Hierro al rojo

por Invitado Sáb Nov 17, 2012 1:49 pm

17 de Noviembre
Salón del Trono
Fortaleza Oscura

El salón del trono se halla sumido en un tenebroso contraste de luz y sombras. La luz del atardecer entra por los amplios ventanales sin acristalar y, en el interior, parece que el bosque que rodea la Fortaleza está en llamas. La estancia está sumida en un silencio sepulcral, como si todo habitante del castillo estuviese muerto, o como el depredador que acecha a la presa detrás de la maleza, conteniendo la respiración y a punto de saltar.
De pronto, semejante calma se ve interrumpida por un tenue batir de alas que, a medida que van pasando los segundos, se va haciendo más fuerte, denotando que no solo se trata de un pájaro, sino de una bandada entera.
En cierto momento, cientos, quizá un millar de pájaros negros como la pez empiezan a entrar por los ventanales, tanto a una parte del salón como a otra, y todos revolotean por el techo hasta que consiguen agruparse como algo uniforme, y empiezan a descender como un torbellino de picos y plumas, hasta que tocan el suelo, y de ese mismo torbellino, cuando se consume, sale un extraño ser.
Se trata de un desagradable muñeco de paja, con un raído sombrero de pico, una macabra sonrisa de oreja a oreja en forma de costura, y por ojos, en vez de botones, dos pozos negros y sin fondos, en cuyo cuello, unido al torso por una costura que da una vuelta de trescientos sesenta grados, reposa un colgante de plata con forma de pluma. Este ser, extraño y deforme, comienza a caminar en dirección al torno, y sus pasos no suenan duros y pesados, no resuenan, como sucedería con una persona normal, sino que se limitan a sonar como una especie de desliz por las baldosas de mármol negro, como si arrastrase unas zapatillas de felpa.
La metamorfosis comienza a producirse al quinto paso, cuando el extraño ser agarra el colgante con ambas manos y mira hacia abajo como si entonase un rezo en voz baja, pero sin emitir un solo sonido. Poco a poco, la paja y la tela de esparto se van tornando piel y ropa, y cuando menos se lo espera, da completamente la imagen de un hermoso joven con el pelo del color del heno, que camina con zancadas largas y arrogantes hacia la reina, con una inmensa capa negra que arrastra, innecesariamente, al menos dos metros por el suelo, y lleva la capucha bajada.

-Mi reina, he recibido vuestro llamado- cuando el joven en el que se ha convertido llega a los pies de la escalinata que asciende al Trono, se arrodilla dramáticamente, y su voz suena dulce y melodiosa, pero desprovista de toda pasión. Al volver al cabeza a la reina para mirarla directamente a los ojos, los suyos propios muestran la misma característica. Apáticos, sin sentimiento, sin amor.

por **Regina Mills** Dom Nov 18, 2012 9:35 pm

La reina requería de un cuervo para espiar a un cuervo, lo cual era bastante irónico. Regina observaba el reloj con impaciencia, dispuesta a darle una buena lección a aquel montón de paja que no merecía ni que le diese la hora de sus labios. Quizás hubiese debido prenderle fuego en lugar de molestarse en arrancarle el corazón, en su momento había sido divertido, pero ahora lo consideraba como una pérdida de tiempo. Útil a veces, pero en ningún momento era deseable la idea de compartir más tiempo con él del necesario, para esos menesteres disponía del cazador.

_ Llegas tarde, montón de paja._ Le dijo, sin el menor ápice de compasión o afecto, no tenía por qué. Tenía otros asuntos más importantes que atender y no le apetecía en absoluto tener que cargar con aquel muñeco de trapo más tiempo del necesario. Resolvería la reunión lo más rápido posible y así no tendría más problemas de los necesarios con él._ Di a Maléfica algo que quiero y me interesa saber si aún lo conserva.

Regina fue clara, fría y directa. Nada ganaba diciendo estupideces fingidas o tratando de que aquello iba más allá de dar una orden y esperar que fuese cumplida. Era una marioneta, una marioneta sin hilos que debía obedecer. A cambio de ellos le había dado poder, y debería estar más que agradecido por ello, pues de lo contrario la Reina no iba a tener la menor piedad.

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Re: Hierro al rojo