Y vivir, y luchar, y sentir, y soñar {Aurora T. Morris}

A Bella no le gustaba estar encerrada. Le recordaba demasiado al tiempo que había pasado entre las cuatro paredes del psiquiátrico. Y no era pues extraño que, un espíritu libre como el suyo que se había pasado media vida -sus dos vidas-encerrada, quisiera ahora... no, necesitase ahora sentir el viento en el rostro, la calidez del Sol en su piel. Respirar el aroma de la vida. La nueva vida que se abría ante ella. Su salida del psiquiátrico era una segunda oportunidad para ella, un renacer que llevaba esperando desde... desde, bueno, siempre. Bella no tenía recuerdos de nada. Ni si quiera sabía por qué había estado tanto tiempo entre aquellas paredes frías del hospital. Su familia era un misterio para ella. Su mente andaba en blanco. Pero Bella procuraba no pensar demasiado en ello, porque cuando lo hacía sentía que se mareaba.

El señor Gold estaba siendo un gran apoyo para la castaña, aún a pesar de su casi enfermiza sobreprotección para con ella. Bella intentaba seguir sus instrucciones todo lo que podía. Pero lo que el señor Gold no sabía es que a un espíritu como el de la castaña no se le puede mantener atado por mucho tiempo. O puede que sí lo supiera, después de todo, ¿quién conoce mejor a la Bella que la Bestia?

Aquel día un Sol radiante iluminaba Storybrooke. El señor Gold había salido, como siempre, a lo que él llamaba "hacer gestiones". A la castaña no le extrañaba, porque el señor Gold era un hombre ocupado con un negocio que mantener. Eran muchas las mañanas que despertaba sola en aquella gigantesca mansión. Mañanas que aprovechaba para hacer cualquier cosa, desde leer hasta indagar un poco por la casa, con esa curiosidad malsana que tanto la había caracterizado en un pasado. Un pasado que quedaba muy, muy lejano.

Decidió salir al jardín. El primer día que llegó a la casa, el jardín estaba un tanto descuidado y abandonado. Las malas hierbas crecían y trepaban como serpientes por los muros exteriores de la mansión. La castaña se empezó a hacer cargo de él hasta el punto de que el jardín se había convertido en su santuario en aquella nueva vida. Bella lo había cuidado y arreglado, y había plantado nuevas semillas para que crecieran sanas y fuertes.

Bella se acercó al rosal. Ésa era su planta preferida, la que más cuidaba y amaba. Era extraño cómo una persona podía estar tan ligada a algo tan... tan sencillo, obvio y común como un rosal. Pero para Bella, que había estado encerrada durante 28 años, aquella planta se le antojaba lo más puro, perfecto e inocente del mundo.

Empezó a podar el rosal antes de que las rosas se marchitasen. Aquello la relajaba, le ayudaba a olvidar los gélidos y sobrios muros del hospital. Mientras se concentraba en la tarea, Bella empezó a murmurar una canción de cuna que no había escuchado jamás, y pensaba en lo bonitas que quedarían las rosas decorando el interior de la casa del señor Gold.

La suave voz de Bella fue acompañada por el gorjeo de un pájaro, que, algo despistado, se había posado sobre una de las ramas del rosal. La castaña interrumpió su canto para hablar con el animalillo, algo a lo que se había acostumbrado en el hospital. Y no es que allí hubiera demasiados animales con los que entablar conversación. Pero a veces, la castaña dejaba un poco de comida sobre la claraboya de su celda, con la esperanza de que alguno de sus amigos alados se acercase. Ellos le hacían algo de compañía, y, por extraño que parezca, aquello la ayudaba a mantenerse más cuerda, aunque eso cambiase a juicio de los enfermeros y doctores.

-Hola, amiguito. Hace un día espléndido hoy, ¿no te parece? -dijo con voz ligera. La castaña acercó su dedo al animal alado, pero el pájarillo salió volando. Bella, lejos de molestarse por aquello, lo envidió. Los pájaros eran animales libres, independientes, autónomos. Cuando batían las alas, nadie podía atraparlos, ni encerrarlos.

Pero no sólo la compañía de aquel pájarillo recibiría hoy la castaña.

La joven seguía con su labor, concentrada en cortar todos los malos esquejes, retiraba los pétalos caídos, y echaba más abono a la tierra para que el rosal -su rosal-creciera fuerte y sano. Bella cortó un par de rosas, las más bonitas y rojas que vio. Decidió que las pondría en el salón, que normalmente siempre estaba oscuro, para darle más vida a la casa del señor Gold.

Y entonces, la visita de la que os hablaba antes llegó. La voz melodiosa y simpática de una joven hizo que Bella se girase en su dirección. Se trataba de una muchacha, no mucho mayor que ella, también con un pelo castaño claro muy bonito. Bella supuso que se trataría de una vecina. La calle del señor Gold era una calle de casas residenciales. En realidad, era un barrio bastante tranquilo y acogedor. Y a Bella le hubiera gustado conocer un poco a los demás vecinos, aunque Gold ya le había dicho muchas veces que no era lo más conveniente. Sin embargo, en aquella ocasión había sido la muchacha la que se había acercado a ella, y no formaba parte del carácter de la princesa ignorar un saludo amistoso.

-Buenos días -contestó Bella, poniéndose de pie y sacudiéndose un poco la tierra-Encantada Aurora. Yo soy Isabella. Aunque puedes llamarme Bella si lo prefieres -le tendió la mano a la otra joven, correspondiendo a su saludo, pero se dio cuenta de que llevaba las manos enguantadas para no manchárselas con la tierra del rosal-Ah, perdona. Es que estaba arreglando un poco las plantas -emitió una risa cristalina, mientras se quitaba los guantes y, esta vez sí, tomó la mano de la muchacha-Aaah... Sí, soy nueva. El señor Gold me ha dejado amablemente que me quede unos días en su casa. Él es amigo de mi padre -por regla general, a Bella no le gustaba mentir. Pero era consciente de que el señor Gold llevaba razón cuando le dijo que lo más seguro era ser lo más disimulada posible para que nada llegase a oídos de Regina-Y tú, ¿vives por aquí cerca?