A kingdom for a heart {Rey Arturo}

Sucedió antes de la invasión de las fuerzas de Regina, antes de Gastón y, por supuesto, antes de la Bestia. Bella contaba en aquella época con unos inocentes dieciocho años. Dieciocho; la edad decisiva en la que una dejaba de ser niña para convertirse en toda una mujer. La edad donde los juegos, lo sueños y las ilusiones se quedaban atrás. Pero no para la princesa, porque la joven castaña jamás, jamás, jamás, dejaría de soñar. "Pájaros en la cabeza", le decía siempre su padre, a modo de reproche cariñoso.

Pero Bella, a parte de ser una muchacha soñadora, también era aguerrida y valiente. Y honesta, ante todo honesta. Y no podía soportar ver cómo su pueblo estaba a punto de ser masacrado por las fuerzas del joven Arturo.
-Padre, se lo ruego. Déjeme viajar a Camelot. Arturo es un dirigente sensato y noble, podríamos llegar a un acuerdo para evitar la guerra -las súplicas de Bella eran sinceras y sentidas, pero aún así la castaña se esperaba una negativa por parte de su padre. ¡Cuán fue su sorpresa cuando Maurice aceptó! Porque el Rey sabía de la honestidad del corazón de su hija.
-Ve, Bella. Ve

Y así, Bella partió, junto con una compañía de soldados de su padre, a las tierras de Camelot. Siete días y siete noches viajaron, hasta que ante ellos se alzaba en un colina, majestuoso, el castillo del rey Arturo.

Cuando entró en el castillo, acompañada siempre de sus leales guardias, un caballero salió a recibirles.
-Sir Gawain a vuestro servicio
-Soy la princesa Bella, del reino de Maurice. Me envía mi padre. ¿Podéis decirle a vuestro Rey que necesito verlo con urgencia?

Y allí estaba. El Rey Arturo, tan majestuoso, bravo y regio como le habían contando. Era la primera vez que Bella veía a Arturo en persona, pero había oído hablar de él. ¡Oh, y quién no! Su fama se extendía por todos los reinos, y más allá del mar los habitantes le temían y admiraban por igual. Con ayuda de sus caballeros y de Merlín, Arturo había recuperado Camelot y había hecho de él un reino próspero y rico, de hecho, eran muchas las gentes que, a falta de pan en sus tierras, emigraban a Camelot porque allí la vida era más fácil y la tierra más fértil. Eran muchas las historias que la joven castaña había escuchado acerca de Arturo desde que éste subió al trono, como que había tenido un hijo con su hermanastra malvada, o que poseía una espada encantada, la que sacó de la piedra. La figura de Arturo estaba envuelta en leyenda y misticismo ya incluso antes de su muerte.

Y allí estaba. Se había presentado frente a ella con una armadura y una espada atada al cinto. Bella en seguida empezó a imaginar si sería la famosa espada Excalibur, y no pudo evitar echar una ojeada disimulada a la bella arma metálica que portaba el dirigente. Cuando Arturo habló, a la princesa se le antojó mucho más cercano que cualquier otro rey que hubiese conocido (y eso que su padre era uno de ellos), y eso hizo que se relajase un poco.
-Claro. Estaré encantada -sus hombres se alejaron haciendo una reverencia, tanto a la princesa como al rey, y se marcharon rumbo a las caballerizas a dejar reposar a los caballos después del largo viaje. En ese momento, Arturo y ella quedaron a solas en la gran entrada de palacio-No os preocupéis. Podré esperar mientras os arregláis -asintió con una sonrisa.

La castaña siguió los pasos del joven rey mientras pensaba que no sería del todo difícil llegar a un acuerdo con él. No lo conocía demasiado, pero por lo que había visto hacía unos minutos y por lo que se contaba de él, Arturo era un hombre caval que no entraría en guerra si no fuese necesario.
-Tenéis un castillo muy bonito. Y vuestras gentes parecen felices viviendo aquí. Sin duda, es un reino próspero -Bella llegó a la sala, que estaba equipada con un escritorio de madera de roble y una chimenea sobre la cual se alzaba el escudo de armas de la familia Pendragón. La joven castaña esperó paciente a que Arturo se acicalase, mientras observaba con asombro y admiración todo aquello que le resultaba chocante; aunque fuesen reinos vecinos, sin duda, las costumbres de Camelot y las del reino de su padre se distanciaban un poco.

La Sala estaba llena de un montón de cachivaches. Sobre el escritorio de roble descansaban papeles, tinteros, e instrumental que Bella supuso que servía para leer mapas. Un par de tapices colgaban de las paredes de madera, pero lo que más llamó la atención de la castaña fue, sin duda, la cabeza de dragón que reposaba sobre los muros de la estancia. La princesa estaba impresionada, pues a lo que ella estaba acostumbrada era a cabezas de alce, lobo u osos. Pero no a un dragón. En realidad, la joven nunca había visto uno. Sabía que existían porque su padre Maurice le contaba historias de niña. Una vez incluso le dijo que él mismo se había enfrentado a uno, pero ahora la joven no sabía si era cierto o era sólo una mentirijilla piadosa para impresionar a una niña.

Bella se sintió tentada a rozar las escamas con las yemas de sus dedos, pero esta vez el decoro le pudo. Arturo Pendragón había regresado y Bella se giró, algo sobresaltada.
-Ah, Arturo. No os esperaba tan pronto. Vaya, que va a ser verdad lo que se dice, y es que las doncellas tardamos más en arreglarnos -esbozó una sonrisa cálida y lo miró a los ojos.

La joven princesa sabía lo necesario de protocolo para saber que era de mala educación mirar fíjamente a un rey, y que normalmente se esperaba de las doncellas que bajasen un poco la mirada cuando hablaban directamente con alguien de tan alto rango. Pero Bella no era una princesa al uso, eso estaba claro. Además, la joven no estaba allí ahora mismo en calidad de princesa, si no de reina; pues ahora ella se encargaba de representar el papel y los intereses de su padre y su reino.

Arturo Pendragón fue directo y no parecía querer andarse por las ramas, algo que agradeció. Le contentó saber también que el joven rey estaba abierto al debate y la negociación. Estaba claro que ninguno de los dos quería una guerra para su reino, que sólo traería desgracias y destrucción.

-Por supuesto. Me alegra saber que ninguno de los dos queremos una guerra -Bella sonrió y tomó asiento. El asunto era peliagudo. Arturo reclamaba una parte de la región de Vengerberg que por derecho propio decía que pertenecía a su familia y a Camelot, pero que formaba parte del reino de Maurice desde hacía unos dos siglos. La región en concreto era muy rica y fértil, y de donde procedía la mayor parte del trigo que el reino de su padre exportaba luego. Se podía decir que era una de las fuentes más vitales del comercio del reino de Maurice-Vengerberg es una región imporante para el comercio de mi reino. No podemos prescindir de ella, pero... entre mi padre y yo hemos llegado a un acuerdo, y si vos estáis dispuesto a dejarnos mantenerla, las tasas que cobremos por el trigo de allí se rebajarán un 30% para Camelot. El trigo os saldría más barato -en realidad, ésa no era una medida que hubiese adoptado con la aprobación de Maurice, pero Bella sabía que era la única forma (o la única medida razonable) para que ambos reinos evitasen la guerra entre ambos. "Si todo sale bien, padre lo entenderá"

La joven Bella nunca había sido adiestrada en la política, e ignoraba todos aquellos trucos que los diplomáticos empleaban para hacer creer a sus súbditos mentiras o cosas imposibles. Sin embargo, eso no hizo que la castaña se amedrentase ni un ápice. Bella era consciente que estaba delante de un Rey, pero la joven princesa se había criado entre reyes, reinas, princesas y príncipes, y sabía cómo pensaban y actúaban. O al menos, eso creía ella. Porque Arturo no era un rey al uso, y eso lo había podido comprobar al llegar a Camelot. Por fortuna, ese detalle era más oportuno que perjudicial, porque Arturo Pendragón era un hombre sensato.

Como pudo comprobar al dar su respuesta. Bella sabía, o había sospechado al menos, que Arturo no iba a aceptar las cifras de su propuesta, pero no era éso lo que había incomodado a la princesa durante su viaje al Reino vecino. Lo que la habría contrariado hubiera sido que el joven Rey no hubiese aceptado sus negociaciones. Pero al parecer, el pacto continuaba. Ahora sólo quedaba la segunda parte; negociar las cantidades, lo que en un principio podía parecer azaroso, pero a Bella no se lo parecía en absoluto. Había nacido con la determinación de su padre.

-Cincuenta por ciento... -Bella meditó un poco las palabras, aunque en realidad no tenía mucho que meditar. Le parecía un trato justo. Y tal vez... -Muy bien, Arturo. Cincuenta por ciento de los beneficios del trigo. Trato hecho -Bella sonrió-Y para evitar futuros enfrentamientos, podríamos firmar un Tratado en el que diga que la región de Vengerberg todavía pertenece al reino de mi padre, y otro enel que diga que tanto Camelot como el Reino de Maurice se ofrecen protección mutua contra cualquier enemigo, ¿qué os parece? Sería algo así como una especie de alianza entre los dos reinos-Camelot y el reino de su padre eran tierras fuertes, la protección de ambos podrían hacerlos invencibles, y además, eso los convertiría en aliados de por vida. De pronto, imaginar al joven rey que tenía delante luchando codo con codo con su padre le parecía una imagen hermosa y bella, aunándo la sabiduría de la madurez y el bravío de la juventud. Si aceptaba, Arturo Pendragón sería el mejor aliado que podían esperar ante cualquier batalla. "Y se avecina tormenta", ése pensamiento la asaltó como un presentimiento.

Las negociaciones iban viento en popa. Arturo se mostraba muy receptivo con sus propuestas y eso hizo que Bella empezase a sentirse más cómoda en presencia del Rey. Se tomó unos instantes más para apreciarlo disimuladamente. Era joven, realmente joven. Tal vez tendría un año o dos más que ella. La joven castaña ya empezó a imaginar un millar de historias que pudiesen complementarse a las leyendas que había escuchado de él. "Tan joven y ya es todo un Rey" Bella había escuchado también historias del pade de éste; Uther Pendragón, aunque ignoraba la relación que pudieran tener entre ambos. La castaña era consciente de que no todas las relaciones parentales reales eran fáciles de llevar. Había peleas por herencias, tronos, tierras y fortunas. Pero Bella supo que eso jamás le ocurriría a ella y a su padre; otras cosas los distanciarían, tal vez, pero no el dinero ni el poder.

-Muchas gracias por el halago, Arturo. Pero no creo que vaya a gobernar -repuso mientras se entretenía en recorrer con la mirada una de las mazas de hierro que decoraban la pared de la estancia. Bella lo tenía decidido. Ella no gobernaría, no deseaba hacerlo. Y no porque no se viera capaz, o porque considerase de que era asunto de hombres, ni mucho menos... La joven princesa se veía lejos de todos aquellos ambientes palaciegos. Ella quería algo más; vivir grandes aventuras, salvar a caballeros en apuros, visitar y recorrer cada palmo que aquella tierra encantada le ofrecía. Aún no le había dicho nada de aquello a su padre, porque sabía lo que le respondería: "Pájaros en la cabeza, Bella". El Rey Maurice esperaba que algún día su hija entrase en razón, pero poco conocía entonces Maurice a su hija si pensaba de esa forma-Simplemente, creo que no es mi destino -respondió simplemente encogiéndose de hombros. Bella hablando de Destino aún cuando ella misma creía que el propio destino era el que uno mismo se forjaba-Así como el vuestro sí parece estar ligado a una corona. Le daréis a Camelot años pacíficos y ricos. Mi Reino... Mi padre estará encantado de contar con un aliado como el vuestro.-terminó sonriendo.