Enredándose con Golfo (Bella French)

Si a la castaña le hubieran dicho, durante los años incalculables que había pasado encerrada en el sanatorio, que ella en realidad era la princesa de un reino mágico plagado de todo tipo de criaturas fantásticas, y que además su amor verdadero resultaba ser un duendecillo de extravagante piel dorada, probablemente le habría dicho al muchacho o muchacha en cuestión que debía haberse confundido con el argumento de algún cuento de hadas. No se podía imaginar cuán cerca estaba su vida de ser, efectivamente, la crónica de las aventuras y desventuras de una princesa que soñaba con ser una heroína.

Sin embargo, las heroicidades por el momento debían esperar. Bella ahora plenamente entregada a su trabajo en la biblioteca. Cualquiera que conociese a la castaña lo suficientemente bien sabía que aquel trabajo era el ideal para ella. Y por supuesto, ese cualquiera no podía ser otro que él.

Una sonrisa ladeada cruzaba el rostro de la castaña mientras iba de camino al edificio a medio reformar. No había nada en particular por lo que Bella estuviese feliz, y sin embargo, también estaba todo. En Storybrooke tenía todo lo que necesitaba. Pero como ya debéis saber, a este trovador no se le escapa una, los vientos empiezan a cambiar en el pueblecito de Maine, y muchos anuncian tormenta para la joven castaña.

Pero de momento, el viento en aquel momento era fresco y primaveral, y traía el olor a sal del puerto. Lejos todavía queda la brisa del peligro. A pesar de la hora temprana, las calles de Storybrooke se veían vivaces y animadas. Granny y Ruby abrían la cafetería, la comisaría de policía ya tenía las persianas subidas y los colegios tocaban el timbre llamando a los últimos alumnos más perezosos. La castaña iba andando por la Avenida principal con una caja en las manos. No tengo que aclarar qué contenía dicha caja, ¿no es así? Libros. Por supuesto. Montones de ellos. Tan concentrada iba la castaña en intentar no derrumbar ninguno de ellos que a penas se dio cuenta de cómo una masa gigante peluda se avalanzaba sobre ella, correteando por sus pies. La castaña mantuvo el equilibrio lo suficiente como para que los libros no cayeran. A los pocos minutos, un muchacho un poco más joven que ella, se adelantó para retener al animal.
-No te preocupes -respondió sonriente-No ha habido bajas importantes -rió la castaña. El muchacho en cuestión también parecía un tipo sonriente. Bella dejó la caja de libros a un lado y se inclinó para acariciar al perrillo entre las orejas-¿Qué tal, chico?

La vitalidad de aquel desconocido joven era contagiosa, tanto, que Bella se encontró sonriendo como una boba ante los comentarios del muchacho. Sí. Lo cierto es que no era la primera vez que su cabecita castaña, tan soñadora como lo había sido siempre, se había parado a meditar qué personajes poblaban las calles de Storybrooke. A Bella le gustaría conocer a todos y cada uno de ellos, escuchar sus historias, sus aventuras. Heroicidades. Siempre se reducía a eso. Bella era la princesa que soñaba con heroicidades.

-Nunca digas nunca. Después de todo lo que ha pasado en este pueblo, ver al señor Fogg por aquí campando a sus anchas sería lo más normal que podríamos encontrar -comentó riendo. Le hacía falta algo así, pensó. Después del encuentro con su padre Maurice -que no fue para nada como ella había imaginado mil veces en su cabeza- y, en especial, después de la riña que había tenido con Rumpelstilstkin, la mente de la castaña necesitaba algo... así. El encuentro fortuito con el muchacho había sido lo que necesitaba para que ese día empezase con buen pie.
-Por supuesto, siempre serás bienvenido a la biblioteca. Cuando se abra, claro. Todavía estoy ultimando detalles.

Fingió meditar divertida unos instantes la proposición del joven, alternando la mirada entre él y el sabueso.
-Mmm...Está bien. Trato hecho -le tendió la caja de libros al muchacho mientras ella cogía la correa del perro-¿A qué vas a ser un perro bueno y no me vas a llevar a rastras hasta la otra punta del pueblo? -acarició al animal entre las orejas, y este emitió un ladrido contento mientras movía la cola-¿Estás seguro de que no te importa? Quiero decir que... LLevo unos cuantos libros ahí y tampoco quiero distraerte de lo que tengas que hacer esta mañana. Por cierto, soy Bella -dijo, presentándose.