Aquí llega algo mágico {Lexie Greene}

"Se acerca algo grande"

Ese presentimiento había perseguido a Kristoff Iceman desde que se levantó aquella mañana. Era una sensación cuanto menos curiosa, a la que Kris intentaba no hacer demasiado caso porque no significaba nada. No, al menos, por ahora. Desde primera hora de la mañana, el pueblo parecía sumergido en un ajetreo sin igual. Storybrooke, normalmente siempre apacible, ahora estaba revuelto. Acababa de terminar su turno de voluntariado en el hospital, y sin duda, había sido el turno más agitado de su vida, pues Henry Mills, el hijo de la alcaldesa, se encontraba ahora mismo entre la vida y la muerte. Las enfermeras corrían de un lado para otro, el doctor Whale dando órdenes de que despejasen la zona como si se tratase de un jefe militar o algo por el estilo. Y al caso, la comparación venía muy bien, porque el hospital de Storybrooke parecía ahora un verdadero campo de batalla entre Regina Mills y la sheriff Swan. A Kristoff le hubiera gustado quedarse a echar una mano, pero a petición del mismo doctor Whale, acabó con su turno de voluntario antes de lo previsto. Si lo pensaba, era una cosa lógica, pues Kris no tenía ni de lejos los conocimientos necesarios para afrontar una situación así. Así que mejor dejar las cosas a los profesionales.

Nada más salir del hospital, llamó a Lexie. Estaba segura de que ella también habría escuchado algo de los rumores, pues ahora mismo todo el pueblo parecía saberlo, y ya habían sido tres o cuatro vecinos que lo conocían los que le habían preguntado si sabían algo del hijo de la alcaldesa. Kristoff poco o nada podía responderles, porque no tenía ni la más remota idea. Pero la cosa pintaba fea.

Habían quedado en la plaza del reloj, que era la parte más céntrica del pueblo. Y de nuevo, mientras esperaba a Lex, ese pensamiento volvió a arremeterle. "Se acerca algo grande". ¿Qué diablos quería decir aquéllo?

Aquella mañana, Lexie se sorprendió de, por primera vez desde que salía con Kristoff, despertar sola. No entendía qué había pasado, ni siquiera se había despedido de ella al marcharse. Se desperezó pensando en que tal vez estaría en el hospital, y con ese pensamiento en la cabeza, sin preocuparse por si había algún problema entre ellos.

Desayunó frente a la televisión, sin siquiera preguntarse donde andarían su madre y Shadow. Masticó los cereales casi de forma automática, hasta que sonó el teléfono. Estuvo a punto de atragantarse del susto.
Pero solo era Felicia.
-¡Alex! ¿Está Kristoff contigo?
-Ehm... no
¿Para qué querría su hermana saber si estaba allí su novio?
-Entonces andará en el hospital. Supongo que no lo sabes.
-¡¿Saber qué?!-gritó, temiendo por un momento por la vida de alguno de sus familiares.
-Henry, el hijo de la alcaldesa. Al parecer se muere.

Lexie sintió en aquel momento una punzada en el pecho. Conocía a Henry de toda la vida. Lo había visto crecer. Era un niño tan dulce. Recordó las veces que le había dicho que ella en realidad era una bailarina gitana de una historia sobre un jorobado y un caballero dorado, o algo así. Siempre le había tenido mucho aprecio. Y se moría.
No pudo hacer otra cosa que colgar el teléfono y tirar el resto del desayuno a la basura. Se había quedado sin hambre. Sentía algo tan malo y tan oscuro que la corroía por dentro que pensó que estaba a punto de echarse a llorar más fuerte que en toda su vida.
Tenía que verlo. Corrió a su habitación y se vistió con un simple pantalón vaquero, una camisola de colores y unas bailarinas, cogió su chaquetón negro y salió de su casa.
Pensó que pasear la calmaría, y en aquel momento sonó su móvil. Era Kristoff, había salido antes de su turno en el hospital y le pedía quedar en la plaza del reloj. Lexie no estaba del todo segura pero aceptó.

Casi como un fantasma apareció en la plaza del pueblo, donde, sin ganas, se sentó al lado de su novio. No pudo evitar que una solitaria lágrima rodase por su mejilla.
-¿Cómo está? Felicia me ha llamado para contármelo. Pobre Henry, si ayer estaba tan bien y ahora...

No le salían las palabras. Pero una extraña sensación la recorrió de arriba a abajo en un segundo.
-¿Qué ha sido eso? ¿Lo has notado?

Kristoff se arrebujó más en el abrigo. De repente, y sin saber por qué, un frío invernal lo había asaltado. No sabía si era la temperatura real el pueblo que de pronto había bajado unos grados, o era todavía por la sensación que le había dejado marcharse del hospital. Su novia no tardó en aparecer, y por el tono de su voz parecía preocupada. Su hermana ya la había puesto al corriente de lo que pasaba. Kristoff no sabía exactamente qué debía responder a esa pregunta. "¿Cómo está?". Muriéndose, claro. Agitó la cabeza y apartó el pensamiento. No era propio de Kristoff Iceman dejarse ganar por el pesimismo. Si por algo se caracterizaba el joven Iceman era porque nunca había permitido que tales pensamientos se adueñasen de él, así era como había logrado salir adelante y ser independiente, a pesar de su evidente handicap.

-Lo sé. Ha sido una cosa rara. El doctor Whale y las enfermeras hacen todo lo que pueden. Me hubiera gustado quedarme, pero no creo que hubiera hecho nada útil... -evitó contestar a la pregunta que Lexie le había formulado, porque estaba seguro de que ella ya se habría imaginado la respuesta-La alcaldesa y la sheriff también están ahí... No sé...

Kristoff calló unos antes las palabras de Lexie. Se quedó sin respiración por unos momentos, y cerró los ojos con fuerza. Algo parecido a un puñetazo, pero sin dolor, le atenazó el estómago. Y de pronto, sin más, un río de nombres, rostros y lugares en lo que Kristoff Iceman nunca había estado empezaron a vertirse en su cabeza.
"Pero Kai sí". Kai. Él era Kai. Kai del Norte. Elsa. La Reina de las Nieves. Y Gerda. Gerda, su amiga Gerda. La rubia Gerda. ¿Dónde estaba ella? ¿por qué no la había visto nunca en Storybrooke?

Se sintió mareado, y por poco cayó al suelo antes de conseguir recuperar el equilibrio.

Lo primero que vieron sus ojos cuando los abrió fue a ella. El rostro de Lexie. Era más bonita de lo que la había imaginado. Tenía los ojos claros y los labios carnosos. El cabello, tal como se lo había imaginado, era largo y ondulado, de un color castaño azabache. Con las manos casi temblorosas, le acarició el rostro, y sus ojos eran brillantes.
-Puedo ver, Lexie. Puedo verte -no sabía cómo reaccionar ante aquella situación. Se quitó las gafas de sol que siempre había considera como parte de él-Gracias a dios que ya no tendré que llevar esto tan horrible -bromeó, y rió, todavía confuso porque no entendía exactamente qué acababa de pasar.

Notó una especie de cosquilleo que le subía por las piernas, y se concentraba en su pecho. Y en un segundo, todo cambió.
Miles de momentos se agolpaban en su cabeza, intentando hacerle ver que tenía que creerlos, sentís una presión en el pecho a medida que iba recordando cosas de su pasado. Y se desmoronaba.
Notaba los adoquines fríos bajo los pies descalzos en pleno enero, recordaba las veces que la habían detenido por bailar en las calles de su amada ciudad sin permiso del Juez Frollo, tosió al recordar el humo cuando Frollo la acusó de bruja y la mandó a la hoguera...

Aquello era mucho para una persona sola, ya no sabía quien era, tenía dos vidas en su cabeza. Era la dulce Alexandra, hija de profesores, con una hermana mayor guapa y rubia. Pero al mismo tiempo era Esmeralda, la gitana huérfana que bailaba en las calles para ganarse la vida y que se había... ¿casado con el capitán Febo?

Las palabras de Kristoff la sacaron de sus pensamientos. Vio como se quitaba las gafas de sol y le decía que ya podía ver. Ella no sabía qué decir, ni si debía sonreír o no. Se quedó quieta, callada, sopesando el daño que le haría cuando supiese la verdad.

-Kris, ya me acuerdo. Ya me acuerdo de todo. Sigue siendo confuso pero, mi vida anterior fue bastante intensa. Mi nombre era, es, Esmeralda. Soy una gitana huérfana que se crió en las calles de París. Intentaron quemarme por bruja porque un hombre que me deseaba no podía soportar que estuviese enamorada de otro. Y con ese otro me casé. Estoy casada, Kris. Se llama Febo, y ahora lo sé. Es Matt Goldberg, el abogado, mi vecino. Ese es mi marido. No sé que hacer, yo, jamás pensé que algo así pudiese pasar. Yo, esto es muy difícil.

Notaba como las lágrimas calientes se agolpaban en sus ojos, pidiendo a gritos que las dejase salir. Pero ya había llorado lo suficiente delante de él, solo esperaba que aquella confesión no hiciese que la abandonara, porque no estaba por la labor de ir a suplicarle a su esposo que volviese a su lado, sabiendo que en realidad era a Kristoff a quien amaba, y esperaba que fuera recíproco.

Hasta cuando lloraba estaba hermosa. Ese era el pensamiento que a Kris -mejor dicho, Kai- le había asaltado aún a sabiendas de que no era lo correcto en esos momentos. Era demasiado para él, para ella. Para los dos. Kai acababa de recuperar la vista, y sus recuerdos con ella. De alguna manera, todavía sentía un nudo en el pecho al recordar a Gerda. ¿Dónde estaría ella?

"Está casada" Ese otro pensamiento lo atenazó haciéndose de que se olvidara de todo lo demás, al menos, por el momento. Las lágrimas caían por su rostro suaves y tersas. Un rostro que ahora podía ver. Sus vidas no se habían juntado nunca en el Mundo Mágico, pero sí aquí, en Storybrooke. De alguna manera, éso era algo que no debería haber pasado. De alguna manera, Esmeralda y Kai no deberían estar juntos. Pero era algo que había pasado, por cosas del Destino.

Intentó hablar, decir algo, lo que fuera. Pero las palabras se le atrancaban en la garganta.
-¿Lo quieres? ¿todavía lo quieres? -fue lo único que preguntó. Quería negarse a pensar que eso pudiese ser una posibilidad. Pero otra parte de él le decía que, si ella elegía al que era su marido, no podría oponerse a nada, porque, después de todo, lo suyo había sido una especie de error. "O un cruce de caminos"

Algo dentro de ella se estaba rompiendo, pero no para mal, sino para dejar paso a una persona nueva, a la mujer resultante de la valiente y pasional Esmeralda y la dulce y delicada Alexandra. En aquel instante, Alexandra Violet Greene y Esmeralda de Châteaupers dejaron de existir. Lexie sabía que debía sacar la fortaleza de dónde no la tenía, apoyarse en aquellos que la quisieron en su vida anterior y antes de que al romperse la Maldición todos recuperasen sus recuerdos. Fue por ello por lo que decidió que si quería tener una familia, sería con la gente que lo había sido en Storybrooke, y no huir a esconderse en los brazos del hombre al que antaño amó, pero con el que llevaba 28 años sin hablar.

Lexie miró fijamente a aquellos hermosos ojos que ya podían verla, y sujetando las manos de Kristoff, negó con la cabeza. Seguía amando a su capitán, era inevitable, pero jamás había sentido algo tan puro y tan real como aquella sensación de nerviosismo y felicidad que la inundaba cuando estaba cerca de Kristoff. No estaba segura al cien por cien de que pasar página de aquella manera fuese lo mejor para los tres, incluyendo a Febo/Matthew, pero de lo que sí estaba segura al ciento veintiséis por ciento era de que no le importaba su vida anterior tanto como la presente, y nada le importaba más que estar con Kristoff.

-Aún le quiero, pero eso no puedo negarlo ahora mismo, ya que estuve con él muchos años. Tengo que hablar con él, no pienses que lo que voy a hacer va a ser malo para ti, al contrario, solo quiero decirle que lo que siento por ti es más fuerte de lo que jamás sentí por él, que quiero estar contigo, y que aunque no lo acepte, he decidido continuar con la vida que tenía aquí, si Selena quiere volver a aceptarme como hija seré la mejor hija de toda. Y si tú estás seguro de que quieres seguir conmigo, yo jamás te abandonaré. Pero me gustaría saber una cosa, aquella chica de la que me hablaste en el pozo aquella vez, aquella de la que estabas tan enamorado, ¿existe?

Aquella era una duda que llevaba persiguiendo a Lexie desde que comenzase su relación con el antes ciego afinador de pianos. Cuando la había rechazado en el pozo la había dejado destrozada, tanto que estuvo semanas sin querer ni siquiera hablar con él. Pero cuando le dijo que lo que de verdad quería era estar con ella, Lexie no había podido quitarse de la cabeza aquellas palabras. Y si aquella chica de la que le hablaba de verdad existía, y quizá estuviese en Storybrooke, su relación con Kristoff podría peligrar hasta el punto en que se terminase.

Las palabras de Lexie fueron un bálsamo para él en aquellos momentos de locura transitoria. Debía respirar, debía centrarse. Todavía no podía hacerse a una idea de lo que estaba pasando, y estaba en una especie de limbo interdimensional entre lo que era Kristoff y lo que había sido Kai. El joven Iceman llevaba tanto tiempo siendo Kristoff que sentía que su otra parte de él no era él enteramente. Había tenido miedo de las primeras palabras que pudieran salir de la boca de Lexie. Había tenido miedo de que Esmeralda hubiese ganado la batalla, y quisiese volver con el que era su marido por ley -al menos, ley en sus tierras de origen-, en ese caso, ¿qué podía hacer él? Pero lo que escuchó de sus labios era otra cosa muy distinta. Casi, que al principio no imaginaba que pudiera creérselo. Lo estaba eligiendo a él

-Claro... Por supuesto, Lex. Es... ¡Uf! Es una situación difícil. Tómate el tiempo que necesites, ¿de acuerdo? No quiero presionarte. Es lo último que querría -notaba que todavía sus palabras le salían a trompicones. Tanta información de sopetón lo había abrumado. Necesitaba serenarse. Ni si quiera estaba ya seguro de cómo llamarla. ¿Esmeralda? ¿Lexie? Dios santo, si tampoco sabía cómo llamarse a sí mismo. Sus palabras eran sinceras. Él entendía y aceptaba la situación de Lex, pero algo en el fondo le hacía desconfiar de todo ello. No podía evitar sentirse receloso. ¿Qué pasaría cuando Lexie, Esmeralda, y Phebo se reencontrasen después de tanto tiempo? ¿cambiaría ella de opinión? Es más, ¿estaría su marido dispuesto a dejarla marchar así como así?

La pregunta de ella le pilló totalmente desprevenido, aunque imaginó que debería haberse esperado algo así. Gerda. De pronto, su mente dibujó la figura de una muchachita de no más de catorce años, rubia, pecosa, y con una vitalidad palpable en su sonrisa pícara y ladeada. Ésa era la imagen que tenía de ella. La última vez que la había visto, sólo tenían catorce años. ¿Cuánto tiempo había pasado entonces? ¿más de cuarenta años? Cuarenta años. Sólo de pensarlo se mareaba.

-Sí. Sí existe -hizo una pausa, no sabiendo qué más debía decir. No sabiendo cómo Lexie interpretaría esas palabras. No había olvidado la conversación que ambos tuvieron hace un tiempo en el Pozo de los Deseos-Se llama Gerda. O se llamaba. La verdad es que no sé... no sé que ha sido de ella. Después de que la Reina me llevase a su Palacio, no volví a saber nada más de ella -bajó la vista, fingiendo de pronto un interés inusitado por sus dedos. En verdad, se podía decir que, de no ser el momento y la situación que era, se habría quedado embobado por horas observando por primera vez en veintiocho años sus propias manos-Pero no quiero que pienses lo que no es, ¿de acuerdo? Gerda... Gerda no es más que... el pasado, después de todo -se encogió de hombros-Pero tengo que buscarla. Creo que le debo algo-dijo, aún a pesar de no entender bien qué significaban sus propias palabras.

En lo más profundo de su ser, Esmeralda se dio cuenta de que Kristoff tenía razón en cuánto lo que hacer con Gerda, igualmente ella le debía algo a Febo, más que una explicación, le debía la verdad. Después de 28 años esperando para poder volver a estar con él, una vez podía reunirse con su esposo en su corazón un sentimiento más poderoso que el anterior le decía que él ya no era para ella, que tenía que saberlo para así poder buscar a su verdadero amor, y que ambos pudiesen ser felices para siempre.

La duda le venía con el hecho de que no sabía que nombre usar a partir de aquel momento. Le gustaba Esmeralda, era el nombre que su madre gitana le había dado antes de morir, pero al mismo tiempo se sentía muy cómoda siendo Lexie, le gustaba que la llamasen así porque podría decirse que la parte más fuerte de su ser era la de quien había sido en Storybrooke, casi se había adueñado de ella por completo, dejando a Esmeralda como un mero recuerdo de cómo había sido su vida antes de la Maldición. Había sido feliz, sí, pero en aquellos momentos había encontrado su verdadero ser y su verdadero lugar, que era junto a Kristoff en Storybrooke.

-Te creo cuando dices que ella es sólo parte de tu pasado. Creo que yo también le debo una explicación a mi marido. Yo quiero estar contigo, pero él debe saberlo. Pero tengo miedo de lo que pueda pasar, sé que voy a decepcionarlo, pero eso realmente no me importa si al final podemos estar juntos.

Agarró la mano de Kristoff y la acarició con dulzura. Estaba realmente feliz de que pudiese verla ahora, nunca había pensado en cómo podría cambiar su relación si eso llegaba a pasar, y se estaba dando cuenta de que no se había percatado de cómo había reaccionado. Él había estado feliz por ver de nuevo, y ella no lo había tenido en cuenta.

-¿Cómo es ver de nuevo? Siento no haberte hecho caso cuando lo dijiste, pero es que tengo tantas cosas en la cabeza que he reaccionado como una tonta. ¿Cómo te sientes?

Se alegraba de que Lexie lo comprendiera. Se alegraba enormemente. Tener su apoyo en aquellos momentos, en esa situación, era algo que Kristoff no sólo pedía, si no que necesitaba. No quería fastidiar esto ahora. No después de lo que habían tenido que pasar -y lo que tendrían que pasar todavía, a juzgar por el curso de los acontecimientos-, y aunque Gerda seguía presente en sus pensamientos todavía, creía que ahora tenía las cosas más claras que nunca. La respuesta de Lexie había sido el impulso que necesitaba, el estímulo para borrar, definitivamente, toda clase de dudas. No era ignorante, sin embargo, a los sentimientos que había sentido por su amiga rubia hacía tantísimo tiempo. Pero aquéllos se habían disipado, congelado por el paso del tiempo. Había estado demasiado tiempo alejado de Gerda, ni si quiera sabía dónde se encontraba ahora. Podría haberlo dejado correr, pero Kristoff -o tal vez era el Kai que tenía dentro- no podía permitirse tal gesto. No era justo para la rubia, ni para él mismo.

-Gracias, Lexie. No sabes cuánto significa para mí que me apoyes en esto. Creo que después de todo esto, vamos a necesitar una sesión doble con el doctor Hopper -bromeó, y asintió a las palabras de la joven. Por supuesto que ella también debía hablar con Febo-Es lo mejor. Tenemos que dejar todo este asunto claro... Para todos -su voz sonaba más convincente. No tenía ni idea de por dónde empezar a buscar a su amiga, pero tal vez una visita a Regina Mills fuese un buen comienzo. O tal vez podría hablar con Elsa. Elsa-También tengo que hablar con Elsa... Ella fue la que me llevó hace mucho tiempo a su Palacio de Hielo, hechizado. Ella sabía todo lo que estaba pasando, todo este asunto de la Maldición, y colaboró con ello. No puede salir impune de lo que hizo -negaba con la cabeza mientras hablaba, poco a poco la rabia se hacía presa de sus palabras, algo totalmente impropio y fuera de lugar en el carácter de Kristoff. Tal vez sólo fuera presa del momento, pues en el fondo no se veía con fuerzas para ir a hablar con ella. Pero si conocía la Reina de las Nieves la mitad de bien que él pensaba, no tardaría ella en aparecer con alguna vulgar excusa.


No puedo por más que sonreír y alzar la vista al cielo cuando Lexie le hizo aquella pregunta. ¿Que cómo era ver de nuevo? Era una sensación rara. Él no había estado ciego de nacimiento, pero había pasado tanto tiempo en aquella oscuridad amnésica que se podría decir que... era algo raro. Mantenía ahora en su cabeza los recuerdos de los paisajes helados del Norte, pero los recuerdos que conservaba de Storybrooke eran negros.
-En cierta manera... Es como descubrir Storybrooke de nuevo, ¿sabes? Llevamos atrapados aquí tanto tiempo... Pero yo nunca he visto el pueblo hasta ahora. Los únicos recuerdos que guardo en mi mente son los de nuestra tierra, en el otro mundo -calló unos momentos para dirigir su vista a Lexie al lado suyo-Pero eres justo como me imaginaba, pequeñaja -dijo, mientras le daba un golpecito suave en la nariz a la bailarina-El pobre Jared se quedará sin chistes para sus monólogos -repuso divertido, acordándose de su compañero de piso que nunca había vacilado ni un momento en gastar alguna que otra bromita. Kristoff, de carácter usualmente amable, casi nunca les prestaba atención. Se preguntó cuál sería el alter ego de Jared ahora que todos recordaban, pues él y Kristoff se habían conocido en Storybrooke, al igual que Lexie y él.

A medida que iba pasando el tiempo y se iba acostumbrando a tener dos vidas dentro de su cabeza, Lexie comenzó a darse cuenta de que había dado demasiada importancia a algo que no la tenía. Se había preocupado en demasía por saber qué pensaba su marido de otro mundo, que podría llegar a pensar Febo cuando le dijese que había encontrado a alguien a quien sabía que pertenecía, alguien que le había entregado su corazón y al que ella le había entregado el suyo sin pararse a pensar en lo que los demás pudiesen pensar. Era algo sincero y puro, algo que ni el hecho de saber que había estado casada en otra vida iba a ser capaz de romper.
Su vida con Febo nunca había sido, ni de lejos, tan intensa como la que llevaba con Kristoff, y el hecho de verlo bromear sobre el asunto mirándola fijamente hacía que las pocas dudas que pudiese tener la antaño gitana se disipasen como si fuesen hojas en el viento.

Al oírle nombrar a Elsa estuvo a punto de preguntar quien era en su vida anterior a Storybrooke, pero se dio cuenta de que, en el fondo, ya lo sabía. Había, según sus recuerdos de Storybrooke, conocido a la señorita Norden muchos años atrás, cuando, siendo muy pequeña, sus padres habían visto para ella un futuro en el mundo del ballet. Tras la muerte de su padre no fue durante bastante tiempo a clases, pero la señorita Norden no dejaba de llamar para ver como se encontraba Lexie, que, cuando murió su padre, tenía 7 años.
Al recordar todo aquello, Lexie no pudo evitar pensar cómo la Maldición le había hecho entablar relaciones con gente que acabaría siendo un puente en su vida, ya que sin la señorita Norden jamás hubiese conocido a Kristoff.
Parecía que el hecho de recuperar la vista hubiese sido una recuperación del sentido del humor de Kristoff, ya que en todo lo que lo conocía no recordaba haberlo visto nunca tan ocurrente.

-Kris, tómate el tiempo que necesites para hablar con la señorita Norden. Supongo que tienes razón en lo de que no puede salir impune de haber ayudado a Regina, pero, tal vez habría que pensar que no lo hizo por sí misma, tal vez la coaccionase. He conocido a muchas personas malvadas en mi vida, te recuerdo que uno me quería quemar por bruja, pero creo que Elsa Norden nunca ha sido malvada. De todas formas, haz lo que debas si así arreglas lo que creas que esté mal. Y, sinceramente, creo que esa sesión doble con Archie no nos vendrá nada mal.

Lexie no era una persona dada a las bromas, tenía un sentido del humor bastante limitado, aunque, gracias a Kristoff, estaba descubriendo una faceta de sí misma que no sabía que tenía.

Ahora que tenía sus recuerdos de Kai, la idea de que Elsa Norden no fuese malvada le parecía absurda. Sin embargo, si lo pensaba detenidamente, nunca había llegado a conocer a la Reina de las Nieves. No del todo. Elsa era un muro de frialdad congelada. Lo había raptado. Se lo había llevado de su hogar, y lo había apartado de su familia. Y, todavía, Kai no podía recordar ningún momento en el que la Reina lo hubiese tratado mal. Ni en el Reino del Norte, ni tampoco en Storybrooke. De hecho, siempre le había parecido que mostraba un interés un tanto inusual por él. Pero no malinterpretemos las palabras. Kristoff siempre se había tomado aquel afecto inusitado como una respuesta, un acto reflejo, a su invidencia. O tal vez, el afecto y la dedicación que profesa una madre a un hijo. Sea como fuere, Lexie tenía razón en una cosa. Elsa Norden no era una persona malvada.

-Tienes razón, Lex -se masajeó la frente y cerró los ojos. Volver a la oscuridad lo sobresaltó un poco-Pero me gustaría solucionar las cosas cuanto antes -nunca le llegó a explicar por qué lo retuvo en ese Palacio helado -¡sin calefacción!- con qué derecho se había tomado la molestia de apoderarse así de la vida de un ser humano, como si fuese otro objeto o material más. A veces, las acciones de Elsa Norden lo desconcertaban.

-¿Y tu familia? ¿Sabes cómo están? Tu hermana, tu madre... ¿Crees que deberíamos hablar con ellos? E igual también deberíamos buscar a tu "otra" familia, ya sabes. La del Bosque Encantado... Y Jared, yo tengo que llamarle para ver si está bien o... Arg, creo que necesito una cerveza -pensar en todo aquello de pronto le hizo sentirse mareado. Tal vez sería mejor tomarse todo aquello con más calma.

Empezaba a notar como su cuerpo empezaba a entumecerse. Hacía frío, y llevaban demasiado tiempo sentados en el mismo sitio. Como pareja siempre habían sido dados a los paseos, pero le daba miedo que ya que ambos tenían recuerdos de sus vidas anteriores, las cosas empezasen a ser diferentes.
Lexie pudo notar como el semblante de Kristoff cambiaba mientras avanzaba la conversación. Al principio ambos tenían miedo, y él siempre había sido mucho más expresivo que ella, y por eso entendía que algo dentro de él le estaba haciendo sentir de no muy buenas formas.
Quería estar ahí para él, quería ser todo lo que él necesitase, y quería hacerle sentir querido. Entendía que el hecho de tener dudas era algo normal en una situación como aquella, pero Lexie había decidido mirar hacia adelante con lo que tenía y con los que tenía. Si para ello debía construir una nueva familia, así debía ser.

-No me había parado a pensar en mi familia. Sabes, no tuve una familia de verdad hasta que llegué aquí. Y ahora me doy cuenta de que mi padre jamás existió, es solo un recuerdo insertado en mi memoria por culpa de la Maldición. Y, aparte de mi... esposo, solo tengo una persona a la que pudiese considerar familia, y que sé que vive aquí, porque nos hemos visto. Mi mejor amigo creo que no llegó a Storybrooke, como muchos otros. No sé si murió o simplemente se quedó por ahí entre el Bosque Encantado y nosotros. Clopin, creo que aquí se llama André, no sé si querrá saber de mí, le abandoné para salvar a Quasimodo. Si yo estuviese en su situación no querría verme ni en pintura.

Entonces su mente se fijó en las tres personas que llevaban prácticamente toda la vida con ella: su madre, Selena; su hermana, Felicia; y su madrastra, Shadow. Quería saber de ellas, quería saber quienes eran antes de ser su familia. No quería perderlas, nunca antes había tenido una madre, y no estaba dispuesta a abandonar a Selena por nada del mundo. Además, quería crecer, quería envejecer, llevaba demasiado tiempo teniendo 19 años, tanto que para ella un solo año de su vida física habían sido 28 años encerrada en una vida que no le pertenecía.

Miró a Kristoff, y mientras esperaba que este le devolviese la mirada, cosa a la que aún no se había acostumbrado; se le pasó una idea por la cabeza, y creyó que él debía saberla.

-Será mejor que caminemos un poco, si te apetece tanto una cerveza podríamos ir a Granny's. Kris, voy a hablar con el Sr. Gold, quiero que me ayude a saber si ahora necesito pedir el divorcio de Febo, digo, Matthew. Cuando la gente habla de amor verdadero yo antes pensaba en él, pero me he dado cuenta de que, si en realidad hubiese sido mi amor verdadero, no me habría enamorado de ti. Tú eres mi amor verdadero, y haré todo lo que esté en mi mano para conseguir que nada ni nadie se interponga.

Se daba cuenta, a medida que Lexie iba hablando, que la Maldición no sólo había quitado; también había dado. Gracias a aquellos recuerdos ficticios, a aquella vida inventada, Kristoff había conocido a Lexie. ¿Se hubieran llegado a topar de no haber acabado todos en aquel pueblecito llamado Storybrooke, donde nada era lo que parecía ser? Kristoff no tenía una respuesta para eso, y pensarlo le mareaba. Era lo que muchos llamaban efecto mariposa. La Maldición le había arrebatado a su amiga Gerda, a sus padres e incluso su nombre. Pero a cambio, le había dado a Lex, así como a Jared. A Lexie también le había dado a su familia. ¿No hacía eso que, de alguna forma, los veintiocho años que habían pasado hechizados se viesen recompensados de alguna manera? 

-Supongo que... De alguna manera tenemos que estar agradecidos a la Maldición. Tampoco nos hubiéramos encontrado de no ser por ello -esbozó una sonrisa. La escuchó hablar de un amigo que dejó atrás en el Bosque Encantado. Kristoff se vio sorprendido al pensar que todos los que estaban en Storybrooke también habían perdido algo al llegar a esta Tierra sin Magia, que él no era el único. Las palabras de Lex -se quedó entre el Bosque Encantado y nosotros- fueron como un rayo de luz a sus turbulentos pensamientos-¿Crees que es posible? Me refiero, ¿crees que es posible que todavía quede... algo de nuestro hogar?

Si se ponía a pensar, Kristoff llevaba lejos de casa desde hacía mucho, mucho tiempo. Había sido arrancando del seno de sus padres casi a la fuerza, alejándolo de la aldea que lo vio nacer. Prácticamente creció en las tierras del Norte, en el castillo congelado de Elsa. Posiblemente lo hubieran dado muerto hacía tiempo. Recordó el rostro de su madre, de piel clara y ojos azules, siempre con las mejillas cortadas por culpa del frío. Su padre, el leñador, de brazos fuertes y espesas cejas negras. Bajo todo aquel aspecto de terrible hombre del norte se escondía una personalidad cálida y afectiva.

Se puso en pie, notando sus articulaciones algo entumecidas. ¿Cuánto tiempo llevaban conversando en el banco de la Plaza del Reloj? Tomó la mano de Lexie y se quedó observándola durante unos instantes, grabándose en la memoria su forma y claridad, como si temiese que de un día para otro fuera a perder la vista otra vez. 
-El señor Gold. Si alguien puede ayudarnos con nuestra situación, sin duda es él -comentó, aunque su rostro se ensombreció un tanto-Pero tenemos que tener cuidado. Nada es gratis con ese hombre. 

Lexie habló de amor verdadero. En lo que a Kristoff respectaba, nunca había creído mucho en eso. Ni en su vida en el Bosque Mágico, ni en Storybrooke. Sin embargo, los últimos acontecimientos le habían obligado a ver todo desde una perspectiva diferente. 
-Nadie puede interponerse entre el amor verdadero, ¿no ha leído los cuentos, señorita Greene? -rió, y en un acto espontáneo, sostuvo la barbilla de la joven con sus dedos y depositó un beso en los labios suaves de ella-Vayámos a por esa cerveza. Creo que nos hará falta algo de alcohol para asimilar todo esto.