Dirty Paws {Gold}

El frío estaba empezando a apoderarse de Storybrooke con dentelladas crueles y amargas. La eterna primavera había desaparecido del pueblo casi tan rápido como había llegado. En aquel rincón de esa Tierra sin Magia no parecía haber término medio; del cálido verano habían pasado a aquel invierno implacable.

A Bella, sin embargo, no le disgustaba ese invierno. Le recordaba a los del Bosque Encantado, cuando salía a los jardines reales para perseguir dragones aún a pesar de las regañinas de su padre, el Rey.
”¿Acaso vas a buscar gamusinos?”, le decía Maurice, medio en serio medio en broma.

”Voy a cazar monstruos”, decía ella, con aquellos ojos azules brillantes irradiando inquietud y curiosidad a partes iguales, sin saber cuánta verdad había en esa afirmación ingenua e infantil. Porque no sería hasta mucho después cuando la princesa cazaría, efectivamente, a la bestia más hermosa de todas. Pero no sería con espadas ni antorchas, ni si quiera con magia. No. Con algo mucho más poderoso.

En Storybrooke, sin embargo, no habían dragones que buscar ni gamusinos que perseguir. Volvían a estar todos entre libros. Y su Bestia dorada parecía querer dejarla al margen de todo cuanto acontecía. ”Sólo lo hago para protegerte”, le había dicho en una ocasión.

Se acercó a la ventana y la cerró para que no se colase el viento con su inquisitivo frío, y volvió al mostrador para darle otro sorbo al té que le había traído Ruby hacía un rato.

Suspiró y cerró los ojos un breve segundo, para prepararse para lo que estaría por venir. La conversación de Ruby le había rondado por la cabeza durante semanas y aunque le había prometido que lo dejaría estar, Bella tenía que saber la verdad, aún sabiendo lo que eso pudiera suponer. Tenía miedo, pero no iba a dejar que ello le impidiese saber la verdad. ”Siempre he querido ser valiente, ¿no?”. Sus propias palabras se le atragantaban en la garganta.

Volvió la vista hacia los cristales y, por un momento, por un instante vacilante, deseó convertirse en pájaro para poder salir de allí volando.

Lo escuchó antes de verlo. Los pasos firmes del bastón que lo acompañaban; Bella se había memorizado aquel sonido. La castaña sabía que él ya se imaginaba que aquella llamada no había sido una mera cortesía. No. Su Bestia tenía una habilidad especial -nada relacionada con la magia, si no algo con lo que ya se nacía- para detectar los sentimientos de la gente a través de sus gestos, sus ojos, o su voz. Y los ojos de Bella nunca habían sabido mentir bien, no al menos a él. Ella también tenía ese mismo don, pero sólo le funcionaba con Rumpelstilstkin.

-No te preocupes -comentó cuando él entró. No sabía cómo empezar con aquella conversación, que para ella era tan importante. "Empezar por el principio es siempre la mejor opción", le había dicho alguien una vez. ¿Quién? Bella no lo recordaba bien. Quería hacerle ver que, fuera cual fuese la respuesta, la castaña estaría ahí, porque sabía que no era perfecto. ¿Y quién lo era? "¿No lo ves? Esa es la razón por la que tengo que quedarme", le había dicho no hace mucho. Y por supuesto, no pensaba romper su promesa.

-Te he llamado porque hace unos días me enteré de una cosa -en sus ojos se podían leer miles de cosas; desasosiegos, esperanzas, inquietudes y promesas. Se acercó a él y lo tomó de la mano. Aquel gesto tan sencillo que tanto le había costado a los dos al principio, cuando él se creía, efectivamente, una Bestia. Cuando ella todavía no había podido acceder del todo al hombre que realmente era. "No veo a la Bestia que todos los demás ven". Bella ya no vacilaba. De alguna forma, él era su fuerza.

Respiró hondo.
-¿Puedo confiar en que me dirás la verdad, Rumpel? -lo miró a los ojos, aquellos que ya no eran ambarinos. Cuando salió del psiquiátrico y se lo encontró en la tienda había sido la primera vez, aunque ella todavía no lo supiera, que veía realmente al hombre y no al Oscuro. Mentira; ella lo había visto antes que nadie. Necesitaba ahora creer en él.

Tal vez por su ingenuidad, algo de lo que siempre había pecado de niña. Por su don, su obcecación en ver siempre la bondad en cada ser, fuese cual fuese su triste y azorada historia, Bella lo creyó. ¿Cómo no hacerlo? Si ella estaba allí por él, para eso. Debía ser su apoyo. Sabía la castaña que ella ya no podía vacilar. Porque si lo hacía, él caería. Caería, caería y caería tal como lo hizo la rubia Alicia, en la oscuridad de una soledad de melancolía correosa que lo llevaría a su propia muerte. ¿Cómo iba entonces la Bella -su Bella-dejar caer a la Bestia?

Y, sin embargo, necesitaba saber.

-Es sobre tu mujer, y la historia que te une con ella y con Garfio -tragó saliva, mientras bajaba la mirada. La castaña era plenamente consciente de lo mucho que le dolía a su Bestia hablar de aquel pasado. Sabía que Milah los había abandonado a él y a Bae cuando este no era más que un bebé. Sabía que había tenido que criar a su hijo. Sabía que Rumpel lo había estado buscando con avidez por todos los mundos habidos y por haber. En definitiva, Bella sabía cuánto significaba su familia -que ahora sólo era ella y su hijo- para el Oscuro. Le había costado ahondar en aquella historia adversa, pues Rumpelstistlkin siempre había sido reservado en ese aspecto. Porque le hacía daño. Y, una noche, él había decidido compartir, por fin, esa pena con ella.

-¿Es verdad, Rumpel? ¿Lo que pasó es cierto? -la princesa sabía que no hacían falta más palabras, porque él entendería lo que quería decir. ¿Quería saber, realmente, la respuesta? Ahora no estaba del todo segura, aunque la princesa ya se había imaginado cual sería la respuesta a todo aquello. Y, a pesar de todo. A pesar de aquellos ojos ambarinos, de la piel dorada, de sus uñas afiladas y sus dientes mal perfilados, Bella lo había amado. A pesar de su taza rota y su corazón vacío, Bella había luchado por él. ¿Por qué ahora iba a ser distinto, pues?

No había esperado otra respuesta. Y de haber sido diferente, Bella hubiera sabido que no era verdad, porque conocía al ser que amaba. A los instantes previos a la confesión, la castaña había sentido miedo de que algo en ella, en sus sentimientos por él, pudiera cambiar de manera imprevista e irrefrenable. Pero no había ocurrido nada, en realidad. Nada en ella la había hecho cambiar de parecer respecto a Rumpelstilstkin. Y eso, de alguna forma, la hacía más fuerte. Era capaz de afrontar la realidad de el Oscuro, compartirla como si fuera la suya propia. No tenía -es más, no quería- vivir en la burbuja que su Bestia le había preparado para ella. Aún sabiendo que sus intenciones eran buenas. Pero Bella se merecía saber la verdad.

Se llevó una mano a su rostro y le acarició la mejilla, en un gesto que indicaba que la princesa agradecía la confianza que había depositado en ella. Sabía cuánto le dolía aquella verdad a Rumpelstilstkin, por qué había tratado de ocultárselo todo este tiempo.
-Pues deberías habérmelo contado antes -dijo, en tono dulce pero no exento de reproche-No te habría juzgado. Ya sabes que conmigo puedes ser sincero, Rumpel -y lo que decía era totalmente cierto. La joven castaña se había preparado para todo y, aunque para muchos no dejaba de ser una dulce dama de corte, la joven se había forjado en las celdas del castillo de la Reina, en la batalla con el yaoguai, en miles de historias leídas en los libros, en la muerte temprana de una madre... Había convivido con una Bestia y había sobrevivido, torciendo las crónicas a un final inesperado. ¿Qué, pues, no podría afrontar la castaña?
-Sé que son recuerdos duros, pero a veces, esos recuerdos son los que nos ayudan a no olvidar quiénes somos. Y a veces, bueno... No se tiene por qué llevar una carga tan grande solo -de nuevo, otra vez, la princesa dando lecciones a la Bestia. ¿Quién más, si no, podría hacerlo? La Bestia... La Bestia sólo podía escuchar a la Bella.

Y ahí estaba, de nuevo, el hombre, no la bestia de la que todos hablaban. Rumpeltisltkin había desnudado su alma, y eso sólo lo podía hacer con ella. "No es fácil ser valiente después de una larga vida siendo un cobarde". La castaña percibió la angustia que despedían aquellas palabras, o más bien era arrepentimiento. Sí, podía ser eso. Recordó entonces las últimas palabras que le dirigió a Rumpelstilstkin antes de decidir volver y de que su aventura se viera interrumpida por Regina; que nunca dejaría de luchar por él. Aquella era una verdad, la verdad de Bella.

No se atrevía a pensar en lo mucho que podía doler para él el recuerdo de su esposa. Pero, ¿acaso merecía la pena seguir pensando en fantasmas, tal como le había dicho Ruby? No. En Storybrooke tenían una nueva oportunidad, lejos de todos los tormentos de un pasado lejano. Desde que salió de su prisión en el psiquiátrico, la princesa se sentía cada vez más a gusto en aquel pueblecito hogareño de Maine.

-Bueno, para eso estoy aquí, ¿sabes? Yo te enseñaré a ser valiente -sonrió, se puso de puntillas y unió sus labios a los suyos. Besarlo era una de las cosas que había echado tanto de menos en esa cárcel de grillos del hospital incluso sin saber exactamente qué era lo que tenía que extrañar.

Al escuchar las últimas palabras de Rumpel, Bella se separó un poco, alzando un poco el rostro para mirarle a aquellos ojos que ya no eran ambarinos pero que, sin duda, eran igual a los que ella recordaba. La castaña no vaciló ni un momento en prestar ayuda en lo que necesitara. Porque para eso estaba allí. La castaña era su amiga, su compañera, y su aliada.

-Por supuesto, ¿qué ocurre? -frunció levemente el ceño. Últimamente las cosas en Storybrooke estaban agitadas, por decirlo de alguna forma. A la ruptura de la Maldición de Regina que los tuvo a todos sumidos durante veintiocho años en un letargo pastoso, le siguió la de su hermana y, posteriormente, el extraño incidente donde muchos de los habitantes del pueblo habían vuelto a ser niños. Con todos esos sucesos, la princesa no dejaba de estar alerta ante cualquier señal de posible peligro.

Aquella noticia la sacudió como si fuera su propio hijo. Después de tantos años conviviendo con Rumpelstisltkin en su castillo, y especialmente después de que él se abriera a ella y le relatase su búsqueda eterna por su hijo perdido, Bella no sabía qué pensar de aquéllo. Era una noticia buena, pero las palabras y el rostro adusto de Rumpel le decían que había algo que no encajaba. Sin embargo, la castaña no podía dejarse entregar tampoco al miedo por aquella llegada imprevista. No. Aquello era algo bueno.

Al fin, pudo articular palabra:
-Pero eso es una buena noticia, Rumpel. Tienes que ir a hablar con él. Explicarle todo lo que ocurrió. Que has estado años buscándolo. Estoy segura de que él lo entenderá. Después de todo, él también te habrá echado de menos -se encogió de hombros. Sabía que probablemente no fuera así de sencillo, pero ahora mismo debían actuar con sensatez; la castaña debía ahora insuflarle el valor del que antes habían estado hablando, y del que Rumpel carecía para enfrentarse a sus miedos y su pasado.

-Si lo prefieres yo podría hacer de intermediaria entre vosotros dos. Podría hablar con él -sonrió. Ella siempre estaría dispuesta a ayudar a Rumpel, y, para qué mentir, sentía curiosidad por saber cómo era. Estaba segura de que con un poco de tacto, las cosas se solucionarían. Porque un hijo siempre echaba de menos a su padre, como ella echaba de menos al suyo aún a pesar de lo que había pasado entre ambos después de que mandase su rapto.
-Todo va a ir bien, ya verás -aquella seguridad con la que las palabras habían salido de sus labios había sido verdadera. Bella lo creía así, porque después de tanto sufrimiento, no había cabida para más calamidades.

Entendía la zozobra de Rumpel. Y no soportaba verlo así; dudando de él mismo. De alguna manera, Bella se había convertido en el principal pilar de Rumpelstilstkin después de la pérdida de su hijo. Y, de alguna manera, la joven castaña lo había comprendido y había asumido ese papel por su propia cuenta y riesgo. "Ese es el motivo por el que tengo que quedarme", le había dicho no hacía mucho. Y ella lo creía así. Después de todo, ¿quién iba a entender mejor a la Bestia que la Bella? Ya estaba escrito, tal vez incluso antes de que ambos se encontrasen en ese reto de miradas, hacía tanto tiempo en el castillo de Maurice. ¿Destino? ¿Azar? A Bella nunca le había gustado pensar en unos hados tejiendo maliciosamente unas vidas que no le pertenecían. No, para Bella, el destino se lo forjaba uno mismo. Sin embargo, ¿qué más podría haber juntado a dos criaturas tan distintas como la pura Bella y el pérfido Oscuro? Eran como el día y la noche, el yin y el yang. Y, como tales, ambos se complementaban de una forma auténtica y genuina.

-Por supuesto que estaré contigo. Termine como termine todo esto, seguiré contigo -sus labios se fusionaron con los suyos en un beso. La castaña siempre había estado ahí para él, incluso cuando el Oscuro no podía saberlo. Encerrada en aquella torre oscura a merced de la Reina, lo único que la mantenía con ánimos de seguir en pie era su voluntad de recuperar el amor de Rumpelstilstkin; salvarlo de aquella oscuridad a la que estaba empeñado en dejarse morir. Encerrada, de nuevo, en esa jaula de grillos en la que se había convertido su habitación en el psiquiátrico, también los recuerdos difusos de una Bestia dorada y una rosa marchita la mantenían con la vaga de esperanza de quien aguarda algo.

-Pero basta de cosas tristes -comenzó, separándose un poco de él- Cuéntame qué tal te ha ido el día -inquirió, acariciando las suaves solapas de su abrigo oscuro-¿Ha habido mucho ajetreo en la tienda? ¿Alguna otra diosa cabreada, otra viajera en el tiempo? ¿Alguien se ha retrasado en el pago del alquiler? -bromeó. Después de vivir en Storybrooke por todo ese tiempo, nada podía volver a sorprender a Bella.

Otro pacto. Otro trato. La princesa sabía perfectamente cómo Rumpelstilskin se ganaba la vida. Ella misma había experimentado la sensación de un pacto con él hacía mucho tiempo, sin embargo, ninguno de los dos pudo prever la manera en la que había acabado todo. En cierto modo, la castaña echaba de menos aquellos momentos en el castillo de el Oscuro, aquella soledad que ambos compartían y que se convertía en una quietud segura y sólida. Cierto era que ella había estado alejada de su padre Maurice, pero la experiencia de vivir con Rumpelstilskin había resultado ser la aventura que siempre había buscado. Ahora las cosas habían cambiado. Las amenazas en Storybrooke era una sombra que se agitaba constantemente, y Bella tenía la sensación de aquellos preciados momentos los dos solos en la biblioteca o en la tienda eran sólo la calma que precedía a la tormenta, pero la joven desechó aquellos pensamientos.

-Eso es estupendo, Rumpel. ¿De qué familia se trata? ¿Alguien a quien conozcamos? -inquirió alzando una ceja, sin malicia ni segundas intenciones. Tan sólo con aquella curiosidad que la había llevado siempre a indagar en los rincones más oscuros, en la verdad de las cosas. Si había algo que Bella no soportara eran las mentiras.

Se volvió con naturalidad a seguir colocando algunos libros que guardaba en cajas y que habían sido donados por los vecinos mientras escuchaba a Rumpel. La biblioteca marchaba bien, pero aún necesitaba varios libros para completar las estanterías de novela clásica. El proyecto del taller de escritura y cuenta cuentos para niños había quedado parado por el momento.

La castaña no pudo evitar sentirse orgullosa de él. Siempre había creído en él, en que podía cambiar, en que Rumpelstisltkin no era sólo el Ser Oscuro malévolo y perverso que se empeñaba en mostrar. Sí, la castaña había creído en él. En su capacidad para amar, perdonar y arreglar los errores del pasado. Estaba satisfecha de que él hubiese cumplido su palabra, no la había decepcionado. Tal vez había sido un intercambio de información, tal vez no fuera una acción del todo altruista, pero lo que Rumpelstilstkin hacía lo hacía por recuperar a su hijo, y eso también era una acción loable.

-Pues estoy orgullosa de ti -acarició su brazo- Me alegro de que hayas ayudado a una familia a reencontrarse -le confesó, sincera. Recordó entonces tiempo atrás, cuando él se mostraba más reticente en cuanto a contarle cosas acerca de sus pactos y tratos. Algo que no hacía más que alimentar la cabecita fantasiosa de la castaña. Verlos ahí, ahora, compartiendo vivencias también la reconfortaba. Aunque fuera en una tierra alejada de la suya natal. Esa, esa era la aventura más grande de todas las que Bella podía soñar.

Bella se puso en pie, esbozando una sonrisa resuelta. Le indicó con un gesto a Rumpelstilstkin que esperase unos segundos. Se adentró en el interior del despacho de la biblioteca y sacó un par de tazas de té. Luego las puso sobre el mostrador, esperaba que nadie los interrumpiera aquella vez con algún pretexto como que Storybrooke estaba a punto de acabarse o algo así. Quería disfrutar un poco más de la compañía del hechicero.
-Las jornadas de trabajo de una bibliotecaria pueden ser muy duras -repuso, por toda explicación, medio en serio medio en broma- Venga, tómate algo conmigo y ya te dejo libre -bromeó.