{Cargos de consciencia} - {Almarik}

Confieso que lo primero en lo que pensé cuando recuperé mis recuerdos fue en vengarme, en hacer temblar la tierra y buscar lo que era mío. Pero ni mi hermano ni mi padre parecían tener intención de hacer acto de presencia. Además, estaba ella. Esa mujer que había robado mi corazón tiempo atrás. Y, conociéndola, calculaba como debía sentirse en aquel momento. Sumida en la desolación. Y aunque no era propio de mí, decidí que lo más conveniente era visitarla.

No me costó encontrarla. Incluso después de tanto tiempo, no me costaba percibir su presencia. Era única, a decir verdad. Dudaba que jamás llegase a conocer a otra como ella, ni tenía interés en hacerlo, pues a fin de cuentas, era mi esposa. La encontré observando un vaso de agua casi helada, en la entrada de su negocio, y me mantuve callado unos instantes antes de hablar.

_ Espero no interrumpirte, Sigyn. Veo que estás a solas con tus pensamientos._ Y el vaso me antojaba cuales debían ser. Seguía sintiéndose culpable por los asesinatos que habíamos tenido que cometer juntos. Pero en su momento no había habido otra manera y yo lo tenía claro. Ella había estado conmigo en aquella prisión, y yo nunca se lo agradecería bastante._ Pero creo que ya me he retrasado bastante para venir.

Mi esposa estaba deslumbrante, a pesar de parecer atormentada por los sucesos del pasado. Ella no había tenido la culpa, y estaba seguro de que lo sabía, pero a pesar de todo no podía dejar de pensar en lo terrible que debía ser tener esa moralidad obligándola a sentirse mal por lo que habíamos hecho juntos. Una emoción que yo nunca tendría que sentir.

_ Sé que no quieres que me vaya, Sygin. A pesar de todo._ Me acerqué a ella y la miré a los ojos. Esos ojos llenos de pureza, de amabilidad, de fidelidad. Sabía que ella jamás me traicionaría, que siempre sería honrada. Y por eso le dolía tanto pensar en la idea de que la había utilizado._ Lo que hice, lo hice porque no soportaba que los dos estuviésemos encerrados en aquella mazmorra. No soportaba verte convertida casi en una estatua por mi causa.

Aquello era cierto. Ella era la única que me importaba, a decir verdad. El resto del mundo podía arder y no me importaría, pero verla triste, me estaba afectando más de lo que quisiera admitir. Acerqué la mano a su rostro y lo acaricié lentamente.

Me imaginé que querría eso, estaba en su carácter, al igual que en el mío estaban las mentiras. Pero quería estar con ella, por ella había hecho muchas cosas, y además, aquí no estaba ninguno de mis objetivos. Ni mi hermano, ni mi padre, ni ningún otro dios nórdico. Las mentiras eran propias de mi carácter, innegablemente. Era lo que me había guiado durante mi vida, y si no fuese por ellas, no habría llegado a casarme con ella.

_ Si eso te hace feliz, Te lo prometo. Nunca quise utilizarte, eso tenlo por seguro._ Dije, tomándola por la cintura. Era una mujer dulce y amable, siempre lo había sido. Por eso me había enamorado de ella, porque sabía que ella sería la única que me trataría bien, que me querría, con el tiempo. Besé su mejilla y me apoyé en ella._ No tengo ningún motivo para planear ningún ardid en este mundo, ya tengo todo cuanto necesito.

Y me refería a ella, desde luego. La amaba más que a nada en el mundo, era la única por la que merecía la pena arriesgarlo todo, la única a la que querría con sinceridad, pues ella había ganado mi corazón. Mi engaño no había sido por puro egoísmo, simplemente me sentía incapaz de verme sin ella, porque la necesitaba, y sabía que ella ahora, al fin, me necesitaba a mí.

Era difícil no enternecerse al mirar a los ojos de Kris y ver la esperanza en ellos. Y esta vez no estaba errada. Ella se equivocaba con respecto a mis ambiciones. Pero eso no me importaba mientras acariciaba su rostro y la besaba en los labios. Yo lo que quería era tenerla conmigo, poder acariciarla después de que me lo hubiesen negado tantos años.

_ Yo quería demostrar que podía dirigir el Asgard mejor de lo que mi hermano lo haría jamás. Lo de dominar el mundo, siempre fue secundario._ Le dije, acariciando su espalda con un dedo, sin prisas. Era una mujer encantadora, y me gustaba mucho la sensación de tenerla conmigo._ Sólo te quiero a ti, que los mortales se queden con su mundo.

La estreché con más fuerza y besé sus labios cuidadosamente. Ella era la única diosa que realmente podría ganar mi corazón. La única que podía contar con que fuese sincero con mis palabras, pues la amaba más que a nada en el mundo.

Temo que Sigyn se había equivocado al pensar en los motivos que me habían llevado a hacer lo que había hecho tiempo atrás. No había sido, en un principio, la ambición. Tenía otros motivos que en su momento me parecieron más justos. Pero las cosas se habían torcido y mi misión se había terminado deformando. La miré a los ojos cuando me dijo la ocurrencia de que querría gobernar Storybrooke, aquello no entraba en mis planes.

_ No tengo nada en contra de la gestión que tiene la alcaldesa de esta ciudad. No tengo por qué quitarle el puesto._ Noté como se acercaba más a mí, y yo hice lo propio hasta que nuestros labios se unieron. Eran cálidos, vivos, únicos. No los había olvidado, y los extrañaba. La estreché con firmeza, manteniéndola cerca de mí, como si quisiese sentir cada centímetro de su piel._ Y yo a ti, Sygin. No te imaginas cuanto te quiero.

De modo que quería que buscase un modo de que buscase mi tiempo. Recorrí sus labios con mis dedos y la miré a los ojos. Había pasado mucho tiempo observándola desde una posición nada agradable, una posición dolorosa. Pero ahora que volvía a verla en pie, sin aquellas cadenas, no podía evitar fijarme en ella, en su cabello, en sus ojos, en cada centímetro de su bella anatomía, en la luz de su sonrisa.

_ A mí se me ocurren algunas ideas.

Siempre había que hacer cosas más importantes. Eso solía parecerme de lo más frustrante, pero la verdad es que lo entendía en esta ocasión. Supongo que siempre quedaban asuntos que poner en orden, que resolver, ya que la maldición había tocado muchas cosas que no debían haberse tocado. Y luego, estaban aquellas viejas heridas, que debían abrirse mucho más dolorosamente que antes.

_ Entiendo lo que quieres decir._ Dije, sin dejar de acariciar su melena. Sus labios me llamaban, pero decidí no dejarme llevar, porque si lo hacía, sería incapaz de detenerme. Por eso me contenté con abrazarla cariñosamente, con acariciar su rostro con el mío._ ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué necesitas por mi parte? Necesito verte sonreír.

Y era cierto. Durante veintiocho años, Almarik había notado que le faltaba algo. Le faltaba la sonrisa de su esposa, la mujer por la que lo hubiese dado todo sin dudarlo. Podía esforzarme y hacer un sacrificio por ella. Si bien, por ella sería la única por la que merecería la pena hacerlo, no lo intentaría por nadie más.