I want to hear the souns of crikets {Archie Hopper/Pepito grillo}-cerrado.

Otro día más. Otra aldea más. Jiminy había crecido entre pueblos, carretas, marionetas y mentiras. Errante durante casi toda su vida, su ingenio se había agudizado (más por necesidad que por otra cosa) a base de robar y timar a los pobres pueblerinos que pasaban por sus manos, o por las de sus padres, mejor dicho. Jiminy estaba harto de aquella situación. Sus padres no eran buenos, él lo sabía pero... eran sus padres. ¿Cómo podría odiarlos? ¿qué clase de hijo sería si lo hiciera?

Era algo tarde y la función ya había acabado, los niños se iban a sus casas felices para cenar algo, mientras que las bolsas de sus padres eran desvalijadas por los suyos propios sin que apenas se diesen cuenta. Jiminy conocía la situación, pero no hacía nada por evitarlo. ¿Era eso incluso peor que el mismo acto en sí? Suspiró. Lo único que podía darle algo de alegría a su vida eran ellas; las marionetas. A Jiminy le encantaban las marionetas, le gustaba pintarlas y tallarlas, tenía un efecto mágico sobre él, y hacía que se relajara muy fácilmente. Y después... después le entusiasmaba hacerlas crear vida. Imaginarse cómo se movían, cómo hablaban, cómo eran sus voces... Y también le gustaba las sonrisas de su público. Detrás de las marionetas, Jiminy era feliz. Pero esa felicidad siempre se acababa por culpa de ellos.

Justo cuando Jiminy empezaba a desmontar y guardar las marionetas después de la función de aquella noche, un niño se acercó con los ojos abiertos como platos. Pero Jiminy a penas le hizo caso, mientras recogía todo con rapidez. Cuanto salieran de aquella aldea, mejor para los ciudadanos de ésta.
Sin embargo, el niño siguió insistiendo, y le dirigió una mirada confusa. "¿No te gusta?". Jiminy se quedó observando una de las marionetas que iba a meter en uno de los baúles.
-Sí. Claro que me gustan -comentó. ¿A quién no le gustaba las marionetas?-Tú... no estabas en la función, ¿verdad? -comentó. Jiminy tenía buena vista y habilidad para quedarse rápidamente con las caras de la gente y de su público, y aquel niño no le sonaba de nada.

Escuchar a los grillos. A Jiminy también le gustaba escuchar a los grillos porque le ayudaba a olvidar por unos momentos quién era y por qué estaba ahí. Cuando sus padres no estaban ahí con sus comentarios insidiosos, Jiminy también acudía a escuchar el canto de los grillos, mientras tallaba alguna marioneta.
-Deberías tener cuidado. Creo que va a llover, seguro que los grillos ya se han escondido -en realidad, no era eso lo que quería decir. Le hubiera gustado advertir al niño de que sus padres podían estar por ahí rondando, y que si lo veían con algún objeto de valor, no dudarían en actuar, aunque se tratase sólo de un niño.

Sin embargo, también era cierto que el cielo estaba medio nublado y grisáceo. Había una extraña humedad en el ambiente, y era muy probable que lloviese después de todo. Jiminy ya casi había terminado de meter todas las marionetas en su baúles cuando, para su sorpresa, el niño le ofreció su paragüas. Jiminy lo miró extrañado, no es que estuviese demasiado acostumbrado a esas acciones altruístas. Para él, según lo que le habían educado, cada cual debía velar por sus propios intereses. Dejar el paragüas a un desconocido puede que no fuese una acción demasiado importante a simple vista, pero lo era para Jiminy.
-Pero si me lo das, te mojarás... -respondió sin entender-Y seguro que a tus padres no les gustará que cojas una pulmonía por entregar tu paragüas a un desconocido.

El niño le tendió el paragüas y se marchó. Jiminy se quedó allí, un rato más parado con cara de bobo. No estaba acostumbrado a tales tipos de gestos. Para él, toda persona siempre tenía un precio; nadie da nada gratis, mucho menos regalarlo. Éso era lo que le habían enseñado sus padres durante toda su vida. Y él al principio no lo había creído así. "No es posible que haya gente tan egoísta en el mundo", porque si era cierto, entonces... ¿qué le esperaba a él? ¿qué sentido tenía todo? Pero el tiempo pasaba, sus padres actuaban como un veneno para su corazón, y dejó de creer en todos y en todo. Hasta ahora. Era extraño que un gesto tan sencillo y estúpido como el que había tenido aquel crío con él fuese capaz de despertar tantas emociones en Jiminy.

Sus padres volvieron entonces. Con aquel malhumor tan característico de ellos.
-Hijo, acércate. Tenemos trabajo que hacer -Jiminy quiso decirle que no, espetarle en la cara todo lo que pensaba de ellos y de su forma de vida, a la que él había sido arrastrado. Pero... no encontró el valor suficiente-Escucha, Jiminy. Aquí tienes un botecito con agua normal y corriente, tu madre y yo acabamos de llenarlo con agua de lluvia. Véndelo a cualquier pobre diablo, dile que es Tónico Élfico y que los librará de la Peste.
Jiminy clavó la vista en su padre.
-No. No pienso hacer eso. No quiero hacer eso.
-¡Escucha! -su padre lo cogió por el cuello y lo zarandeó, como si fuera una de sus marionetas-¿Después de todo lo que te hemos dado? ¿después de intentar que vivieses una vida sin que te faltase lo necesario? ¡Mira lo que estamos haciendo! ¡Es por tí! ¡Sólo por tí! ¿Acaso eres un cobarde, eh?

Jiminy cogió el botecito. Lo cogió sólo para acallar los gritos de su padre. No podía soportarlo más. Después de comer un poco, los tres se pusieron en marcha. LLegaron a una casa que estaba justo en la ladera del sendero. LLamaron un par de veces a la puerta hasta que una mujer de unos 30 y pocos años les abrió. Jiminy estuvo casi todo el tiempo callado, dejando hablar a sus padres. En su bolsillo, los dos botecitos tintineaban. "¿Dos?", os estaréis preguntando. Sí, dos. Uno de ellos era el que le había entregado el hechicero Rumpeltilstskin hacía unos días. Jiminy no estaba seguro de si debía confiar en él o no. Pero, ¿qué otra opción le quedaba? La situación en la que se encontraba le resultaba insostenible.
-... se lo cambiaré por el colgante de oro que lleva su señora esposa, ¿le parece bien? Le advierto que no encontrará un tónico mejor por estos lares. Los demás son todo falsificaciones... -su padre estaba mintiendo. Estaba mintiendo, él lo sabía y aún así no hacía nada. Nada. "¿Vas a permitirlo? ¿vas a dejarlo?..."-Jiminy, hijo, trae el tónico -murmuró su padre con una sonrisa desdentada.


Una hora y media más tarde, Jiminy y sus padres volvieron al campamento donde estaba su carreta. Jiminy estaba enojado, profundamente enojado. Con sus padres, con el mundo, pero especialmente con él mismo. "Eres un estúpido cobarde", se dijo.
-Menudo negocio hemos hecho hoy -oyó a su padre cantando triunfal. Aquello crispó los nervios de Jiminy.
-¡Estoy harto! ¡Estoy cansando! ¡Estoy cansando de vuestras mentiras! Eso no ha estado bien. No ha estado bien -en un momento de furia contenida, Archie sacó el bote que Rumpeltilstskin le dio, y se lo arrojó en la cara a su padre. Los segundos posteriores fueron los más largos para Jiminy, y sentía como la respiración se aceleraba. Pero no pasó nada. Su padre estalló en carcajadas. "¿Qué te crees que haces? Es sólo agua de lluvia. ¡Agua de lluvia!"

"No puede ser" Jiminy se quedó unos momentos en estado de shock, sin poder reaccionar, hasta que comprendió. Y salió corriendo en dirección a la casa de la ladera del sendero.

Había corrido todo lo que sus piernas le dejaban hasta que llegó a la casa de la ladera del bosque. Ya era demasiado tarde, y Jiminy lo sabía. Pero aún así, tenía la necesidad de verlo con sus propios ojos. Lo que él había causado. Podéis decir que había sido un error, podéis decir que él no tenía ninguna mala intención, podéis decir que todo fue culpa de sus padres. Pero en parte, sería una mentira. Porque Jiminy pudo haber impedido la situación, como pudo haber impedido otras muchas más. Pero era demasiado cobarde.

En el claro solo había un niño, cargado con un cubo. Tardó unos instantes en reconocer a ese niño como el mismo que le había entregado el paragüas hacía unas horas. El Destino... El Destino debía ser una cosa muy cruel. "No es el Destino. Es una lección" Jiminy se acercó al niño, del cual tampoco sabía su nombre. No sabía exactamente qué decir. Qué debía decir.
-Yo... lo siento -fue lo único que se escapó de sus labios.

La expresión de aquel niño lo decía todo; impotencia, tristeza, pena, desconsuelo, soledad. Aquella mirada cargada de toda aquella marea de sentimientos fue suficiente para que a Jiminy se le rompiese el corazón. Él había hecho eso. Él era el responsable. ¡Qué idiota, qué imbécil, qué inepto había sido! Y de nada serviría ahora culpar a otros. No, ni sus padres tenían ahora la culpa. Había sido su propio error, un error fatal que, como todos los errores, lo pagaba la persona más inocente de los que allí habían.

Por un momento, Jiminy se quedó paralizado, sin saber qué hacer. ¿Debía acercarse? ¿debía huir de ahí? ¿debía quedarse parada para siempre, estancado para siempre en aquella casa en la ladera del bosque? Jiminy pudo escuchar la voz del niño, que estaba cargada de pena, rabia e impotencia. "¿Qué les has hecho?". ¿Qué les había hecho? Jiminy se encontró tartamudeando y diciendo cosas sin ningún sentido. Bajó la vista para evitar que se le nublase.
-Lo siento -volvió a repetir. Y luego salió corriendo.

Corrió y corrió. Corrió tanto que pensó que jamás podría parar. Pero lo hizo. Alzó la vista al cielo. Era el cielo estrellado más bonito que Jiminy había visto nunca. Y la luna... la luna brillaba. Brillaba con su majestuosidad habitual porque no era consciente de las miserias de los que vivían allí abajo. En ese momento, Jiminy pidió un deseo. Y un hada azul apareció de la nada.
-Lo siento, Jiminy. Pero tu deseo no es posible. Lo que está hecho, está hecho. Y no se puede devolver su antigua forma.
-Daría... daría lo que fuera por arreglarlo.
-Todavía puedes. Puedes hacer lo correcto, y cuidar del niño -Jiminy miró al hada. Y lo que escapó de sus labios le sorprendió hasta a él mismo.
-Entonces, conviérteme en un grillo para poder cuidar de él.

Jiminy Cricket por fin era libre.