaba allí por motivos diferentes a los reales, pero no me gustaba mentir, menos aún a ella, y no iba a empezar a hacerlo ahora. Así que tomé aire y comencé a contarle- Un día los soldados de Regina me llevaron hasta ella. Me dijo que se había fijado en mí, en mis habilidades, y estaba convencida que podía llevar a cabo un trabajo para ella -suspiré, convencido de que a Roja no iba a gustarle lo que vendría después- Tenía que llevar a la hija del rey hasta el bosque y llevarle después su corazón a la Reina... Fue por los lobos -me apresuré a decir, para que no entendiese mal. Ellos habían sido el único motivo por el que hice lo que me pedía, al fin y al cabo, ¿qué no haría alguien por su familia?

- Me aseguró que detendría la caza de lobos en todo el reino, y sabes lo que significan para mí, Roja, tuve que aceptar -agaché de nuevo la mirada durante unos instantes, algo avergonzado- Pero no pude hacerlo, así que le llevé el corazón de un ciervo, pero lo descubrió -suspiré- Y tomó el mío en su lugar. -me llevé una mano al pecho, donde antaño podían sentirse mis latidos- Desde entonces soy algo así como su marioneta... Nada más.

La estreché entre mis brazos cuando ella me abrazó, rememorando aquellos tiempos en los que ambos éramos libres de hacer cualquier cosa que deseásemos. Pero ahora ya no era así, pues había perdido prácticamente hasta la capacidad de desear algo. FRuncí el ceño al escuchar a Roja pronunciar aquel nombre, y de aquel modo- ¿La conoces? -pregunté sorprendido. Ella, al menos hasta que nuestros caminos tomaron senderos diferentes, no se había relacionado con la realeza, y dudaba que la hija del rey dedicase su tiempo a recorrer los bosques con el único fin de conocer a sus genes, así que si ambas se conocía, debía haber sido posterior a nuestro encuentro. No sabía qué había acontecido en su vida desde entonces.

- ¿Y está bien? Suelo pensar en ella, preguntándole cómo le irá. No sé qué ha sido de ella desde que la dejé marchar. -dije interesado. Esperaba que las cosas le hubiesen ido bien y que el sacrificio hubiese valido la pena, aunque en la voz de Roja al hablar de ella no había ninguna sombra de tristeza por la pérdida de una amiga, así que supuse que se encontraba bien. Me alegraba por ello.

Una sonrisa de resignación se dibujó en mis labios al escuchar la promesa de Roja. Había pensado en ello tantas veces que ya había perdido la cuenta, pero siempre que lo había la realidad terminaba recordándome que aquello era imposible. Negué- No hay manera -dije, sin darle más vueltas- Lo guarda en un lugar en el que es imposible entrar, y de conseguirlo, sería imposible encontrarlo. No solo guarda el mío, Roja, y las... urnas donde descansan solo se abren con otro corazón humano. Fue así cómo descubrió que el corazón que le llevé no era el de ella -suspiré- Es imposible a no ser que ahora seas una bruja, y no creo que hayas cambiado tanto desde la última vez que nos vimos -dije pellizcando su mejilla con suavidad.