De aquí a ninguna parte [Hércules]

Despertó en medio de un lugar para ella desconocido. Esmeralda abrió los ojos molesta por la intensa luz del sol. Debía de ser mediodía.
Se incorporó lentamente, para asegurarse de que sus compañeros estaban junto a ella. Pero no. Estaba completamente sola. Tenía la ropa desgarrada y arañazos en la mayor parte de su cuerpo. Se sentía mareada y desorientada, y de repente le entraron una enormes ganas de vomitar. Sintió como una extraña fuerza doblaba su cuerpo hacia delante, haciéndola vomitar lo que parecía la comida de toda su vida.
Llamó a gritos a su amado Febo, y al joven y dulce Quasimodo, pero todo lo que alcanzó a oír fue el eco de su propia voz entre los árboles.
Caminó sin saber a dónde, dejándose guiar sólo por lo que parecían huellas de caballos. Seguía estando mareada, y andaba dando tumbos, sin quitarse de la cabeza que aquella hechicera no les había ayudado, sino guiado hacia una muerte segura.
Para cuando llegó al puente tenía los pies llenos de cortes sangrantes, y cada vez le quedaba menos tela en la falda, ya que la estaba usando para vendarse las heridas.
Con un sonoro golpe en la parte de atrás de su cabeza, Esmeralda cayó de rodillas en medio del puente. Unos encapuchados estaban reunidos alrededor de la joven gitana, gritándole.
-No llevo nada encima, lo juro. Ni una moneda. Por favor, no me hagáis daño
Los encapuchados la toquetearon hasta la obscenidad por todas partes en busca de algo que robarle, pero ella decía la verdad.
Cuando la dejaron, ella se sentía sucia y deshonrada, con la ropa más rota que antes, y con un enorme deseo de que aquello no hubiese ocurrido nunca.

Muchas veces me preguntaba como Ares se las apañaba para ser tan pesado. Habíamos acabado teniendo otro enfrentamiento físico y Zeus había tenido que intervenir otra vez. Más rayos sin venir a cuento. Era realmente agotador, en muchas ocasiones, el tener que lidiar con todos esos dioses cuya principal diversión era torturar a los seres humanos. Pero era eso lo que me había propuesto desde hacía ya mucho, y mis esfuerzos solían verse recompensados. Ver las caras de la gente feliz cuando les ayudaba era pago más que suficiente. Y hablando de problemas, me parecía que había una joven en apuros.

_ Hola chicos, ¿Os puedo ayudar en algo?_ Les saludó con una sonrisa, cuando estuvo frente a aquellos encapuchados. Como era de esperar, se le echaron encima todos a la vez, pero no le fue difícil rechazar el golpe y enviar a uno de ellos al otro lado del puente de un puñetazo. Los otros, avaros pero no estúpidos, no tardaron en desaparecer a esconderse_ Siempre ocurre lo mismo.

Sus ojos se dirigieron ahora a la joven que había sido víctima del robo. Su ropa estaba realmente desgarrada y dejaba poco a la imaginación, pero Hércules no era de esa clase de hombres. Se acercó para comprobar su estado. La vio agotada y herida, pero nada que no se arreglase con un poco de reposo y cuidado. Algo que por supuesto no iba a tener en un lugar como aquel. Una vez más estaba en ocasión de ayudar a alguien, y no era algo que fuese a dejar pasar.

_ Estos cortes no tienen buen aspecto. ¿Quieres que te lleve? No creo que debas seguir andando.

Una sensación de vacío la inundó. Las lágrimas le anegaron los ojos cuando pensó que jamás volvería a ver a Febo. Se dejó caer hasta quedar tumbada sobre la fría piedra del puente, dejando que sus lágrimas formasen un pequeño charco junto a su cara.
Escuchó pasos dirigirse hacia ella, pero decidió ignorarlos, suponiendo que se trataba de los ladrones que habían estado a un pelo de violarla.
Pero aquella persona que se acercó a ella desprendía una energía de amor y paz. Al levantar la cabeza vio al hombre más corpulento que había conocido. Pese a su apariencia violenta, tenía un aura de valor y Esmeralda vio en él lo que había visto en Febo la primera vez, la necesidad de ayudar a las personas.
Le habló con tranquilidad y amabilidad, y Esmeralda no dudó en tenderle su mano para que la ayudase a levantar. Sentía los pies tan doloridos que no pudo evitar caer de rodillas a los pies de aquel desconocido.
-Lo siento, lo siento mucho-dijo entre sollozos-¿Podría ayudarme a andar?

Hércules observó a la joven con verdadera preocupación. No podía permitir que siguiese andando por el bosque en semejante estado, pues aquello no podía acabar bien. Probablemente acabaría tirada en una cuneta y no la encontrarían jamás. Le pidió ayuda para andar, pero el decidió que era mejor que sus pies no tocasen el suelo más tiempo del necesario, y tenía bien claro cómo evitar eso.

_ Lo siento señorita, pero no puedo permitir que siga andando descalza por el bosque._ Sentenció sin dejar de sonreír, y la cargó el volandas con facilidad. Teniendo su fuerza, la joven pesaba para él lo que para alguien normal si estuviese hecha de papel en lugar de de carne y hueso. Ese era el modo más práctico de avanzar sin que ella se hiciese daño y él no la perdería de vista._ Por cierto. Olvidé presentarme. Soy Hércules. ¿Y tú eres?

Mucha gente le conocía allí de donde venía, pero por aquella zona no era así, por lo que resultaba mas fácil pasar desapercibido y se liberaba de esa aplastante fama que normalmente le acompañaba siempre. Él no era prepotente ni necesitaba ser admirado, sólo necesitaba saber que lo que hacía estaba bien, y eso era más que suficiente. Por el momento avanzaba con tranquilidad, esperando que los bandidos no decidiesen volver.

La sensación que la invadió cuando aquel enorme hombre la levantó fue la de ser tan ligera como una pluma. Cierto era que Esmeralda era menuda, pero nunca se había sentido así. Se dejó llevar en volandas en dirección a algún sitio que, evidentemente, ella no conocía. Pero sentía tanta vergüenza, que, aparte de sentirse vulnerable por el hecho de estar medio desnuda, no quería sentirse también una tonta si le preguntaba a aquel fortachón a donde la estaba llevando.
Tenía una voz cálida, tan cálida que la hacía sentir a salvo y fuerte. Hércules, ese era su nombre. Un bonito nombre, pensó Esmeralda.

-Esmeralda. Esmeralda de Châteaupers. ¿No habrás visto a mi esposo y mi amigo? Mi esposo es más pequeño que tú, tiene el cabello castaño casi rubio, y mi amigo es un joven especial. Está jorobado, y tiene el rostro deformado.
Hablar así de ellos hacía sentir a Esmeralda sola y desamparada. Pero tenía a aquel gran acompañante, Hércules, que parecía llevarla a una nube, dónde ella estaría a salvo y se curaría. Pero la herida que dejaría perder a Febo y Quasi no se curaría fácilmente. Debía encontrarlos. Curarlos si estaban heridos. Los necesitaba.

-¿A dónde vamos?

De modo que no se había perdido sola. ¿Podía algo ser fácil? A la vista estaba que no. Tendría que buscar a sus amigos, pero no podía dejarla sola y perdida allí mientras los buscaba. Si tuviese un compañero no tendría problemas como ese. Lo primero era lo primero, tenía que evitar que esa jovencita muriese desangrada en mitad del bosque y que alguna alimaña terminase comiéndose sus restos. La simple idea le aterraba.

_ No Esmeralda, no los he visto, tan sólo te encontré a ti y a esos amables encapuchados._ dijo, añadiendo un punto de ironía al final de la frase, porque los encapuchados evidentemente de amables no tenía nada. Aunque probablemente le hubiese costado más encontrar a la joven si no hubiesen estado por la zona._ A un lugar seguro, donde puedas reponerte mientras busco a tu esposo y a tu amigo. No es buena idea que me acompañes en este estado, los bandidos podrían volver.

Y estaba bastante seguro de que esa joven querría luchar, porque lo veía en sus ojos. Pero no estaba en condiciones de hacerlo. Antes de nada debía ocuparse de su seguridad, y luego buscaría a sus compañeros de viaje. ¿Los habrían separado los bandidos? ¿O acaso habría sido otra cosa?

No pensaba esconderse, si a eso se refería Hércules, pero el hombre que la llevaba en volandas tenía razón en que tenía que recuperarse, no estaba en condiciones ni físicas ni morales de perseguir una huella invisible que la llevase con los suyos.

Tenía idas y venidas de consciencia. Creía ver como cambiaba el paisaje, pero para cuando volvía a abrir los ojos se creía parada en el mismo sitio. Apenas sentía dolor, ni siquiera en sus maltrechos pies, pero sentía dolor en una parte de ella que no conocía. Una parte de ella que pertenecía a otra persona. Sentía un vacío donde tendría que haber estado su corazón, y parte de su alma seguía rezando para que los encontrasen.
Mientras dormía, se imaginaba a Febo en alguna parte sanando a Quasi con ayuda de las hadas, tal y como les había dicho la hechicera que se haría.
Sentía el brillo de la armadura de su esposo aún sin saber dónde estaba. Pero el resplandor no era soñado.
Escuchó que alguien la llamaba, pero no sabía si estaba realmente soñando y era el sol lo que la deslumbraba, o alguien con armadura la estaba llamando. Si hubiese sido por ella habría preferido la segunda opción, pero en aquel momento se dejó caer en un estado total de inconsciencia.

Hércules observó como la joven abandonaba la consciencia con el paso del tiempo. Intentó varias veces que volviese pero resultaba inútil. Aunque aquello no tenía porque ser malo. Quizás sería bueno que descansase un poco y eso la haría olvidar sus problemas mientras él buscaba a sus compañeros. Algo que estaba bien porque las heridas internas solían afectar a las externas de un modo en absoluto beneficioso.

Afortunadamente, llegó a un pequeño pueblo que se encontraba en las cercanías del bosque. Al ver a la joven que llevaba en brazos tardaron poco en intervenir en su ayuda. Hércules sólo se sonrió y la dejó en manos del médico, antes de volver a los bosques. Tenía que salvar a sus compañeros antes de que fuese tarde. Porque siempre existía un momento en el que se hacía tarde.

Hércules retornó a los bosques. Lo cierto es que no había rastro que seguir, pero eso no lo iba a detener. Su misión ahora era salvar a aquellos dos hombres a cualquier precio. Y eso era lo que pensaba hacer, puesto que nada ni nadie podía detener la determinación que tenía. El semidiós se adentraba en los bosques sin miedo, sin conocer el temor.

Terminado