Dos princesas y una mujer lobo.... esto parece el principio de un chiste (Aurora y Bella)

Tenía las piernas recogidas y un libro en el regazo que le había prestado Rumpelstilstkin. Se trataba de una recopilación de cuentos de un tal Andersen. La joven castaña no pudo evitar echarse a reír al principio, con esa risa cantarina y sincera que tenía, cuando su Bestia dorada le hizo el regalo. "Creo que te gustará", había sido su respuesta. Por supuesto que le gustaba. Rumpelstilstkin la conocía mejor que nadie, y ella... Ella era la única que podía presumir de haber naufragado sin remedio hacia el interior de ese corazón que muchos calificaban de "oscuro", pero que ella sabía que era valedero. Cuando le preguntó cómo era posible que el tal Andersen hubiera podido recopilar todas aquellas historias, muchas de ellas reales, en un libro, él sólo se limitó a sonreír, dándole un tierno beso en la frente.

Se había pasado toda la tarde embelesada con aquellas narraciones. Se había emocionado con la triste historia del desgraciado Soldadito, había dibujado una sonrisa triunfante hacia el final del Patito Feo, y se había encariñado con el relato de la niña más pequeña del mundo. Por supuesto, se preguntó cuántos de aquellos personajes existían verdaderamente, y cuántos de ellos estarían viviendo en aquel pueblecito de Maine, a tan sólo dos o tres manzanas de ella descansaba leyendo sus historias. "Pero recuerda, que no todo es tan bello y bonito como ahí aparece escrito". Eso también se lo había dicho Rumpeltstilstkin, y ella también lo sabía. "La idealización es también un arma peligrosa".

Fue su Bestia dorada quien la avisó de la hora. La muchacha, absorta como había estado por el libro, se puso de pie de un salto y subió a la habitación, pensando qué debía ponerse para la ocasión. Cuando llegó, amnésica, perdida y confundida a la tienda de un desconocido señor Gold, no llevaba más ropa que la bata del psiquiátrico y un ajado abrigo marrón. Por suerte -o por nostalgia, mejor dicho- Rumpelstilstkin había guardado la mayor parte de las prendas de Bella en un armario; estaban escondidas, apartadas, pero perfectamente guardadas, como si fueran parte de un recuerdo doloroso pero muy preciado para él. Y, en efecto, así había sido. Después, con el tiempo, tanto Rumpel como su amiga Ruby se habían encargado de equiparla con una ropa más acorde para el mundo en el que ahora se encontraban.

Salió de la mansión Gold y puso camino a la plaza del reloj, cerca de la avenida principal, donde había quedado con Ruby y Aurora para tomar algo. Al principio, la castaña no entendió en qué consistía eso de "irse de copas", y Ruby se lo tuvo que explicar. Le pareció una idea fantástica, porque era algo nuevo, y, sobretodo, porque quería pasar tiempo con Roja y con Aurora. A la segunda sólo la vio una vez, cuando la castaña se encontraba podando y arreglando el jardín de la mansión, todavía bajo la maldición. No fue hasta que se rompió el hechizo cuando Bella supo que Aurora y ella ya habían sido amigas en un pasado, cuando la princesa durmiente, de niña, había ido a visitar junto con su padre el rey Stéfano la corte del rey Maurice.

Cuando descendió por la avenida, vio una figura engalanada en un traje rojo oscuro esperando a la luz de una farola, y Bella supo inmediatamente que se trataba de Ruby.
-Hola, Ruby -la saludó con un abrazo-¿Qué tal? ¿Cómo has dejado a la pareja? -se refería, por supuesto, al pirata y a la hija de ambos-Seguro que el pirata ya te está echando de menos -le guiñó un ojo. Hacía solo unas pocas semanas que Ruby le había contando a Bella su relación con el corsario, y no sólo eso, si no también el turbulento pasado de éste con su Bestia dorada. Bella había preferido adquirir una perspectiva diplomática, porque no era una ingenua (por mucho que algunos pudiesen pensar) y sabía todos los errores que había cometido Rumpelstilstkin durante su vida como el Oscuro. Pero, con eso y con todo, Bella sabía que sería incapaz de dejar de amarle. "No, Ahora menos que nunca. Me necesita. Es por eso por lo que estoy aquí."-Bueno, ahora sólo falta Aurora.

Estar con ellas era como un soplo de aire fresco para la princesa. Roja tenía razón; habían pasado demasiadas cosas. Ni si quiera sabía qué había sido de Aurora desde la última vez que se vieron hacía tanto tiempo en el castillo del rey Maurice. Cuando vio aparecer a la princesa durmiente bajando por la calle, una sonrisa endulzó su rostro. Había cambiado mucho; ahora era la joven que una vez, allá por navidad, se había acercado tímidamente a saludarla cuando estaba podando uno de los rosales en casa del señor Gold. En ese momento a Bella le pareció que tenía una mirada un tanto triste, tal vez porque Aurora sabía lo que verdaderamente estaba ocurriendo en Storybrooke. Ahora, sin embargo, la alegría se podía adivinar en los ojos claros de la otra princesa.

-¡Aurora! -le dirigió un par de besos-Vamos al Rabbit Hole. Me han hablado mucho de ese sitio. Bueno, en realidad, Ruby me ha hablado mucho de ese lugar y no puedo esperar para verlo -la emoción se veía en sus ojos azules. Nunca había hecho lo que se dice "salir de copas", no más allá de lo que hacía en Granny's todas las mañanas antes de ir a trabajar. Pero Ruby le había dicho que eso no era exactamente lo mismo. "En el Rabbit Hole hay música, y bebidas ricas, y ¡billar!". Bella le había preguntado qué era eso del "billar", Ruby sólo se había reído y había dicho que ya lo vería.

-Sí, además, Ruby tiene cosas importantes que contar, ¿no es así? -prorrumpió bromeando, dirigiéndole una mirada traviesa a su amiga.

Llegaron al Rabbit Hole. El cartel de neón que representaba a un conejo saliendo de una chistera brillaba con la intensidad de mil luciérnagas. Las tres muchachas entraron y cogieron una de las mesas próximas a una de las columnas. La castaña apoyó su bolso de mano sobre la mesa, y tomó la carta de bebidas especiales. "Cócteles", leyó.
-¿Aquí servirán té helado? -inquirió, aunque también quería probar cosas nuevas, el té helado era su bebida preferida del mundo. O, al menos, de este mundo.