Pasar la tarde con el demonio. (Rumpelstiltskin)

Si había algo que adoraba, después de pasarme horas y horas hilando frente a mi vieja rueca, era que mis planes saliesen bien. Bueno, quizás había exagerado ésto lo adoraba más que hilar. Me gustaba observar el futuro y ver como la gente actuaba tal y como yo había predicho que iban a hacerlo. Una magia tan poderosa, tan intensa como ver el futuro era variable, el mero canto de un grillo cuando no estaba predicho podía cambiar todos los acontecimientos. Pero, por ahora, Pepito Grillo cantaba a gusto de todos, por mucho que odiase el canto de dichos animales.

Y hoy era el día en el que la reina iba a sucumbir a sus ganas de asesinar a Blancanieves y hoy era el día en el que, de nuevo, la famosa Reina Malvada iba a necesitar de mi poder para conseguir sus estúpidos e irracionales propósitos que me llevarían a conseguir los míos propios. Por supuesto, por un precio. Por eso no me sorprendió escuchar mi nombre en mi propia mente, siendo llamado por sus labios rojos llenos de malicia. En un pestañeo fui transportado a donde mi presencia era requerida, era parte de la maldición.

- Estoy justo aquí, querida - mi voz sonó a su espalda, estaba sentado con las piernas cruzadas y mis manos encima de las rodillas, justo en la mesa enorme que coronaba aquella habitación lujosa pero tan vacía de contenido sentimental. - Esta un poco tensa ¿No, su majestad? - una risilla nerviosa, característica en mi, acompañó aquella frase. No era más que un duende travieso, un duende con tanto poder que no había que subestimarme. Pero eso era algo que la reina siempre había hecho, era por ello que no dudaba ni lo más mínimo en burlame de ella, en hacer notar sus debilidades.

off: sorry por el retraso, malos dias u.u

No pude evitar mirar a la reina con aquella expresión que sabía que le molestaba tanto, una expresión tranquila, controladora de la situación. Me agradaba ver el rostro de la monarca aliviada por mi presencia pero a la vez furiosa por ésta. Era como si le molestase pedirme ayuda pero a la vez lo necesitase. Todo el mundo solía acudir a mí con aquella misma expresión, pero la reina era su mayor exponente. La gente que acudía a mí no tenía nada, ella creía tenerlo todo. Pero no lo tenía, por eso requería mi presencia en estos momentos.

- Ya sabes que siempre estoy a tu disponibilidad... Además, por tu grito de "Oh Rumpelstiltskin ven a mi te necesito" pensé que realmente debía venir con rapidez - respondí acompañando mi voz cantarina con gestos exagerados. Salté de la mesa con un gesto ágil y caminé hacia ella, sonriente, satisfecho con sus repuestas y sus reacciones. Ella era de las pocas personas que no sentían temor a compartir el aire de la misma habitación conmigo. Ella y Belle. - ¿Sigues aún con la idea de vengar a esa niña?

Me hacía el desinteresado, mostrar un visible interés era algo que no quería que ella notase, ella no se había dado cuenta hasta ahora que todo estaba saliendo tal y como yo lo había planeado y no viceversa. Todo saldría mejor si ella se creía la creadora de toda la maldad que estaba por venir. Aunque para eso aún faltaban algunos pasos y algunas decisiones erróneas que ella haría. Decisiones que ya me encargaría yo de solucionar.

Sonreí abiertamente, ella no solo no me tenía miedo sino que además era inteligente. No solía encontrarme con gente inteligente en mis tratos así que era todo un alivio hablar de vez en cuando con alguien que no era un estúpido rey en busca de prosperidad para su reino o un maloliente campesino en busca de venganza. Pero estaba claro que nunca le diría a aquella arrogante mujer que realmente me agradaba, tan solo por mera diversión para mi mente, compartir charlas con ella. Siempre y cuando en este tipo de charlas fuese yo quien tuviese la voz cantante y quien llevase el control de la situación. Si la cosa era viceversa la paciencia se me agotaba con prontitud y la presencia de la reina en el mismo espacio que yo se me hacía ingrata e innecesaria.

- Cierto, realmente las vistas desde tu castillo son lo que me hacen querer visitarte - respondí con tono irónico. Era absurdo negar que yo había venido a su llamado para ayudarla. No, yo no ayudaba a nadie sin tener un beneficio mayor del que ellos solían tener de mi. Pero claro, todo esto lo sabían aquellos que me hacían acudir a mi llamado. Todo aquello lo sabía la mujer que tenía en frente mio.

El odio con el que hablaba, el placer que le producía el mero hecho de imaginarse lo infelices que seríamos todos tras cumplir su deseo, era algo que pocas personas lograban conseguir. Tanto rencor, tanta sed de venganza, tan solo podía conseguirse tras haberte sido arrebatado todo lo más importante del mundo. Tu amor verdadero. Era por eso que comprendía a la joven reina, pero eso no significaba que la compadeciese y fuese a ayudarla de forma altruista. No, cada uno teníamos unos planes en esta vida y los mios eran tan metódicos y tan bien hilados que tan solo podían conseguirse de la forma en la que yo los había dibujado. - ¿Sabes que pides mucho verdad, querida? ¿Sabes que cuanto más pidas más pediré yo, cierto? - la miraba con ojos brillantes, aquello que podía conseguir iba a ser enorme. Aunque aún no había imaginado qué podría ser. Estaba seguro que tarde o temprano se me ocurriría.

¿Por qué la advertía? La respuesta se salía de mi comprensión. O quizás no tanto. Yo no era estúpido, sabía cuál era la maldición que me pedía, la maldición más poderosa de todos los tiempo, una maldición que anularía todo el mundo mágico que conocíamos y lo reduciría a cenizas. Ella no tenía ni idea de la magnitud de tal conjuro, pero era la única forma de conseguir yo mis propósitos. También me afectaría a mi, también yo estaría atrapado en una cárcel en el tiempo. Pero eso me daría tiempo para encontrarlo, la mera idea de volver a poder a ver a Bae valía todas las consecuencias que traería la maldición a nuestro mundo.

- Ciertamente... - asentí. No tenía nada en mente, nada que ahora necesitase que ella pudiese darme. Pero claro, como ella bien había dicho, mi mente inquieta llegaría tarde o temprano a dar con la solucion para cerrar nuestro trato - Pero me deberás un favor - añadí señalándola con un dedo, sonriendo levemente. Me preguntaba qué sentiría la gente al deberle algo a alguien como yo. Alguien que podía destruirte con un mero favor.

Mis ojos brilaban de una forma sobrenatural, incapaz de contener la excitación que me producía el momento. - Por supuesto que la tengo, querida... - Hice un gesto con mi mano y de la nada apareció un pergamino estrecho pero largo y lleno de letras que describían la maldición - He aquí la maldición oscura... La madre de todas las maldiciones... Una maldición que destruirá la vida de todo el mundo menos al que la echa.

Lo dicho, la reina era inteligente. Otras personas simplemente habrían pensado que un ser como yo tampoco se vería afectado por la maldición, que era absurdo que yo fuese a perder todo mi poder por una maldición que iba a echar otra persona. Pero no, ella había hecho la pregunta correcta, su mente había funcionado tal y como yo pensaba que haría. ¿Creía ella que no había sopesado todos los pros y los contras de la maldición? Ella lo haría cuando la leyese, yo era el creador había tenido tiempo para ello. Y era lo necesario, había dedicado mi vida a encontrar la forma de llegar a Bae y ésta era la única posible. Sí, me haría olvidar quién era, pero tendría que buscar la forma de evitar aquella parte.

- Lo hará... ¿Le molesta eso a su majestad? - le pregunté con una sonrisa ladeada en mi rostro. Evidentemente no le iba a importar lo más mínimo que yo perdiese mis recuerdos. A mi no me importaba ¿por qué lo iba a hacer a ella? La reina era egoista, egocéntrica. Solo buscaba su propia felicidad y arrastraría con todos si hacía falta para conseguirlo. Era por eso que la había escogido a ella la primera vez que me había aparecido frente a la joven futura reina con un trato en mi mano que no tardó en firmar.

El papel voló de mis manos y mis ojos volvieron a brillar. El trato estaba cerrado. - Requiere detenimiento y sacrificio... No olvides esa parte, querida - Lo haría, se olvidaría y volvería a mí. Y yo estaría abierto a ofrecerle aquella pequeña información a cambio de otro favor. Así funcionaba yo. Hacía las cosas para que tarde o temprano, todos volviesen a mi.

Claro que le hacía preguntarse cosas ¿A quién no le haría preguntarse cosas que yo mismo me viese implicado en mi propia maldición? Pero claro, ella no abriría la boca prácticamente porque no obtendría respuesta alguna de mi parte, quizás una burla, alguna chiquillada de las mías, pero nada más. Mis motivos eran secretos y así quedarían. Así que simplemente le sonreí como respuesta, con aquella sonrisa enigmática que hacía que la gente se preguntase si había hecho bien en hacer un trato conmigo. Regina no era estúpida, debía pensar en las posibles consecuencias y sabía que no realizaría la maldición hasta que no la hubiese estudiado con detenimiento.

- Así es, hasta otra, querida - respondí. Me fui a marchar, despareciendome en una bonita y pomposa nube de humo morado pero al mirar sus ojos pude ver algo que yo podría ver cada mañana en el espejo, si es que tuviese uno donde mirarme. Soledad. El peor de los sentimientos, la sensación de tener todo un mundo a tus pies y darte cuenta de que no te servía de nada tu poder si ni siquiera tu propio reflejo te amaba, aunque en el caso de ella sí que tenía un espejo que la amaba - Vaya vaya... ¿Qué es lo que puedo ver en tus ojos? - pregunté acercandome a ella y mirándola con una sonrisa burlona.

Miré a un lado y a otro de la enorme habitación y solté una carcajada, de esas carcajadas estridentes que mi duendecillo interior era capaz de producir - ¿A caso no tienes con quien divertirte esta tarde? ¿Dónde está tu chico marioneta? - Por supuesto,estaba enterado de su "relación" con el Cazador, por supuesto, aprovechaba cada ocasión para burlarme de ella. Era lo bonito de nosotros, siempre nos divertíamos insultándonos y picándonos mutuamente.

Sabía que la había fastidiado. Ambos éramos conocedores de nuestras propias debilidades, ella tenía muchas más que yo, por supuesto, pero ambos sabíamos que la única debilidad que ella conocía de mí era mucho más dañina que todas las suyas juntas. A escepción, quizás, de aquella pequeña alianza suya que representaba al perdido amor verdadero de la reina. Pero al igual que ella evitaba mi debilidad, yo evitaba esa. Una cosa era picarnos y otra muy diferente, hacernos verdadero daño. Podía convertirla en un caracol y pisarla como me cabrease de verdad.

- Ten cuidado, querida... Uno nunca sabe cuándo va a perder a las mascotas - dije con una sonrisa enigmática en mi rostro. Sonrisa que se esfumó cuando ella mencionó lo "bella" que estaba la noche. La muy maldita. Mis ojos brillaron de pura furia, tan solo unos segundos, para luego volver a apagarse. Para relajarme a mi mismo solté una risilla infantil, nerviosa y me volví a sentar en la mesa y pataleé mis piernas como un niño excitado el día previo a la Navidad - ¿Debo tomarme eso como una despedida? Pensé que estabamos teniendo un momento bonito y amigable - respondí fingiendo ser el ser sociable que nunca había sido. Ella tampoco lo era, no teníamos amigos, solo aliados.