De nuevo bajo mis faldas. (Ava Zimmer) (Flashback)

Aún me costaba creer que lo hubiese conseguido. Los había recuperado a los dos, pues de no haber venido conmigo habrían tenido que separarse. Era una estrategia un poco vil, pero me había asegurado el tenerlos para mí. A fin de cuentas en este mundo era gracias a mí a lo que podían estar juntos, y eso tendrían que agradecérmelo. Las circunstancias eran distintas, pues aquí sus padres no los quería, pero yo sí que seguía queriéndolos. Observé como el chico que en su día llamé Hansel subía por las escaleras directamente a ver su nueva habitación, y tuve una extraña sensación de dejavú. Ava no, ella parecía aún estar escrutándome con la mirada, y de nuevo tuve aquella sensación. Me acerqué a ella, le sonreí y le di un abrazo.

_ ¿Qué te inquieta Ava? Aún no te fías de mí. ¿Verdad?_ le dije, mientras la rodeaba con mis brazos como antaño. Su olor era el mismo, su tacto, la sensación que daba su cabello. Mi corazón se aceleró. Cuanto amaba a aquella niña, que hacía que volviesen a aflorar sentimientos que nunca habían desaparecido, que tan sólo estaban ocultos bajo mi capa de hielo._ No temas, no soy como crees, pronto lo verás.

Besé su frente, algo que había extrañado desde hace mucho tiempo, y le cogí la mano, quería enseñarle el lugar, que no era como mi antiguo palacio pero sí que era enorme. Esta vez lo haría bien, no habría mentiras excepto las que estuviesen relacionadas con la maldición, y me portaría muy bien con ella. Sólo espera que Henry no le llenase la cabeza, tenía que asegurarme de ello.

La miraba fijamente, con puro odio en mis ojos. No podía creer que nos estuvieramos yendo a vivir con la alcaldesa, nada más y nada menos. Y todo, con tal de no separarnos. Aunque ya no sabía qué sería peor. Esta casa era obviamente muchísimo mejor que nuestro sótano, y tendríamos comida sin robarla, y una vida decente... Pero yo no quería todo esto.
Nicholas, por el contrario, estaba encantadísimo, como no. Nada más llegar a la enorme casa y en cuanto la alcaldesa nos indicó donde estarían nuestros dormitorios, él se fue corriendo ante mi mirada de incredulidad. Por su parte, la señora Mills le miraba como si ya supiera lo que iba a hacer. ¿Tan previsible era mi hermano? Bueno, yo no me rendiría tan fácilmente a sus pies.
De repente, tras decirme un par de cosas como 'aún no te fías de mí, ¿no?' y otras que ni me molesté en escuchar, ella me dio un espontáneo abrazo que intenté rechazar de inmediato, sin éxito; me tenía bien agarrada. Pero ¿qué confianzas son estas? Si tanto me quiere, que me deje en paz.
Luego me cogió la mano, ¡me cogió la mano! Esta vez sí logré soltarme y me excusé con una sonrisilla infantil. No estaba acostumbrada al cariño, y menos de alguien a quien yo no apreciaba. Aun así, dejé que me guiara por la casa, asombrándome yo de todo. Era tan grande y parecía tan confortable...
-Tiene una casa muy bonita, señora Mills.- dije por decir, por cumplir (aunque lo creía de verdad), pero más que nada es que no sabía qué decirle a esta mujer que ahora vivía conmigo -y yo con ella, mejor dicho-, porque no estaría bonito acribillarla a preguntas como ¿a qué viene este cambio de opinión? Ayer querías que nos fuéramos del pueblo, separados. En fin, yo no iba a preguntar nada, me callaría y pasaría el rato como pudiese.

Regina lo notaba. Notaba su odio destilado en cada gesto, cada palabra, se le clavaba en el corazón, porque era duro saber que tendría que volver a ganarse su cariño una vez más. Y de nuevo lo único que tenía para satisfacerla eran los lujos, salvo que esta vez la diferencia no era tan abismal como lo era en aquel entonces. Pero ella tampoco era la misma de aquel entonces, pues en su primer encuentro Gretel había ido abriéndose paso por la negrura de su corazón hasta llegar a la bondad que estaba oculta en sus profundidades. Ahora no necesitaba aquello, pues Regina la quería con todo su corazón, y nada podía hacer para alterarlo.

_ No es un castillo... pero en cierto sentido a veces es mi fortaleza._ dijo ante su comentario. En otros tiempos su fortaleza había sido un castillo oscuro y tétrico, y ahora sin embargo era un santuario de mármol blanco y brillante. Por un momento su mente se dirigió hacia el sombrerero, que estaba pasando por aquello mismo, poder ver a su niña y no decirle que lo era. Pero no sintió compasión por él, pues ella nunca podría albergar ese sentimiento._ Pero estoy divagando... No creo que quieras que te aburra con mis historias... A decir verdad. ¿Qué te apetece hacer?

Sería muy irónico que acabase leyéndole su propia historia a la chica como un cuento. Pero si ella se lo pedía, lo haría gustosa. De hecho, estaba dispuesta a darle cualquier cosa que le pidiese. Era media tarde y aún quedaba un largo día por delante, pero haber adoptado a dos niños era de lejos una buena historia como para no tener que trabajar en ese día.

-Yo creo que es perfecta, o casi.- dije mirando hacia arriba y los lados, observando cada detalle del salón en el que estábamos. Sí que era un palacio, a decir verdad. Al menos para mí.
La miré, y vi cómo me miraba ella, con un cariño inusual en sus ojos. Quería creer que no lo comprendía, pero sabía de sobra que yo era su juguete nuevo, me querría un par de días y después... a saber. Quizás me hiciera volver a mi antigua vida una vez me hubiese acostumbrado a sus lujos.
Ahora me estaba preguntando qué quería hacer. Me lo pensé un instante, antes de darme cuenta de que no sabía qué hacer aquí. Mi hermano estaría con Henry, ellos se entendían bien y no quería entrometerme, pero estar sola... ¿Y si me quedaba con la alcaldesa? Así podría ver qué intenciones tenía con nosotros.
-Pues no lo sé, la verdad.- dije al final. -¿Usted tiene algo que hacer? La ayudo...- me ofrecí, sinceramente. No me importaba estar haciendo algo con ella, siempre que no estuviera yo quieta en algún lado. -O, si no, pues...- me quedé un instante pensativa. -En fin, si no se me ocurre nada que hacer lo mejor sería que me fuese con mi hermano.- me encogí de hombros.

No quería que se fuese, ella había sido la primera persona a la que había querido desde que el aro que llevaba en el dedo había pasado de ser la seña de su futura felicidad a ser un estigma de dolor que la acompañaría para siempre. Gretel, Ava... el nombre no importaba, los recuerdos tampoco. Sólo importaba que era ella, su niña, aquella a la que tanto quería, y que no podría dejar de querer aunque notase ese odio en su mirada, el mismo que tenía la primera vez que atravesó la fortaleza oscura. Pero no por nada decían que el roce hacía el cariño.

_ ¿Puedo sugerir que veamos un película?_ Dijo mirándola a los ojos. Tenía unos preciosos ojos azules, profundos y particularmente vivos. Regina podría permanecer toda la eternidad mirándolos, mirándola a ella. Cuánto hubiese deseado poder verla sonreír otra vez, que la abrazara como antaño, notar otra vez su amor._ Podemos tener una noche de chicas. ¿Qué te parece?

Sabía que su hijo y Nicholas se llevarían bien, Henry se lo pondría muy fácil. Sabía que eso no encajaba en sus conceptos de ella. Pero el libro de Henry no relataba aquello, sólo su pasado más oscuro y tétrico. Quizás si su historia completa estuviese allí él lo entendería. Entendería que ella no siempre había sido así. Entendería que por culpa de Blancanieves ella se había convertido en su madre.

Oía a lo lejos los ruidos provocados por los juegos de los niños, ya estuvieran jugando a la consola o haciendo un fuerte con cojines. Yo que sé. Pero sabía que no podría entrar en su juego tan fácilmente -experiencia escolar- así que suspiré y asentí a la propuesta de la señora Mills.
-Suena bien. Película y... ¿hay palomitas?- pregunté en tono burlón, sonriendo, y pensando que no sería lo mismo sin palomitas. Además, no quería hacerle el feo a la mujer que nos había adoptado muy amablemente, y no tendría mejor ocasión que esta para conocerla mejor y ver por qué decía que ella no era como yo creía. Caminé hasta la tele, al lado de la cual había un mueble con un montón de películas, más de mil creo yo.
-Mmmm... ¿cuál?- dije mirándola a los ojos con una verdadera sonrisa en los labios, dejándola elegir la película. Me gustaban de todos los géneros, me daba igual. Aguantaba tan bien las ñoñerías románticas como las películas de sangre y muertes. Así que... a su gusto, así ella estaría incluso mejor, ¿no?

La dejaba elegir. Y eso ponía a Regina en una encrucijada, pues no estaba acostumbrada a ver una película con una niña, pues Henry parecía querer verla lo menos posible desde que Emma llegó. Al parecer Ava quería palomitas, y aquello estaba bien. Regina se las haría sin pensarlo. Era su niña y si le había pedido palomitas las tendría, aunque tuviese que salir a comprarlas y buscar en todo el pueblo. Pero no sería necesario, tenía palomitas en el armario, afortunadamente.

_ Creo que podemos ver esta._ dijo, escogiendo una película entre miles, al azar. Y el azar era a veces caprichoso puesto que su mano había ido a parar precisamente a la película titulada Blancanieves. Si ahora daba un paso atrás, si la devolví a su estante y Henry aparecía, sus sospechas crecerían, por lo que supo que tendría que aguantarse._ Puedes ir poniéndola mientras hago las palomitas.

Regina sonrió y se dirigió a la cocina. Sólo eran unas palomitas de microondas, pero aún así el hecho de hacerlas para ella las hacía significativas. Las puso en un bol grande y cogió algunas chucherías que había comprado aquella mañana por si después le apetecía algo dulce. Se sentía tonta de estar tan contenta por aquello.

Blancanieves y los siete enanitos. Bueno, no estaba mal. Aunque la señora Mills parecía descontenta, quizás no le gustaba esa película. Realmente, lo de ver una peli era sólo una excusa para estar juntas así que ¿qué más daba? Era una película infantil e inocente, no veía la razón por la que no le gustaba. Quizás le caía mal algún personaje, a saber.
-Vale, muchas gracias.- dije cuando ella se fue a la cocina a por las palomitas, y me dispuse a poner el DVD. No era difícil de manejar así que la película estuvo lista en un minuto, como las humeantes palomitas que trajo la alcaldesa en un gran bol, para compartir.
La película empezó, y pasó, y siguió... en silencio. Notaba lo molesta que estaba la alcaldesa a mi lado y más de una vez estuve tentada de preguntar si la cambiábamos o algo, pero no dije nada. Yo estaba ligeramente aburrida, pues había visto la película unas cuantas veces ya aparte de que no le veía la gracia, era algo inexplicable, pero nunca me había alegrado al ver que la madrastra moría, no sé... No me parecía alguien tan malvado, tenía mi propia teoría de que seguramente Blancanieves se había ganado ese odio por alguna razón... Pero nunca diría nada, todos me tomarían por loca ya que la gente se pone siempre de parte del débil, del bueno, en este caso de la princesa Blancanieves.

Su caracterización era pésima. La madrastra de la película no se parecía en nada a ella, no captaba en absoluto su esencia. Ni mucho menos sus motivos. Ella no era ni de lejos tan superficial ni vanidosa. Ella no había matado a Blancanieves por su belleza, lo había hecho por razones mucho más importantes, y era por ello que su resurrección era tan dolorosa. La película iba avanzando y las palomitas se estaban acabando. Y aunque había encontrado divertidas algunas escenas, hubo un momento en que se levantó de golpe y lanzó un grito.

_ ¡No!_ fue algo que no pudo evitar, observando como la Reina de la pantalla acababa muriendo. El fuego apareció en sus ojos un instante, incapaz de ver como Blancanieves y encantador alcanzaban su final feliz. Aferró el aro de acero hasta casi hacerse daño, pero afortunadamente esto último Ava no debió notarlo._ Yo... lo siento Ava, me he excedido un poco. Es que no creo que la reina mereciera eso. A mí me parece encantadora.

Bueno, cualquiera diría cosas buenas de sí misma. Cogió la película y comprobó con alivio que el ruido del piso superior no había disminuido. Si Henry la hubiese oído sus sospechas aumentarían y eso no pensaba permitirlo. Decir abiertamente que le gustaba la reina malvada no sería agradable para ella.

-¡Ay qué susto!- exclamé cuando la señora Mills se levantó de repente al final, soltando un grito. Yo pegué un bote y algunas palomitas se cayeron al suelo. Me agaché rápidamente a recogerlas mirando de manera fugaz a la alcaldesa, que parecía aún afectada por la escena de la película, tenía una extraña mueca en la cara. No era para tanto, qué susto me había dado.
Eché las palomitas sucias en el bol de nuevo -aunque ya no me las comería, obviamente- en el momento que la señora Mills me pedía disculpas por el grito. Ahora divertida, negué con la cabeza.
-No, no, tranquila. Si la verdad es que... bueno, a mí tampoco me parece justa su muerte. Más bien, me parece muy estúpido que la reina intente matar a Blancanieves porque era más guapa que ella. Los guionistas... escritores- recitifiqué en el último momento, recordando que antes de ser una película Blancanieves fue un libro. -debían estar mal de la cabeza. Nadie es tan... superficial.- ya está, lo había soltado todo. Ahora, la alcaldesa se reiría de mí y de mis conclusiones, pero era la verdad, mi propio punto de vista.

Parecía que en el fondo quedaba algo de lo que Gretel había aprendido a apreciar sobre ella en el pasado aunque no lo recordase. Quería pensar que por eso tenía una visión tan positiva de la reina, y sintió deseos de abrazarla otra vez, pero se conformó con pasarle la mano por los hombros y atraerla hacia sí. No debía ser tan efusiva, no de golpe, pues su niña sospecharía de ella. Además no podía compararse con la reina de la historia, porque probablemente Ava se lo contase a Henry. Estaba empezando a ser demasiado doloroso todo aquello que le ocurría con él. Necesitaba un apoyo y Ava lo sería, pues sabía que Ava la quería, tanto como ella misma la amaba.

_ Vaya, parece que pensamos lo mismo. Yo creo que narraron así el cuento para conseguir que la gente odiase a la reina. Pero creo que ella debía tener otros motivos para odiar a Blancanieves. Quizás ella no siempre fuese así. Y sólo quizás... no es tan malvada como quieren que pensemos... quizás hay bondad en su corazón, oculta bajo la superficie._ dijo, sin darse cuenta de como su tono se iba haciendo más profundo a medida que hablaba, más significativo. Ella era lo que la habían obligado a ser. Se había convertido en su madre, y se odiaba por ello. Pero hasta que Blancanieves no hubiese muerto, no se sentiría en paz._ Pero estoy divagando, es un cuento. No debería darle tantas vueltas.

Eso era en ese mundo, un cuento, el cuento de su vida. Algo que tenía que mantener en secreto. Pero, sin embargo, era agradable ver que Ava compartía su opinión sobre su alterego. Era una chica maravillosa, tan dulce como la recordaba, y aunque tendría que volver a trabajar su relación, espera que volviese a quererla.

Esta vez no me molestó tanto que me cogiera por los hombros, ya no estaba tan a la defensiva, pues ahora compartía otro ínfimo vínculo con ella, aunque fuera una estupidez como que las dos creíamos que esa reina no era tan mala.
-Qué profundo...- dije tras un silencio después de que la señora Mills hablara. Intenté quitarle importancia hablando con tono de broma, porque creía que ella tenía toda la razón, pero en fin.
-Bueno, y... ¿qué podemos hacer ahora? Me lo estoy pasando bien con usted.- sonreí. Era bastante cierto que estaba a gusto ahora, después de nuestra pequeña conversación, y me hubiera gustado seguirla aunque con otro tema, porque no había mucho más que decir de la madrastra. Aparte de que necesitaba moverme un poco, tenía los pies dormidos de estar ahí quieta, viendo la película. No es que yo fuera una niña de sofá y estarse quieta, no.
-Podemos... dar una vuelta por ahí. Aunque si usted tiene ganas de quedarse en casa, nos quedamos y hacemos algo aquí. ¿Un pastel o algo así?- me gustaba dar ideas, esperando que ella estuviera de acuerdo o si no que propusiera ella algo. Aunque al mencionarlo, me dieron ganas de preparar algo en la cocina, como hacía tiempo que no hacía... Unos años; desde que murió nuestra madre. Ahora Nicholas y yo nos habíamos estado alimentando de cosas precocinadas y comida de ese tipo, una cutrez, pero era lo que había.

Cocinar podía ser una buena idea. Al cambiar de mundo se había dado cuenta de que le gustaba hacerlo, pues nunca antes lo había intentado. Y debía hacer mucho tiempo que Gretel no cocinaba, pues había estado viviendo de lo que robaba con su hermano. Pero eso ahora iba a cambiar. Regina se ocuparía de que pasase lo que pasase no le faltase de nada. Le sonrió, con esa sonrisa sincera y natural que pocos veían en ella a parte de Henry, y la cogió de la mano en dirección a la cocina.

_ Me encantaría preparar un pastel. ¿De qué te gusta? ¿De chocolate quizás? Te prometo que te chuparás los dedos Ava._ Regina se adentró en la cocina y comenzó a colocar los ingredientes sobre la encimera. La ilusionaba mucho aquello, más que nada porque no iba a prepararlo sola y vería la cara de alegría de los niños al probarlo. Estaba cansada de estar sola, de los rechazos de Henry y su falta de afecto._ Hace tiempo que nadie me ayuda en la cocina.

Quizás si alguien le mostraba suficiente amor a Regina, no tendría que verse obligada a ser malvada. Ella no lo creía así, pero cuando veía a Ava feliz se sentía distinta, casi como aquella joven que había sido cuando estaba enamorada de Daniel. Quizás su final feliz fuese tener alguien que la quisiera, quizás Blancanieves no tenía que morir.

Había que reconocer que no estaba tan mal. Nicholas se lo estaba pasando en grande con Henry allí arriba, y yo estaba haciendo cosas varias con la alcaldesa. Me trataba con mucho cariño, como si fuese su hija desde hacía tiempo en lugar de unas horas, como era en realidad. Pero, de todos modos, me gustaba cómo me cogía de la mano para llevarme a los sitios. Al fin llegamos a la cocina, y ella empezó a sacar los ingredientes y diversos cachivaches, ya que yo no sabía dónde estaban.
-Pues eso se ha acabado, a mí me gusta cocinar y estaré encantada de ayudarla, señora Mills.- dije con tono dulce. Nadie se merecía hacerlo todo sola, ni siquiera ella que era una mujer adulta. Y como ahora mi hermano pasaría de mí para estar con "su nuevo hermano", ninguna de las dos pasaríamos tiempo solas. Excepto cuando ella trabajara y yo estuviera en el colegio, claro.
-De chocolate está perfecto.- respondí, comenzando a coger algunos ingredientes y mezclarlos. No se me daba especialmente bien, pero era divertido mezclar cosas al tuntún. Y si no era comestible, se lo encasquetaríamos a algún vecino pesado. ¡Qué gracioso imaginar la cara que pondrían al probarlo!

_ No me llames señora Mills, me hace sentir mayor._ No iba a pedirle que la llamase mamá, pues eso supondría que quería sustituir a alguien que le era significativo, pero si la llamaba Regina se conformaría por el momento. A fin de cuentas según Ava acababan de conocerse y un acercamiento demasiado exhaustivo desde el primer momento podría agobiarla más de lo que a ella le cabía esperar. Si bien deseaba estrecharla con fuerza y decirle lo mucho que la quería, debía ir más despacio._ Regina está bien. ¿De acuerdo?

Observó como Ava echaba ingredientes al azar y la detuvo, diciéndole dulcemente que era lo que tenía que hacer. Nunca había tenido semejantes momentos con nadie más, mucho menos con Blancanieves, a quien deseaba ver morir más que nada en el mundo. Le acarició los cabellos y volvió a dedicarle una de sus mejores sonrisas, que distaba mucho de hacerla parecer una reina malvada.

_ No quiero que al comértelo te de una indigestión... Un pastel hay que hacerlo con cuidado, con afecto._ No se creía sus propias palabras, pues hacía mucho que no era capaz de ponerle afecto a nada. Pero esa niña, Gretel, su Ava, era capaz de lograr el resultado con una facilidad que espantaba. Empezó a mezclar la masa con suavidad, sin dejar de mirarla a los ojos._ Sólo entonces tiene buen sabor... o eso dicen.

-De acuerdo, Regina será.- admití con una sonrisa. Pero seguiría llamándola de usted.
Seguí remezclando las cosas en el recipiente, sin tener ni idea de lo que hacía, hasta que ella me detuvo dulcemente. Me ruboricé al momento y le di el cuenco, para que lo hiciera ella.
-Oh, sí, perdone... No estoy acostumbrada a hacer esto, y me he... ¿emocionado?- sí, era eso. Me había motivado con el pastel, pero ¿qué podía hacerle yo?
-Bueno, mejor hágalo usted, Regina. Yo miro y aprendo, así mejor.- si es que soy medio inútil... Bueno, ella al menos no me lo dice. Sólo hace que parezca que es normal que yo lo haga mal, y me corrije con dulzura. Qué bien...
-De todos modos, cada vez que lo hagamos saldrá mejor. Así que... Podemos hacer más, hasta que salga perfecto.- de nuevo, me entusiasmé, pensando en miles y miles de pasteles, uno detrás de otro, el uno mejor que el anterior, hasta lograr la perfección. No me paré a pensar en lo cansado, aburrido y costoso que sería eso, además... ¿quién se los comería? Irían a la basura, qué horror.
Pero aparté de mi mente todas estas ilusiones y seguí mirando a la alcaldesa, que seguía preparando la masa del pastel. Dentro de nada ya estaría para meterlo en el horno, e incluso crudo tenía buena pinta.

A medida que se preparaba el pastel Ava comenzaba a cogerle el tranquilo y a ilusionarse, si deseaba hacer pasteles ella los haría para ella. Regina sólo quería recuperarla, estaba quizás algo desesperada con la idea y se dejaba llevar. Dejó caer la masa sobre el recipiente de acero y lo metió en el horno, comprobó la temperatura y repasó mentalmente que no se había dejado nada por hacer. Programó el reloj de cocina y lo dejó sobre la mesa, observando que en el bol donde lo había preparado aún quedaban restos de masa, cogió una cuchara y se lo tendió a Ava.

_ Anda, puedes dejarlo limpio, recuerdo que a tu edad me encantaba hacerlo._ O al menos, a la Regina de los recuerdos falsos que había montado le gustaba. Ella lo cierto es que no tenía idea de como era la experiencia y a su edad sería impropio hacerlo. No obstante sabía que la masa cruda estaba muy buena y que en pequeñas cantidades era una buena opción, además de que le parecía encantadora la idea de ver a Ava comérselo._ Además, así te entretienes mientras se hace el pastel.

Regina se sentó en una silla y cruzó las piernas, dejando a su mente divagar. Pensaba que nunca volvería a ver a Gretel, y ahora la tenía allí, en su cocina, de nuevo bajo su cargo y con ese bol delante de sus narices. Esta vez debía hacerlo bien, o de lo contrario Ava volvería a abandonarla y eso sería terrible. La miraba con ojos tiernos. Amaba a esa niña y se negaba a perderla.

-Oh... vale.- dije cogiendo torpemente la cuchara que me ofrecía, llena de masa. La observé un momento con el ceño fruncido, pensando si eso estaría bueno o no. Al fin me atreví a chupar un poco, y comprobé para mi sorpresa que sabía igual que el pastel, pero en "líquido". De todos modos, estaba sorprendentemente bueno y limpié la cuchara dejándome toda la zona de la boca y la nariz llena de chocolate. Me quité la sustancia pegajosa con una servilleta y dejé la cuchara en el fregadero, mirando algo impaciente el horno. Según ese reloj, aún quedaba media hora... eterna.
Estuvimos un rato largo en silencio, sólo se escuchaba el rumor de los niños hablando arriba. Yo pensaba en cómo había cambiado mi vida en un solo día, y en como, extrañamente, no me desagradaba la novedad. Por su parte, Regina también parecía estar pensando mientras me miraba con mucha ternura. Desde luego, me daba la impresión de estar conociendo el lado bueno de ella, la que todos conocían y, en su práctica totalidad, odiaban. Pero conmigo era amable, buena, cariñosa... No entendía a todos esos adultos a los que había oído hablar mal de Regina.

Quizás debería romper el silencio que se había impuesto entre las dos, pero lo cierto es que Regina no se encontraba en disposición. Había una paz en la habitación que impedía que tuviese ganas de hablar. Simplemente verla la hacía sentir tan completa que no podía evitarlo. Por ella y Henry movería montañas si hiciese falta. Desearía poder estar con ellos sin más, sin consecuencias... sin el dolor que suponía la idea de perderlos. Tenía miedo. El hechizo, su reino. Todas aquellas cosas que había hecho para hacer sufrir a Blancanieves, en ese momento no eran importantes. Sólo importaba Ava y su pastel. Si tan sólo pudiese pedir un deseo en ese momento, sería que nada se los arrebatase.

_ ¿Ves? Te dije que estaría bueno. No tanto como el pastel... pero sí delicioso._ Regina le dedicó otra sonrisa y miró el reloj de cocina, faltaban unos minutos pero ya bastaba para empezar a preparar algunas cosas. Regina se levantó y sacó unos platos de la nevera, además de un pequeño tarro de nata en spray que había comprado para la ocasión. Se sentía incapaz de dejar de sonreír, casi como aquella princesa que en su momento que adoraba montar a caballo sin silla, a pesar de lo que su madre pensase de ella por esa idea._ Me siento un poco mal por comernos esto sin llamar a los chicos... pero tu hermano ni siquiera me ha saludado al entrar, supongo que podemos dejarles un poco para el desayuno.

En realidad no se sentía tan culpable con respeto a Nicholas, pero sobre Henry sí. El chico no había hecho nada en ninguno de los reinos para ganarse su afecto y respeto, y al igual que en el reino encantado estaba allí porque venía con su hermana en un paquete, y si dicho paquete se rompía la niña jamás le tendría el más mínimo aprecio. Algo que ella no pensaba permitir.

-Oh, mi hermano... Mi hermano es tonto, olvídelo. Como si no existiera.- dije, con un tono de indignación en la voz. Desde luego, Nicholas era un maldito desagradecido, ya que además de que no paraba de quejarse antes, cuando vivíamos en el sótano; ni siquiera tenía el detalle de saludar a la que ahora sería nuestra madre. Nada, nada; no se conformaba con nada. Vaya estúpido.
Aunque, por supuesto que no quería que Regina le ignorase, me sentiría fatal. Pero ella no se merecía esto, hablaría con mi hermano en cuanto tuviese la oportunidad.
Me moví, sentándome en la encimera de la cocina, me gustaba tener los pies colgando y balancearlos rítmicamente.
-Y... ¿Es que Henry no la ayuda a estas cosas?- pregunté con curiosidad, sin pretender ser una cotilla o algo así, aunque pudiera parecerlo. Yo estaba acostumbrada desde pequeña a ayudar en casa, y después a ocuparme yo misma, así que se me hacía raro ver que Henry estaba jugando tan tranquilo mientras que su madre tenía que ocuparse de todo.

Ava era tan dulce como un algodón de azúcar. Supuso que era algo que no podía evitar. Quizás para ella la idea de que Henry no la quisiese era extraña, pero Regina estaba empezando a asumirlo dolorosamente, y todo debido a que Emma estaba en la ciudad. Su hechizo, su reino, se hacía trizas con facilidad pasmosa. Y ella parecía incapaz de hacer nada por evitarlo. La idea la entristecía demasiado y no quería pensar en ello. La propuesta de Gretel de ignorar a Nicholas parecía tentadora, pero sabía que la chica bromeaba, era incapaz de pensar algo tan perverso, no con la inocencia que destilaba cada fragmento de su ser, con la bondad que había en su interior.

_ Henry no quiere pasar tiempo conmigo... yo... no sé que he hecho mal con él._ se llevó las manos al rostro, llorando lágrimas sinceras, pues en el fondo no era capaz de comprender cómo había llegado a aquella situación. Durante 10 años Henry había sido lo único que ella había amado, y la idea de estar sin él era demasiado dolorosa. Al menos, ahora tenía a Ava como consuelo a su tomento, y sabía que esa niñita no iba a fallarle. Por eso la amaba más que a nada en el mundo._ El también piensa que soy una mala persona, que soy una especie de bruja.

Se derrumbó, ella siempre había conseguido ese efecto en ella, lograr que su corazón se abriese y dejase salir el dolor. Pero era un dolor bueno, un dolor agradable. Se sentía mejor al contarle lo que sentía, tal como le había pasado en el reino encantado. Y por ello mismo no pudo reprimirse y abrazarla como antaño, como cuando tan bien se conocieron, como cuando la joven atravesó su negro corazón.

Bajé de inmediato de la encimera al verla así, tan mal. No soportaba ver a gente triste a mi alrededor, incluyéndola a ella. Estaba llorando, llorando de verdad. Puse mis brazos alrededor suya, con cariño y tristeza a la vez.
-Tranquila, Regina. Henry no sabe lo que se pierde...- dije con la voz teñida de amargura. Henry tenía una madre, que lo quería; bueno, en realidad tenía DOS madres, ¿y aun así no se conformaba? Yo con media como la alcaldesa estaría feliz, y dando gracias.
-Bueno, ahora estoy... estamos mi hermano y yo. Él... bueno, usted no le agrada demasiado.- admití, y me apresuré a añadir: -Pero a mí sí, y aunque no es lo mismo, yo puedo... ¿ocupar su lugar?- no, ocupar su lugar no. No era lo mismo, para nada, pero algo sería. De todos modos, seguramente ella tendría una manera de querer diferente para Henry, que era su hijo desde siempre; y yo, que acababa de llegar a su vida.

El apoyo de Ava fue como un bálsamo para ella. Era algo que nunca había olvidado, su tacto y su afecto, su dulce aroma fresco y suave. Le costaba mucho mantener la compostura y no olvidar la situación en la que se encontraba. Pero a pesar de que este no fuese su reino sus sentimientos no cambiaban. Ava era su niña, su amada hija a la que había querido tanto como si hubiese salido de su interior. No, no la amaba del mismo modo que a Henry, eran cosas distintas. Besó su frente dulcemente y la rodeó con los brazos, cerrando sus ojos. Ella quería estar allí, y Regina se aseguraría de que lo siguiese queriendo.

_ No, no es necesario que ocupes su lugar, en mi corazón hay un lugar sólo para ti, Ava. Quizás te resulte difícil entender que exista desde tan pronto, pero te aseguro que lo hay, y que yo te quiero mucho._ Regina tenía verdaderas dificultades para ocultar lo feliz que se sentía al estar con Ava. En el reino encantado había sido la única que había logrado conmoverla desde que perdiese a Daniel y la oscuridad se adueñase de su corazón. Sabía que ella no la abandonaría, que era la única que realmente la conocía. Más que Henry, y eso era algo doloroso para ella, más de lo que le gustaría admitir._ No tienes que quitarle el sitio a nadie, hay de sobra para ambos.

Regina sabía lo que era conocer a una madre infame, alguien que hacía sufrir a sus hijos más que nada. La suya había destruido su felicidad, y la había condenado a guardar rencor por toda la eternidad a Blancanieves. Ella quería que Ava y Henry fuesen felices, pero no deseaba que estuviesen lejos de ella. No era algo tan difícil de entender, ni la convertía en una mala persona. Ella era mejor que todo eso, mejor de lo que los demás creían. En el fondo, era una buena persona.

Realmente era extraño, sí, que yo ya tuviese mi propio lugar en su corazón. O sea, habíamos vivido muchos años solos, en aquel sótano... ¿y ella? ¿Dónde estaba? Si tanto nos quería, que hubiese venido a por nosotros antes. O... que hubiese hecho algo, no sé, pero habíamos estado tan solos... Y ahora nos quería. Extraño era poco para la situación. Realmente no sabía qué decir mientras ella me abrazaba con un cariño muy real, que a saber de dónde había salido.
Nos quedamos así durante unos minutos, y yo empecé a sentirme algo incómoda aunque ella no lo parecía, pues seguía abrazándome como antes. Por suerte para mí, el horno comenzó a pitar, me deshice de su abrazo apresuradamente y me acerqué al horno.
-Huele bien.- comenté husmeando el aire caliente que rodeaba el horno. Pronto invadiría toda la cocina, e incluso subiría por las escaleras. Entonces seguro que el glotón de mi hermano asomaría las narices por la puerta, pero pensaba regañarle si lo hacía. Él no había demostrado ningún cariño o interés por la alcaldesa o su casa, probablemente lo único que quería de nuestro nuevo hogar eran los pasteles y los videojuegos de Henry.

Se había quedado quieta un instante de más, y Ava se había sentido incómoda. Pero por suerte para la reina el horno pitó a tiempo y la niña encontró el momento de separarse. Se había excedido, pero cuando se trataba de Gretel era un asunto tortuoso moderar sus emociones. Emociones que en su momento se había jurado no tener, pero que tras lo acontecido con ella se le demostraba que se equivocaba. Poseía tales emociones, en gran medida sólo para con ella y Henry. Pero existía una amplia diferencia entre los dos, una importante.

Y era que Gretel había correspondido a sus afectos. Quizás bajo engaño, pensando que no había nadie más para ella. Pero los había mostrado, y para ella eso era más que suficiente para ganarse su afecto y respeto con facilidad. Henry no lo había hecho desde hace tiempo, la había descubierto y blandía el hechizo que ella había lanzado como arma para poder odiarla. ¿La odiaría Gretel si lo descubría? Quiso pensar que no, pues ella había estado a su lado aún cuando ella había sido la reina malvada.

_ Sí, pero el olor se quedará corto cuando le demos un bocado, estoy segura._ Regina sonrió ampliamente. Aquello se le hacía tan natural y simple que no entendía como no había sido capaz de ello antes. Cogió el pastel y cortó un trozo. Realmente tenía buen aspecto, y un olor que lo decía todo. Sin embargo el primer trozo no sería para ella. Acercó a su adorada hija un trozo del pastel y sonrió._ ¿Haces los honores?