Somebody that I used to know {Libre} [TERMINADO]

Dicen que hay gente adicta a un determinado tipo de tristeza, que cuando todo se acaba, nos refugiamos en ella para compadecernos de nuestra propia suerte. Y cuando encontramos a alguien que comparte un dolor similar, nos sentimos mejor con nosotros mismos, y es como si una parte de esa tristeza infinita se translada a la otra persona, como una serpiente que muda de piel. Pero a la larga, eso no nos hace más felices, ni tampoco podemos actuar como si nunca hubiese ocurrido nada. Es el fallo que tiene el ser humano; podemos perdonar, pero no olvidar.

Y si había alguien en Storybrooke que entendía de esa tristeza, ésa era Bella. Despojada de todo lo que había sido, confundida y engañada, encerrada en aquella cárcel para enajenados y dementes. ¿Acaso estaba ella loca? ¿acaso deliraba con sus invenciones de cuentos y Bestias? Podría intentar explicaros lo que es no tener recuerdos, pero nadie lo entendería porque es una sensación de vacío tal, que tendríais que haber estado cerca de la Muerte para experimentar una cosa así. Horrible, difuso, borroso. Cien mil arañas tejiendo una tela alrededor de su mente, susurrándole que no confiase en su cabeza, porque estaba loca.

Al principio no se lo creía. No podía creerlo. ¿Quién iba a aceptar los delirios de una chiquilla que hablaba de hombres dorados y dagas encantadas? "Sueños", se repeteía una y otra vez. "Sueños vívidos, pero sueños al fin y al cabo". Y cuando se lo contaba a su padre, él le decía "Tienes la cabeza llena de pájaros. No deberías leer tanto". Pero cuando los sueños se convierten en pesadillas, cuando dejan de ser delicadas pinceladas de fantasía, para amenazar con trocear la mente de una joven con demasiada imaginación, ahí es cuando Bella se hacía la pregunta definitiva, la más peligrosa de todas. La pregunta que, cuando se hace a una misma, no hay vuelta atrás. "¿Me estaré volviendo loca?"

LLorar fue lo primero que hizo cuando se vio encerrada en esas cuatro paredes grises, frías y sombrías, aún cuando la joven Bella no era de las que derramasen lágrimas. La mirada de su padre, dolor, la frustración de sentirse loca, y sobretodo, y lo más desconcertante, la tristeza por la pérdida de algo, o alguien. Una pérdida que estaba bien arraigada en su corazón y no sabía por qué, ni a quién se debía.

Días, semanas, meses o años. ¿Qué importaba el tiempo que hubiese pasado? Se estaba muriendo en aquella celda. Se estaba muriendo y la Bestia no venía a rescatarla.

Y de repente, en medio de toda esa oscuridad, se hizo una luz. Por un instante, Bella pensó que se trataba del fin, que ahí se acababa todo. El final de su eterno desvarío; la primera vez en los 27 años que llevaba encerrada que veía la luz del día. Pero fue sólo eso, un instante fugaz, efímero, que Bella atesoraría en la memoria durante algún tiempo más.

La figura que vio aparecer en ese contraste maravilloso y casi irreal de luces y sombras era femenina. ¿Acaso era la Dama Muerte que venía a reclamarla? Su primer instinto fue apartarse, cuanto más atrás mejor. Hasta que su espalda dio con la pared húmeda y fría de la celda, y Bella supo que ya no podía huir más. Aunque la castaña no fuera consciente de ello, la imagen que daba era deplorable; la de una infeliz que se había pasado casi toda su vida encerrada en un manicomio, por creerse -o por querer creer, mejor dicho- historias ilusorias de una Bestia dorada. Bestia dorada, cada vez que Bella repetía aquel apelativo, le entraban ganas de llorar. ¿Por qué? Pues porque estaba loca, ¿no? ¿No era eso lo que le decían?
Su melena castaña antes había estado lacia y luminosa, pero eso fue antes, en una época pasada, imaginaria... Casi como si fuera... otra vida. Ahora era una maraña estropajosa y descuidada, para reforzar el cliché de la pobre y desdichada Bella. ¿Qué error habría cometido para merecerse semejante castigo? El error de amar a una Bestia.

La figura femenina habló con voz templada y cálida, con una amabilidad que Bella no estaba segura de haber recibido nunca antes. Aquello la desconcertó más si cabe. ¿Cómo la había llamado? "Señorita Andersen". Andersen. Como el de los cuentos. Esos que tanto le gustaban a la castaña, aunque ella aún no lo supiera, pues eran recuerdos pertenecientes a otra vida, mucho tiempo atrás. Que ella recordase, tenía muchos nombres, pero ninguno se correspondía al que la mujer le había llamado. Le decían loca, demente y chiflada. Se lo repetían tantas veces que Bella acabó por acostumbrarse a esos apelativos.

-¿Por... por qué? -fue capaz de articular. Y fue un sonido tímido, tan bajo que Bella dudaba de que la mujer la hubiera escuchado. Hacía tanto que no hablaba, que el sonido de su propia voz le resultaba extraño y ajeno. Y su boca estaba seca como un desierto. Tragó saliva unas cuantas veces, antes de volver a hablar-. ¿Por qué? -volvió a preguntar, esta vez un poco más alto y claro-. ¿Por qué quiere hablar conmigo? -Bella podría haberse acercado más a la mujer, mantener una distancia de charla normal. Pero la castaña no se movió de su sitio. Hecha un ovillo, con las piernas recogidas y la mirada vaga y perdida, a pesar de que intentaba enfocarla hacia esa misteriosa figura que afirmaba querer hablar con ella. ¿Con ella? Pero si estaba loca. Y todo el mundo sabe que los locos no cuentan nada más que mentiras.

¡Y allí estaban ambas! ¡pero miradlas! Tan aturdidas las dos, incapaces de recordar quiénes eran, quiénes habían sido y quiénes deben ser. Una loca que acude a otra loca. ¿Podrán reencontrarse con sus verdaderas vidas? ¿de verdad sería todo más sencillo recordando que viviendo una vida ficticia? ¿se le ablandaría el corazón a la reina si las viera a las dos allí, extraviadas y abandonadas? Para todo eso, hay que seguir leyendo el cuento...

Palabras. ¿Vanas? Para Bella no lo eran. "No creo que estés loca". No estaba segura de que una desconocida le dijera eso era bueno o malo. La castaña no dijo nada, no volvió a abrir la boca para dejar que la mujer se explicara. ¿Tenía ella la respuesta a lo que le pasaba? ¿cabía la posibilidad de que...? Pero aquella mujer estaba igual de confusa que ella, y un rayo fugaz de decepción se cruzó en su mirada. Perdidas. Ambas estaban perdidas. ¿Qué podía ella ofrecerle a aquella mujer? Si ni siquiera la propia Bella había sabido salvarse de eso. La mujer acudía a ella por respuestas, y no sabía que Bella era la que menos respuestas tenía.

Bella vio dibujado en su rostro la momentánea confusión de la otra mujer. Aún a pesar del gorro que le cubría parte de la cara, la castaña supo lo que estaba pensando, porque Bella siempre había tenido una especie de don, una empatía con el otro que le hacía adivinar en parte, lo que esa persona estaba sintiendo. Y la mujer que tenía enfrente era un manojo de emociones en esos momentos; tristeza, pena, esperanza y anhelo. Todo eso pudo ver Bella. Pero a quién la castaña sabía leer realmente, como si se tratase de uno de esos libros abiertos que tanto le gustaban, era a la Bestia, aunque no hubiese bestias en aquella ciudad.

"Yo he tenido... sueños extraños... que me atormentan"

Algo le atravesó el pecho. Esta vez no era un pinchazo que doliese, era algo más luminoso. Algo que no había experimentado en... 28 años. O tal vez más. Era algo bueno, sí. La promesa de que, a pesar de todo, no estaba tan sola como había creído en un principio. Esperanza. Dios santo, ¡cuánto hacía que no la experimentaba, y cuánto la echaba de menos!

-Usted también... usted también tiene esos sueños -abandonando el recelo inicial, Bella se arrastró un poco más hacia la mujer, despacio y con cautela, elegiendo cada palabra con precaución. "¿Me está diciéndo la verdad, o es sólo otro juego de los doctores?"-. ¿También sueñas con ellos? ¿con la Bestia, y la bruja? ¿y la Rosa dorada? -inquirió, cada vez más segura de lo que hablaba. ¿Era posible? ¿de verdad era posible que no estuviese del todo tan loca? Sus ojos se abrieron un poco más, y mostraron todo lo que sentía en esos instantes; confusión, emoción, perplejidad, asombro... Porque Bella era así; todo lo que era, se reflejaba en esos grandes óvalos azul intenso, y en ese simple gesto casi se podía reconocer a la Bella que fue tiempo atrás.

-¿Cómo ha entrado aquí? ¿quién es usted? -preguntó, más curiosa que amenazante. ¿Quién era aquella mujer? Distintas locuras rodeaban la cabeza de aquellas dos féminas, pero en ambas era como una araña tejiendo redes de mentiras y fantasías, algunas bonitas, otras horrendas. Bella no sabía bien a qué atenerse en esa situación. Ni si quiera estaba segura de que no fuera algún que otro truco de los doctores, y no se fiaba de que detrás de algún cristal hubieran dos cuervos blancos con gafas tomando nota de cada palabra, cada movimiento y cada reacción que tenía. "No. Parece sincera", le dijo su sexto sentido. Y Bella se dejó llevar otra vez por esa intuición.


"No siempre es bueno hurgar en el pasado, niña", esa frase se la habían dicho hacía tiempo. Bella no sabía quién, pero este trovador sí sabe de quien se trata. De la Bestia, ¿de quién si no? La curiosidad siempre había sido parte tanto de sus virtudes como de sus defectos, pero lo que Bella no sabía es que la curiosidad no siempre es buena. "Mata al gato", ¿de qué le sonaba eso también? El hechizo de Regina había desprovisto a todos de sus recuerdos, de quiénes eran, por eso la llamaban maldición, pero, ¿era de verdad tan malo? A veces la verdad podía resultar mucho más dolorosa que una mentira.

La mujer procedió a confesarle sus sueños. Parecían mucho más turbulentos y alborotados que los de la propia Bella. Y la castaña percibió en la mirada de la otra mujer una zozobra, un temor que nunca antes había visto (¡ah, cómo se notaba que no se había mirado en un espejo! Si Bella supiera lo que sus grandes ojos azules podían llegar a transmitir...)
-Yo...lo siento, lo único que puedo discernir con claridad es esa rosa. No sé qué significa. Ni siquiera sé si existe de verdad. Seguro que es alguna distorsión de algo que vi o experimenté de pequeña, eso dicen los médicos... -murmuró tan bajo que casi no se oyó a ella misma. Bella hablaba a trompicones, pero con palabras firmes y coherentes, sabiendo de lo que estaba hablando. A Bella la trataban como a una loca, pero ella no estaba loca, ¿verdad? Iba a demostrar que no estaba loca.

Se hizo un breve silencio en la sala, roto solamente por el suave zumbido de los tubos de luz del pasillo. Todo en aquel lugar era de un gris oscuro y plomizo, que hacía que cayeses más en una depresión constante.
-¿Cómo son las brujas de sus sueños? -inquirió, con la intención de poder ayudar a la mujer en algo.

Shadow. Se llamaba Shadow. Y por un momento Bella pensó si no era todo parte de su turbia imaginación, y que aquella mujer no fuese nada más que eso; una sombra, producto de su cabeza que le quería jugar malas pasadas. Que ella en realidad no existía, no era real, y que Bella estaba tan loca como para creer lo contrario. Pero no. Aquella mujer no era un espejismo, porque su angustia era palpable.

Pronto comprendió que la mujer no había acudido a ella sólo para buscar respuestas. Tal vez lo que necesitaba era alguien con quien hablar de ello. Alguien que no pensase de ella lo que pensaban de Bella. La castaña lo entendía, como ningún otro en aquella ciudad. Esa necesidad de llorar, gritar y bramar a los cuatro vientos que ella no estaba loca. No lo estaba, no lo estaba. Era perfectamente consciente de lo que estaba pasando, de lo que le estaban haciendo. La tenían allí encerrada, estaba encerrada. De por vida. Durante 28 años. Tal vez, tal vez ellos querían que se volviese loca, por algún extraño motivo. Y por eso ella no iba a dejar que eso pasase.
-No sé si voy a serle de ayuda, pero lo intentaré -dijo, y clavó sus ojos azules en los de la otra mujer en una mirada más convincente, como si de repente hubiera sacado fuerzas de algún lugar.

Durante el tiempo que llevaba allí encerrada no había recibido más visitas que las de la alcaldesa. A veces le traía algo de comida, ropa, y le hacía preguntas, intentando entablar conversación con ella. Le decía que estaba sola, que nadie la quería y por eso estaba allí encerrada, pero que ella, Regina Mills, se apiadaba de la joven castaña, y le hacía compañía de vez en cuando. Parecía agradable, salvo cuando empezaba a hacerle preguntas insidiosas acerca de sus sueños. Regina sabía que a Bella no le gustaba hablar de ello, porque algo siempre le pinchaba en el pecho cuando lo hacía, pero a la alcaldesa no parecía importarle, y seguía, con su falsa sonrisa y su falsa modestia.

Y ahora aparecía Shadow, una desconocida que decía compartir las pesadillas de Bella acerca de castillos y bestias malignas, que decía que estaba dispuesta a creer todo lo que la castaña tuviera que contar, que no la trataba con la displicencia con la que los médicos solían tratar a los locos, y que estaba tan desorientada como la propia Bella.
-En mis sueños también hay una bruja que viste de negro, pero no puedo verle la cara. Me habla de maldiciones, y de cómo se pueden romper. En realidad... -se quedó un momento dubitativa-. En realidad parece que quiere ayudarme... -Bella agitó la cabeza-. Da lo mismo. Son... son sólo sueños. No sé... no creo que importen demasiado.

Coincidencias. Bella no quería pensar en coincidencias nunca más. Es más, la castaña no quería pensar, y punto. Todo sería más fácil así. Tal vez ésa fuera la solución; ignorar los sueños para siempre, mentir a los médicos y decirles que ya no soñaba. Ya no soñaría nunca más. Ni pesadillas, ni fantasías bonitas. Cada vez que apoyase la cabeza en la almohada, sólo se sumergiría en el Negro más profundo. Esa sería la solución más acertada, sí.

Pero, por algún extraño motivo, Bella se sintió triste cuando la mujer le dio la razón. "Claro, son sólo sueños. ¿Qué pueden ser si no?". "Sí. Sólo sueños. Y yo estoy loca". Bella bajó la mirada. Estaba demasiado confusa. La visita de la desconocida le había tomado por sorpresa. Durante toda su vida, se había convencido de que lo que soñaba no eran más que demencias, pero ese día, de pronto, aparece una señorita alegando que ella también sueña lo mismo. "Coincidencias", pensó Bella. Y sin embargo, todavía no estaba del todo segura. ¿Qué debía hacer?

De pronto, la mujer se llevó la mano a la cabeza, y estaba más blanca de lo que era. Bella se acercó más a la joven, preocupada.
-¿Se encuentra bien? -preguntó, dubitativa aún de si debía hacer o no algo. La mujer había cerrado los ojos por unos instantes, y se había tambaleado-¿Quiere que llame a un doctor?

A Bella no le gustaban los médicos. Con esas batas blancas, esas gafas engañosas, y esas miradas traidoras. A la castaña se le antojaban más como cuervos blancos con gafas. Bella bien sabía que ellos no tenían la culpa de su situación, pero en ocasiones, necesitaba culpar a alguien. A veces se culpaba a ella misma, otras veces a los médicos que rondaban por allí, aunque la propia castaña sabía que carecía de todo el sentido del mundo.

"No...creo...que...sean...sueños". Después de pronunciar esas palabras, la joven Shadow se derrumbó en el suelo. Su cuerpo empezó a convulsionarse y estremecerse. Estaba sufriendo, Bella lo supo por la expresión de su rostro. Su primer instinto fue acercarse a la mujer. Se arrodilló a su lado, intentando averigüar qué era lo que le ocurría. Las manos temblorosas de la castaña rodearon la cara de la mujer. Los ojos de Bella mostraban terror, aunque sus gestos eran firmes y seguros.

Pronto, el semblante de su acompañante pasó del más puro estado de pánico, a una extraña y serena calma. No. Tampoco era exactamente eso. Era una mezcla extravagante de espanto, placer, pánico y deleite. Bella golpeó una, dos, tres veces, el rostro de Shadow, pero la joven estaba sumida en un trance místico. "No está aquí", comprendió Bella. Estaba en otro lugar, otro mundo.
-¡Un médico!. ¡Un médico, aquí, rápido! -la joven castaña gritaba desesperadamente. No sabía por qué estaba tan asustada. "Esto no está bien. Algo pasa. No está bien. No está bien", se repetía una y otra vez.

Un par de especialistas entraron en la habitación, y empezaron a actuar rápidamente. "Trae las plantas. La estamos perdiendo. ¿Qué diablos ha ocurrido? Llama a Whale..." En medio de toda la confusión, Bella intentaba divisar algo de lo que le estaba pasando a su compañera. Ruido.
-¿Qué pasa? ¿qué le pasa? -intentaba hacerse oír, pero nadie le respondía. Ruidos y más ruidos de alarma. Sólo obtuvo un "Aparta de en medio", mientras llegaban más doctores y enfermeros. Ruido. Cargaron con la mujer y la sacaron de allí.


Bella se vio envuelta de nuevo en la más absoluta soledad. Silencio otra vez. Bella se asomó a la fina rendija de cristal, que era su único contacto con el exterior. Vio cómo se llevaban a la mujer en un camilla, posiblemente a intentar reanimar su mente de dónde quiera que estuviese ahora. Un extraño sentimiento la embargó; desasosiego, horror, turbación y...esperanza

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