Ups... Wrong Fairy (Prilla)

No iba a matar al hada azul hoy. No, pero sí que iba a mirarla a la cara, a desafiarla con la mirada y a decirle que se había equivocado, que todo se había ido al garete por su culpa. Y que si no hubiese metido su desproporcionada nariz en los asuntos de mi madre nada de lo que había ocurrido hubiese pasado. Quería ver el arrepentimiento y el sufrimiento en sus ojos. Quería que la culpabilidad provocase que perdiese sus alas mucho antes de que la hiciera arder hasta convertirse en un montón de polvo. Pero aquello, iba a tener que esperar.

No parecía que el hada azul estuviese en el convento, o al menos, no donde yo pudiese verla. No iba a dedicar todo el día a buscarla, no se lo merecía. Ya me había robado treinta y nueve años, no iba a darle más tiempo. Aunque quizá, sólo quizá, podría llega a ella a través de otra de las hadas. Y no serían difíciles de encontrar. Podía notar el polvo de hada en el aire. Seguí esa sensación, hasta toparme con ella. Una joven, una que a ojos de cualquiera no tenía nada de especial, no al menos fuera de lo humano, pero que yo tenía claro que era, efectivamente, una de las hadas.

_ Buenos días. Me preguntaba si podrías indicarme donde se halla el hada azul._ Pregunté, mirándola. No dije quien era, ya que probablemente. me confundiesen con la buenaza de mi hermana y eso jugaría a mi favor. Mi hermana se había labrado una fama como una persona buena y amable de la que nadie tenía nada que temer. Sería una tonta desaprovechándolo._ Hay algo que quisiera comentar con ella.

¿Dónde me había dejado la caja de pinturas? Hacía unos segundos... estaba ahí... arg, cómo odiaba que entraran en mi cuarto sin permiso alguno y además, lo limpiaban, sí pero, ¡me desordenaban las cosas! Bueno en verdad era yo la que las desordenaba pero para mí estaban ordenadas y cuando se ordenaban estaban desordenadas... en fin, la cosa era que había perdido mi caja de pinturas. En ella estaba prácticamente toda mi vida de Storybrooke, desde que recuerdo, me gustaba pintar, a todas horas, cualquier cosa. Era una cualidad que se me había quedado ahora, de la cual, por cierto, no quería desprenderme.

Decidí bajar a ver si alguien sabía dónde habían dejado mis pinturas, ya estaba cansada de buscarlas. Vi a un par de chicas pasar mientras cuchicheaban algo, lo cierto es que no era mi asunto pero no pude evitar escuchar algo de de "alcaldesa" y "reina". ¿Estaba aquí? ¿Regina? No podía ser, ¿a qué iba a venir ella? Picada por la curiosidad me dirigí a la entrada, a ver si era cierto aquello que acababa de escuchar.

No, no había nadie. Me giré y, al segundo, escuché una voz, una voz de una mujer. Juraría que no había nadie..., pensé. Me volví y confirmé lo que había escuchado, ella estaba allí. No me dio tiempo a saludar pues habló antes de que pudiese abrir la boca.
-Buenos días, Regina -sonreí educadamente, como bien me habían enseñado- Sí, claro, está en su despacho -la miré- Perdone pero... ¿qué es lo que desea comentar? -pregunté, picada por la curiosidad-.

Oh, curiosidad, bendita curiosidad. Las hadas siempre tenían preguntas, siempre querían saber. Al igual que la inocencia, era parte de su carácter. Las hadas eran frágiles, se les podían quebrar las alas, el espíritu. No sería la primera ni la última criatura a la que se lo hacían. Por mis manos habían pasado cecaelias, criaturas de la noche, Veelas y otros monstruos. No había hadas en el reino oscuro, pero de igual modo conocía como se comportaban tan sólo por las historias, que no eran para nada incorrectas.

_ ¿Sabes guardar un secreto?_ Le pregunté, mientras me acercaba a ella, para reflejar que no me apetecía que se aireara lo que pensaba contarle. Y así era, pues no me interesaba nada que Regina supiese lo que había pasado allí. Sabía que, a pesar de que me había dejado entrar en su casa, seguía controlando cada uno de mis movimientos. Y por eso debía actuar con cautela._ Quiero hablarle al hada azul sobre mi hermana, Arciria. Creo que ella quizás sepa algo para convencerla de una vez de abandonar el mal camino.

No sería sospechoso que dijese aquello. A fin de cuentas, era lo que Regina ansiaba, que yo dejase de intentar volver a traerla al lado oscuro. Era un constante tira y afloja, en que ambas esperábamos conseguir que la otra cambiase. Si bien, Regina no tenía ni idea de hasta que punto tenía las de perder en aquel encuentro. Yo jamás cambiaría. Eso lo tenía muy claro.

¿Secretos? ¿Yo? Era una de las pocas veces que alguien me confiaba un secreto y, obviamente, iba a guardarlo, me callaría, no diría nada en absoluto, ¿cómo es el dicho? Muda como una tapia, sí señor. Miré a Regina y asentí rápidamente, esperando que me lo contara. Mmmmh... Arciria... esa... ¡esa era la malvada bruja! ¿Acaso pensaba que podría desviarla del mal camino? Pero... eso era imposible, ella era mala mala. Aunque, viéndolo de otro modo... Regina había conseguido ser buena, al final...

- ¿Quieres que consigan hacer con ella lo que hicieron contigo? ¿Ser buena? -susurré, como si del más preciado secreto se tratara-.

Miré los ojos de aquella mujer, infundían más respeto del que había imaginado lo cual me obligó a apartar la vista rápidamente pues también sentía que había hecho mal en mirarla. Carraspeé levemente esperando su respuesta y, al escucharla, aparté la vista de su bolso negro carbón y me alejé un paso de ella.

- Bien, el hada azul está por aquí, podrás hablar con ella de lo que quieras -dije con una sonrisa mientras añadía un guiño de ojo pues, era divertido saber algo que nadie más sabía-.

Por mi perversa mente pasó una nueva idea. ¿No sería mayor humillación para el hada azul escuchar mi historia si, además, lo hacía delante de una de sus fieles, serviciales y trabajadoras hadas que probablemente perdería la fe en ella. Era el plan perfecto para destrozarle el alma y que ella misma terminara rogándome que le quitara la vida. Y entonces yo, compasiva y generosa, terminaría con su sufrimiento y le permitiría morir delante de todos los que estuvieran dispuestos a verlo.

_ Eso intento, que podamos ser una verdadera familia, sin secretos, sin mentiras._ Aquello era cierto, ya que ambas teníamos exactamente los mismos motivos, salvo que estábamos en bandos contrarios. Ambas queríamos que nuestra hermana estuviese de nuestra parte, que entiendes nuestro punto de vista. Pues Regina estaba errada. Yo sabía que debíamos gobernar juntas, como reinas, no como una figura sin verdadero poder ni motivos para ser respetada. ¿Alcaldesa? ¿Qué clase de título era ese?_ ¿Te importaría acompañarme? Me interesaría tu perspectiva para esta reunión.

Ya trampa estaba puesta, y yo contaba con que cayese. El hada azul iba a caer tan hondo que nadie podría volver a sacarla. Iba a asegurarme de ello. Nadie le tocaba las narices a Arciria Stealer Mills y escapaba. Igual que se lo había hecho pagar a la reina del mundo oscuro, se lo haría pagar a aquella ridícula criatura alada que tanto me había hecho sufrir.

La escuché con atención, una verdadera familia, unida de verdad... ojalá hubiese tenido yo eso desde el principio. Es decir, no me estaba quejando de mis familia, de mis amigas las hadas y mis amigos los duendes pero, me hubiese gustado tener alguien de mi propia sangre... no sé si me explico correctamente. Continué caminando hasta que escuché su propuesta, lo que hizo que parase en seco, ¿quería que fuese testigo? ¿yo? Woa.

- Sería un placer, la verdad -dije tímida y a la vez emocionada- ¿Está usted segura? No me gustaría enterarme de cosas que no debería... no sé si me comprende... -dije mirándola de reojo-.

Continué caminando hacia delante añadiendo un pequeño saltito de entusiasmo en mi primer paso, noté cómo se me subían los colores, ojalá no lo haya notado Regina, me dije para mí misma. A los dos minutos llegamos a la puerta del despacho del hada azul, muy pocas veces había estado aquí, adopciones no queridas, sobretodo. Dejé escapar un suspiro pues todas las imágenes me vinieron de golpe y no era un bonito recordar aquello de que los demás no te quisieran solo por ser diferente. Clavé mi mirada frente a la puerta blanca de madera que tenía en mí, dejé escapar un suspiro y liberé mi tensión, ni siquiera sabía que estaba tensa. Sonreí ampliamente y llamé a la puerta esperando escuchar una respuesta al otro lado.

Mi mente comenzó a sondear la suya, buscando recuerdos, pensamientos. y sentí abandono. Una sensación que yo conocía mejor que nadie. Recordaba muchos días, si es que podían llamársele así, en los que me acurrucaba en los cubos de basura, me tapaba con una caja de cartón, abrazaba al muñeco que Anzu me había regalado y soñaba con que venía a buscarme y me llevaba con mi madre. Soñaba con que Regina y yo realmente hubiésemos tenido una vida juntas. Pero eso nunca pasó.

Traté de abrir la puerta, y noté como una fuerte corriente eléctrica me recorría el cuerpo y me enviaba al otro lado del pasillo. El hada no era tonta, había lanzado un conjuro de protección contra mí. Había sentido la magia blanca quemarme por dentro, tocar mi alma oscura y tratar de tocarla, sin éxito, por supuesto. Mi furia no hizo más que crecer cuando escuché una voz, que parecía estar grabada, esperando que hiciera aquel intento.

_ No hay nada para ti aquí, Arciria Mills. Da la vuelta y regresa de donde hayas venido._ Recitó el mensaje. Mis ojos relampaguearon. Y me eché a reír, dado lo absurdo de la situación. Ella no estaba ahí dentro, y sin embargo su conjuro me había atacado. El hada estaba tan aterrada por la idea de que la atacase que no levantaba sus conjuros de protección al irse de los lugares._ Propio de un hada desquiciada y egoísta.

Me disponía a entrar tras Regina cuando de repente algo pasó. Algo mágico, sin duda. La puerta estaba hablando. Bien, no la puerta, si no que era la voz del hada azul, era cómo si saliese de la puerta, sin estar ella dentro quizá, no sé si me explico. Aunque claro, más raras fueron las palabras que escuché, ¿Arciria? Debía de haberse equivocado, esta era Regina, vaya confusión más tonta. Reí levemente.

- Creo que se equivoca, esta es Regina, no Arciria -dije con una sonrisa mirando a Regina-.

Pensé que ella se estaba riendo por lo que yo había hecho, pues sería lo más lógico, es decir, ¿cómo puedes equivocarte de persona? Está claro quién es quién, vamos, ¿cómo iba a ser Arciria buena? Nono, la seguridad había fallado, vaya. Reí un poco junto a Regina sin saber el por qué, su risa se contagiaba, quién sabe.

Al escuchar lo que dijo me tuve que girar, ¿había oído bien?- ¿Perdón? ¿hada desquiciada y egoísta? -alcé la ceja mirando a Regina. A ver, vale que el hada azul no fuese mi "reina" pero sí que me había estado dando un techo bajo el que vivir así que le debía algo, por muy mínimo que fuese- ¿por qué has dicho eso? -dije con cierto tono de incredulidad-.

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Este hada era un poco tontita, a decir verdad. No me apetecía seguir con la pantomima. Había sido divertido, pero el hada azul no estaba, así que podía ahorrármelo. No tenía entre mis intereses el mantener aquel teatro más tiempo. Me puse en pie y me crují el cuello, que el golpe había provocado que me doliese más de lo que me hubiese gustado. Ella seguía creyendo que yo era Regina, pero ya no me servía, no con el hada azul desaparecida.

_ Lo he dicho porque es cierto. A fin de cuentas, ella me abandonó en lo más parecido al infierno que se me podría ocurrir imaginar. Por que sí, soy Arciria. Y he venido a pedirle explicaciones._ Dije, con firmeza. No con rabia, pero sí señalando que lo que me había hecho me había dolido mucho, durante muchos años._ ¿Es irónico, no crees? Ella me dejó huérfana, y cuando cayó la maldición, tuvo que encargarse de todos los huérfanos malditos. Me hubiese gustado estar aquí para verlo, a decir verdad.

Aún no había sacado mis garras, ni falta que hacía. Las hadas podían hacer muchas cosas, pero en combate no podían llegar a ser más que molestas para mí. Me coloqué bien la chaqueta, y la miré a los ojos. Mi mirada no había cambiado en lo más mínimo, porque tampoco lo habían hecho mis intenciones.

_ Quiero que entienda el mal que ha hecho al abandonarme.

Me quedé sin decir palabra, ¿era aquello cierto? ¿o quizá me estaba tomando el pelo? Me estaba confesando todo todo en estos momentos, todas y cada una de... woa. Jamás hubiese imaginado que Arciria pudiese hacerse pasar por Regina, es decir, si lo piensas... es raro, aunque no tanto...

¿Los huérfanos malditos? ¿A qué se estaba refiriendo? No me había dado cuenta pero seguía al lado de ella, ¿qué debería hacer? ¿Huir? No, quizá me perseguía y me mantenía prisionera pero, claro, ¿qué le impedía hacer eso ahora que sabía todo? Si ella me dejase marchar yo podría avisar al hada azul, contárselo todo y evitar que Arciria hable con ella pues tampoco quiero que se batan en duelo... Qué hacer, cuándo y cómo.

- ¿Tanto mal te ha hecho? -pregunté intentando parecer lo menos asustada posible, a pesar de que, estaba claro que estaba asustada- ¿Tanto mal te ha hecho para que seas como eres? -dije-.

Cuando me hizo aquellas preguntas, yo no pude evitar reírme. Estaba claro que Prilla no tenía idea de lo que había pasado en mi pasado, ya que de lo contrario no me haría aquella pregunta. Toda mi vida estaba rota por culpa del hada, y no había sido la única. Todo mi mundo se había ido al garete por el hecho de que un hada había decidido que yo era el mal personificado. Y si lo había sido era únicamente por su causa. Condenada por un hada. Era irónico, y estaba seguro de que ella no quería verme porque no podría con la humillación.

_ Ella es la causa de 39 años de desgracia. Ella es la culpable de que mi hermana se sintiese desdichada y lanzase la maldición. Si ella no me hubiese apartado de mi madre, yo habría sido la que se habría convertido en reina. Y eso me hubiese hecho feliz. Hubiese sido feliz porque habría complacido a mi madre. Lo único que yo quería era estar con mi familia. Y Azul me lo arrebató._ Me tembló la voz al hablar. Por algún motivo aquel hada me instaba a ser sincera._ No merece el respeto que le tienen sus hadas. No merece poder esconderse aquí. ¿Es mucho pedir que me dé una explicación, acaso?

Yo creía que no. Porque en el fondo, lo que más deseaba, era una explicación. Necesitaba saber que tan horrible era yo antes siquiera de nacer para que me desterraran al mundo oscuro. Sólo Anzu se había apiadado de mí. Mi semblante se relajó al pensar en la vampiresa. A ella se lo debía todo. Era la única persona del pueblo a la que, probablemente, sería incapaz de hacer daño, a parte de mi hermana, por supuesto.