Tremble little lion man, you'll never settle any of your scores {Rumpelstilstskin} [Terminado]

Otra vez esa palabra. ”Monstruo” Rumpeltilstskin la repetía muchas veces, solamente para referirse a sí mismo. Simulaba que no le incomodaba, que le parecía acertada, apropiada para un ser como él. Es más, hasta le hacía gracia. Porque siempre que la palabra salía de sus labios, una sonrisa retorcida le acompañaba. Era como una especie de sobrenombre, que le acompañaba allá donde fuese. Era el apodo que le habían dado, y Rumpeltilstskin había aprendido a vivir con él, a aceptarlo, a interiorizarlo hasta que se lo cosió al alma. Rumpeltilstskin y "monstruo" eran dos nombres destinados a estar por siempre unidos. No. Por siempre no. Para Bella, aquel apelativo no tenía ningún sentido. No encontraba en aquel ser el monstruo (o la Bestia) de la que todos hablaban, la castaña sólo veía un hombre... un hombre destrozado por una pena infinita y profunda, tan profunda que nadie podía darse cuenta, salvo ella, claro. ¿Qué la hacía tan especial? ¿qué la hacía estar tan vinculada a alguien? ¿era Destino? ¿éso era? Sí, eso debía de ser.

Hilaba, hilaba e hilaba hasta que paró para mirarla. Sus ojos dorados sobre sus pupilas azules. Bella no quería que dejase de hilar. Quería pedirle que no dejase de hilar nunca, para que así fuese capaz de olvidar todo lo que tenía que olvidar. ”No. Olvidar no está bien. Hay que enfrentarse cara a cara con el tiempo” Fuera del castillo estaba todo nevado y había silencio, porque ningún animal nocturno se había atrevido a pisar la fría tierra de los dominios de la Bestia. A Bella le gustaba el invierno. Recordaba que cuando se acercaban las fechas, Bella siempre pedía a su padre que le volviese a contar cómo fue su viaje a los dominios de la Reina de las Nieves, que vivía en un palacio de hielo. Su padre, el rey Maurice, decía que nunca había visto nada igual, ni mujer tan bella como aquella reina.
”¿Y mamá? ¿mamá también era guapa?”
”Tan bella como la primavera”, le contestaba.
A la castaña también le gustaba mancharse las manos de nieve. Su padre siempre le decía que no saliera sin guantes. Pero la princesa no le hacía caso, porque quería sentir los copos de nieve derritiéndose en la palma de su mano.

-No. No es el frío lo que no me deja dormir -por un momento, la mirada de Bella se perdió en el fuego de la hoguera. Bailaba y bailaba con el traje rojo más bonito que la princesa había visto jamás- Creo que es la nostalgia. ¿Alguna vez la has sentido? Me refiero a sentirla tan fuerte que crees que te puedes ahogar por dentro -era una pregunta de la que Bella ya sabía la respuesta. Porque a la joven castaña no se le habían escapado esas miradas tristes, ni esos objetos cubiertos con telas desgarradas, para evitar verlos nunca más. Bella le había preguntado en alguna ocasión por aquellos detalles, pero la Bestia siempre daba respuestas esquivas. Demasiado pesar para afrontarlo. Era mejor olvidar. ”Entonces hila, hila mi pequeña Bestia. Hila y olvida”

En ese momento, una pregunta cruzó la mente de Bella. ”Si sólo hubiese una cosa. Una sola cosa que pudieses desear, ¿qué sería?” Pregunta traicionera como ninguna otra, porque el ser humano no puede sólo desear una cosa. El ser humano desea siempre más. Más belleza, más salud, más poder, más compañía, más amor, más comprensión. Y no tiene nada que ver con el egoísmo o la ambición; es necesidad, que sea una necesidad falsa o verdadera... ¡Ah, eso ya no importa!

En cualquier caso, y lo que quiero llegar con esto es que Bella se hizo esa pregunta justo en ese momento, y la única respuesta posible que se le ocurrió fue: ”Quiero ver a mi padre” Un deseo sencillo, casi infantil dirían algunos. ”¿Sólo eso quiere Bella?”, os preguntaréis algunos, ”pero si has dicho que el ser humano no puede desear sólo una cosa”. Efectivamente, y no os engaño. Porque Bella tampoco quería dejar aquel castillo. ¡Qué locura! ¡Cualquiera diría que estaba allí encerrada en contra de su voluntad! Pero es que, los sentimientos de Bella eran ahora una marea insalvable de confusión, pena, agobio, fatiga; nostalgia. Nostalgia por los días pasados en el castillo de Maurice, sí. Pero también por los días que no pasará en el castillo de la Bestia. ¿Cómo era eso posible? Bella lo entendía; estaba empezando a entender el motivo. ¿Tenía miedo, pues, de eso? No, porque Bella sabía que a ése sentimiento no se le podía tener miedo.

¡Ah, la Bestia! Cuán sabia era. No hizo falta ni que la castaña lo dijera para que él adivinase lo que estaba sucediendo en esa cabecita fantasiosa. Cualquiera pensaría que había sido por obra de la magia, que había llegado a adivinar el más puro anhelo de Bella, pero esta vez no tenía nada que ver con brujerías o hechicerías. Era algo más sencillo, y a la vez más complicado. Era una paradoja, retorcida, curvada; dorada como la piel de él. ¡Oh, pero qué torpe ha sido este juglar con las palabras! Claro que era magia. La magia más poderosa de todas, la que había hecho que Rumpeltilstskin previese la agonía de la princesa.

-Un poco -respondió la castaña, con la mirada todavía perdida en el fuego. Las llamas amarillas y rojas dibujaban sombras dantescas en las paredes del Gran Salón. Para muchos, eran sólo sombras; simples, oscuras, sin nada especial. Para Bella, las sombras de la pared eran marionetas que contaban un millar de historias, si se las veía de la manera correcta- Echo de menos los inviernos en el castillo, las mañanas en el bosque nevado, las carreras a caballo... ¿Sabes? Me acuerdo de una vez que jugando a los caballeros y las princesas me rasgué un trozo del vestido. Era un vestido amarillo, confeccionado por la modista de palacio -conforme hablaba las propias palabras de Bella la transportaron a ese mismo momento, y el tono de su voz se suavizó, perdida en sus recuerdos y contando una historia para ella misma de hacía mucho, mucho tiempo- Cuando mi padre me vio dijo “¿se puede saber qué es eso?”, y yo me quedé paralizada, pensando que me castigaría por haber sido tan descuidada. “¿Un caballero sin armadura? ¿dónde se ha visto eso?”, y acto seguido me cogió por la cintura y me llevó en volandas por todo el castillo gritando “¡que alguien le deje una armadura a este pobre caballero!” Y yo me reí tanto que hasta me dolía la tripa -sonrió de lado, como sonríen las personas cuando recuerdan y como si aún pudiese sentir esa risa en el estógamo. Es curioso como de toda una vida, lo que al final se queda grabado en la memoria son los pequeños detalles sin importancia.

Bella volvió a la realidad. Apartó la mirada de aquel fuego hipnotizador y la volvió a posar sobre aquel ser dorado. No dijo nada, y tampoco esperaba que él lo dijese. Había contado aquella historia para él, y era extraño porque la castaña nunca había tenido necesidad de ir relatando sus anécdotas de la infancia a nadie más, porque eran suyas. Y, sin embargo, aquella fría noche de principios de invierno, la princesa Bella había tenido la extraña necesidad de contárselo a alguien. No. A alguien no; a él

"¿Quieres marcharte?"

Por alguna extraña razón, esas palabras se le clavaron en el pecho como mil agujas. ¿Que si quería marcharse? No sabía qué responder a ello. ¿Marcharse significaría hacerlo para siempre? ¿Marcharse significaría separarse de su Bestia? ¿Podría hacerlo? Es más, ¿quería hacerlo? ¿Qué sería de la Bella sin la Bestia? ¿Y de la Bestia sin la Bella? Sus nombres, como sus vidas, estaban entrelazados sin remedio en ese cuento. Sin embargo, a pesar de todo ello, la melancolía que sentía la castaña era muy fuerte.

Se hizo un silencio momentáneo, sólo roto por el crepitar de la hoguera y el sonido de la rueca. Bella lanzó una mirada a través del ventanal del Gran Salón; el bosque estaba oscuro y helado. Tan oscuro y helado como había estado el castillo de Rumpeltilstkin anes de su llegada.

La Bestia estaba dejando libre a la Bella, ¿no es así? ¿estáis sorprendidos? Aquello demostraba lo que la princesa fue capaz de ver antes que nadie; que Rumpeltilstkin no era un monstruo, que bajo aquella piel dorada y aquellos ojos ambarinos no había otra cosa más que... Nostalgia. Sí. Como la de ella misma. La Bestia más que nadie entendía lo que estaba pasando. Aunque no del todo... no del todo.

¡Pero pobre Bestia! ¡Si se va Bella, ¿qué será de tí?!
-¿Me dejarías ir? -un hálito de sorpresa cubrió la voz de Bella-¿Confías en mí? ¿Confías en que regresaré? -La joven princesa ya se había hecho a la idea de estar en ese castillo encerrada de por vida. Y aún así, Rumpeltilstkin no dejaba de sorprenderla.

¡Qué extraño! Qué rara sensación se había apoderado de ella en esos momentos, después de que la Bestia diera su veredicto final. Un cúmulo de pensamientos, tormentosos y revueltos, se abrieron paso en su cabeza. Decepción y alivio ¡¿Cómo era posible?! Dos sensaciones que, aunque a primera vista podían parecer contrarias, no lo eran en realidad. Aquel ser dorado siempre conseguía alterar todos los esquemas de lo que una vez le enseñaron que era lo habitual.

-Tienes razón. Un trato es un trato. Y no quiero romper mi promesa -ladeó una sonrisa. Joven valiente que no perdió la entereza mientras decía esas palabras, que transmitían resignación ante un futuro sellado. Sellado por ella. No estaba triste, después de todo, porque jamás se había arrepentido de la decisión que había tomado tiempo atrás. Bella comprendió, en ese instante todo lo que pasaba, porque la joven había convivido en tiempo suficiente con aquel que llamaban el Oscuro y había aprendido a conocerlo. Por muchos esfuerzos que él hiciese para mostrarse lo más frío y alejado posible de ella, eran en vano, porque Bella ya había descubierto el verdadero corazón de la Bestia.

”La pobre Bestia, intentando huir de algo que era más grande que él mismo”

Había sido la cobardía de Rumpeltilstskin la que lo habían empujado a dar esa respuesta. La misma cobardía que lo habían llevado a perder a su hijo, y que lo llevaría también a perder a la que ahora mismo se empeñaba tanto en mantener a su lado. Porque había algo que no estaba haciendo bien. ”Errores”, los llevaría arrastrando por siempre. ¿Arrastraría también con ellos a la joven castaña? ”Sé fuerte porque él no puede”, le susurré a la princesa una vez en sueños.

Y entonces, cuando todo quedó en silencio, cuando Bella pensaba que estaba todo dicho, Rumpeltilstskin volvió a hacer algo que volvió a demostrarle que, efectivamente, el ser dorado no era como todos pensaban, que aún quedaba un rastro de humanidad en él; de aquel humilde granjero cojo que había sido. La joven castaña se acercó a la mesa donde estaba el pergamino dorado y la pluma turquesa que el Oscuro había hecho aparecer. Sus dedos acariciaron el tacto suave del papel, como si todavía no se creyesen lo que Rumpelstilskin le estaban ofreciendo. Se acercó a aquel ser dorado, que había vuelto con su rueca y parecía haberse vuelto a olvidar de que la muchacha estaba allí. La joven lo abrazó, y en la simpleza de aquel gesto había cosas que uno no podría llegar a comprender a primera vista.
-Gracias -susurró. Luego volvió a donde estaba el pergamino y la pluma. El sueño la había abandonado por completo, y ahora se sentía con una energía renovada para escribir. Quería que la carta le llegase a su padre lo antes posible. Ocupó su lugar en la mesa de roble del Gran Salón y, en silencio, imprimió las primeras palabras escritas con tinta dorada:
”Querido padre...”

No sabía el tiempo que habría pasado. Horas y horas consagradas al papel y a la tinta. Durante todo ese tiempo, la Bestia no se había marchado. Seguía allí, hilando mientras Bella escribía sin parar. Sobre cosas triviales pero que en realidad no lo eran. Los dos en silencio, cada uno con sus propios pesares o alegrías. Cuando terminó, Bella dejó la pluma sobre el tintero con mucho cuidado. Con vitalidad, la princesa se levantó de la silla y se acercó al ventanal. Estaba empezando a amanecer, y las primeras horas de la mañana pintaron el bosque de colores púrpuras y naranjas. De pronto, Bella se sintió mucho mejor, y el nudo del estómago, aquel que le impedía dormir, se había deshecho. Abrió la ventana y aspiró el aire fresco de la mañana.
-¿Sabes? -dijo para llamar su atención, volviéndose a mirar a aquél que no dejaba de hilar y de hilar. "Hila eternamente". Los ojos azules de ella lo observaron de lejos, deteniéndose primero en sus ojos (esos ojos ambarinos que siempre, siempre, siempre que la miraban la hacían sentirse más pequeña), y después en sus labios, que también eran dorados, como si se tratara de algún tipo de promesa-Habría vuelto -dijo simplemente, ladeando una sonrisa y encogiéndose de hombros.

Es difícil, hasta para un bardo como yo que juega y se entretiene con las palabras, describir todo aquéllo. Porque nunca es fácil empezar a escribir las tragedias, incluso aunque éstas no le afecten a uno mismo. La inocencia de la joven princesa era tan arrebatadoramente conmovedora como triste. Triste como lo sería el final de este cuento, o al menos, de su primer acto. Y nada sería igual ni para la Bella ni para la Bestia.

La joven castaña volvió a acercarse a donde el ser dorado había ya dejado de hilar y se sentó a su lado, por la sola necesidad de sentirlo más de cerca. De contemplar aquella majestuosidad desde una perspectiva en la que nadie más había estado, en todos los sentidos. Aquella piel dorada asustaba a los aldeanos y los hacía temblar ante la llegada del Oscuro, porque lo juzgaban diferente, dispar y extraño. Y era precisamente en esa disparidad donde Bella encontraba una fascinación que nunca había sentido por nada ni nadie. Porque Rumpelstiltskin era único y hermoso, incluso con aquella piel áurea, semejante a la de un felino.

-¿Acaso no confías en mí? Hace tiempo tomé una decisión, y quiero que sepas que no me arrepiento. Habría vuelto -volvió a repetir, muy segura de sus palabras- ¿Y sabes por qué? No permitiría que volvieses a hilar solo, porque alguien tiene que descorrer las cortinas de este castillo de vez en cuando -y porque la Bella no podría ser sin la Bestia. Y porque ella tenía que sacar al Oscuro del pozo de desesperación y autocompasión en el que estaba sumergido. Porque ella era la luz y él la oscuridad, porque eran almas complementarias y perfectas, y porque uno no podía existir sin el otro.

- Y porque si volviese y me quedase, creo que jamás soportaría casarme con ese engreído y superficial de Gastón-mencionó pensando en el que había destinado a ser su marido desde niña. Una de las razones por las que había aceptado marcharse con Rumpelstiltskin había sido precisamente para evitar esa boda, porque Bella no amaba a Gastón, porque nadie, ni tan si quiera su padre Maurice, iba a decirle lo que podía o no podía hacer. Porque ella se forjaba su destino, y sería ella misma la que decidiese a quién amar. Y el corazón de la princesa ya había decidido, y ahora su historia estaba encadenada a otro ser, el ser más singular, taciturno y trágico de todos.

La respuesta a la pregunta de la Bestia era clara para Bella. Nunca había sentido el mayor aprecio por su prometido. Ambos eran tan diferentes que la castaña se asustaba sólo de pensar que tendría que pasar toda la vida al lado de aquel hombre tan altanero. Era curioso cómo la ironía del Destino juega con todos nosotros, y hace ser lo que no es, y no ser lo que es. Porque mientras que Bella se había sentido más atrapada y encadenada por la idea de casarse con Gastón, aquel supuesto cautiverio al que la tenía sometida la Bestia había supuesto, de alguna forma, su liberación. En muchos sentidos.

Bella se encogió de hombros y se sentó al lado de Rumpeltilstinskin mientras la rueca giraba. A veces la princesa juraría que la dejaba hipnotizada y le gustaba imaginársela girando siempre, siempre, siempre. Y supo que el día que no la viera girar nunca más, sería el día más triste de todos.
-No -respondió con firmeza, contestando por fin la pregunta de el Oscuro-El amor es otra cosa... es... -¿Qué era el amor para la castaña? La princesa calló unos instantes, buscando las palabras adecuadas. ¿Había estado Bella enamorada alguna vez? No. No hasta... hasta que llegó él, claro. ¿Quién iba a ser si no? Sus nombres danzaban unidos en un eterno baile, entretejidos como las hebras doradas que Rumpelstilstkin hilaba-Para mí... Para mí el amor es algo que hay que desnudar poco a poco. Es un misterio por descubrir -sus ojos azules brillaban risueños mientras hablaba. Bella siempre había sido una muchacha idealista, soñadora. Tanto que a veces uno juraría que se perdía en ellos. Bella era una muchacha con afán de mundo. Sentir, bailar, oler, correr; quería verlo y probarlo todo. Quería explorar la vida. O al menos, eso había sido en un pasado. ¿Qué había sido entonces de ésa Bella? ¿Por qué diablos volvería una jovencita con toda una vida por delante a la guarida de la Bestia? ¿Había mentido Bella cuando había dicho, firmemente, que hubiese vuelto? No. Bella nunca mentía. No estaba en su naturaleza. La respuesta era simple y sencilla. Tan simple y sencilla que daba miedo; se había enamorado.

-Nunca podría haber amado a alguien tan superficial como Gastón -la joven princesa bajó la mirada. Se sentía de pronto liberada. Había compartido un peso con Rumpelstilskin y ahora ese peso había desaparecido. Era la primera vez que confesaba aquellos sentimientos a alguien, o al menos, de aquella manera tan pura y sincera. ¿Podría ser también que él hacía más sincera a la princesa? Rumpelstilstkin guardaba secretos, de eso Bella no tenía dudas, y luchaba constantemente por mantener sus sentimientos y dolores ocultos, pero la princesa podía leer en él todo lo que el Oscuro tenía escrito en el alma.

Y en su encantadora inocencia, Bella no sabía lo que había desatado en el fuero interno de aquel de largo nombre. O puede que sí, puede que sí lo supiera. Pero la castaña sabía que él no estaba preparado para éso. No, aún no. ¿Lo estaría alguna vez? ¿estaría alguna vez la Bestia preparada para afrontar lo que estaba sucediendo?

-¿Y tú? ¿has estado alguna vez enamorado? -las palabras le salieron automáticamente, sin ni si quiera detenerse a pensar en lo que había preguntado. Después de casi año conviviendo con El Oscuro, Bella sabía muy bien que no obtendría respuesta, o al menos, no una respuesta clara. Rumpelstilstkin siempre hablaba con rodeos, no dejando claro nunca cuál era o no su contestación. Bella sabía que lo hacía para ocultar un pasado que le dolía más que nada-Es igual. No quiero... no quiero ser indiscreta. Es sólo que... bueno, me gustaría conocerte más. Ha pasado casi un año y no sé nada de tí -se acomodó un poco más a su lado, con soltura y naturalidad. Le era fácil actuar así con él-Apuesto a que tienes un montón de historias que contar. Y te daré la licencia narrativa para que te inventes todo lo que quieras -dejó escapar una risa. Una risa cristalina y diáfana.

Muy propio de la Bestia contestar a las preguntas de la princesa con más preguntas. Siempre lo hacía, ya fuera por vergüenza, por dignidad o por indulgencia. Lo hacía por todas esas cosas, y más, que la castaña no podría adivinar. Ése era Rumpelstilstkin; un misterio envuelto en piel dorada. Y otro de los motivos por los que Bella sentía esa necesidad casi enfermiza de...arreglarlo. Porque la Bestia estaba herida y destrozada, y por alguna broma cruel del Destino, sólo la castaña podría sanarla.
-No. No lo creo. Ningún secuestrador de bebés tendría esa ropa tan bien doblada y guardada -con una delicadeza tal que no podía ser propia de un monstruo, no.

La noche más profunda ya había dado paso a una mañana un tanto grisácea. Era el invierno. Pero ni si quiera las nubes de tormenta lograron apagar el alegre corazón de la princesa. Y muchos os preguntaréis, ¿por qué debía estar contenta la castaña? Si sólo era un día más encerrada en los muros de un castillo oscuro y sombrío, alejada de los suyos. Pues yo os contestaré, amigos: porque a veces la felicidad es tan abstracta como los sueños mismos de los que se alimenta. Una pluma y un pergamino era todo lo que Bella había necesitado para sentir algo más de calor en la fría fortaleza, que dejaba de ser tan fría cada vez que se acercaba a Rumpelstilstkin.

Pero como todo lo bueno tiene que acabar en algún momento, pues aún queda mucho para el “felices para siempre”, Bella se levantó de su sitio y se acercó a por el pergamino donde las primeras palabras Querido Padre resaltaban con tinta roja.
-Bueno, ya es tarde. O demasiado temprano, según se mire. Será mejor que me marche. Voy a meter la carta en un sobre y a enviársela a mi padre. Quiero que le llegue a primera hora. Se alegrará al saber que estoy bien.

Clavó sus ojos azules en los dorados de Rumpelstilstkin. El contacto visual duró unos pocos segundos, pero fue una mirada de agradecimiento. Para ser sinceros, ni Bella misma sabía qué podía esperar de Rumpelstilstskin cuando la princesa aceptó su trato. Pero ahora sí lo sabía. Bella sabía que podía encomendarse a la Bestia, porque ésta nunca le haría daño. ¿De dónde salía tanta certeza, tanta entereza?

Se despidió de Rumpelstilstkin regalándole otra de sus eternas sonrisas y, antes de salir de la estancia murmuró un suave "gracias". El frío de pasillo la arrasó, porque allí ya no estaba la hoguera que calentaba el Gran Salón, ni la presencia de la Bestia. Bajó las enormes escaleras de piedra que llevaban al recibidor del castillo y dejó la carta en el mueble de la entrada, reposando sobre una bandeja de plata, y se retiró a sus aposentos. Sabía que la carta le llegaría a su padre. Sabía que las manos de unos sirvientes invisibles la harían llegar esa misma mañana. Lo sabía con la misma seguridad enfermiza de la que os he estado hablando hace unos momentos. Y, de nuevo, ¿de dónde le salía tanta convicción? De la ceguera del amor, sin duda.