{Una noche muy especial} - {James}

Después de la ceremonia Ariadne me presionó para que me fuese a comer algo. Probablemente me tendría algo reservado, pero no me aventuré a pensar en qué podría ser. A pesar de todo me decidí por una cena ligera a pesar de que estaba hambriento porque estaba esperando que la noche terminase de una manera concreta, a fin de cuentas era nuestra noche de bodas y esperaba que lo que llevaba esperando durante tanto tiempo sucediese por fin.

Comencé a subir las escaleras, sin prisa, pero asegurándome de que se me oyese, por si tenía algo a medias para que cerrase la puerta. Pero parecía estarlo, pues en cuando abrió se echó sobre mí. Le acaricié la espalda y noté el fino tejido que llevaba, de hecho, podía intuir todos los contornos de su piel bajo la ropa, si es que a eso podía llamársele ropa.

_ Madre mía... estás... estás... grrr..._ No había palabra para describirlo, y un gruñido podría cumplir perfectamente esa función. Lo cierto es que no me imaginé que Ariadne se fuese a vestir así jamás. Era una agradable sorpresa a decir verdad. Casi me daba pena mi intención de quitárselo. Iba a tener que esmerarme para no destrozarlo y que lo pudiese reutilizar._ Si esperabas sorprenderme puedo decir que lo has conseguido.

Ariadne se estaba esforzando mucho por mí, eso podía sentirlo. No quería presionarla, así que me lo tomaría con calma, con toda lo humanamente posible porque nada más verla así vestida lo cierto es que había empezado a notar como una parte de mí clamaba por hacerse notar. La seguí con calma, sin dejar de lanzarle alguna que otra mirada furtiva de arriba a abajo como si todavía no me creyese lo que mis ojos veían. Correspondí sus besos, y cuando ella me dijo que me amaba, yo no pude evitar sonreír como un idiota. Era imposible que no produjese ese efecto en mí dadas las circunstancias.

_ Y yo a ti... Confieso que me hubiese encantado verte así, aunque entonces no habría podido concentrarme en lo más importante. Y no sé si hubiera tenido fuerza de voluntad como para esperar a derrotar al mago para intimar contigo._ Dije, medio en broma medio en serio. La seguí cuando me llevó a la mesa de las fresas con chocolate y me senté delante de ella._ ¿Quién sería capaz de rechazar una oferta como esta echa por la mujer más guapa del mundo?

Cogí la primera fresa y me llevé a la boca. Ahora la miraba a los ojos. Estaba claro que ella deseaba que esta fuese una noche mágica, y yo no se lo iba a negar. Había esperado muchos años, y unos minutos más no me importaban. Mucho menos cuando a mí también me importaba mucho que aquella noche fuese especial y memorable para ambos. Algo que pudiésemos recordar con dulzura durante toda nuestra vida.

Probablemente tuviese razón. No habría sido realmente capaz de fijarme en lo valiosa que era si la hubiese tenido desde un inicio. No habría alcanzado a ver lo maravillosa que era y eso no habría tenido perdón. Mirarla ahora, ver lo que estaba haciendo por mí, me hacía darme cuenta de lo mucho que había perdido cuando no buscaba verdaderas relaciones. La pasión era agradable, confortable. Pero en nada podía compararse al verdadero amor, a esa calidez que se siente cuando estás con la persona que realmente te completa y que sabe lo que necesitas. Odette era esa persona, salvo cuando me llamaba Sigfrido, por supuesto.

_ Habría jurado que llegados a este punto los elogios estaban de más... aunque quizá me equivoque._ La reté, sonriendo. Estaba claro que ambos sabíamos lo mucho que significábamos para el otro, pero siempre era agradable escucharlo, verlo confirmado. Nada alegraba más un día que oír de los labios de la persona que quieres aquellas dos sencillas palabras. "Te quiero". Cada vez que Ariadne las decía sentía como si el sol brillase más, como si la vida tuviese más sentido. Y aunque estaba bastante tranquilo con sus juegos, con esa picardía un tanto impropia de ella que estaba mostrando, sus últimas palabras no me pasaron desapercibidas. La acerqué a mí y la miré a los ojos._ Debes saber que no hay absolutamente nada que pueda pasar, o que puedas hacer, que pueda hacer que yo te odie.

Era sincero. Conocía bien a Ariadne. Su corazón era puro, su mente estaba limpia. Ninguna idea que pudiese concebir, ningún deseo de su corazón, podía ser oscuro. Y por ello sabía que jamás me haría daño, que estaríamos juntos pasara lo que pasara. La rodeé con los brazos, con cuidado, y la besé con calma. Sus labios tenían un sabor dulce debido al chocolate y a las fresas. Debíamos ir con calma por mucho que mi cuerpo me estuviese gritando que acabase de una vez con aquello años sin compañía femenina. Con todo, estaba teniendo bastante autocontrol para lo que cualquier esperaría de mí.