Juegos mentales en la cafetería

Estaba hambrienta, necesitaba a toda costa un buen desayuno y eso es fácil de conseguir en Storybrooke, si sabes a dónde dirigirte. Sí, Granny’s es el mejor sitio para ello, el más conocido, no solo por el encanto del personal, también por las recetas tradicionales de la mujer que lo regenta.
Nada más entrar me voy derechita a una mesa y no tardan en atenderme. Tortitas y un enorme batido de vainilla es mi pedido, que a los pocos minutos aparece ante mis narices. Me llega el olor dulzón de la comida caliente y empiezo a embadurnarlas con mucho sirope de chocolate y otro tanto montón de nata. ¿Por qué me gusta tanto el dulce? No tengo ni idea, pero puede que de aquí a unos años termine siendo diabética. Y eso me dolerá mucho, he vivido años y años en compañía del azúcar y una no puede olvidar su dulce acompañamiento así como así. Creo que prefiero cualquier otra cosa antes de ser diabética.

Justo cuando voy a meterme el primer bocado a la boca oigo una voz desconocida enfrente de mí. Levanto mi mirada y veo… a alguien. Creo que es una chica, al menos tiene toda la pinta: va con un vestido monísimo, como sacado un manga japonés, su pelo es platino y sus labios son carnosos. Su voz no podría definirla, no sé si es de hombre o de mujer. Pero hay algo que me recuerda a un hombre y no sé por qué. Tampoco voy a darle importancia ahora. Sea como sea y sea lo que sea, se trata de una persona muy tímida y reservada.
- ¡Eh! No te preocupes – digo, sonriendo cálidamente y dando palmaditas al asiento contiguo – siéntate, sin problemas. Soy Mérida – añadí a modo de presentación, mientras dejaba el tenedor de nuevo sobre el plato.