Niño puntero a la vista, capital {Brandon}

Cuando su jefe le había dicho que tendría que ir a avisar a uno de los profesores del colegio de Storybrooke de que el pequeño yate que había llevado a arreglar había finalizado ya por completo su reparación, Brandon había arqueado una ceja, pensando que se lo estaba diciendo en broma. ¿No podía el dueño de la embarcación ir a informarse el mismo? ¿No tenía teléfono móvil? Pues la respuesta a ambas preguntas había sido no, así que tuvo que encaminarse en dirección al edificio en el cuál había pasado tan pocas horas, en comparación a las que realmente le habrían tocado. Si no había hecho campana durante la mitad de su vida, hasta que decidió dejar el instituto, entonces no se había saltado ninguna clase... y eso sí que no. De hecho, por ahí tenía que quedar uno de los pupitres pintarrajeados por él con rotulador, con navaja... con todo lo que había tenido a mano en su momento. Resopló, fastidiado por tener que regresar ahí y no poder pasar todas las horas que le habría gustado entre los cabos y tablones que habían esparcidos por el astillero, y se guardó las manos en los bolsillos mientras cruzaba la verja principal en dirección a la puerta. Por favor, el lugar era tan deprimente como lo recordaba.

Con la cabeza gacha y haciéndose el loco, intentando no ser reconocido por ningún profesor con ganas de recordar viejos tiempos -por favor, no lo habría aguantado, eran todos unos pesados- recorrió los pasillos hasta encontrar el lugar que le había indicado el conserje, y dio su recado lo más rápidamente posible, sin parar atención a los detalles, y guardándose en el bolsillo interior del chaquetón que llevaba puesto el sobre con el dinero de los gastos de la reparación. Esa era la parte que al joven le hacía más feliz: no tenía la menor duda de que una parte de aquellos billetes acabarían en su bolsillo a fin de mes, tras recibir su sueldo.

Notablemente más animado, deshizo el camino andado un par de horas antes silbando una alegre melodía, y mirando por las ventanas a medida que pasaba al lado de ellas. Y, mientras lo hacía, algo le llamó la atención. Mientras todos los chavales estaban dentro del edificio, en las aulas, había uno subido a uno de los árboles y haciendo vete-a-saber-tú-qué con el tronco. 'Este crío es tonto'. ¿A quién se le ocurría saltarse las clases y quedarse en un lugar tan obvio? Sacudió la cabeza, y tras salir por la puerta, decidió acercarse un momento. Como antiguo maestro del salto de clases, consideraba que el chaval necesitaba un consejo. Al menos, para que no le pillaran.

Tratando de llamar su atención, se llevó los dedos índice y pulgar a la boca, y emitió un agudo y penetrante silbido, seguro de que se le iba a escuchar, ya que tampoco había tanto ruido ambiental como para tapar el sonido. - ¡Eh, tú! ¡El del árbol! - Vamos, porque no tenía ni puñetera idea de cómo se llamaba, y de alguna manera tenía que saber que se refería a él. Se cruzó de brazos al pie del tronco, con la ceja arqueada en un ademán burlón y una sonrisa socarrona. - ¿Sabes que se te ve desde esa ventana de ahí? - A ese ritmo, le iban a pillar en menos de media hora, y eso apostando muy alto. Cualquier profesor que se aventurar a desviar la mirada hacia ahí se daría cuenta de que había algo que iba mal, y el chico se las cargaría. Y a Bran no le parecía mal enseñarle al niño a mejorar un poco su capacidad de evasión. Total, nadie le culpaba por querer saltarse las clases.

Bueno, al menos se había dado por aludido. Menos mal. Bran no esperaba tener que pasar mucho de su tiempo para dar consejos de supervivencia a la hora de saltarse clases a un adolescente, y la verdad era que tenía bastantes ganas de abandonar ese lugar de una vez por todas y regresar al puerto, donde podía oler la fragancia salada del mar. Al antiguo pirata le seguía gustando aquel olor por encima de muchas cosas, y no le costaba nada admitirlo delante de la gente a la que conocía, la mitad de la cual le miraban como a un extraño por preferir navegar hasta bien entrada la noche, cuando tenía ocasión de hacerlo, que ir a ver una película o a una discoteca. Claro que el trabajador del astillero también gustaba de la vida nocturna, pero para él nada era comparada con la posibilidad de dormir en mar abierto. Simplemente, ambas experiencias estaban a mundos de distancia, y no tenía duda alguna de a cuál prefería por encima de la otra.

Con un gesto levemente impaciente, y todavía de brazos cruzados, tamborileó con los dedos de su mano derecha sobre su antebrazo izquierdo, esperando a que el chaval se dignara a bajar del árbol o, al menos, a prestarle atención. Pero no. Haciendo caso a su primera impresión, parecía ser completamente idiota. ¿No le acababa de decir de una manera bien clara que, si se quedaba ahí, iban a pillarle? ¿No había sido lo suficientemente conciso? Por lo visto, para el estudiante no, ya que le miraba con cara de hola, no entiendo nada de lo que me estás diciendo. Resopló. Si a él le hubieran dicho eso cuando se había encontrado en aquella situación, se habría apresurado para buscar otro lugar más seguro. De hecho, cuando él se encontraba en aquella situación, no era tan lerdo como para quedarse delante del propio edificio del que trataba escapar. Porque esa era otra... ¿si no quería ir a clase, qué demonios hacía a cuatro pasos de la escuela, en el interior del mismo recinto? Nah, no lo entendía. Pero por favor, si era un asunto más de sentido común que de cualquier otra cosa.

En fin, al final el chico pareció decidirse a bajar -ya era hora-, saltando desde una rama ligeramente más baja desde la que se encontraba. Bueno, agilidad tenía una poca, eso tenía que reconocérselo, y había logrado caer sin perder el equilibrio, aunque fuera de rodillas. Brandon dirigió una mirada evaluativa al chico, al que sacaba un poco más de una cabeza de altura, pero cualquier buena impresión que pudiera haberle causado, arreglando todo lo anterior, se fue al garete en cuanto abrió la boca. Arrogante tenía que ser. Sin querer perder el tiempo aleccionando a alguien que creía saberlo todo sobre todo, se encogió de hombros. Ya aprendería a base de golpes, y entonces seguro que no volvería a esconderse entre las ramas de aquel árbol. - Tú mismo. Cuando te pillen, no te lamentes de que nadie te avisó. - Inmune a los encantos del chico, que le parecían algo sobreactuados, todo fuera dicho, Brandon acabó rebuscando en el bolsillo de su chaqueta un cigarro y un mechero, para después encender el primero y darle un par de caladas. Como ex-estudiante, ya no tenía que esconderse de ningún profesor para poder hacer aquello, y si iba a volver al trabajo, mejor fumárselo en aquel momento, que tenía unos minutos libres.